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Akoni, Hija de Khulga - Grito de la Bestia.

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Akoni, Hija de Khulga

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  • Nombre: Akoni, hija de Khulga.
  • Raza: Orco
  • Sexo: Mujer
  • Edad: 12 años (Nacida en el año 20 D.d.P.)
  • Altura: 1,94m
  • Peso: 101 Kg
  • Lugar de Nacimiento: Montañas del sur de Los Humedales
  • Ocupación: Guerrera del Clan Faucedraco
  • Historia completa.

 

 

  • Mísivas:

 

 

Descripción física:

 

La orco conocida como Akoni es una luchadora joven, que apenas roza el alcanzar la madurez física de su raza. Pese a esto, se alza prácticamente a los dos metros de altura, con fuertes brazos y piernas que acaban en manos callosas de afiladas garras, endurecidas tras años de haber sido usadas tanto para pelear como para escalar. Como miembro del Clan Faucedraco, su físico es más ligero que el de otros orcos, con una complexión fibrosa adaptada para las escaladas, las largas caminatas y el moverse por terreno difícil en su constante caza de dragonantes y otras bestias peligrosas.

Su rostro refleja claramente su juventud, con espesas cejas oscuras, una de ellas cortada por varias cicatrices. Sus dos ojos, amarillos, brillan con un leve fulgor tan propio de su clan. Sus facciones son duras y angulosas, con una constante expresión de desafío y superioridad, tan comunes en orcos jóvenes que acaban de ganarse el derecho a ser considerados guerreros del clan.

Su pelo conforma una cresta en su cabeza, con los laterales afeitados, de oscuros mechones que crecen de maneras descontroladas.
Al igual que el resto de su clan, su piel es de un color grisáceo oscuro, sin llegar al tono de los Rocanegra, con ciertos tintes verdosos subyacentes.

 

Descripción Psicológica:

Akoni es perfecta. Los orcos son perfectos. Y los Faucedraco, más que todos los demás. Si algo caracteriza a Akoni es su convicción absoluta de la superioridad de los métodos de su pueblo y especificamente de su Clan. Ha aprendido de sus semejantes que la gloria es lo único que importa, que el honor está en aquel que consigue la cabeza de la bestia más peligrosa. A ser posible, de las maneras más directas.
Akoni vive por y para la caza. Una joven orco temeraria que ha sido criada en una cultura marcial y que desprecia la debilidad. Su empatía se reduce a la que pueda sentir por sus compañeros de cacería alrededor de la hoguera, pero una vez en el terreno, lo único que importa es acabar con la presa.

Fuera de este entorno, se presenta como una figura amistosa, de charla fácil, bravucona. Más no por esto disfruta de las peleas sin sentido, e incluso en su prepotencia fruto de la juventud tiene en su mente gravado a fuego el respeto por los grandes guerreros y los chamanes. Al fin y al cabo, el líder de los Faucedraco fue uno de los pocos chamanes que rechazaron la magia oscura de Gul'dan antes de la primera guerra, décadas antes de que Akoni naciese.

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Historia

 

 

“¡Más! ¡Más! ¡No iré a ayudarte si no eres capaz de hacerlo tú sola!” - La grave voz de su padre llegaba a oídos de Akoni mientras la joven orco de apenas cuatro años bufaba por el esfuerzo. Sus brazos estaban agarrotados, sus palmas sangraban, tajadas y arañadas, y varias uñas se le habían roto ya mientras escalaba a pulso la pared vertical de roca viva.

Sobre esta, mirando hacia abajo, asomaba la corpulenta figura de su padre, Kulgha Dienterroto, y las de sus dos hermanos y tres hermanastros, cada uno más alto que el anterior, y a su vez más altos que su padre. Kulgha era un orco chapado a la antigua, y no se tomó de buen agrado cuando el tercer retoño de su segunda compañera resultó ser una femia. Él, que se había vuelto famoso por haber engendrado una prole de inmensos guerreros orcos, cada uno más valiente y temerario que el anterior, había perdido ese prestigio cuando tuvo a una orco.

Con un gruñido final, sin aliento, Akoni logró llegar hasta la cima y desplomarse sobre la roca, jadeando. Nadie le echó una mano para incorporarse, nisiquiera esperaron a que recuperase el aliento, simplemente dieron media vuelta y echaron a caminar por la empinada pendiente.

