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Jamison Cormac Pontosedal

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Cormac Pontosedal

Nombre completo: Jamison Cormac Pontosedal
Edad: 24 años
Altura: 1'80 cm (Forma huargen: ???)
Peso: 82 kg (Forma huargen: ???)
Lugar de nacimiento: Puerto Quilla (Gilneas)
 

Misterioso incluso para el resto de la familia Pontosedal, a Cormac le encantaba pasar el tiempo invocando ilusiones oníricas o criaturas imaginarias encerrado en su estudio. Versado en las leyes de las energías arcanas, buscaba los conocimientos que transforman la realidad mas hallá de los límites de este reino físico y mundano. Su obsesión y su aislamiento voluntario degradó poco a poco la relación que tenía con el exterior y con el tiempo empezó a ser visto como un tipo nervioso y “raro” para sus padres y los demás vecinos de Puerto Quilla.


Su padre, frustrado porque el joven no siguiera el camino familiar de labor y trabajo duro, pidió ayuda a “Dama” Catherina, una respetada arcanista dentro de los círculos de hechiceros del reino. El joven estudió su don durante su juventud bajo la tutela de la magíster, y a pesar de que Cormac asistía a la lección dejando un rastro de alcohol en el aire, era un estudiante aplicado y con cierta sensibilidad para su campo. Por desgracia, sus enseñanzas se vieron truncadas por la guerra civil, y más tarde, por la Purga. A mitad de la crisis, mientras la familia Pontosedal aguantaba desde su hacienda con las ventanas y las puertas tapiadas, la maldición se coló dentro de la casa de la familia con rostro familiar. Cormac fue mordido por una de las personas en las que mas confiaba, su sirvienta Olivia. Después de que su maestra Catherina acabara con la sirvienta y advirtiera el rastro de la maldición en él, lo encerró en el sótano de la casa con candado, donde el joven tuvo que sobrevivir a solas en la oscuridad hasta su dolorosa transformación.


Lo único que Cormac recuerda después es despertar en un campamento de recuperación abarrotado de supervivientes, con el sabor fuerte del brebaje en sus fauces bestiales. Ahora, repudiado por su familia, malvive en el gueto, intentando aprender de los pocos libros maltrechos que intenta recuperar de las ruinas de Gilneas mientras combate su bestia interna.



Historia: Monstruos en casa
(Música ambiental)


 

Desde la casa de los Pontosedal se podía escuchar el romper del oleaje desde el interior, después de todo, siempre han sido una familia arraigada al mar y nunca se han alejado demasiado de Puerto Quilla. Los anzuelos y el aparejo de pesca todavía adornaban los humildes muelles de la pequeña hacienda, cada vez más oxidados. La humedad había levantado la madera y descubierto la pintura, revelando tiempos mejores. El aire estaba intranquilo, después de todo eran tiempos en los que la maldición obligaba a los gilneanos a atrancar sus casas.

El interior del hogar, aunque tenía mobiliario antiguo, mostraba un calor familiar recogido por los fuegos de la chimenea del salón. A esas horas de la mañana, con el frio de la costa, invitaba a acercarse y a calentarse, pero Neamhain, el señor de la casa, no habría conseguido la vida acomodada de la que gozaba su familia si fuera dado a gandulear, y ya estaba dispuesto y ataviado para trabajar en los muelles. El último día de faena, antes de refugiarse en la capital. El hombre era de mediana edad, más joven de lo que aparentaba su mirada severa y su cabellera pelirroja llena de canas. Una barba dura curtida tras años de barco le caía por la cara, de piel arrugada por la sal marina. Se dejaba arreglar su abrigo de forma casi dócil por su esposa, Colleen, una dama gilneana donde las halla. Aunque hubiera nacido de origen humilde, tenía cierto porte aristocrático. Intentaba vestir con buenas ropas, elegantes y vaporosas, todo moda de la región, y adornaba su melena negra como el tizón con un sencillo recogido, pero a pesar de toda su majestuosidad no ocultaba las marcas de trabajo en sus manos.


-Volveré cuando les haya pagado a todos. ¿Ha dejado Olivia todo listo? -Preguntaba Neamhain a su esposa.- En cuanto vuelva, saldremos corriendo hacia la capital. No tenemos tiempo que perder con la que se está armando.

-Calma, está todo listo. Olivia estaba más aletargada que de costumbre, pero la he espabilado rápido. -Contestó su esposa intentando forzar un tono tranquilizador con su voz quebrada.- ¿… Es necesario que lo hagas? Esas… monstruosidades corren por las praderas. Tus chicos entenderán que es una cuestión de vida o muerte. Los caminos no son seguros ahora, Neam.

