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Webley

Ardaric de Darrowmere

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ARDARIC DE DARROWMERE

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  • Nombre del Personaje: Ardaric de Darrowmere
  • Raza: Humano
  • Sexo: Hombre
  • Edad: Asume que treinta y pocos, pues no lo sabe con certeza.
  • Altura: Alrededor del metro ochenta.
  • Peso: Setenta y tantos kilogramos.
  • Lugar de Nacimiento: Gilneas, en la frontera con Lordaeron.
  • Ocupación: Piromante, mercenario.

 

  • APARIENCIA FÍSICA:
Spoiler

Esbelto, algo encorvado en el andar. Su cabello de color castaño suele estar recogido en una coleta modesta y no de demasiada longitud, normalmente recortada a cuchillo. El mostacho generoso, unido a las patillas de una manera que contrasta con con la mal cuidada melena por su relativa pulcritud; las cejas son gruesas, del mismo tono. Sus ojos color miel lucen algo apagados, normalmente ojerosos. Alguna arruga tímida comienza a asomar en su rostro, pero por lo general aún se considera joven y en buena forma. Su voz es ronca y no acostumbra a vociferar, más bien habla entre siseos.

Del talabarte pende un bracamarte de hoja ancha y un solo filo que vivió días mejores, mas aún cumple su función. A su lado prende una daga de hoja fina y puntiaguda, sin floritura alguna. Del cincho cuelgan también algunos viales y una pequeña rodela metálica. Luce vestimentas simples, sucias y viejas. Un manto andrajoso cubre su cota de malla, llena de remaches y remiendos. Lo complementa con unas calzas de lana de manufactura tosca y unas viejas botas de recio cuero. Acostumbra a ir desaliñado y no siente especial afán por cuidar su imagen, dadas las circunstancias en las que se desenvuelve. De entre sus escasas pertenencias destaca una suerte de modesto a la par que macabro relicario, que lleva colgado al cuello por una cadena de cobre. En su interior se pueden ver huesecillos que parecen de un dedo humano bastante menudo.

 

  • PERSONALIDAD:
Spoiler

La mala fortuna y el devenir de los años en las Tierras de la Peste han hecho de Ardaric alguien pesimista y taimado; no desaprovecha oportunidad alguna de salirse con la suya, y pese a que no es corto de miras, ha aprendido a vivir al día sin darse demasiadas oportunidades para pensar sobre el futuro. Tampoco cree que la tierra sobre la que camina tenga salvación alguna, y ha pasado más días vagando de un lado a otro en soledad de los que le gustaría contar. Lo único que lo ha movido durante años, más allá del afán de supervivencia, ha sido la búsqueda de conocimiento y nuevas fuentes con las que mejorar su piromancia. Es una persona de gustos y necesidades sencillas. Poco refinado en el hablar y las formas, aunque conoce de buen grado la manera de dirigirse a quienes estan por encima de él, fruto de sus años de formación. Se podría decir, a fin de cuentas, que es una persona egoísta, aunque el hecho de que anteponga sus intereses a los del resto no implica -al menos necesariamente- que sea incapaz de dar la cara por sus aliados.

  • HISTORIA:
Spoiler

El atardecer se encontraba en pleno cenit mientras tres figuras corrían colina arriba, al margen izquierdo del río Darrowmere. Los dos posteriores recortaban distancias al primer hombre, que desesperado echó mano de su bracamarte, encarando a los perseguidores.

El aire maloliente y cargado anunciaba la proximidad con las Tierras de la Peste, lugar maldito y del que nunca había sido capaz de escapar. Aquella vez había estado más cerca de abandonarlo que las otras.

-Aún estáis a tiempo de retroceder. -terminó por abrir la boca jadeante, mientras asía el arma. - ¡la llamas están conmigo, necios!

Pero toda advertencia pareció mera palabrería a sus perseguidores. El más adelantado se echó sobre él hachuela en mano. Intercambiaron aceros un par de veces, hasta que el piromante fue capaz de lanzar un tajo al hombro del perseguidor, que cayó al suelo henchido de dolor. Para entonces el segundo ya estaba encima suya; no pudo anticipar el embate del hombre. Cerró los ojos y murmuró unas palabras a toda prisa, extendiendo al diestra hacia él. No osó despegar los párpados mientras los gritos de agonía y el olor dulzón de la carne quemada se apoderaban del ambiente. Suspiró con gran pesar. El hombre aún se retorcía en el suelo envuelto en las llamas. Para cuando dejó de hacerlo, Ardaric ordenó a la llama que cesase con otro gesto, dejando el cuerpo calcinado a sus pies.

No miró atrás y siguió ascendiendo hasta que encontró un hueco discreto al abrigo de las colinas, donde pasó la noche, agotado.

