Saltar al contenido
Conéctate para seguir esto  
Beretta

Baal

Recommended Posts

BAAL
 

tZefH9n.jpg

GZU9bzj.png

FICHA DEL PERSONAJE

Nombre: ''Baal''
Raza: Humano gilneano
Edad: 42 años
Altura: 1 metro y 90 + centímetros
Peso: 95 kilos
Lugar de nacimiento: 
La espesura de los bosques de Gilneas
Ocupación: Brujo de la cosecha, Errante.

 

 

Un hombre de elevada estatura y de aspecto fiero, con tatuajes que asoman entre los pelajes y la ropa que cubren su piel. Siempre ataviado con una piel al hombro y el hacha al cinto, su aspecto le ha granjeado en más de una ocasión el apelativo de 'oso'. Lleva la melena recogida en una coleta, con hebras ya plateadas que descubren su edad y rompen la monotonía de su cabello de color parduzco. De expresión calmada pero facciones marcadas y cuadradas, su rostro refleja una tranquilidad interior y un carácter apacible, que rara vez se ve truncado por las circunstancias.Lleva siempre el ojo derecho tapado, ocultando la cicatriz que dejó la pérdida de su ojo.

Fiel defensor y seguidor de las antiguas tradiciones, aún sigue manteniendo ciertos vínculos con las gentes de los villorios, aunque sus experiencias lo han hecho más distante en el trato. Suele entonar canciones cuando camina por el bosque, y siente una cierta pasión especialmente por los poemas y tonadas que hablan tanto de la inmensidad del mundo como los misterios de la tierra. 

Editado por Beretta
  • Like 2

Compartir este post


Enlace al mensaje

''Cuando Baal crecía en el albo seno de su madre,

ya era el cielo tan lívido, tan sereno y tan grande,

tan joven y desnudo, tan raro y singular

como lo amó Baal cuando nació Baal.''

Coral del Gran Baal, por Bertolt Brecht, cancionero de Villaespejada

 

Nacido en el corazón de la inmensa espesura, hijo de las dos grandes Lunas, con el corazón de un oso el pecho y habilidoso tejedor de hechizos y mentiras, capaz de agriar la leche de toda una villa y tan vengativo que hacía morir a sus enemigos en sus propios sueños, sin ni siquiera dignarse a ofrecerles una muerte justa o digna.

Todo esto y mucho más era lo que se comentaba sobre Baal en cuchicheos, siempre en voz baja y alejados del gigantesco hombre. Por supuesto, lo cierto es que poco o nada era verdad de lo que es rumoreaba sobre el druida, al que conocían simplemente por el sobrenombre de Baal por su afición a entonar la conocida tonadilla. Su verdadero nombre hacía mucho que había dejado de ser pronunciado en voz alta, y sólo los más mayores recordaban ya como se había llamado. Todos estos  chismes eran por supuesto conocidos por él, que había dejado que crecieran y se propagaran a su alrededor. Esto era, a fin de cuentas, comprendía casi algo fundamental y parte de la tradición, y por supuesto era una buena forma de evitar más visitas de las deseadas. Como decían las gentes de la villa ‘más valía solo que mal acompañado’, y pese a que rara vez coincidía con ellos, encontraba ese dicho especialmente adecuado.

No siempre había sido así, claro. Hubo una época en que, como todo joven que se preciara, se rebeló en contra de lo establecido, lanzándose a la desobediencia y transgrediendo los límites de las tradiciones de su gente para adentrarse con brío  -y ganas de aventura - entre las gentes de las villas. Habituados a comerciar y tratar de tanto en tanto con estas gentes extrañas -pues aunque muchos en su ignorancia así lo pensaban, alimentarse y vestirse del musgo acababa siendo mal asunto- el muchacho no había tardado en hacer amigos entre ellos.

Mucho se hablaba aún de aquellos extraños encuentros que se habían producido a la luz de las lunas y las estrellas, entre chanzas y risas y con la música de un laúd de fondo. Maldo y Oksana, los dos hijos de los Valfort habían sido los que habían trazado un lazo más estrecho con él, fascinados en el fondo por lo mismo que impulsaba al joven muchacho. Las miradas y las palabras se habían tornado mucho más hostiles y agrias cuando la sospecha de que estas reuniones ocultaban actos mucho más indecorosos y blasfemos habían empezado a propagarse como la pólvora.

La chispa se encendió cuando descubrieron la marca en el hombro de la joven. Aún en carne viva porque no había pasado suficiente tiempo, una cuerda trenzada entorno a un árbol y bajo él un oso y el cuervo. Un símbolo de amistad y de buenos deseos, un símbolo familiar que pretendía significar una promesa, muy similar a aquellos que adornaban el cuerpo del joven, pero entendido como un terrible hechizo que iba a condenar a la muchacha a los ojos de la Iglesia.

Todo lo que había ocurrido después había quedado tan grabado en su memoria como sus tatuajes lo estaban en su piel. Estúpidos y jóvenes como eran habían decidido mantenerse en su rebeldía, escapándose y adentrándose en el bosque. No iba a ser difícil establecerse los tres, sabiendo como sabían ya del bosque y de sus secretos, y los druidas no harían preguntas mientras protegieran e hicieran lo que debía hacerse.

