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Maw

Jeacob. Memorias de un Mensajero.

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“ La guerra llamó a mi puerta vistiendo una gabardina de color azul oscuro rematado con una camisa interior violeta. Se llamaba Albert, habia sido anteriormente notario y tras perder su trabajo acabó ejerciendo como reclutador local al servicio del regente de la ciudad de Garwich,  donde yo habia estado viviendo los ultimos 6 años junto a mi mujer y mi hija .


jeacobportrait222.pngPor aquel entonces odiaba a los rebeldes como cualquier hijo decente de Gilneas que se vio empujado a la contienda, a abandonar su vida, sustituir la pluma, azada o pala por un rifle y una espada y mas le valia llevar en sus labios un rezo a la luz para que pudiera ser uno de los afortunados en sobrevivir. Existia un gran sentimiento patriota recorriendonos las venas como un veneno y estábamos convencidos de luchar por nuestra tierra y nuestros hogares asi como nuestras familias, pero a decir verdad, no eramos dueños de nuestro destino llegando a un punto en que los colores se engrisecian, y al final, todo era por una cuestion de supervivencia. Una supervivencia que a veces era demasiado cruel."


El aliento se convertía en un denso vaho al salir de mis labios cortados. Me sabia la boca a sangre, y a pesar de las pocas medicinas que había estado tomando aun el escozor en la garganta persistía desde hacia ya dos semanas, esperaba que desapareciera  antes de que empeorara.

La mayoría de nosotros, soldados del reino al servicio de la corona,nos apiñábamos temblorosos  por las bajas temperaturas acentuadas por la humedad de las recientes lluvias que habían encharcado las calles casi hasta anegarlas, y alli donde la tierra había sido batida por los elementos se creaba una espesa capa de fango sucio que cubría el suelo. Desde la ventana salpicada por las gotas de roció; en el segundo piso de una casa que había sido abandonada por su legitima familia no haría mas de dos horas, pude ver la fila india de soldados rebeldes avanzando por la estrecha callejuela que daba frente a nuestro escondrijos. Los cinco primeros soldados incluyendo a su capitán torcieron la esquina  que daba a una pequeña plaza coloquialmente llamada el Plato Pobre. Alli solian juntarse antes de la guerra los vagabundos y sin techo en busca de la comida caliente que ofrecían los buenos samaritados de la iglesia de la Luz.  

Mi capitán nos dio la orden de apuntar con los rifles inmediatamente y disparar al centro de la fila. La primera andanada  destrozó  la mayoría de Rebeldes dejando sus cuerpos apoyados y tendidos en la pared gris, luego, una docena de soldados aliados emergieron de las casas a sus flancos envolviéndolos en una tenaza, tanto por vanguardia como por su retaguardia les cerramos el paso obligandoles a apiñarse. Recargue el rifle, tan rápido como mis entumecidos dedos decorados por alguna que otra ampolla me lo permitieron, y volví a disparar, notando el retroceso del arma sobre mi hombro tras apretar el duro gatillo metalico. Creo que di a un joven de no mas de 17 inviernos, tenia el pelo amarillo, pajizo. 


Era asi como teniamos que ver a los rebeldes, como enemigos. No había ya margen, y dudar era a veces la diferencia entre morir a vivir, apretar exactamente el gatillo en el momento preciso, pero…

Maldita sea, a ninguno de nosotros le gustaba matar. Y menos estar alli.

La escaramuza no duro mucho mas. Podia escuchar el seco sonido de otros tantos rifles escupir plomo no muy lejos de donde estabamos, y aun mas lejos, el rugido de los cañones realistas bombardear las cabezas de los Rebeldes que intentaban tomar el palacio real. La ciudad entera se habia convertido en un campo de batalla. Grandes columnas de humo negro ocasionadas por los incendios se alzaban hacia los cielos impregnando la atmosfera de una capa de ceniza y acre hedor a polvora. 


Mi grupo  empezó a moverse al atardecer. Recorrimos las callejuelas estrechas de la ciudad hacia las barriadas, buscando el lugar para tender la siguiente emboscada. Yo, iba delante, junto a los otros dos exploradores, Tim y Jerof. El primero era un joven muchacho entusiasmado por dar batalla, un entusiasmo que tras dos dias se habia desvanecido al sentir en la punta de la lengua el amargo sabor de la bilis y la guerra. Aquel chico se arrepentía de haber venido, como otros tantos del batallón. Ardía en deseos por volver a su anterior trabajo de escriba en el Castillo Del Sauce situado a varios kilometros de la ciudad, hacia el Este, donde aun quedaban varias plantaciones de rábanos y remolacha que no habian sido victimas de los incendios.

