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Beretta

Valera Lenz

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// En cuanto tenga un ratito la pongo bonica. 

 

Descripción:

 

Una mujer joven, de aspecto tranquilo y plácido que luce siempre su melena concienzudamente peinada y que cae con suavidad sobre sus hombros y su espalda.  Ataviada con ropajes humildes y un capote echado sobre los hombros para protegerse del hollín y la ceniza que desprenden los ingenios impulsados por vapor.

De complexión escuálida y estatura mediana, su presencia no destacaría entre el gentío. Su piel muestra un aspecto un tanto pálido, fruto de las enfermedades que la mantuvieron encamada durante su infancia, y parece aún más  blanquecina por el contraste con su melena, de color ébano.


 

Historia

 

Hija única de cierta familia adinerada de la noble capital de Gilneas, de joven sufrió de varias enfermedades y dolencias que la mantuvieron encamada y recluida en el hogar. Esto no fue sino un aliciente para que su padre dedicara gran parte de la fortuna familiar a  formarla en las más variopintas doctrinas. Libros de historia, ciencias naturales, tratados sobre la virtud y la fe y -sus favoritos- libros de literatura clásica y poesía a menudo yacían desperdigados alrededor de su mesa o su cama. Solía compartir sus inquietudes con algunos de sus sirvientes, especialmente con el secretario y contable de su padre, Abraham. Su padre consentía todas sus ansias de lectura y entretenimiento, y la tutelaba siempre que le era posible.

 

Con una pequeña fortuna creada gracias al mercado armamentístico que se movía entorno al ejército y al feudo de su señor, su vida orbitaba entorno a las altas esferas, consiguiendo de tanto en tanto establecer algunos pequeños tratos con las Grandes casas que veían en la familia Lenz un proveedor que iba creciendo en renombre y al que su propio señor avalaba.

 

Creció pues en un entorno tranquilo, y a medida que su cuerpo se libraba de sus dolencias fue poco a poco empezando a hacer sus primeras apariciones públicas, acompañando a sus padres a bailes y festejos. Siendo hija única, el interés de su familia sería casarla, tarde o temprano, con algún burgués adinerado o- si llegaba a ser posible- tratar de subir en el escalafón social gracias a conseguir un mejor pretendiente. Sin embargo, siendo este el menor de los intereses de la joven, su tiempo a menudo era desviado a seguir entreteniéndose entre libros y relatos, y empezando a interesarse cada vez más por las habilidades medicinales de las plantas y otros compuestos. Su situación enfermiza le había dado una perspectiva algo más amplia, y pese a que su sanación era en gran medida gracias a los miembros de la Iglesia que diligentemente se habían hecho cargo de ella en sus momentos más  críticos, había sentido el alivio de las hierbas y el bienestar que otorgaban ciertas sustancias, despertando un interés mucho más profundo en ella. A fin de cuentas, los siervos de la fe eran limitados en su alcance, pero las plantas podían cultivarse y recogerse, estableciendo una forma mucho más eficaz de extender un remedio.

 

Fue Abraham quien hizo de intermediario entre este deseo de la joven y su padre, que finalmente accedió a que la muchacha empezara sus estudios con un alquimista que pudiera enseñarle con precisión los misterios de la alquimia. Sahid era, no solo un alquimista experimentado, sino todo un erudito en el arte de transmitir conocimientos. No tardaron en hacer buenas migas, pese a que el tiempo de estudio del que disponía era limitado debido a los otros compromisos que le imponía su padre en compensanción.

 

Resuelta a aprender cuanto fuera posible, pasó todo el tiempo que pudo entre viales y matraces, destilando y cristalizando, envuelta una y otra vez en delicadas operaciones que poco a poco se le antojaban cada vez más sencillas y banales. Compartía lecciones con otro muchacho, un joven que Sahid había rescatado de las calles para que fuera su aprendiz. Soltero y en una edad ya avanzada, no se veía con paciencia o dedicación para formar una familia, y había visto en el joven un destello de inteligencia suficiente como para confiar en que seria capaz de aprender de él todo cuanto le transmitiera. Agradecido por este gesto, que el joven bien sabía lo habia liberado de una vida insignificante en los campos, se entregaba a las lecciones con avidez. Rob era su nombre, y aunque superaba en edad a la joven en más de cinco años pronto estableció con ella una relación entre iguales.

 

Los últimos años de la guerra lo cambiaron todo. Asesinado por la pugna entre las diferentes facciones su señor había caído, y su humilde distribución pronto se vió cada vez más relegada a un segundo plano, con la entrada en el mercado de otros grandes distribuidores de armas, que podían ofrecer mucho más por una suma inferior. Sin nadie que los avalara, el negocio de los Lenz amenazaba con dejarlos en la bancarrota en cualquier momento.

 

Val tenía apenas quince años cuando los rumores de que los hombres lobo se empezaban a internar en la urbe empezaron a circular. Ignorarlos fue un error. Una noche no particularmente cerrada sus padres abandonaron el hogar, dejando a una indispuesta Val tras de sí mientras se dirigían a una cena de compromiso. Jamás volvió a verlos con vida y apenas pudieron identificar sus cuerpos por las pertenencias que llevaban encima. Abraham, junto con otros sirvientes, abandonó el hogar familiar para establecerse con otra casa, pese a que visitaba a menudo a la joven para comprobar como se encontraba. La instaba, en esos días, a tratar de establecer un matrimonio antes de que su situación se tornara del todo insostenible, pero hacía tiempo que ese momento había pasado ya. Los ingresos apenas daban para mantener los impuestos, y la casa cada vez se encontraba más vacía. Sus tíos habían empezado con los trámites para vender sus posesiones y que la joven se trasladara con ellos, pero se resistía a abandonar la humilde mansión.

 

Rob se presentó en su casa, semanas tras la tragedia. Sahíd había sido llamado por la Hermandad Real de Alquimistas y él había permanecido en el laboratorio. Preocupado por el bienestar de la joven  y habiendo escuchado rumores de lo ocurrido había acudido en cuanto había podido. Le ofreció una salida que, aunque cobarde, le permitiría seguir siendo libre : Podía establecerse con él en la casa del laboratorio, tratar de abrirse camino en la Hermandad y valerse por sí misma, sin depender de sus tíos o de casarse. Aceptó sin pensarselo, recogiendo cuanto libro cabía en su talega antes de abandonar para siempre la mansión.

 

Continuó con sus estudios, ayudando eventualmente con algunas de las investigaciones que se desarrollaban entorno a la fisionomía de los hombres lobo, aprendiendo con curiosidad sobre sus anatomía y el funcionamiento de sus tejidos.

 

Rob y ella se amaron durante un corto tiempo, aunque Val siempre lo recordó después como algo duradero. Supo que lo había perdido cuando, tratando de realizar un estudio con un sujeto vivo, éste consiguió liberarse y atacar al hombre con saña antes de caer de un perdigonazo de los guardias que se presentaron con el revuelo. Lloró amargamente mientras la infección se extendía en él, incapaz de impedir que los guardias se lo llevaran. Ahora sería uno de ellos, y no podían permitir que se transformara allí.

 

No volvió a saber de él. De nuevo sola en el Laboratorio, no pasó mucho tiempo hasta que se anunció el descubrimiento de el brebaje. Vio con esperanza  la creación de la comunidad huargen, donde quizás encontraría de nuevo a Rob, allí entre las caras desconocidas de los que habían sido lobos, así que, como no podía ser de otra forma, no dudó en alistarse para ayudar en forma de colaboradora a los alquimistas de la Hermandad.

 

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