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Scythe

Seinda Blackbinder

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  • Nombre del Personaje
    Seinda Blackbinder
  • Raza
    Sin'dorei
  • Sexo
    Mujer
  • Edad
    93
  • Altura
    1,80
  • Peso
    77
  • Lugar de Nacimiento
    Bosque Canción Eterna
  • Ocupación
    Mercenaria

 

Historia

 

 

Apoyó los codos en la barandilla de madera barnizada y contempló el mar en calma. La brisa cargada de salitre le revolvió el pelo y calmó brevemente el calor de una noche de verano. Suspiró de forma apacible, y se permitió sonreír. ¿Qué más se podía pedir en momentos como aquel? Calma, algo que le ocurría en raros momentos y que había aprendido a apreciar, una bebida fuerte para acompañarla y el abrazo de las estrellas. Estiró una mano para asir el jarrón de arcilla lleno de ron que había dejado en un barril, con tan mala pata que el vaivén del barco y su torpeza la derribaron, tirándola por la borda.  ¡No!  Se asomó, y apunto estuvo de alertar a la tripulación y gritar hombre al agua, si no fuera porque ya no había nada que hacer. Lo habían perdido.  Mierda.  Renegó de los dioses grandes y minúsculos, la luz y la sombra, mientras chasqueaba la lengua y volvía a la postura relajada.  Podría ser peor.  Dijo un hombre corpulento, más alto que ella por una decena de centímetros, con la piel tan negra como la noche y los dientes tan blancos como la luna. Era humano, y llevaba el pelo de la cabeza rapado.

Seinda estaba a punto de responder cuando, achinando la vista, se fijó en dos estrellas muy raras. Para empezar, no tenían el característico brillo plateado de las demás estrellas, sino que eran de tono amarillento. Y, si eran estrellas, estaban muy abajo, casi tocando el mar. La cara de idiota que se le quedó a la elfa mientras las observaba – en parte inducida por los tragos que había ido dando al difunto ron – se esfumó enseguida cuando el sonido de un brutal impacto la hizo rechinar los dientes y la explosión de astillas de madera la obligó a agacharse, con tan mala pata que se cayó hacia el otro lado de la borde, quedando colgada cuando sus brazos se zarandearon en un esfuerzo por agarrarse a cualquier cosa.  ¡Tenías que decirlo!  Gritó en tono condenatorio a... bueno, a lo que quedaba de Andarú, que eran dos piernas destrozadas que sobresalían unos centímetros de la cubierta, amenazando con caer al mar con cada balanceo de la embarcación. El resto del cuerpo probablemente lo había pulverizado la bala de cañón.

 

Los gritos y el fuego de la explosión le trajeron recuerdos, puntiagudos como espinas, que se clavaron en sus retinas, imágenes nítidas de las que nunca conseguiría librarse del todo, en el mejor de los casos la asaltarían por las noches, durante el sueño. Vio otro fuego y escuchó otros gritos, los que habían tenido lugar en Quel'thalas cuando el ejército de muertos arrasó su ciudad. Para ese entonces su vida era diferente. Era soldado, una mujer bastante seria, que se preocupaba por su familia por encima de todo. Tenía un hermano, además de un compañero y una hija pequeña.

No estuvo con ellos cuando murieron. Tardó más de dos semanas en encontrar el cuerpo de su hija. Nunca encontró el de su amor, pero si a sus hermanos, padres... Luchó por defender la ciudad hasta que casi acabaron con ella, algunos dirían que tuvo suerte, ella no estaba del todo de acuerdo.

 

Haciendo fuerza con los brazos consiguió devolverse al interior de aquella bañera de madera. Con los dientes apretados, se obligó a apartar aquellas escenas de su memoria y volver al presente. Observó por la borda, buscando al barco enemigo. Mierda, probablemente habían estado siguiéndolos a oscuras y habían encendido algunos faroles justo antes de atacarles. Y cuando un barco dispara sus cañones a otro no lo hace de uno en uno. La cubierta del Rosa Marina ya tenía más agujeros que la dentadura de un vagabundo, y uno de los mástiles estaba amenazando con caerse, sin decidirse del todo a hacerlo. Más luces de aquellas aparecieron a no mucha distancia. La elfa echó a correr hacia el otro lado de la cubierta, pero tropezó por el camino, la rodilla izquierda le había vuelto a fallar. Cojeaba desde que se la habían roto en la guerra, y era un milagro que corriera sin tropezar una de cada tres veces.  Hijo de...  Sacudió el pie, cada vez con más fuerza.  … ¡puta!  Se levantó a medias, avanzando agachada. Los marineros ya estaban corriendo, los que no estaban abajo amorrándose a los cañones estaban por ahí despejando el suelo y echando mano a las armas. Daba igual, los tenían encima, si no los hacían picadillo a cañonazos, los matarían cuando abordaran. La ida había ido bien, sorprendentemente bien, lo que la hacía sospechar ahora de que los piratas les habían dejado llegar a puerto y cargar la bodega. A ella le pagaban por proteger el barco, y le pagaban un poco más que a otros porque sabía algo de magia y era competente en antiguo arte de matar cosas. La rosa marina era un barco mercante que hacía algunas rutas peligrosas, sabía donde se metía al aceptar aquel trabajo. Aún así era mejor que estar en casa, con tantas cosas recordándole todo aquello que había perdido.