Jerof era el segundo al mando de la escuadra de exploradores,  mas mayor que yo. Era un viejo cazador  de 50 años astuto como un zorro. Aprendi muchos trucos de el  durante toda mi estancia como soldado. A mi no me era desconocido el arte de interpretar rastros, conocia el oficio, pero aquel anciano tenia demasiados ases bajo la manga.
Meses atrás  me había dedicado al correo militar tomando el papel de mensajero. Llevaba de un  lado a otro los informes de batalla y otra clase de documentos. Me mantenia lejos de los campos de batalla pero eso cambió cuando los Rebeldes del muro empezaron su invasión a la capital, los capitanes, Cringris, los nobles, enviaron a todo el que pudieron a la ciudad. 

Antes de la guerra, habia vivido cerca de las costas, al Oeste de Gilneas.  Mi padre era cartografo y gracias a su oficio habíamos amasamos una buena fortuna. Cristian, mi padre, habia tenido seis hijos, incluyéndome a mi el cual era el mas pequeño de todos y el único que mostró interes por su trabajo. Ahora, estaba muerto, junto a la mayoria de mis otros hermanos de los cuales no tenia ninguna noticia. Era triste ver como los lazos que antes me unian habian sido cercenados. Los desgraciados que acabaron con la vida de mi padre  fueron unos jovenes rebeldes del muro de no mas de 19 años que creian que la taberna donde se reunian algunos intelectuales era un buen objetivo para su causa. Cuatro desconocidos entraron armados con pistolas de chispa y cuchillos, asesinando a varios escritores, poetas y versados, entre ellos tambien hubieron burgueses y el hijo de una familia importante. La mayoría de lo agresores acabaron presos por la guardia y posteriormente ejecutados, pero  aquello solo fue el principio de la guerra civil.

Toda aquella vida, mi niñez, la adolescencia incluso mi propia boda  me parecía un sueño, como si otra persona la hubiese vivido y yo solo fuera un espectador. Pero aquellos recuerdos me servia para poder vivir el presente, a esperas de un futuro mejor. Aquella salida era Mheya, mi mujer y Agatha, mi hija. Mantuve la esperanza. Maldita sea si lo hice. Los habia dejado en un pueblo a salvo gracias a que pude mover unos cuantos hilos, y cobrandome algunos favores hechos a unos amigos de la familia, pero si algo había aprendido es que solo los ricos y los afortunados pueden huir de la guerra.


Tras la batalla y la caminata encontramos un lugar idoneo para descansar nuestros cuerpos fatigados. La noche caía y el frio era opresor a esas horas pero soliamos apañarnoslas encendiendo un fuego el cual nos aliviara, apiñandonos los unos con los otros en el interior de  una vieja herrería. Cubríamos nuestros cuerpos con mantas de cuero sucias y embarradas para conservar el calor y alli aguardamos al dia siguiente o a las proximas ordenes de nuestros superiores. De los 50 que eramos, una docena montaban guardia, el resto buscábamos  consuelo en los trozos de pan duro y insípida cecina que teníamos por comida. Aquellos momentos eran los que mejor recuerdo y mas aprecio a su manera, la camaraderia. Jerof daba consejos y lecciones al resto de soldados compartiendo sus vivencias. Muchas veces hablabamos de los viejos tiempos, y recordábamos entre risas y añoranza los festejos de las cosechas o las buenas temporadas de caza.

Aquel mismo dia tras mi septima refriega, cuando estaba a punto de dormirme el capitan Esclen me dio un puntapie, haciendome un gesto para que le acompañara. Avanzamos por la herrería cruzandola de lado a lado sorteando al resto de soldados dormidos hasta salir al exterior. Una vez fuera, me puso la mano sobre el hombro y me tendió una carta. 

- Lleva esto al siguiente puesto, al Este, busca la compañia del capitan Remias y daselo. Es importante.-
- ¿ Que es?- Pregunte extrañado frotandome las manos antes de coger la carta y ver que tenia el sello real.
- El fin de la guerra.- Me di cuenta tarde que el eco de los cañones habia parado de resonar. Aun los escuchaba dentro de mi cabeza.