“Llegaremos al campamento en dos horas. Los demás exploradores ya habrán regresado y habrán localizado la guarida del Draco”

Su padre hablaba con su prole, mientras Akoni iba tras ellos correteando a paso rápido. Todos sus hermanos eran orcos ya adultos, y salvo Ukher, el segundo hijo de la madre de Akoni y el más joven de la descendencia masculina de su padre con 14 años, el resto ignoraban completamente a Akoni. La joven orca intentaba escuchar la conversación entre su padre y sus hermanos, pero estos formaban un círculo alrededor de la figura del veterano guerrero orco que le impedía enterarse. Tampoco es que importase, habían salido a la madrugada a cazar, y Akoni les había acompañado, como hace cualquier niño orco una vez es capaz de correr. Aun así, hasta dentro de dos años no se le permitiría empuñar su propia arma, por lo tanto no participó activamente en la persecución del crocolisco que Magrun, el mayor de todos los hijos de Kulgha, llevaba a su espalda.

A Akoni nunca le habían gustado las tierras donde descendían para cazar. La tierra era húmeda, carente de bosques. Las extensiones de raíces y arbustos llegaban hasta donde alcanzaba la vista, y el barro y las trampas naturales estaban a la vuelta de la esquina. Una espesa niebla que descendía de las montañas lo cubría todo de manera regular, lo que creaba una sensación opresiva en el pecho que hacía de respirar un gran esfuerzo.

Y la cosa empeoraba en las zonas del Norte, donde la hierba pasaba de estar humeda a estar hundida, y las marismas se extendían decenas de kilómetros en todas direcciones, en unas aguas infectas, turbias, apestosas y saladas, donde las bestias de los pantanos, los crocoliscos y otra clase de insectos grandes y pequeños acechaban. Era prácticamente imposible saber si el agua que había entre dos pequeños montículos de hierba embarrecida tenia apenas unos veinte centímetros de profundidad o era una trampa de arenas movedizas capaz de tragarse a un carnero enano en unos minutos.

Eso hacía que las expediciones de cacería de los Faucedraco solo bajasen a estas tierras bajo la guía de un guerrero veterano que se conociese a la perfección las variaciones del terreno.

De su aldea, Kulgha era uno de los más veteranos. Su grupo de guerreros estaba compuesto por un centenar de orcos. No eran parte del grupo principal del Clan Faucedraco, instalado en las Tierras Altas, más al Este, donde las grandes cabezas y cráneos de dragones negros decoraban el bastión desde donde Nek'rosh Aplastacráneos gobernaba con puño de hierro a su clan.

Akoni había nacido y se había criado en las montañas de los Humedales, al Oeste, aprendiendo a pasar más tiempo saltando de un risco a otro que caminando.

Con los años, Akoni había aprendido a recoger sus tiendas y montarlas con velocidad en otro lugar seguro, pues sus campamentos apenas duraban en la misma posición más que un par de semanas, lo que tardasen los montaraces enanos en encontrarles, normalmente tras que los temerarios guerreros del clan hubiesen lanzado una escaramuza contra algún puesto fortificado de los reinos de los de largas barbas, o saqueado alguna caravana especialmente importante.

Akoni aprendió que los enanos no eran un pueblo agresivo, pero que su furia, si provocados, podía empequeñecer la de los grandes dragones que su gente cazaba y subyugaba.

Tras una larga caminata, sintiendo los agudos calambres en las piernas, llegaron al campamento. En la empalizada de madera colgaban dos cráneos con restos resecos de carne. Dos dracos negros que los guerreros habían cazado un par de semanas después de instalarse. Ocho orcos habían muerto para acabar con ellos, incluso tratándose de ejemplares bastante jóvenes. Pero si algo aprendía todo Faucedraco, por joven que fuese, en que es el número lo único que puede permite a los orcos acabar con bestias tan poderosas.

Las cabezas de los grandes dragones adultos que decoraban el bastión principal del Clan habían sido cobradas con las vidas de docenas, si no cientos de orcos. Solo el Jefe del Clan era capaz de convocar suficientes guerreros como para intentar dar muerte a un Dragón adulto, bestias capaces de destruir ejércitos enteros con sus garras, su magia y su aliento.

Pero los Faucedraco tenían una larga tradición de cazar y subyugar bestias voladoras, y en las escarpadas montañas donde tanto ellos como los dragones hacían sus guaridas, habían desarrollado técnicas de todo tipo para aprovechar la ventaja de su número y su tamaño. Las herramientas de caza de los Faucedraco eran variopintas, cada una más imaginativa que la anterior, algunas diseñadas para atontar, otras para clavarse y desgarrar en los tejidos blandos de las alas, otras para penetrar profundamente entre las pocas aperturas que dejan las escamas de los dragones y clavarse con violencia, dejando al dragón anclado a la tierra.