-Colly, esa gente necesitará su sueldo. En la ciudad necesitarán comida y alojamiento. Esas cosas no salen gratis, y menos ahora cuando habrá gente que se quiera aprovechar. -Neamhain soltó un suspiro, intentando deshacerse de los nervios.- … Mira, cuando lleguemos a la capital me encargaré de todo. Somos gilneanos. Hemos resistido esto y más.


Colleen se sobrecogió el pecho, apretando la mano de su esposo con fuerza.


-No sé si deberíamos dejar la casa… -Dijo dubitativa Collen.- ¿Y si la asaltan?

-Volveremos a construirla, como ya hicimos cuando nos asentamos aquí. -Respondió Neamhain.- … El único problema que me tengo es…


En ese momento, Neamhain detuvo sus palabras con el ceño fruncido, echando una larga mirada defraudada a la escalera.


-No puedes ser tan severo con él. -Le reprochaba Colleen a su marido, con una sonrisa maternal.- … Después de todo es solo curiosidad lo que siente. Ya sabes que siempre ha sido un poco... especial.

-Precisamente, con todo lo que está pasando ahí fuera… - las manos de Neamhain temblaban bajo los guantes de lana.- No puedo permitir que nos separemos. Ya es mayorcito, pero todavía es joven para ser ingenuo y descuidado. Tienes que quitarle todos esos pájaros de la cabeza. A mi ya no me escucha siquiera.

-Creo que pones muy poca confianza en nuestro hijo, sabrá lo que le conviene. Además… la Dama Catherina está ahora con él. Seguro que logra convencerle.

-Esa hechicera… -dijo Neamhain casi maldiciendo.- Seguro que es ella quién le está provocando la costumbre de emborracharse. Justo en este momento...

-¡Neamhain! -exclamó Colleen con el ceño fruncido.

-Oh, por favor. Le he pillado un montón de botellas vacías debajo de su alcoba. Las tenía tan escondidas que ni Olivia las ha limpiado. Seguro que es esa maga. Las mujeres como ella de humor distendido no saben de disciplina. Además, se pasea por ahí con ese “modelito” exagerado, con la que está cayendo ahí fuera. No tiene decencia.


De repente, Colleen golpeó a su marido en el brazo con su mano menuda, con la intención de advertirle más que hacerle daño.


-Es una buena maestra, y una excelente arcana… -contestó la mujer más tranquila.-Y no es tonta. ¡No hables así de ella!… Podría escucharnos.

-Todo esto es por tu madre y su condenada herencia…


El crujido de unos tacones impactando sobre la madera quebradiza de la escalera irrumpieron descaradamente la intimidad del salón. Una mujer esbelta y adornada con pomposas plumas negras y ornamentos de plata bajaba con elegancia escalón a escalón desde el piso superior, moviendo su maletín de cuero oscuro de un lado a otro. Iba acompañada de un muchacho con el rostro lleno de pecas, gafas y una barba naranja, que agachaba la cabeza con frustración.


-Hemos acabado por hoy, señores Pontosedal… -dijo la mujer de negro, después de carraspear con sarcasmo.- Me temo que la lección de hoy ha sido más corta de lo habitual, pero bueno… Dadas las circunstancias… Ya me entienden.

-¡Papá! -exclamó el joven al señor Pontosedal.

-No se preocupe, Dama Catherina. -intervino rápidamente Colleen.- Lo entendemos perfectamente. Que la Luz nos ampare, que tiempos corren…

-¡Padre! -Volvió a repetir el muchacho, más insistente. El rostro le sudaba y le temblaba la comisura de los labios de preocupación.- ¡Tenemos que irnos de aquí! ¡Podemos volver a Gilneas cuando todo…!

-¡No quiero oir nada más sobre ese tema, Cormac! -Gruñó Neamhain haciendo un gesto seco para separarse de su esposa. La mirada se le salía de las cuencas de furia.- Huir de Gilneas sería un acto de insurrección y deslealtad hacia el rey. No pienso que nadie por muy hijo mio que sea arruine nuestro futuro.

-¡Yo no-...!


Al joven Cormac le fue imposible buscar las palabras para hacer razonar a su padre en ese momento de tensión, y tan solo tenía ganas de insultar su testarudez. Cuando Neamhain hinchó el pecho esperando su réplica, el muchacho hizo acopio de voluntad para apretar sus labios uno contra el otro, aguantando su rabia.


