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Zora

Yatziri. Nada que temer

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Resumen (?)

  • Nombre del Personaje
    Yatziri Tres Nubes
  • Raza
    Tauren
  • Sexo
    Mujer
  • Edad
    29
  • Altura
    210
  • Peso
    200
  • Lugar de Nacimiento
    Los Baldios
  • Ocupación
    Curandera
  • Descripción Física

    Una joven y esbelta tauren. Sus cuernos crecen en punta, medianos y de color negro. Su cuerpo es cubierto por un denso y corto pelaje de color castaño, salvo por unas pocas parches blancos en su pecho y en sus brazos. Adorna sus trenzas largas y negras con plumas y abalorios de maderas tallados por ella misma.

  • Descripción Psíquica

    Es calmada por naturaleza, reflexiva y tranquila. Se preocupa por el bienestar de sus compañeros y está comprometida con el aprendizaje y en su crecimiento espiritual. De enojarse, su juicio puede nublarse y dejarse llevar por la furia, tal y como haría un joven tauren inexperto.

  • Ficha Rápida
    No (1000 palabras mínimo)

 

 

 

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Historia

Yatziri reposo frente a la calidad fogata. El fuego chisporroteaba una calidez reconfortante, se sentía como una bendición del espíritu elemental. Con un silencioso agradecimiento, ella cerro los ojos para meditar y tratar de despejar su mente.

 

Con un hondo respiro dejo que su mente recorra libremente la senda de sus recuerdos, senda que bien conocía ya y sabía por donde comenzaría. Primero sus años cuando no era más que una pequeña cachorra, los tiempos sencillos donde jugaba en las sabanas de los baldíos. Recordaba a sus padres volviendo de alguna cacería, bien con las manos vacías o con alimento para la tribu. Las celebraciones y los rituales para las bendiciones. Recuerdos dulces, sin duda, pero se volvían dolorosas y amargas cuando recordaba aquellas oscuras noches en que los centauros decidieron no dar tregua a la tribu.

 

Joven, inocente y confusa. Aquella noche estaba consumida por el terror. Su madre la había sacado de las tiendas, la llevaba de la mano, corrían lejos de los atacantes. Vio a su madre luchando con una lanza y con toda una furia desesperada. La joven Yatziri no lograba encontrar con la vista a su padre. Solo veía brutales medio hombres medio caballos atacando a los guerreros de los tribus. Incluso vio a un chaman invocando la furia de los elementos para alejar a esas criaturas. La situación era confusa y aterradora.

 

Un centauro dio fin a la vida de un guerrero con un certero golpe de su arma, entonces cargo en contra de los miembros más indefensos. Yatziri no habría sobrevivido aquella noche, de no ser por su madre que se interpuso. La tauren empujo a su hija con una robusta mano a la vez que gritaba “¡Huye!”. Fue necesario que repitiera por segunda vez la orden y recibir un sangriento tajo en su costado para que la pequeña pudiera reaccionar.

 

Corrió y corrió, siguiendo a los que huían. Hasta que se vio completamente sola. No veía a su madre, tampoco estaba su padre. Ella se detuvo para gritar sus nombres, se dio la vuelta para buscarlos con lagrimas en los ojos. Y antes de que pudiera volver, una tauren la había tomado en volandas, en el otro brazo también llevaba a otro cachorro lloroso. Aquella tauren huyo del lugar, ignorando las protestas y suplicas de la pequeña Yatziri. Días después, en el primer momento de calma la tribu prepararía los ritos funerarios para los hermanos caidos. Por mucho que ella se negara creerlo, debía de aceptar que sus padres no volverían.

 

Yatziri agita la cola de manera nerviosa, tratando de apartar su mente de aquel recuerdo y retomar la meditación. Han pasado ya bastantes primaveras, solo puede seguir adelante y continuar por el camino que ha empezado a transitar. Su mente se lleno por la maraña de recuerdos de su infancia ensombrecido por el luto y el largo viaje que la tribu emprendía en busca de un lugar seguro. Permitió que los dulces y buenos recuerdos la consolaran; atravesó por los malos, aceptando que formaban ya parte de su pasado. Así, su cuerpo volvió a relajarse y prosiguió con su meditación.

 

Yatziri creció siendo educada por toda la tribu; sin embargo, fue mucho más cercana con aquella tauren que la había salvado. Su nombre era Iyali, una tauren de mediana edad y que era la chamana curandera de la tribu. Si algo daba paz a la pequeña huérfana, era ser de ayuda para Iyali mientras sanaba a los guerreros heridos, a los enfermos y aliviaba el dolor de los ancianos.

 

 

Su tribu siguió huyendo de los conflictos entre los tauren, centauros y otros. Viajaron hasta la cima de las montañas que separaban las Mil Agujas de los furiosos baldíos, escalaron hasta los picos más altos desde los que las moradas de jabaespines y nidos de arpías eran tan solo una hormiga en el paisaje, parecía un lugar seguro que por alguna razón ninguna otra criatura tenía interés de habitar. Tal vez había poca caza, o los ríos que caían eran demasiado crueles como para poder poblar la zona, pero nada detuvo a Buro, quién esperanzado y testarudo detuvo allí el viaje de su gente para detener el sufrimiento mundano. Un viaje a un destino seguro, sí, pero que había cobrado un alto precio para la tribu. Algunos tauren no fueron capaces de sobrevivir al largo camino. La amada Iyali fue una de las tantas victimas.

 

Una noche en el que el cielo se bañó de una profecía de estrellas, bellas y titilantes. Entre nubes de tormenta la luz de las estrellas opacaba el mismo ojo de la Madre Tierra, mu’sha, creando siluetas, escritos y señales para los tauren. Esto fue interpretado por la tribu y pronto, se celebró con un festejo al amanecer, con hogueras bajo luces del sol naciente.

 

Pero estaba equivocados, el brazo de la Madre Tierra que dejó ver esas luces, no fue por buena fortuna, ni porque la brizna comenzaría a crecer. Los malos espíritus, oscuros y codiciosos, habían hecho de ese lugar un lamento encarnado sobre la tierra, el Pico de Sangre, sería llamado décadas después, porque allí solo se encuentra polvo y sangre, un caos acorralado solo por la noche.


 

"Los espíritus hermanos, ¿No sienten como nos claman?" -repetía Uttamatomakkin, un tauren que portaba un tótem cubierto por inscripciones. Yatziri había levantado la cabeza. Sí, podía sentirlo. Ella, junto a otro tauren mayor, Newuen, lo siguieron fuera de la tienda. Hacía la tormenta, seguirían el viento, puesto que de allí escuchaban los gritos divertidos y curiosos de los espíritus.


 

Yatziri despertó de su meditación. Oyó los golpes de las pezuñas contra el suelo, alzo la vista cansada para ver a Newuen, quien vigilaba atento el progreso de una tormenta lejana. De los tres, ella es la más joven, y por gran diferencia. Puede sentir lo mucho que ambos toros cuidan de ella, pero ya no es una cachorrita y ella cuida de ellos también. Juntos, así es la única forma que podrán emprender el camino que les espera por delante.

 

 

Editado por Zora
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