Y pese a todo esto, no existía cacería donde no muriesen varios orcos. Incluso en los Om'riggor del clan, donde cada orco debía dar caza a un pequeño vástago de los dragones para ser considerado un guerrero, sin ayuda alguna, muchos no regresaban. Tal vez por haberse topado con la madre de la criatura que buscaban cazar, o porque habiendo infravalorado a la pequeña bestia alada esta resultó más letal de lo que aparentaba a primera vista.

Así era la vida de los Faucedraco. Brutal, corta , dura.

Y Akuni no tenía en mente sucumbir a ella. Ese día nisiquiera se molestó en intentar ir a la hoguera principal para escuchar hablar a los guerreros del clan. Marchó directa a su tienda, esperando ver a su madre al retirar la piel que la cubría. Al hacerlo, solo la oscuridad la recibió, recordando que su progenitora había fallecido hacia un mes en una cacería, cuando un crocolisco de las marismas la arrastró hacia las profundidades.

Por suerte para ella, el cansancio no dejaba margen a la tristeza y el ánimo, y tras lavarse las heridas de las manos, se desplomó sobre las pieles donde dormía, algo apartada del resto de sus hermanos para evitar morir aplastada de manera inconsciente por estos, en sus sueños.

 

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Siete años después...

 

Los rayos golpeaban los montículos de tierra humedecida con una violencia inusitada. Los animales huían despavoridos del temporal que acababa de desatarse repentinamente. ¿Qué estaba sucediendo? La orco y dos de sus hermanos, Ukher entre ellos, se encontraban en la zona Noreste de Los Humedales, recorriendo las inmensas marismas en dirección al Noroeste, para reunirse con una embarcación goblin que les llevaría hasta el otro continente, cuando un cielo de nubes grises pero calmo dio paso a un huracán repentino.

El cielo se había recubierto por una capa de espesas nubes negras y una lluvia agresiva que parecía caer horizontalmente había comenzado a descender con violencia. El ya de por sí complicado trayecto se dificulto aun más con la tormenta repentina, y la cosa no hizo sino empeorar cuando comenzaron a caer los rayos, primero en la lejanía, aun que varios llegaron a caer tan cerca que Akoni sintió como se le erizaban todos los pelos de su cuerpo.

“¡Que la Hoja del Destructor nos parta! ¡¿Qué está pasando Ukher?!” - Tuvo que gritar para que su hermano que avanzaba a apenas unos pasos por delante de ella la escuchase. No llegó a oír su respuesta, pero por su gesticulación entendió que estaba tan confuso como ella.

Akoni acababa de realizar su Om'riggor hacía apenas tres meses, matando a una cría de dragón negro, que siendo de apenas el tamaño de un perro pequeño, le dejó una horrible quemadura en toda su mano derecha, una que lucía con orgullo. Eso la volvía una guerrera y miembro de pleno derecho del Clan Faucedraco, bajo la autoridad de la Señora de la Guerra Zaela.

Y con ese derecho, sabía lo que iba a hacer. Ukher y Ferhun, sus dos hermanos con los cuales compartía tanto padre como madre, llevaban meses planificando un viaje hacia el otro continente. Su padre se había opuesto ante la idea, pero ambos hermanos, obstinados, deseaban entrar en contacto con el resto del pueblo orco. Estaban cansados de enanos, de crocoliscos, de raptors, de montañas y y la humedad.

Las noticias de la hegemonía de la Horda Orca en Kalimdor resultaban increíblemente atractivas, y más tras enterarse de que un nuevo jefe de guerra, violento y de piel pura había ascendido al poder hacía apenas unos años. Y Akoni iba a ir con ellos.

Estas noticias habían llegado de manos de un mensajero del Clan Grito de Guerra, al cual pertenecía el nuevo jefe de guerra. Este parecía desear la reunificación de los clanes Faucedraco y Rocanegra con la Horda Orca. Aunque muchos en su grupo lo rechazaron, Akoni así como sus hermanos vieron en esto una oportunidad de abandonar el estancamiento de las montañas donde habían nacido. Estos mensajeros que habían tardado meses en llegar desde el Norte, y que habían perdido a varios de sus acompañantes en el camino, tanto por la fauna como por grupos de humanos o enanos que los descubrieron, les informaron de que en un plazo de tres meses, una barcaza atracaría en los deltas más pantanosos al Noroeste de Los Humedales, para recoger a aquellos dispuestos a viajar a Kalimdor. 

