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Psique

Shànliáng, el Zurdo

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Descripción Física

Shànliáng es un pandaren que responde a los estándares de su raza, si le sumamos el intenso ejercicio físico al que se somete a los miembros del Shado Pan. De pelaje que difiere entre el negro y el blanco. De mirada fría, ojos pequeños y rasgados, enmarcados en las manchas negras que los rodean y resaltan. Su pelaje es denso y engrosa su cuerpo, cae lacio y lustroso.

 

Descripción Psíquica

A pesar de la primera impresión, su carácter no siempre acompasaba al helor de sus ojos. Es dado a la conversación, al disfrute de las pequeñas cosas, en especial a la tranquilidad y a las costumbres de su raza. Suele dedicar tiempo y espero a todo cuanto hace, como si formase parte de un rito que merece ser debidamente conmemorado. Aunque pacífico, no puede evitar ser competitivo, a veces hasta un punto poco recomendable. Constantemente se compara con sus iguales, aspirando a superarles en todo cuanto le es posible. Tiene un gran tesón, pero también, un pesado orgullo, que aunque lo viste de dignidad y honra, a veces le hace menospreciar las decisiones de otros e incluso cuestionarlas, volviendo aquello que le hace fuerte en su mayor debilidad.

 

Es imperfecto, a pesar de que sea algo que no reconocería, y es la suma de todos esos fallos que le hacen pandaren lo que le vuelca a alimentar su voraz orgullo, su mayor complejo. No tiene malas intenciones sin embargo, ni una sola pizca de malicia. Y sería capaz de sacrificar cuanto tiene por los suyos, por su orden. Y por Pandaria.

 

 

 

 

  • Edad
    23
  • Altura
    208 cm
  • Peso
    220 kg
  • Lugar de Nacimiento
    Aldea Sri-la, Bosque de Jade
  • Ocupación
    Acólito del Shado Pan

 


 

Capítulo I: La vela y el hozen

 

Shànliáng nació en la humilde aldea pesquera de Sri-la, al norte del Bosque de Jade. Su familia dedicaba su vida entera a la faena marítima, que era sustento para las familias tanto de Sri-la como de las aldeas colindantes. Bajo la adusta mirada de la estatua mogu que coronaba la cascada del acceso montañoso que llevaba al poblado, Shànliáng creció guiado por un gran tesón, que le auguraba un futuro prometedor en lo que fuera que se propusiera hacer. Era más fuerte que el resto de sus compañeros, pero también terco como los Yaks de las estepas del oeste. Con el tiempo, la labor aunque humilde y necesaria del pescador, se le quedaba corta para las aspiraciones fue madurando conforme crecía, hasta el día en el que los enviados del Shado Pan acudieron a su humilde aldea para descansar de su viaje, parada que aprovecharon para evaluar a los jóvenes y buscar en ellos el espíritu que el Shado Pan deseaba ver en sus nuevos acólitos. Impresionado por la presencia de estos, aún demasiado joven como para probar su valía en el patio del Shado Pan, corrió hacia su madre y con orgullo en el pecho le declaró que su aspiración sería la de convertirse en uno algún día.

 

Fue así como dejó atrás los juegos típicos de los niños de su edad y comenzó a entrenarse en cuerpo y alma. Todos los días, recorría el camino de acceso en empinada cuesta, para seguidamente deshacerlo. Trabajó sus brazos y sus piernas hasta que estos, se volvieron fuertes, incluyó en sus rutinas diarias prácticas tales como la meditación y el equilibrio, y aprovechó las horas entre redes y barcos para afinar su destreza y perfilar su eficiencia. Si hoy era capaz de empacar la pesca del día en una hora, ¡mañana lo haría en media, o incluso en menos! Y con esa energía que cada mañana recobraba, continuó su entrenamiento hasta el día en que se hizo recio, y se sintió preparado para la llegada de los enviados del Shado Pan, dispuesto a hacerles saber de su valía.