-Si me disculpáis… -Terminó por decir Cormac, con gesto enfadado en su rostro. Sin decir nada más, se fue del salón a paso ligero.

-… ¿Ha hablado con él? -preguntó Neamhain a la Dama Catherina.- No parece haber escuchado nada que le gustara.

-Reconozco que el chico tiene alma de aventurero, pero no puedo ayudarle en su empresa. Es demasiado peligroso.

-Nuestro hijo no es un traidor… -dijo Colleen con un tono de precaución.- Es… es...

Una sonrisa confidente salió de los labios de la Dama Catherina.

-Lo sé, yo he sido joven como él, con ansia de conocimiento. También he querido explorar mundo, aprender de los maestros dalarani… Pero fuera de Gilneas hay todo tipo de peligros; orcos, no-muertos… Libran constantes guerras los unos con los otros. Es una locura.

-¡Santísima Luz! -exclamó Colleen.

-Se lo he dicho. El exterior es peligroso. ¡Tenemos que irnos cuanto antes a la capital! -Dijo Heamhain, poniendo el grito en el cielo.


Mientras, Cormac cruzaba el pasillo de la casa desatándose el nudo de su corbata, agobiado y con la respiración entrecortada. Rápidamente echó mano del bolsillo oculto de su chaqueta, sacando una pequeña petaca de madera tratada. La agitó brevemente comprobando que estaba casi agotada y exprimió con ansia las dos últimas gotas de whisky que quedaban en el poso, pero no era suficiente. Sin dejar de sudar, corrió hacia las cocinas, donde allí encontró a la sirvienta, Olivia. Cuantos recuerdos habían compartido él y Cormac. Prácticamente se habían criado juntos, aunque Olivia le superase en media década. Confidente y amiga, ella era la guardiana de sus intimidades y secretos.

La sirvienta estaba de espaldas, con un recogido castaño cayendo sobre un uniforme de aspecto decadente. Parecía concentrada en el horno de leña, extrañamente a varios pasos de distancia, pero no había nada encendido que vigilar ni fuego con el que calentarse. Salió rápidamente de su trace al escuchar a Cormac abriendo la puerta con mal humor.

-¡C-Cormac! ¡Imbecil! -Exclamó Olivia, cubriéndose el brazo izquierdo en un acto-reflejo. Siempre se había permitido esos excesos de confianza con el joven de la casa.- ¡Me has asustado! ¿Se puede saber que demonios te pasa?

-L-lo siento, Olivia. -Intentó justificarse Cormac manoseándose las sienes.- He vuelto a discutir con mi padre, y y-yo…


Olivia resopló acercándose a Cormac. Parecía cansada e incomodada, como si estuviera aguantando un terrible dolor de espalda. Nada raro, después de todo hacia su labor con vocación.


-Otra vez sobre lo mismo, ¿verdad? No vas a hacer cambiar de parecer a tu padre. -Continuó la sirvienta.- Es un perro viejo cabezota.

-Ahora me está haciendo dudar a mi...- Reconoció Cormac cabizbajo.

-Mira, lo mejor que puedes hacer es estar con tus padres, a pesar de las diferencias. Lo peor que puede pasar es que os separéis por estas riñas. He salido a la calle y la gente está con horcas y antorchas, buscando a esas bestias… Está nerviosa y con motivo.


Cormac asintió en silencio, pero pareció saberle a poco ese consejo, impotente ante una situación así. Olivia torció el labio, y se acercó al joven para consolarle sosteniendo su mano temblorosa.
 


-Tienes que cambiar esos nervios. Ya sé lo que haré… Tengo un poco más de priva en alijo escondida. Te mantendrá a tono allí. -Siguió diciendo Olivia guiñándole el ojo, bajando la voz para crear un mejor ambiente de intimidad.- … Y cuando vayamos a la capital, evita las “miraditas” largas y los problemas. Tu familia insiste en quedarse, y tu deber es estar con ellos.

-Me estás asustando… -Dijo Cormac.- La situación no está tan mal ahí fuera, ¿verdad? Los soldados de la ciudad mantendrán el orden.


Olivia se quedó mirando a Cormac, como si este fuera un corderito recién nacido, puro y sin mancillar. Su cara era tan descarada que resultaba ofensiva.