Se equivocó, fue el fin de la batalla, pero no de la guerra. Llevé la misiva del alto al fuego al Capitan Remias que se escondia en una iglesia cuyas puertas estaban llenas de agujeros de bala, y como yo, otros tantos mensajeros de un bando como del otro recorrieron las calles de Gilneas, salieron de la ciudad y llevaron las cartas hasta donde pudieron. Muchos suspiraron aliviados, Cringris, habia ganado, los realistas nos alzabamos triunfantes pero no pudimos saborear la victoria. Habia algo peor ahi fuera que habia estado creciendo a nuestras espaldas. 

Todo quedo incomunicado. La tierra, herida por la guerra, estaba plagada de aquellas criaturas salidas de las pesadillas. Lobos que parecian hombres, o hombres que parecian lobos, daba lo mismo como se les definiera. Ante la situacion, los enemigos se volvieron amigos y viejos odios quedaron parcialmente enterrados frente a un enemigo comun que no conocia la piedad.  La oportunidad de poder ir a Olerid se me presento varios meses después cuando grupo de soldados habían recibido la orden de explorar los parajes Verdeantes que rodeaban el poblado. Me ofrecí  voluntario para acompañarlos a pesar de que sabia que aquello era casi un suicidio. Conocía aquella zona lo suficientemente bien como para guiar al grupo por sendas relativamente seguras, por desgracia, no lo fueron.

Fuimos emboscados, atrapados como un rebaño de ovejas, dispersados y cazados uno a uno. No se cuantos hombres se perdieron en la espesura ni se cuantos lograorn retirarse a tiempo, pero tenia claro que no iba a ir a ningun lado sin mi mujer y mi hija. Tras haberme cubierto de mugre hasta las cejas para ocultar mi olor, consegui ya caida la noche encontrar el poblado desolado. Las marcas de garras decoraban puertas, ventanas y paredes. Habia escuchado que numerosos poblados habian sido evacuados en las ultimas semanas. Quise creer que Olerid fue uno de los afortunados.

Entré en la habitación con la pistola por delante y mi Kukri. La casa estaba sumida en el  silencio. La ventana de la cocina estaba abierta de par en par y la suave brisa que entraba hacía que las cortinas hondearan como las olas del mar. Trague saliva, respire hondo solo para captar el inconfundible olor a sangre,  sangre y perro mojado. Me gire a tiempo, el suficiente como para poner los brazos por delante. Fue en el izquierdo, en al antebrazo, ahí clavó los colmillos. Le dispare a quemarropa deteniendo a la criatura en seco apartandola inmediatamente de un empujón. Apenas noté el dolor por la adrenalina.

- Le...Agatha ¡ Agatha  !. Mayha!- Un suave crujido de madera me obligo a girarme. La trampilla de madera del suelo, a un metro frente a la chimenea cedió hacia fuera y del escondrijo asomó el rostro sucio de Agatha. Me acerque a ella, casi arrastrandola para sacarla de alli y abrazarla. Por el contrario, mi mujer no estaba por ningun lado y empece a teorizar sobre su destino, pero la verdad, es que no tuve valor para comprobar mas de cerca el cadaver del Huargen.

Corríamos a toda prisa a través del bosque. Mantuve cogida por el brazo a Agatha quien intentaba seguir mi ritmo, pero su velocidad no fue suficiente para dejar atras a nuestros perseguidores ni tampoco lo era la mia. Me detuve en seco, me agache hasta ponerme a su altura. Tomé la mitad de mi medallon de bodas y se lo puse en el cuello a mi hija quien me miro con sus ojos verdes, humedecidos y llenos de lagrimas. Lo único, lo ultimo que le dije, fue " Corre ". Ojala no hubiesen sido mis ultimas palabras. Iba a cometer una locura, un suicidio aunque ya iban dos en aquel dia. No esperaba sobrevivir a aquello. Cargue la pistola, aquella maldita y ruin pistola. Me adentre en los bosques hacia el Oeste a paso ligero,  hacia donde si la memoria no me fallaba por los mapas, habia una granja cercana y un campo de cepos dentados lo suficientemente grandes como para atrapar a un oso que pusieron aposta para mantener alejadas a las criaturas. Lo peor de todo es que no tenia un plan concreto. Corri  hacia aquel punto atravesando el letal jardin de acero dentado prácticamente a ciegas. Un corredor fue la primera de las criaturas en darme alcance. Los mas rapidos se adelantaban para frenar a su presa y que el resto llegara para el festin. No fue el caso, me detuve en seco cuando escuche un chasquido metálico seguido de un lastimero gemido de dolor. Casi no tuve oportunidad de girarme encontrándome a escasos dos metros a la bestia arrastrándose por el suelo valiéndose de sus brazos como remos para darme alcance mientras arrastraba su pata mutilada y atrapada aun en el cepo. Aprete el gatillo de la pistola agujereandole el craneo. Segui mi camino, con el suficiente margen como para llegar a la granja. Pasé por delante de los campos abandonados y dejé atras el granero, frente a la entrada de la vivienda principal habia un tocon en cuya parte superior un hacha de leñador permanecía firmemente clavada. Me oculte en el interior de la casa. El interior estaba ensombrecido, las ventanas tapiadas con tablones puestos en distintos ángulos por cuyas juntas entraba la tenue luz de la luna, se podía ver las motas de polvo  cuando pasaban por delante del haz de luz. Me mantuve en silencio. Los escuchaba fuera, olfateando, siguiendo el olor de la sangre.