 

Pero en aquella ocasión, ninguna de las miradas experimentadas de los Shado Pan se posaron en él, y contempló con orgullo herido como otros acomodaban los sellos tallados en marfil en sus dedos, mientras él, desencajado, los veía marchar.

 

A partir de ese momento, Shànliáng se volcó enteramente en ayudar no solo a su familia, si no a cualquier miembro de su aldea, ofreciéndose a facilitarles desde las tareas más nimias a las más correosas, sin reproche, e imprimiendo en ellas toda la dedicación que era capaz de enarbolar, esperando que tal vez así, su laboriosidad llamase la atención de los monjes de cara a la siguiente convocatoria. Pero una vez más, ninguno se fijó en él.

 

Furioso por el desdén que creía ver en los monjes, se acercó a uno de ellos.

 

-¿Por qué?-Preguntó Shànliáng.-¿Por qué ellos sí y yo no? Soy el miembro más entregado de esta aldea, me entreno a diario y soy más que digno de tener al menos, la oportunidad de demostrar mi valía en el templo. ¿Por qué se me priva de tal cosa?

 

El Shado Pan, un curtido pandaren que respondía al nombre de Yu Enh, miró fijamente al muchacho que le reprochaba, examinándolo de cerca.

 

- Porque lo que te mueve no es otra cosa que el cumplir tus propias expectativas-le aseveró el shado pan-, Formar parte del Shado Pan no es un derecho, es un sacrificio para quien tenga el espíritu de tomar tal camino. -Y cuando quiso dar la conversación por zanjada, volteando de nuevo hacia el camino, Shànliáng se adelantó un firme paso, e insistió.

 

- Entonces, dejadme demostraros lo contrario. Una única vez, y si fallo, no insistiré nunca más. Por favor, es lo único que os pido. -Y dicho esto, se arrodilló en imploro sincero, ante lo cual, el Shado Pan suspiró largamente.

 

- Está bien.-Le dijo en un tono seco.-Te ofreceré la posibilidad de demostrar que me equivoco a través de una sencilla prueba. Si eres capaz de cumplirla adecuadamente, te entregaré un anillo.

 

Gratificado por la respuesta del monje, Shànliáng volvió a alzarse con una amplia sonrisa, y se puso en manos del Shado Pan. Una única prueba, sería fácil si le dedicaba la suficiente determinación, como en todo cuanto hacía.

 

Yu Enh le guió a través de un viejo sendero que conducía hacia un lateral de la cascada que la estatua del mogu vigilaba con ojos petreos, y una vez allí, le invitó a sentarse junto a la caída del agua, allá donde la tierra se humedecía por su proximidad. Shànliáng le miró con determinación y alegría al mismo tiempo, mientras el Shado Pan prendía una pequeña vela y cubría con su zarpa la llama de la agresión del agua que salpicaba a esa altura.

 

-Tu tarea es sencilla: mantén la llama de la vela prendida durante un día y una noche. Si soportas el cansancio y el hambre, y esta llega íntegra al atardecer del segundo día, te daré el anillo del tigre blanco.

 

Shànliáng le miró con cierto escepticismo, por lo sencillo que parecía aquella prueba, pero viendose incapaz de lanzarle reproche alguno, se dispuso a cumplir la tarea que se le encomendó, alzando la zarpa y tomando la vela, cobijándola de la agresividad de la cascada.

 

Lo que al principio era una tarea nimia se convirtió en toda una prueba de perseverancia. Las aguas de la cascada salpicaban incansablemente, más aún cuando una ráfaga de viento arremetía sobre ellas. Mantener la zarpa en vilo para resguardarla también conllevaba su propia ciencia, pues si pretendía resguardarla del todo, se quemaría, pero ceder al peso de mantener esa posición conllevaría el fracaso. En conclusión, la prueba resultó ser más difícil de lo que parecía en un inicio. Pero no era perseverancia lo que el faltaba, así que allí permaneció, aun cuando el hambre hacía rugir sus tripas o el cansancio amenazaba con convencerle de dejarlo.