-Oh… Dulce e inocente niño de verano… -Dijo Olivia en un tono burlón, haciéndole una caricia en la barba con su mano izquierda. En ese momento, Cormac advirtió una venda cubriendo una herida por debajo de su hombro, una herida que parecía seguir soltando sangre.

-¡Olivia, tu brazo! -Dijo sorprendido Cormac, intentando agarrar el brazo de Olivia. La sirvienta fue tan rápida que lo retiró antes de siquiera rozarlo. -… ¿Qué te ha pasado?

-O-otro mordisco de perro callejero. Nada que no cure un buen sanador en la capital. -Se excusó Olivia, perdiendo la vista en el infinito durante un segundo. Parecía estar ahogando un gemido de dolor constantemente, pero los disimulaba soltando una risa desvalida. -… Tengo que aprender a dejar de ser tan compasiva.

-Olivia, está la Dama Catherina… ¡Quizás ella puede ayudarte! -Volvió a exclamar Cormac.

-Me fio más del alcohol que de una maga… No te ofendas, pero tu profesora es siniestra… -Respondió Olivia en un tono agresivo y oscuro, con la intención de zanjar el asunto de una vez. Cada vez le costaba hablar más, como si un alguien le estuviera estrujando los pulmones con los puños.- S-solo… Vuelve en unos minutos, te rellenaré la petaca.

Cormac tenía la mosca detrás de la oreja, mirando a Olivia con intriga. Sabía que algo ocultaba, pero le costaba superar sus dudas. Después de todo, era Olivia. Siempre había tenido sus secretos, pero la excusa le resultó muy vaga en esta ocasión. Al joven se le empezó a pasar por la cabeza un montón de posibilidades funestas. Desconocía mucho la situación fuera de su casa, pero no ignoraba cómo se contraía la maldición de las bestias. Antes de que Cormac volviera a la carga con más preocupaciones, Olivia se marchó corriendo hacia la puerta de atrás con urgencia.

-¡V-volveré enseguida, tú quédate aquí y no te muevas! -Advirtió a Cormac con un tono más complaciente antes de huir con las llaves del almacén.- ¡...Te traeré tu bebida!


Cormac se quedó en el sitio, desangelado. Confiaba en Olivia, su amiga de toda la vida, pero la conocía demasiado bien para saber que estaba actuando raro. Para disimular, comprobó si sus padres y su institutriz seguían entretenidos conversando y esperó durante un par de minutos en las cocinas hasta que decidió seguirla.

Intentando ser lo más sigiloso posible se acercó a la compuerta del sótano. Por suerte para él, el fuerte viento le ayudaba a no ser escuchado. Para su sorpresa, al llegar se encontró la puerta cerrada desde dentro. Tiró con fuerzas, pero era inútil. Fuera lo que fuera que hubiera escondido, tendría que ver Olivia. ¿Sería alguno de sus perros callejeros, escondido? ¿O peor, la confirmación de sus peores miedos? Las preguntas empezaban a abrumar a Cormac.

Entonces, sus pensamientos se quebraron cuando escuchó a Olivia gritar de dolor, como si se estuviera sacando un filo ardiente de alguna extremidad. Aquel alarido contrajo las pupilas de Cormac e hizo que el sudor de su nuca se helara.

-¡¿Olivia?! ¡¿Quién anda ahí dentro?! -Exigió saber Cormac a la vez que zarandeaba la vieja puerta del cobertizo.

-¡C-orre! -Le advirtió una voz de dolor, pero esta ya no era la de Olivia, sino la de otro ser, con una voz endemoniada y gutural.

-¡¿Quién eres?! ¡Suelta a Olivia! -Sin pensárselo dos veces, Cormac hizo brotar de sus dedos unas chispas brillantes, energías arcanas que hicieron vibrar el ambiente. De un fogonazo violeta, desbarató la vieja cerradura del cobertizo.

-¡¿Cormac, qué estás haciendo?! -Decía su padre Neamhain asomando por el interior de la casa, delante de su esposa y la Dama Catherina. -¡Explica esta locura!

-¡Es Olivia, padre! ¡La están haciendo daño…!


Del interior del cobertizo volvió a salir otro grito, o más bien, un rugido mucho más animal y feral. Algo empalideció en el rostro de Dama Catherine.


-¡Cormac! -Exclamó la institutriz adelantándose.- ¡No bajes ahí abajo!


Pero Cormac hizo oídos sordos por salvar a su amiga, aventurándose dentro del sótano, bajando a trompicones la escalera. Había acumulado energías místicas en su mano solo por si acaso. Sus hechizos eran los de apenas un mago todavía advenedizo, pero lo contrarrestaba en coraje. Al bajar a la fría losa del suelo solo encontró a una criatura, enorme y peluda, con las ropas rasgadas de sirvienta.