 

— ¿A dónde vas? — La pregunta sonó a sus espaldas por encima del ruido que hacían los gritos. Miró por encima del hombro mientras ponía un pie en las escaleras que se hundían hacia dentro del barco. — A por mis armas. ¿Tu qué crees? — Gruñó y siguió bajando. Una bala de cañón destrozó uno de los escalones por los que acababa de bajar pocos segundos antes. Maldiciendo a su suerte sorteó como pudo a los que corrían hacia fuera y se internó en una cámara con varias literas. Tirado encima de la cama estaba su espadón. Al final iba a resultar que sí le habría ido bien tenerlo encima. No había tiempo para ponerse la armadura, así que que el sol la protegiera.

Salió justo a tiempo para encontrarse con el abordaje. Los piratas eran casi todos humanos, y para su suerte, tampoco vestían ninguna armadura más allá de trozos de cuero como protecciones. El primero al que se enfrentó casi choca contra ella de bruces cuando subía las escaleras. Fue más rápido que Seinda y le hizo un tajo en el brazo derecho antes de que se diera cuenta. Ella compensó su torpeza con la fuerza y la altura, y cuando el pirata se apartó hacia atrás, sonrió viendo su error. Si se hubiera quedado cerca no habría podido usar el espadón, pero al darle algo de espacio le permitió maniobrar. Blandió la pesada hoja contra el pirata, que interpuso una espada corta. No consiguió parar el golpe y el mandoble se hundió en su cuello, liberando un chorro de sangre cuando lo arrancó.

 

Ya estaba alerta y antes de que se le tirara encima otro pirata cargó hacia delante y empujó a uno de ellos por la borda. A punto estuvo de caer con él pero se agachó y se agarró a la barandilla. Los piratas les superaban en número, aún así los mercenarios contratados por La Rosa estaban dando bastante guerra. Estaban mejor organizados y menos borrachos. La mayoría al menos. Volvió a ponerse en pie con un gruñido de dolor por la rodilla y clavó el espadón en el estómago de un pirata. No era un arma hecha para pinchar, aquel pobre imbécil casi se le había echado encima de la espada. — ¿Ves a su capitán? — Le gritó a uno de los mercenarios que trabajaban con ella, justo antes de recibir un corte en la pierna. Se cayó sobre la rodilla buena y echó el cuerpo hacia atrás para evitar un golpe más mortal. El pirata que acababa de herirla no se esperaba que blandiera el espadón estando de rodillas, había subestimado su fuerza. Mejor para ella. — ¡Está luchando con Jamison, allí! — Siguió su dedo hasta una pelea bastante reñida. Era el único de los piratas que llevaba una armadura más o menos decente, y unos cuantos le rodeaban vigilándole las espaldas. Jamison era bueno con la espada ropera, un duelista nato, pero los piratas no jugaban limpio, y lo estaban acorralando. Bueno, ella tampoco jugaba limpio.

Se apoyó en el espadón, clavando la punta al suelo y se levantó. Ante la mirada de escepticismo de su compañero echó a correr hacia los piratas, un par se apartaron al verla correr con aquel mandoble hacia ellos, otro le salió al paso y consiguió clavarle una daga por encima de la clavícula, ella siguió adelante empujándolo con el hombro y cayó sobre encima del capitán pirata. Solo llegó a empujarlo, lo suficiente para que cayera de rodillas. Jamison no desaprovechó la oportunidad de matarlo ahí mismo. Aquello tuvo un efecto inmediato en la moral, tanto de los piratas como de los mercenarios...

. . .

Se estiró hacia atrás y alargó un brazo para alcanzar una copa de vino. Sin querer derramó otra, recibiendo una mirada airada por parte de la chica que repartía la bebida.  Perdón.  Se disculpó. Cuando bebía podía llegar a ser muy torpe. Se remojó la garganta y levantó la vista. Y eso fue más o menos todo. Tuvimos suerte aquella vez, si no nos hundieron fue porque querían la carga del barco. Murieron muchos, a los que sobrevivimos nos pagaron un extra. — Gruñó mostrando cierto desagrado por las palabras que acababa de pronunciar. — No valió la pena. — El elfo que estaba sentada ante ella, al otro lado de la mesa hizo una mueca. Tenía el pelo oscuro y llevaba una fina perilla. — Eso no contesta a mi pregunta. — Su frase interrumpió a Seinda dando un trago a su copa. La bajó y alzó una ceja. — ¿Qué habías preguntado? — Él frunció aún más el ceño. — ¿Por qué has vuelto? — Aquellas palabras cortaron más que muchas espadas. — Por Ildía. Me escribió una carta. ¿Cómo lleva el embarazo? — Aquel hombre era el padre de su difunto marido, el que había sido abuelo de su hija, cuando aún vivía. Su otra hija, Ildía, estaba embarazada, eso ponía la carta que había recibido hacía... ¿Cuanto, un mes? — Su hijo ya ha nacido. — La noticia la pilló por sorpresa. — Las cartas tardan en llegar... — Cuando la recibió había creído que todavía tenía unos cuantos meses por delante de embarazo, no pensó en cuanto tiempo hacía que le había escrito. — Mejor aún, quiero conocer a mi sobrino.

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