Con la luz del siguiente día, llegaron los contratiempos.

 

Un pequeño Hozen que deambulaba por las ramas de un árbol cercano consideró divertido el tentar su temperamento con travesuras y bromas. Constantemente, le lanzaba ramitas, frutos, y todo cuando encontraba al alcance de la mano.

 

-¡¿Qué es lo que quieres?!-Le preguntó molesto Shànliáng, alzando la vista hacia las ramas del cerezo. El hozen sonrió ampliamente.

 

-Makaku estar en medio, makaku es comekaka. ¡Fuera, fuera! Sitio ser de mio, de miko, no de comekaka, ¡mio!

 

A Shànliáng no le era extraño el tratar con los hozen, pues en aquella zona había varias familias que vivían en los árboles. Era común que cuando se aburrían, bajasen hasta el poblado para molestar a los pescadores durante su faena. Y había aprendido que ignorarles solo servía para que insistieran, más y más, hasta que al final, la travesura se convertía en un problema de verdad. Los hozen solía querer algo a cambio de la tranquilidad, y se irían por donde han venido.

 

-No puedo irme.-Le explicó.-Tengo que evitar que la vela se apague.-Intentó razonarle con tono suave.

 

El hozen miró la pequeña vela que costenía en la zarpa, luego, la cascada, y divertido, miró al pandaren.

 

-Makaku ser tonto, agua jeringa llama. ¡Tú ser comekaka! ¡Tú irte!

 

-Si hay llama, me quedo.

 

-¡Makaku jeringar llama tonces!

 

El Hozen bajó a toda prisa del árbol y corrió hacia el pandaren, el cual se levantó de un salto. Mientras el hozen revoloteaba a su alrededor, brincando y corriendo intentando apagar la llama de un soplido, Shànliáng intentaba frustrarle sus intentos, deslizando los pies y volviéndose con soltura, por difícil que fuera el mantener la llama candente con tales aspamientos.

 

Cansado, Shànliáng le miró hecho una furia, con los pies casi al borde del precipicio.

 

-¡Ya basta! ¡No he venido para molestarte, pero tengo que cumplir este cometido! No te lo repetiré una segunda vez.

 

El hozen se tomó aquello como un reto, y volvió a intentarlo dando un tremendo brinco hacia él para quitársela de entre las manos. Shànliáng se echó a un lado, pero la sensación de triunfo se desvanecería rápidamente al ver como el hozen caía por el precipicio, agarrándose como pudo de un saliente mientras chillaba de terror. El pandaren miró desencajado cómo las manos del hozen peleaban por mantenerle ceñido a la roca, resbaladiza por el agua de la cascada. Entonces, soltó la vela, por mucho que lo lamentase, y se apresuró a ayudarle a subir de nuevo, alargando la mano hacia él.

 

El hozen se tumbó sobre la tierra como si el cielo quisiera tragárselo, y miró sorprendido al pandaren que había corrido a ayudarle.

 

-Makaku ser malo, makaku molestar a comekaka, pero no dejar que hiciera kraku. No ser comekaka, makaku bueno.

 

El pandaren no le respondió. Se aproximó a la vela que al caer sobre la tierra húmeda se había apagado, al igual que su posibilidad de entrar en el Shado Pan. Apenado, se dejó caer de rodillas, pero de nada servía discutir con el hozen. Era su naturaleza. Así que, afrontó su fracaso y volvió a sentarse junto a la cascada, esperando que llegase el atardecer.

 

El hozen insistió mucho en compensarle. Le trajo frutos, chatarra y bichos como disculpa, pero el pandaren estaba demasiado apenado con su suerte como para molestarse siquiera en responder.