La casa se conformaba por una sala de estar humilde y pequeña conectada a un pasillo que llevaba a una cocina con puerta trasera. Antes de llegar a ella, pasé por la habitación de los dueños de aquel lugar que un permanecían alli, tumbados sobre la cama abrazados y muertos. Junto a una botella de Vodka había una taza vacia llena de unos petalos ya marchitos de una planta venenosa conocida como lengua de salamandra. 

No le dedique mas atencion a aquella escena, me prepare, dejé que me acorralaran y que pensaran que no había caído en la cuenta de la segunda entrada, asi que me arrodille frente a la puerta principal con el rifle apuntando hacia ella. Uno de ellos embistió contra la pesada puerta haciendola vibrar del golpe, las bisagras chirriaron, la madera empezó a crujir y descorcharse conforme las garras del monstruo rasgaban su superficie. Entonces escuche al segundo a mi espalda. Me quedé muy quieto dejando que se acercara. Caminaba a cuatro patas, con su torso casi rozando el suelo como haría cualquier depredador. Una gota de sudor me recorrió la frente, tomé una bocanada entrecortada de aire y me gire tan rapido como pude justamente en el momento en que la criatura saltaba sobre mi, apreté el gatillo del rifle al instante, la bala entro en su costado derecho, creo que le di en el costado pero aquel golpe no fue suficiente ni logré que su envite tartamudeara. 

Se me hecho encima enrabietado por el disparo logrando de alguna forma; dada la extraña posicion en la que nos encontrabamos, en ponerme la garra encima, por detrás de mi omóplato izquierdo arrastrando sus garras cual rastrillo rasgandome la piel como si fuese mero pergamino,al mismo tiempo logre desenvainar mi Kukri hundiendosela en la garganta y mientras gorgoteaba y se ahogaba, incruste el arma repetidas veces en su vientre solo para asegurarme que no se levantaba de nuevo. No supe lo que estaba haciendo, guiandome puramente por los nervios, la rabia y el miedo. Me incorpore a duras penas, con mis manos ensangrentadas y apestando a sudor y sangre. Sentía como la mordedura infecta me ocasionaba unos  latigazos de dolor que bajaban por toda mi espalda, mi brazo izquierdo se quedo unos instantes rigido he inmovil mientras notaba como los musculos casi se me partían como la porcelana. Salí al exterior unicamente armado con mis dos Kukris. No sabia si deseaba morir o vivir, pero tenia claro que iba a llevarme a aquel malnacido conmigo. 

¿ Que esperaba ganar con aquello?. La primera embestida que recibí por sorpresa casi me saca las tripas por la boca, caí al suelo rodando reaccionando por puro instinto cuando la criatura intentó lanzarse sobre mi. Su garra derecha se clavó en el suelo, yo gire hacia el lado contrario y volvi sobre el mismo camino con mi fiel cuchillo curvo, tracé un arco horizontal provocando un lacerante corte en el mismo brazo que había dejado expuesto. No tarde en arrepentirme de avivar mas su ira. Con su otra mano, me hundió las garras en el pectoral derecho ensartandome cual  gancho de  matadero, alzandome varios centimetros para luego estamparme la espalda contra el suelo, logró hacerlo una segunda y a la tercera. Me estaba reventando. Le propine en una de esas bajadas una patada en su entrepierna y con la otra tras que aflojara le empujé lo suficiente como para separarlo y darme tiempo a incorporarme. Evité un bravo zarpazo destinado a mi rostro dando varios pasos hacia atrás, poniendome justo a espaldas del tocon del arbol. Arremetí otro cuchillazo, el, puso su grueso antebrazo por delante para que no le cercenara el cuello. Me dio un revés con su antebrazo contrario que me hizo volar otros dos metros hacia atrás, rompiendome la nariz y desencajandome la mandibula. Caí justamente a escasos palmos del hacha cuya empuñadura tomé en el momento en que el huargen cargaba a cuatro patas contra mi.