Tras descansar un día en el campamento de los cazadores de dragones, los mensajeros marcharon para continuar su camino en dirección hacia las Tierras Altas, al Este. 

Ahora, Akoni y sus dos hermanos recorrían la inmensidad de Los Humedales para llegar a la embarcación prometida.

Pero el horrible tiempo estaba volviendo bastante dificultoso el llegar en el plazo que deberían. Lo que deberían haber recorrido en una hora, les llevó prácticamente seis. Pero al final, tan rápido como llegó la tempestad, acabó.

¿El problema? Que gran parte de las marismas que debían de recorrer habían desaparecido sumergidas bajo el agua, dejando pequeños islotes aquí y allá salpicando el entorno.

Eso iba a causar un gran retraso en su viaje. Un retraso que pagaron con sangre, pues fruto de su desvío hubieron de adentrarse en el territorio de caza de una de las numerosas y caníbales tribus de gnoll de los pantanos. Ferhun vio como su pie era atrapado por una de los cepos de afilados huesos recubiertos de veneno que usaban los gnolls, y Akoni tuvo que darle muerte con su hacha para ahorrarle el ser atrapado y devorado por las bestias perrunas.

Pese a que Ferhun aceptó su destino sin titubeos, Akoni no pudo si no dejar que un par de lágrimas discurriesen por sus sucias y embarradas mejillas. No por la muerte de su hermano, ni siquiera por haber tenido que ser ella la que acabase con su vida.

Sino porque este recibió una muerte indigna, por piedad, dejando su cuerpo su suerte en mitad de la nada, en vez de encontrar su final en una batalla honorable, contra una gran bestia, como aspiraba a morir todo Faucedraco. La adrenalina bombeando por las venas, y la gloria de la batalla gravada a fuego en la mente en los últimos instantes de la vida.

Con un retraso de casi una semana, pese a todo, acabaron por llegar al lugar acordado. El navío estaba allí, con un par de orcos luciendo el emblema de la Horda Orca en sus hombreras. Akoni no había visto un barco en su vida, pero incluso a esto, sabía que esa embarcación de madera medio ruinosa solo podría ser llamado uno en las más laxas de las definiciones. La tripulación del navío era goblin, pues era muy posible que fuesen detenidos en alta mar por patrullas humanas, pero buscaban confiar en su reducido tamaño y la experiencia de los navegantes para evitar esta clase de contratiempos. Akoni pudo ver que junto a ella y su hermano, se habían agolpado unas dos docenas de orcos. La mayoría Faucedracos, pero reconoció a un par de Rocanegra, de oscura piel casi negra con leves protuberancias duras en sus hombros, tan propias de ese clan. No intercambiaron muchas palabras, antes de embarcar en la carraca que les prometía llevarles sanos y salvo al otro lado del gran océano.

Al fin, tras varios meses encerrados en un cascarón de madera remachada que amenazó varias veces con partirse en dos en cualquiera de las comunes tormentas que azotan los oceanos centrales de Azeroth, llegaron a las costas de Durotar. El aire seco llegó a Akoni como una bofetada, despertándole de toda clase de mareo y malestar. Descendieron del barco, posando sus pies en el nuevo continente.

Cuando sus pies tocaron la tierra rojiza de Durotar, no pudo sino caer arrodillada. Ukher parecía igual de sorprendida que ella. Lo seco del entorno era asfixiante, y por poco no dejó inconsciente a Akoni, pero una vez se empezó a acostumbrar, avanzando hacia la inmensa capital del pueblo orco, donde orcos de docenas de clanes se agrupaban, no pudo sino amar la sensación que le transmitía todo. El calor, la brutalidad, los tambores, las hogueras, todo.

Aunque bastantes orcos les miraban con ojos curiosos fruto de su piel, no tardaron en empezar a ver a otros orcos que claramente compartían su ascendencia en las calles de Orgrimmar. Ukher no tardó en dejarla para ir a hablar con estos otros Faucedracos, a la vez que buscaba información sobre la capital.

Akoni tardó bastante más en reaccionar, embobada por todo lo que la rodeaba. Esto era. No más humedad, no más enanos, no más pantanos. ¿Qué clase de bestias la esperaban en esta nueva tierra? Esto era la gloria. Esto era el honor. Esto eran los orcos.

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