 

El monje acudió con el crepúsculo al lugar, y miró al muchacho allí donde le había dejado, con la vela apagada en el regazo, derrotado.

 

Shànliáng le explicó lo que había sucedido, y le devolvió al Shado Pan la vela, inclinando la cabeza con pesar. El hozen contempló la escena desde la rama del cerezo, y sin más ocurrencias, le lanzó una rama al Shado Pan, quien le miró desde abajo.

 

-¡Comekaka deja en paz! ¡Makaku proteje vela! Ser miko quien jeringar. No tú.

 

-¿Te ha salvado este chico de la caída?-Le preguntó levantando la voz. El hozen asintió efusivamente, luego negó, y finalmente, dejó la cabeza inclinada hacia su hombro.

 

-Makaku salvar miko, así que miko protege vela. ¡Comekaka no tocar vela!-Y le lanzó otra ramita, demasiado cobarde como para enzarzarse contra él a una distancia menos segura.

 

Shànliáng mantuvo la cabeza agachada, aceptando el sermón del monje. Este, en lugar de deshacer el camino, le tendió la mano, con el anillo de marfil con el tigre blanco en él. El joven pandaren no entendió ese gesto, y desconcertado, se atrevió a preguntarle.

 

-Fallé la prueba, no soy digno de este obsequio.

 

-Eso es cierto, no conseguiste mantener la vela encendida, pero el fracaso es parte de la vida, muchacho. Debemos asumir nuestros errores. Renunciaste a tu futuro para salvar a quien lo necesitaba, renunciaste a tu mayor ambición. ¿No es eso acaso lo que se espera de un Shado Pan? Aún veo una niebla en tu interior, pero esta prueba no consistía en que aprendieras, si no en que te probases a tí mismo. Además, en mis planes no estaba este hozen.

 

Una nueva ramita golpeó el sombrero del Shado Pan, y este, no pudo sino reír. Shànliáng miró el anillo entre sus dedos, incrédulo, pero aceptando el saber del monje.

 

-Acude al templo del Shado Pan en la cima Kun Lai, dentro de dos meses. Y abrígate, el camino es inclemente, pero te recomiendo no llevar arma alguna, ni armadura.

 

-¿Por qué? ¿No acabas de decir que el camino es peligroso?

 

-Sí, pero una vez allí no las necesitarás. Prepárate bien pues deberás hacerlo solo.




 

Capítulo I: Las flores rojas

 

El ardor de la mano izquierda acaparaba sus pensamientos, como el llanto de una cría llamando a su madre. Había sido listo, o eso pensaba, al decidir meter la mano torpe en el brasero, y no la diestra. Tuvo que indagar profundo entre las brasas para dar con la última de las monedas, pues para su vergüenza, llegó el último tras atravesar el frío lago. A pesar de los yetis que tuvo que sortear en el paso montañoso, a pesar de las aguas frías que le habían obligado a desprenderse de la camisa que llevaba por no rendirse a la hipotermia, incluso a pesar del hambre y de la brutalidad de la prueba de las campanas -cuyas notas aún retumbarían en sus sueños durante mucho tiempo-, irónicamente, era ese escozor lo que le resultaba un martirio. El más nimio de todos. Ni siquiera el soplo del viento contra su apelmazado pelaje por el agua era comparable, allí, en el saliente. Shànliáng el fatigado, el exhausto, el muerto de frío y de hambre, miró con desinterés las pasarelas dispuestas sobre el vacío que se encontraban enfrente, pero su expresión cambió radicalmente cuando escuchó al maestro del Wu Kao ordenarles que se situasen al final de las mismas. Sus pies temblorosos comenzaron a caminar sobre la madera, hasta casi sentir el filo con los pies.

 

Si caía, no iba a sobrevivir.