El rostro de Cormac se quebró de terror. Su respiración comenzó a entrecortarse.

-O… ¿… O-oliv-?

No pudo acabar la frase antes de que esa criatura se abalanzara sobre Cormac con hambre voraz, hundiendo sus enormes fauces en el hombro del joven. Sintió como miles de pequeños puñales se clavaban en lo más profundo de su ser, provocando que ardiera desde el interior como si estuvieran desgarrando su alma en pedazos. Abrió los ojos mientras gritaba como nunca había gritado, teniendo alucinaciones de sangre y violencia.


Intentó apartarla, pero era demasiado grande y pesada. Los ojos de la bestia, inyectados en sangre, ya no tenían nada de Olivia. Había desaparecido. Sollozando, Cormac puso su brazo entre él y la bestia, lo único que le impedía al monstruo arrancarle la cara. Antes de darse por vencido, una explosión arcana que apareció de la nada hizo que la criatura saliera despedida. Sin que pudiera reaccionar, la bestia fue ejecutada por cuatro misiles arcanos, afilados y rápidos como flechas de ballesta.

Con la criatura muerta en el suelo, el joven se dio la vuelta arrastrándose hasta la salida, sangrando en abundancia por su herida. Ahí vio a Dama Catherina con las yemas de los dedos envueltas en centellas arcanas, decenas de luces desapareciendo poco a poco. Detrás de ella iban sus padres, asustados.


-¡Cormac! -Exclamó su madre con un grito encogido.

-No se acerque. -Dijo tajante Dama Catherina, poniendo su bastón de paseo entre ella y su hijo. - Está infectado por esa “cosa”. Deberían ser más cuidadosos con el servicio.

-¡¿Qué?! -La señora Colleen empezó a respirar de forma nerviosa, encogiendo las lágrimas. -¡No!… ¡¿Pero algo sabrá hacer, verdad, Catherina?!


El señor Neamhain se quedó observando a su hijo en silencio, fijado en el suelo como un clavo. Miraba a su hijo, o más bien ese mordisco en su hombro, como si estuviera mirando la herida de muerte de un cadáver hace tiempo podrido.


-¡Tiene que salvar a nuestro hijo! -Volvió a replicar Colleen en un llanto, de rodillas ante Dama Catherina.

-Lo siento… No hay cura. -Dijo Catherina con lástima.- Vayan a la capital, hay menos tiempo de lo que pensaban.

-Vamos, Colleen. Tenemos que irnos. -Dijo Neamhain de forma tajante a su mujer. - … Lo siento, Cormac.

-¡¿Qué?!… ¡Neamhain! -Eclamó Collen. -¡No podemos dejar a nuestro hijo-….!

-¡¿Padre…?! -Gritaba Cormac mientras se desangraba.

-Nuestro hijo está muerto. -Escupió Neamhain agarrando a su mujer de la muñeca.- ¡... Y lo estaremos todos nosotros si no nos marchamos ya!


La señora Collen intentó resistirse al forcejeo de su marido, pero Neamhain consiguió arrastrala fuera del sótano. Collen gritó y gritó, desesperada, y no pudo oir a Cormac pidiendo auxilio desde el interior. Cuando los gritos de sus padres ya se encontraban lejos, la única que se quedó con Cormac fue Catherina, quién le miraba con ojos fríos y serios.


-A-ayuda… -Consiguió decir el joven en sock.

La Dama Catherina suspiró, y tal como había bajado se dio media vuelta, con cierta prisa hasta la salida.

-Te ayudaré, Cormac. Cambio de planes… -Dijo la hechicera desde la puerta del cobertizo, dejando un vial rojo a los pies del primer escalón. -Con esto conseguirás cortar la hemorragia y aguantar.

-¿Aguantar…? -Cormac estaba exhausto en el suelo, con el rostro lleno de incertidumbre.- ¿… A qué?


Entonces, sin siquiera responder, Catherina hizo brotar de sus dedos un impulso arcano que hizo cerrar la puerta de un golpe, llenando de sombras el sótano.



_____________________________________________________________



Imagen del personaje (boceto original)

Cormac
itugUcQ.png
P8gNdoG.png


(Humano)
zp431J1.png

(Otros personajes: Dama Catherina)
xbytXpX.png

Editado por mimbrari
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