Me senté en el sillón. Yo estaba destrozado, bebiendo de la botella de  Vodka de mi mano derecha mientras que con la izquierda acariciaba la cabeza seccionada del huargen que aun permanecía tallada en una feroz mueca a la cual no me atrevía  mirar. Sentia los espamos, la rigidez muscular, fiebre, las arcadas, el ardor de las heridas, la mitad eran ahogadas por el alchol y la adrenalina. Desenfunde la pistola, metí la ultima bala  en la recamara para ponerme el arma en la sien. Empecé a sentirme mareado, la vista se me nublaba. Mis ultimos pensamientos fueron dirigidos a Mheya. Mi mayor lamento, no queria aun aceptar que habia sido yo quien la habia asesinado, queria recordarla por sus cabellos de color castaño, su rostro delgado, sus cejas pobladas y el olor a madera tratada y pulida que tenia cuando venia de trabajar de la carpinteria y no la bestia en la que se habia convertido. 

Aprete el gatillo


Se encasquillo

 Mire el arma fijamente con un toque de incredulidad y sonrisa amarga. Tras aquello la solté y cai de frente echándome las manos a los costados sintiendo un atroz dolor como si una fuerza invisible me empezara a separar las costillas desde dentro de mi cuerpo  intentando salir a traves de mi piel y musculo, convirtiendome en un mero envoltorio el cual iba a ser destrozado. Fue lo ultimo que recordé, el dolor. Tras aquello, todo son imagenes borrosas, confusas sin orden aparente, sensaciones, olores y sabores que han quedado en mi memoria a fuego.

Y como si de un sueño me despertase, abri los ojos. Solo para enfrentarme a la misma realidad que creía que habia terminado. La guerra.

 

 

 

 

 

 

 

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Abrió la puerta tras haber estado forcejeando con la cerradura durante un rato. Las bisagras emitieron un quejido metálico bloqueandose repentinamente, teniéndole que darle un puntapié para que cediese. Jeacob entró en el humilde recibidor circular, de no mas de unos 5 metros cuadrados de ancho y 9 de largo. Los muebles estaban cubiertos por una película de polvo y el aire olía a rancio. En el centro de la habitación había una mesa acompañada por cuatro sillas de madera. Cerró la puerta y se sentó encendiendo algunas velas y un farolillo de aceite que iluminaron la estancia, luego, se puso a buscar entre el inmueble los pedazos perdidos de su anterior vida, abandonados alli hacia mas de ocho años.

" Ocho malditos años ". Pensó, mientras arrastraba la mesa hacia un lado y se arrodillaba en el suelo, encajando la punta del improvisado pincho en una abertura entre los tablones de madera y hacer palanca, destapando así un pequeño escondrijo que guardaba un cofre de madera, el cual sacó, poniéndolo encima de la mesa. Acercó una silla y se sentó en ella, apoyando los antebrazos y cogiendo el cofre con sus callosas manos, sus pulgares acariciaban las aperturas sin atreverse aun a abrirla, pues ahí dentro se hallaba algo que odiaba y maldecía.

Abrió la parte superior del cofre para quedarse mirando el colgante que le había regalado Lara el dia de su boda. Este simple objeto hecho de madera de pino gilneano tenia forma  circular, sobre su superficie delantera tenia dos runas que simbolizaban la unión y el amor dentro de la jerga de los brujos de la cosecha. Habia sido un regalo de bodas sencillo, pero no necesitó más unirse en matriomonio con ella. 

Tambien estaban sus dos Kurkris y una vieja ballesta de caza, y la pistola .

Aquella maldita pistola.