 

geCxzxa.pngMientras el maestro hablaba, le dedicó una mirada fugaz a Tzu Sú, el pandaren que de los cuatro que habían participado en la prueba de las campanas con él, era el único que había sobrevivido. Uno cayó por la muerte silenciosa, otro, por la muerte que roba. De poco les sirvieron sus armas, pues cuando se precipitaron a tomarlas bajo el espacio de la campana de la Muerte que Salva, el tigre, la Muerte Silenciosa se precipitó contra ellos, acabando con la pandaren cuyo nombre se lamentaba en no recordar. El último murió poco antes de haberlo matado, cuando el veneno de la pitón del bambú hizo efecto. Ninguno la vio, nadie, y cuando la vieron brotar de entre sus ropas mojadas, pequeña y plácida, entendieron el por qué. Podían llegar a medir más de cuatro metros de longitud, pero en aquel caso, eligieron a una cría de apenas un palmo, cuyo veneno es aún más potente. Fue una muerte repentina, una cruel y desalmada. ¿Pero acaso no es así un ladrón? No tenía sentido cuestionar el carácter de las pruebas, ni las condiciones. Conforme las fue afrontando, Shànliáng entendió que no eran más que la representación de la crudeza, la que habita más allá del hogar, del Bosque de Jade. Más allá del Espinazo del Dragón.

 

Pero esta no parecía prueba alguna. Sino un suicidio.

 

Había llegado demasiado lejos como para morir ahora, y menos porque simplemente se lo ordenasen. Era digno de estar allí, al menos, hasta el último momento.

 

Mientras el maestro pronunciaba la cuenta atrás, Shànliáng solo tuvo un segundo para prestar atención a su alrededor. Arriba, en los tejados de tejas negras cubiertas parcialmente por la nieve, despuntaban las siluetas de unos dragones perfectamente tallados, con gruesas escamas, cada una, parecía haber sido confeccionada con esmero. No sabía sobre orfebrería como determinar si aquellos detalles eran legítimos o no.

 

Sólo que no estaban cubiertas de nieve.

 

Había sentido miedo, dolor, sufrimiento, desesperación y hambre, pero su orgullo era demasiado grande como para permitirle una pizca más de duda.

 

Así que, saltó cuando la cuenta atrás concluyó, puntual, como la partida de los barcos pesqueros de su hogar, el cual no había parado de añorar muy desde sus adentros.

 

La gravedad tiró de él, y el viento azotó su pelaje hasta que le fue imposible mantener los ojos abiertos por la intensidad de las corrientes, que mientras él caída, ellas ascendían, libres de toda carga. En aquellos breves momentos, Shànliáng reflexionó sobre lo vivido, sobre el mismo camino que le había llevado hasta ese lugar. Todo pasó rápido, pero más raudas fueron las garras que lo atenazaron por los antebrazos en el aire y se lo arrebataron a la gravedad.

 

Incrédulo, Shànliáng abrió los ojos para contemplar a aquel dragón ónice que lo guiaba de nuevo hacia arriba. Vio como aquellos que se habían arrojado valientemente hacia el precipicio, también fueron recogidos. Mas para aquellos que se permitieron unos instantes de duda no hubo tal suerte, y entre ellos, alcanzó a ver a Tsu Zú. Creyó que alargando la mano podría salvarle de las fauces del abismo, estaba tan cerca... sin embargo, el mismo dragón que le daba alas, hizo un quiebro para evitar a Tsu Zú, como si el pandaren no fuera más que una roca que caía desde gran altura intercediendo en su trayecto. Su rostro se tiñó de vacío y desolación cuando las nubes invernales censuraron el fatídico final del que se había ganado su lealtad y simpatía, al haber recibido en su lugar uno de los embates de la Muerte Silenciosa en su lugar. Juntos, le habían dado muerte, pero solo uno viviría para contarlo.

 

Sus pies se posaron con una delicadeza inusitada, pues a pesar de lo que pudiera parecer, aquellos seres tenían dominio absoluto sobre sus movimientos, fueran grandes o pequeños. Y con el mismo despliegue, regresó de nuevo al tejado del templo con el resto de dragones. Algunos ni si quieran habían alzado el vuelo. La inmensa mayoría en realidad.