Cuando ahora pensaba en Oksana, algo provocaba que su cabello negruzco fuera lo primero que le viniera a la cabeza. Si cualquier otra persona hubiera tratado de recordarla, ese habría sido quizás uno de las últimas cosas que habría dicho, pues la muchacha tenía cualidades de sobra para ser recalcadas, y si hablara de ese cabello negro, rara vez lo haría con el mismo significado con el que Baal lo evocaba.

El cabello de Oksana se dejaba acariciar por sus dedos la noche en que todo había ocurrido. Una noche en la que muchas cosas deberían haber sido, pero ninguna fue. Era una fría, de viento tranquilo y neblina alzada. Su mano cogía con fuerza la de su hermano, que caminaba junto a ella con paso veloz, guiándose tras el druida que sentía el bosque frente a sí como un hogar acogedor que lo instaba a adentrarse cada vez más. La paz los envolvía y el olor a bosque impregnaba cada rincón, ofreciendo bocanadas frescas de aire a sus pulmones.

Los buscadores habían confundido sus siluetas y tratando de abatir al druida, enloquecidos por el fervor que los acuciaba a deshacerse de lo extraño, habían disparado sin miramientos. Dos gritos habían rasgado después la tranquilidad de la noche, como una sinfonía que cerraba la traca. Maldo había muerto en brazos de su hermana, con el pecho abierto a la fríaldad nocturna y la mirada perdida hacia las lunas, allá en el cielo.

El druida sujetaba con fuerza el costado de su cara, donde una de las astillas de uno de los disparos lo había desprovisto de su vista. Cuando los cazadores habían llegado hasta ellos todo se había tornado confuso, y el dolor mantenía ahí difuso el recuerdo. La mirada de rencor de ella, que acababa de perder a su preciado hermano por él. Los gritos de desprecio de ellos, que no apartaban sus armas mientras la sangre manchaba el suelo. Las voces que se alzaron entre el bosque, cuando su propia gente vino a socorrerlo, tratando de que no lo mataran por un error que ya se había cobrado su sangre y la vida de otro joven.

La vuelta a la espesura había sido tan abrupta como fría. Los meses pasaron, mientras Baal se recuperaba entre los suyos. Oksana se fue de la villa con su familia, tratando de dejar atrás la vergüenza de lo ocurrido y el amargo precio que les había costado, y su cabello negro desapareció con ella.

Sus manos aprendieron las artes más antiguas de los suyos, y poco a poco, recordando cuánto había aprendido de Maldo, aprendió a rasgar el laud y arrancar de él las notas que quería, recuperando las tonadillas que el muchacho y la joven le habían cantado en los claros. Los años habían pasado y, aunque su talante y su humor se habían agriado y la soledad cada vez era más tentadora, había aprendido a perdonar la ignorancia de las gentes. Era una debilidad que a menudo emponzoñaba el alma, pero no existía más remedio que el conocimiento.

Baal tomó asiento en un viejo tocón, observando en silencio un árbol de aspecto anciano cuyas raíces se extendían hacia su dirección como abrazando a su hijo caído bajo la mano del leñador. Cerca de la base, y medio oculto entre el musgo, aún se percibía la marca que habían dejado en su corteza, el árbol con el oso y el cuervo. Una marca cada vez más tenue por las inclemencias del tiempo, pero que aún permanecía como los recuerdos de aquellas noches.

Tras unos instantes de meditación, el hombre sacó el laúd, tocando algunas notas mientras lo afinaba antes de alzar su voz acompañando a una triste melodía que apenas ya nadie recordaba en la villa.

 

''Cuando Baal crecía en el albo seno de su madre,

ya era el cielo tan lívido, tan sereno y tan grande,

tan joven y desnudo, tan raro y singular

como lo amó Baal cuando nació Baal.

 

Y el cielo seguía siendo alegría y tristeza

aunque Baal durmiera feliz y no lo viera,

aunque ebrio Baal, violeta era de noche,

y aunque piadoso al alba, era de albaricoque.

 

Entre el bullir de pecadores vergonzosos

desnudo, Baal se revolcaba en paz,

y sólo y siempre el cielo poderoso

la desnudez cubría de Baal.

 

Es bueno todo vicio para algo

y también, dice Baal, quien lo practica.

Vicios son, ya se sabe, lo que se quiere.

Elegíos dos vicios, porque uno es demasiado.

 

No seáis vagos e indolentes

pues, por Dios, que no es fácil el gozar.

Hace falta experiencia y miembros fuertes:

la tripa puede a veces molestar.

 

Parpadea Baal a los orondos buitres

que en el cielo estrellado su cadáver esperan.

A veces se hace el muerto Baal. Desciende un buitre,

y en silencio Baal un buitre cena.

 

En el valle de lágrimas, bajo lúgubres astros,

chasqueando la lengua, pace campos Baal.

Canta y trota Baal, cuando los ha agotado,

por los bosques eternos yendo el sueño a buscar.

 

Cuando a Baal le atrae el oscuro seno,

¿qué es ya para Baal el mundo? Está saturado.

Y guarda tanto cielo Baal bajo los párpados

que incluso muerto tiene suficiente cielo.

 

Cuando Baal se pudría de la tierra en el oscuro seno,

ya era el cielo tan grande, tan lívido y sereno,

tan joven y desnudo, tan raro y singular

como lo amó Baal cuando vivía Baal.''

  • Like 2

Compartir este post


Enlace al mensaje
Conéctate para seguir esto  

×
×
  • Crear Nuevo...