Fue lo primero que cogió, notando la rugosidad de la empuñadura de madera y el frió metal. Aun estaba cargada.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando llamaron a la puerta, levantándose para acudir frente a ella y entreabrirla, para toparse con el rostro castigado de un hombre que rondarían los 55 años, su cabello era blanco y aunque llevaba unas gafas redondas de lentes azuladas, Jeacob sabia que el color de sus ojos eran verdes. Le abrió la puerta dejandole pasar. 

Vestía una gabardina negra que resaltaba sus hombros y su figura esbelta. Bajo esta prenda escondía una espada larga, vieja y de color negro cuyo pomo tenia forma de cabeza de cuervo. Se giró para mirar fijamente a Jeacob.

Jeacob le abrazó, he Ishak se lo devolvió.


Habia mucho que contar tras la guerra y las purgas, y poco tiempo para ponerse al día. Como habia supuesto Jeacob, muchos de sus hermanos habían perecido o desaparecido en la guerra civil dejando en la incertidumbre el apellido de los Corvanus, siendo ellos dos contando  los últimos supervivientes de la familia al menos de momento. Ishak era el mayor de todos y por lo tanto el primogénito, pero aquellos detalles de quien había nacido primero ya no importaban mas allá de las viejas bromas que en su dia los hermanos se hacían entre ellos.  

Jeacob pegó un largo trago a gallo, de la buena cerveza de los parajes Surestes de Gilneas, aquel sabor olvidado fue una explosión en su boca compuesta por un amargo sabor a malta. 

- ¿Cuando ocurrio, Jeacob?- Señaló con un gesto de cabeza el bozal que portaba su hermano.

- Tras el alto al fuego. Habia dejado a Agatha y Lara en un poblado, lejos del conflicto. No salió bien.- Jeacob bajó la mirada hacia la pistola sobre la mesa. -Estoy aqui de paso, Ishak. Volvere pronto al hoyo.- Suspiró con pesadez, pero se atrevió a preguntar.- ¿ Como está ella?-

Ishak no respondió inmediatamente, tomando nuevamente otro trago a la cerveza antes de contestar- Tiene 16 años, Jeacob. Esta estudiando medicina. Con buenas notas, se parece a su madre.-

-Completamente-

-Si quieres puedo..-

-No.- Jeacob le interrumpio.- Prefiero que siga asi. Ya es suficiente saber que esta viva y esta contigo, Ishak.- Sonrió, intentando pasarse las manos por unas crines que no tenia, emitiendo un gruñido al notar el bozal. Aquello no pudo eclipsar la alegría que sentia pues se había librado de un enorme peso sobre sus hombros. 

Ishak le cogio del antebrazo a su hermano como consuelo. Jeacob asintió repetidas veces sin poder impedir algunas lagrimas, cogiendo con su mano libre el colgante de Lara dentro del cofre para entregárselo a su hermano.

- Dale esto al menos.-

 

 

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Memorias de un mensajero

" Era extraño como se acontecía todo.

Había esperado ocho años para tener alguna noticia de Agatha y al fin había conseguido algo, no necesitaba presentarme ante ella y crear un drama. Fue suficiente para mi con saber que estaba viva aunque ella creyera que yo estaba muerto. Lo prefería asi. Los años habían pasado y aquel era el problema. Ella, ya no era aquella niña que yo recordaba, ni yo la misma persona ni aquel padre que decidió convertirse en carnada por ella. Agatha se  había convertido en toda una mujer y no quería interponerme en su vida repentinamente saliendo de la nada. A veces no hacer nada era la mejor de las opciones y creo que acerté al menos en eso como padre. Sabia que Ishak la iba a cuidar bien asi que mi consciencia estaba tranquila. Yo iba a recorrer un camino muy distinto, alejado de la idílica vida con la que había estado soñando todo aquel tiempo. 

 

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Sentia la boca de la pistola en su sien. El tacto del metal era frio. Acciono con el pulgar el mecanismo.

Apretó el gatillo.

Un penetrante pitido cruzó sus orejas dejando el fantasmal eco del disparo impreso en su cabeza. El estallido resonó durante solo unos pocos segundos pero a él le pareció una eternidad. Sintió un agudo dolor entre su hombro y cuello, alli donde la bala había entrado en su carne.

Las cadenas tintinearon cuando agitó involuntariamente su cuerpo el cual respondió con un espasmo. 

Mascó un aire fétido, impregnado del olor de la orina y las heces. La boca le sabia a bilis y a sangre, y al inconfundible regustillo amargo que dejaba el brebaje. 