 

Empezaron siendo tantos, y acabaron tan pocos.

 

Cinco se retiraron ante la advertencia de que para quienes fallaban una sola de las pruebas, les esperaba la muerte. Pocos se echaron atrás con la prueba de las Tres Campanas, si bien no sobrevivieron ni la mitad de los que entraron en aquellos habitáculos. Los que quedaban tras aquello eran firmes guerreros, o hábiles pandaren que habían evitado su muerte contra el tigre o la pitón. Pero ante aquel abismo, la promesa de que quienes no mostrasen duda al saltar no recibirían daño alguno sonaba irrisoria, y muchos cuestionaron internamente las palabras del maestro del Wu Kao, firmando su propia sentencia.

 

Estaban enteros los que quedaban, más o menos. Pero aquellos no eran los ojos que había visto ante las puertas del templo del Shado Pan. Ninguno era en ese momento como lo fue cuando emprendió el viaje. Shànliáng miró sus ojos pálidos en la superficie reflectante del acero del brasero, mientras se encaminaban ante la presencia del señor del Shado Pan, el gran Taran zhu, para que fuera el testigo máximo del juramento que les ataría a partir de entonces a una vida entregada, extenuante y sacrificada.


 

Capítulo II:  Hasta que el orgullo sangre

 

Durante semanas, vestido con las ropas holgadas de los acólitos del templo practicó, hasta que los peludos nudillos se desnudaron, hasta que la piel se volvió pellejo para tornarse herida, y de la herida, nació el callo. El frío se había hecho un compañero habitual cuando se acostumbró a que las estaciones pasaran desapercibidas en tan alta cumbre, salvo el invierno, que se hacía notar como las astillas entre los nudillos.

 

Mientras practicaba en el patio pedregoso con el resto de novicios, que adelantaban las palmas repitiendo incansablemente un mismo golpe al unísono, alzó la vista hacia quien los supervisaba, en lo alto de las escaleras. Intercambiaba unas palabras con otro bufanda roja mientras se internaban en el edificio. Cuando concluyó el entrenamiento, pidió audiencia con este, armado de orgullo, pero disciplinado como le habían enseñado a ser.

 

Shànliáng se inclinó con respeto ante su maestro, el cual le instó a que tomase asiento frente a él, al resguardo del frío y en compañía de una taza de té. Desde la ventana se podía contemplar la basta extensión montañosa que coronaba el templo en su cima, pero en medio de esta, un solitario árbol desnudo mecía sus ramas al viento. En ellas, empezaba a brotar las flores rojas, y no pudo sino reflexionar sobre ello. Ya habían pasado tres convocatorias, la cuarta ya era inminente, y seguía compartiendo los mismos entrenamientos que aquellos que acababan de llegar. El sentimiento de progreso era mínimo, esperando que aquellos que dictaban el ritmo del adiestramiento vieran en él una chispa, algo, algo que él sentía que tenía por encima de todos los demás, pero que sus maestros pasaron por alto.

 

El maestro no tenía prisa en romper el silencio, en calma, siguió el cauce de la mirada de su discípulo, hasta alcanzar a ver los capullos nacientes de las flores rojas.

 

-Quiero aprender.-Le dijo, directo, sin miedo. Cuando Lu Seng volvió su rostro para encarar al muchacho, vio la bruma en aquellos ojos azules.-Estoy listo para empezar.

 

-Ya estás aprendiendo.-Le dijo con absoluta calma, tomando la taza y llevándosela a los labios. La tranquilidad de su maestro le erizaba la pelambre, le despertaba desquicio.

 

-Llevo más de un ciclo practicando los mismos movimientos. Soy preciso, soy persistente, he superado cada reto que se me ha planteado. Pero sigo siendo un…

 

-Un acólito del Shado Pan, tu bufanda sigue siendo blanca. Aún tienes mucho que aprender.