-o-

Las ascuas crepitaban con timidez absoluta en los restos hoguera. Algunos copos de nieve, escuetos, se dejaban caer. Suspiró y se arrodilló junto al fuego y con un chasquido de dedos avivó las llamas. Luego extendió las manos hacia el fuego, calentándose como pudo. Miró al cielo; estaba completamente nublado, aunque la nieve seguía cayendo con languidez. << Si la de hoy ha sido una jornada larga, la de mañana no será mejor. >> Pensó.

Suspiró profundamente. La huida hacia el sur quedaba descartada. A su jucio, y según las nuevas que las pocas caravanas que se atrevían a subir tan al norte traían, Stromgarde no estaba en mejor posición que aquella tierra inerte. Ventormenta quedaba lejos. En cualquier caso, los Renegados, la Plaga, hombres-perro y bandas de desertores obstaculizaban su particular éxodo. No le quedaba otra que volver sobre sus pasos.

-o-

Ardaric de Darrowmere no era oriundo de la zona del lago, ni mucho menos. Se ganó el apodo mucho después, cuando el Príncipe Traidor comenzó a diezmar asolar su tierra. Lo cierto es que sus orígenes y los de su familia fueron humildes. Su familia era de Gilneas, de un villorrio fronterizo con Lordaeron que se vio arrastrado a la Segunda Guerra primero, a la guerra civil por la construcción del muro después. Pese a ello, los padres del piromante -modestos artesanos- gozaban de cierta holgura económica, lo que les permitió abandonar aquella tierra conflictiva en busca de mejor porvenir en el próspero reino norteño.

Tras el arduo viaje, la familia se instaló no sin dificultades en un pueblo del bosque de Tirisfal, Soto Encarnado, por su cercanía al lago y la tierra arcillosa sobre la que se asentaba. La familia cayó en gracia al señor local, un caballero orondo que había recibido aquella villa como recompensa por su participación en la guerra; malas lenguas afirmaban que los padres de Ardaric dejaron una buena suma -quizá todo lo que tuvieran- que les permitió no sólo asentarse allí, también gozar del permiso del señor para ocupar el molino. Fuera como fuere, los gilneanos no eran del todo bien vistos por la población local, aunque a Ardaric aquella tierra le parecía tan lejana como poco familiar desde niño.

La paz trajo prosperidad a Lordaeron y aquello se vio reflejado en Soto Encarnado también. Se levantaron nuevas casas, también un aserradero. Incluso se otorgó el beneplácito de los Barov para que los habitantes pudieran pescar en el lago. Los padres de nuestro piromante perecieron durante un crudo invierno, y el hijo de los molineros quedó desamparado. Como el viejo señor de la aldea había tomado un cariño especial a Ardaric, lo acogió en su torreón. Tendría catorce o quince años cuando fue llamado al torreón del señor para que entrase a su servicio. Aprendió los rudimentos de la guerra y quedó bajo la tutela del consejero personal del señor, un hechicero remilgado y anciano, ni el más poderoso ni el más sabio del reino, pero sí lo suficiente como para enseñar al muchacho a leer y a escribir primero, y más tarde algunos de los más sencillos secretos de la magia.

Ardaric mostró capacidades y todo auspiciaba un futuro prometedor por delante hasta que la plaga apareció. Tan pronto como los no-muertos empezaron a levantarse, Ardaric siguió al su señor a la guerra. Para cuando el reino cayó no quedaba nada de la hueste de Soto Encarnado. Ayudado por sus conocimientos arcanos, Ardaric fue capaz de sobrevivir un tiempo. Se unió a una banda de mercenarios que al principio luchaban de buena gana por dinero; más tarde por sobrevivir. Cuando el barco se hundía, el piromante no dudo en abandonar a sus compañeros. Después se unió a una caravana de refugiados que se dirigía al sur. No corrieron mejor suerte y terminaron asaltados por bandidos en la travesía hacia Costasur. Dio cuenta de varios de ellos, y aún malherido fue perdonado por los rufianes a cambio de unirse a ellos y así se mantuvieron las cosas hasta la noche anterior.

Había entrado en disputa con sus compañeros, quienes querían ir hacia el norte para saquear las escasas caravanas de suministros que se dirigían hacia enclaves cruzados, como la Mano de Tyr. Una vez más Ardaric insistió en abandonar aquella tierra e ir hacia el sur. En mitad de la noche las flechas silbaron. Un grupo de exploradores escarlata ya les seguía la pista desde hacía días y cayeron sobre ellos en el momento más oportuno para Ardaric. El piromante no se lo pensó dos veces y echó a correr, abandonando a los suyos. Lo siguieron, furiosos por su traición. Acabó con ellos.

-o-

Ardaric removió su melena, observando desde el risco. No le quedaba otra. Decían que los cruzados estaban retomando aquella tierra poco a poco. Una empresa conmovedora sin lugar a duda. <<Tan conmovedora como estéril>> pensó. Sin embargo, si esperaba sobrevivir en ese paraje, los cruzados eran la mejor apuesta para ello y probablemente de buen gusto aceptaran a un mago entre sus filas. Así se puso en marcha hacia el este, en busca de aquel milagro de la luz.

 

 

Editado por Webley
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