Pelo de Paja le estaba mirando tras los barrotes de la jaula, con unos ojos azules que omitían la belleza propia de alguien con esa pigmentación de iris, para sustituirla por la vacuidad natural de un cadáver.

Jeacob le devolvió la mirada. No tenia nada que decirle.

Se esfumó en un parpadeo, diluyéndose entre los mortecinos rayos de luz del atardecer que lograban atravesar los barrotes cubiertos por una costra de oxido y suciedad.

Alargó los brazos para intentar coger un cuenco de agua pero las cadenas se lo impidieron, obligandose a utilizar las piernas para atrapar el cuenco, acercarselo, ponerse de rodillas he inclinarse hacia delante para beber a lemetazos como un animal. No le importaron las risas de los soldados de fuera, quienes habian estado esperando aquello para reirse de el.

Habia tenido suficiente dias atras..

 


 

 

 

" Hacia ya casi tres meses desde que habíamos salido del Gueto apiñados dentro de jaulas con ruedas, transportados como mera mercancía entre aquellos barrotes grises, para ser inevitablemente arrojados de cabeza hacia lo que comúnmente los soldados de las mesnadas llamaban " La picadora de carne ".  

Habiamos huido del gueto, bajo las jugosas promesas de recibir brebaje todos los dias, comida, un techo, el calor de un fuego. Pero la realidad es que habíamos cambiado un apestoso agujero por algo mucho peor.


La guerra...

Aquella enorme bestia insaciable y hambrienta, vomitiva, asquerosa y despreciable. La odiabas, odiaba lo que significaba y odiabas las razones por las que te había atrapado entre sus garras. Se cebaba sin miramientos con todo aquel que se atrevía o tenia la mala fortuna de estar en su camino, lo mas terrorífico de ella siempre habia sido  que parecía tan inevitable como la peor de las tormentas. 


Walderwich era una pequeña villa situada en el frente Norte que servia como campamento base para las incursiones que se sucedían por todo el territorio. Aquel lugar tenia un penetrante olor a humedad, meado de caballo y cuando uno se acercaba al campamento huargen  cuyas tiendas de campaña crecían como enfermizas setas entorno a las hogueras; era golpeado por un fuerte olor a perro mojado. A pesar de todo ello casi era mejor que el gueto.

Volver a la vida militar me reconfortó,como si hubiese podido recuperar un pedazo de mi vida dejado atras, pero las sensaciones que viví aquellos dias eran confusas y totalmente opuestas unas a otras. 

Era extraño, cuanto menos. El miedo, la confusión, incertidumbre, te recorrían el cuerpo como un veneno dia tras dia, pero estas sensaciones solo eran una de las  muchas que uno sentía en aquel entorno. La mente se preparaba para saltar como un resorte por cualquier motivo, accionando el cuerpo guiado por una respuesta instintiva he involuntaria pero una vez interiorizabas aquella tensión interna, difícilmente podías deshacerte de ella, estando presente en todo momento, enraizada en tu cabeza, lista para activarse. Era un chasquido de dedos, un parpadeo. La mera idea de morir en cualquier momento aceleraba el pulso y hacia bullir el fangoso miedo que todos llevábamos dentro manteniendote en una tensión constante, no podías deshacerte de eso, uno nunca lograba olvidar los impulsos tallados en cada fibra de tu ser. Desde que habia estado alli, en Walderwich, me habia olvidado completamente de muchas cosas que en el pasado me habian mantenido cuerdo los últimos años, pero en aquellos momentos, todos esos recuerdos, se habian convertido en fantasmas, espectros de una vida pasada que parecia haber pertenecido a otra persona distinta a mi. Me di cuenta que, tras semanas, apenas habia pensado en Agatha, o le habia dedicado unas oraciones a mi mujer. Era lo que mas miedo me daba, olvidarlas.

En aquello se convirtió mi vida, una necesidad y tension constante, una lucha por la supervivencia. Y no comprendí nada de esto hasta que viajé a los bosques dentado.

Alli me enfrenté a otro tipo de demonios. 

Alli, me estuvo esperando Pelo de Paja.

Y volvi a escuchar el chasquido del mecanismo de la pistola en mi sien....


Y gracias a todo eso, pude recordarlas de nuevo, temeroso a olvidarlas y que desaparecieran. Convirtiendo su recuerdo en mi pequeño santuario personal, en los aciagos días que se avecinaban.

 

 

 

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