 

-¿Qué puedo aprender en este patio que no se me haya enseñado ya?-Ante la muestra de orgullo que se le revelaba en su discípulo, el Shado Pan se incorporó y con un gesto de su mano, le indicó que se levantase. Shànliáng obedeció de inmediato.

 

-Enséñame la mano con la que combates.-Shànliáng se posicionó, ocultando la zurda tras la espalda como le habían enseñado y adelantando la diestra con la palma apuntando hacia arriba en vertical. El Shado Pan la miró con brevedad, prolongando otro silencio.-Ahora enseñame la determinación de un Shado Pan.

 

Shànliáng aguardó un instante inmóvil, enfrentando la mirada cargada de seguridad y veteranía de su maestro. Deshizo la postura, la recompuso cual reflejo de un espejo, y ahora quedaba adelantada la zurda. En la palma curtida, justo en el centro, se apreciaba la cicatriz que dejó la moneda del brasero: el rostro de un tigre rugiente, el emblema de los Shado Pan.

 

-Acompáñame.-Le dijo después, y se encaminó hacia la puerta que daba al patio, donde la siguiente ronda de acólitos comenzaba a entrenar. Rostros fuertes, redondos, cansados, incluso aniñados, de hombres y de mujeres. Grandes, fuertes, flacos, débiles. Shànliáng se recompuso, estirando la espalda, contemplando con soberbia el patio y a quienes lo moraban.-Míralos. Fíjate en sus movimientos, en la sincronización. Cuando uno deja de pensar, es cuando realmente fluye.-Se llevó las manos a la espalda y ahí las cruzó.- Debemos ser equilibrio, dejar en manos del instinto y la costumbre las pequeñas decisiones para que nuestra mente deba ocuparse tan sólo de las importantes. Es por eso que repetimos cada movimiento. Invitamos al cuerpo a que aprenda, a que fluya, mientras la mente es educadaba de acuerdo a los valores de la paciencia, la perseverancia. Y la humildad.

 

Invulnerable a la insinuación, Shànliáng continuó mirando el entrenamiento de los acólitos en silencio.

 

-Entre ellos, hubo potenciales guerreros, cazadores, que pudieron ser útiles para las fuerzas Ashigaru o que pudieron tener una vida plácida en las llanuras del Valle de los Cuatro Vientos como labradores o comerciantes. Pero están aquí. También entre ellos hay muchachos jóvenes, el que más, tiene apenas nueve años.-Nueve… Se dijo para sí, contemplando al pandaren más pequeño, de pelaje castaño moteado.-Y del primero al último, merecen estar ocupando su lugar en la fila, ni uno más ni uno menos. Todos superaron las pruebas de acceso, y todos juraron ante el señor de Shado Pan, convirtiéndose en acólitos. Ni más, ni menos. Tú sin embargo, fuiste pescador según me consta, hijo único de una acomodada familia en la aldea de Sri-la.-Shànliáng le miró entonces.- Así pues, discípulo mío, ¿qué te hace pensar que eres mejor que ellos?

 

-Mi destreza, mi eficacia, mi perseverancia. Soy mejor que el mejor de todos ellos.

 

-¡Ying, preséntate ante tu maestro!-Vociferó el pandaren desde lo alto de las escaleras. Los demás siquiera se detuvieron para curiosear, continuaron con su entrenamiento como si no ocurriese nada. La pandaren ascendió las escaleras hasta situarse frente a ellos y se inclinó con sumo respeto, juntando las palmas.

 

-Quiero ver cómo os desenvolvéis. Os batiréis en duelo a manos desnudas aquí y ahora. Quien consiga reducir a su rival y mantenerlo con la espalda pegada al suelo, superará esta prueba.

 

No hubo más indicaciones, ni qué significaba superar aquel reto improvisado. Seguro de su superioridad, se dispuso frente a su oponente, que son ojos de un ambar apagado le devolvieron la mirada. Pero el combate no duró mucho. Shànliáng se precipitó contra ella, dando el primer paso, como si tuviera prisa por terminar todo aquel circo, y cuando adelantó su diestra, la pandaren le inmovilizó el codo y fluyó como solo pueden las corrientes de aire. Antes de darse cuenta, un golpe sordo en su espalda le hizo tener constancia de que había dado contra el suelo, y la pandaren ahora se encontraba sometiéndolo a una llave que le hacía imposible el moverse, mucho menos incorporarse. Era más fuerte que él, más rápida, pero sobre todo, paciente.

No…

 

Shànliáng se debatió, intentando librarse de ella, pero no podía. Su maestro contempló con ojos fríos cómo el combate había concluido tan rápido como empezó y le indicó a su discípula que liberase al pandaren.

 

-¿Cuanto tiempo llevas aquí, Ying?

 

-Séis años, maestro.-Dijo con voz solemne.

 

-¿Y qué te hace mejor que el resto?

 

-Todos somos iguales, nuestras bufandas son blancas hasta el día en que merezcan ser bermellón.-El maestro complacido asintió y miró a Shànliáng, que tenía la mandíbula apretada y la barbilla baja presa de la vergüenza. La despidió con la diestra y la pandaren volvió a la formación.

 

-Enséñame la mano con la que combates.-Le recitó a su discípulo, sin endurecer un ápice el tono que sin embargo, cayó sobre él con el peso de una avalancha. Shànliáng adelantó la diestra, retomando aquella postura.-No.-Le dijo, y tras unos instantes de duda, mostró su otra mano, la zurda, la que prefirió sacrificar para coger la moneda por inseguridad.- A partir de hoy, la determinación de un Shado Pan y su fuerza serán representadas por esa mano. No volverás a emplear la diestra para tus ejercicios, deberás aprender por tí mismo cómo priorizar tu mano zurda. En la prueba de las monedas, elegiste tomarla con esa, confiando en que serías el más listo, o más bien, por miedo a perder capacidades con tu mano diestra y evidenciar que eres menos que los demás. Tu orgullo te hace débil, Shànliáng. Es por eso que a partir de hoy, aprenderás el significado de la humildad, y serás tan virtuoso como te permite el orgullo: serás el peor de todos ellos. El más débil, el más mediocre, y el más indefenso.

 

Shànliáng no sabía pelear con la zurda, era cierto, pero, ¿humildad? El pandaren miró a su maestro con un cierto reproche, con el orgullo herido. Ahora, no solo iba a detener en seco su progreso, sino que debería empezar el camino desde cero. Y lo haría solo. Shànliáng apretó los puños y miró hacia la formación de los acólitos.

 

-El orgullo es bueno, hasta que deja de serlo, Shànliáng. Pero no es algo que yo pueda trasmitirte con palabras, debes de entenderlo por ti mismo. Del mismo modo que algún día, descubrirás que nuestras pasiones pueden ser nuestros peores enemigos. Tu prueba de humildad acaba de empezar, y si de verdad tienes interés en superarla, harás lo que te digo, incluso cuando no te esté vigilando.-Shànliáng no respondió. - Esto no es un castigo, es un entrenamiento. ¿Ha quedado claro?-Endureció la voz, le obligó a mirarle. Y en sus ojos vio la misma bruma que apreció el enviado del Shado Pan cuando se disputaba el derecho de portal el anillo de marfil.

 

-Sí, maestro.-Le respondió apresuradamente.

 

-Vuelve a la fila.-Su entrenamiento ya había concluido, pero optó por no añadir más reproches. Descendió las escaleras, cansado y mermado por el día de ejercicio intenso, y se posicionó.

 

Adelantó la zurda, y comenzó.

Editado por Psique
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