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Psique

[Peregrinaje] Santo y Seña

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Entre fríos muros de piedra maciza, pasajes de ricos adoquines y a la luz del cimborrio central, se dejó llevar hacia el ala diestra del transepto, donde la memoria dormita.

El murmullo diafano de los feligreses se imprimía en los ecos, donde hasta la más mundana conversación se tintaba de entonación gregoriana. Allí, frente a los frescos, se detuvo, tan humildes pero tan cargados de devoción. Lejos quedaban las altas bóvedas de crucería de la ciudad, donde los estrechos ojos de la iglesia fueron sustituidos por coloridas y majestuosas vidrieras y rosetones, de un tiempo cercano cuando se forzaron a renacer, vestidas de blanco y adornadas, como las novias que sonrosadas caminan enorgullecidas al encuentro de su esposo, frente a los adornados y detallados altares de la Catedral de Ventormenta. Pero aquel refinamiento no le era de agrado, pues criada en la austeridad, entendía que la devoción nace de la sencillez y no necesita ser vestida y adornada de tan sobrecargada manera. Era arte nuevo, arte renacido, aprendido y madurado de su predecedor de acuerdo al cual fue eregido la Abadía de Villanorte.

Se dejó abrazar resignada por sus recuerdos amargos, de gran consuelo para las almas perdidas, impenitentes como ella. Hija de Lordaeron. Enamorada del recuerdo de un reino que no fue más.

Sus dedos de pálida piel comenzaron a retirar los restos de velas situados al pie de aquellas imágenes, tan añejas que conscientemente imprecisas, ayudaban a ser reconocidas con la adecuada iconografía. Allí, a su diestra, Santa Catherina miraba con expresión perdida, sosteniendo en su mano un racimo de hojaplata, sanadora. Junto a ella, San Anselmo, siempre representado con la sabiduria de los antiguos escritos en su diestra, la zurda, era apoyo de su hígado, solemnemente afligido. La fila de representaciones abarcaba las paredes de los cuatro apartados dispuestos a cada lado del transepto, y todos ellos, santos y santas ungidos, encabezados por uno mayor, situado sobre ellos en una medida jerarquización. En este caso, San Uther el Iluminado. Se santiguó antes de admirar su imaginería y no fue hasta ese momento en el que se percató de una segunda compañía, al otro lado de los gruesos portavelas negros. Continuó sustituyendo las velas consumidas por unas nuevas, presencias de nombres, todas ellas, que prendidas brindaban el recuerdo de no solo los representados, si no como imploro porque estos les protegieran a ellos o a quienes ya se habían marchado. Ese era el trabajo de aquella mañana, disponer los santuarios para quienes quisieran brindar sus oraciones. Aquel joven la miraba, ya tan mordido por su frío e hiriente carácter que casi parecía pensárselo a conciencia antes de querer volver a sostener esa espada por el filo. Así era ella, pero tampoco buscaba ser entendida o ayudada. La culpabilidad terminó llegando hasta ella, pues ese mal trato era inmerecido. Así que, con un tono suave, comenzó a citar a los santos frente a los cuales se encontraban.

Los huecos vacíos no eran casualidad, pues en ellos antaño reposaban el recuerdo de aquellos que más tarde, volvieron enarbolando las impías artes que enfrentaron en vida, perdiendo su titulo, su santidad, y tornándose una mofa de lo que antaño fueron. Mas de ellos, no habló.

El muchacho conocía aquellos santos y santas, para su virtud. Aun que no hubiera nadie en los reinos humanos que no hubiera oído hablar de San Uther el Iluminado, quien no necesita mención, pero todos la brindan con gozo y orgullo. Bien era conocido a la par la ruta que los feligreses recorrían para rendir su humilde presencia al difunto santo. La recordaba aun que nunca hubiera requerido de hacerla.

Tal vez, él tuviera razón, y en el camino podría hallar sosiego y aprendizaje.

 


Introducción para un evento de peregrinaje entre ambos hacia la Tumba de Uther. La idea fue de Thala, pero me he agenciado vilmente el mastereo.

Armand interpretado por @Thala. Habilidades usadas: Religión.

Gabrielle interpretada por @Psique. Habilidades usadas: Religión.

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El cisne y el ganso

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Era difícil.

Por mucho que lo intentasen, era difícil entenderse.

Era como conseguir que un gato y un perro se llevasen bien, era probable, pero había muchas diferencias que salvar. Mucho que obviar, y aún más que aprender a entender. Les separaba medio mundo de doctrinas, más de una década de diferencia. Los ojos nuevos de un niño que empezaba a ver el mundo, mientras la mirada cansada del que había visto demasiado se encontraban en un frío y tenso silencio.

Lynch cargaba consigo un gran peso, la memoria que le faltaba, que podía considerarse con facilidad una bendición dicho en boca de quien tiene tanto por lo que arrepentirse. Pero poco entienden lo dificil que es "reempezar" tu vida, y más cuando no ha sido por decisión propia. Ella, no lo veía como suerte, si no como una muda desdicha. O'Connor había visto mucho, había aprendido sobre la marcha lo que nunca pudo aprender con paciencia, cuando lo apremiante tiraba con tanta fuerza que era imposible tomarse el lujo de un instante de respiro. Había, al final, aprendido de los tropiezos, de las heridas y la adversidad, y a pesar de las cicatrices, no podía sentir remordimiento, si no aprecio por la oportunidad ganada. Nada se aprende si todo fluye, si las aguas no se baten con la tormenta. Y a sus ojos, ese joven novicio no era más que un niño, como a veces se había equivocado al insinuarle de manera acerba. Porque es fácil cuando se es joven repetir lo se sabe con orgullo y certeza, pues cuando se habla, no se piensa. Y si no se vive, no se reflexiona, no se madura. A todos nos llega un momento en el que crecemos y dejamos de hablar para empezar a reflexionar. Pero a él, no le había llegado ese tramo, y ella había dedicado tanto tiempo a cuestionarse tantísimo que hasta el concepto se difuminaba con una inusitada crueldad. Se deformaba. Y no por nada el sentimiento de haberse perdido, de haberla perdido era real. Y él, lo intentó, y lo seguía intentando. Ayudarla, porque desde lejos, el obstáculo infranqueable tiene un principio y un final, incluso la manera de superarlo se vuelve obvia, pero estando próximo a él, la auténtica dimensión del problema no podía ser visto de otra manera que no fuera cruelmente insuperable. Y más si tanto se obcecaba ella en no separarse de ese muro.

Mientras Lynch abandonaba la habitación con un justificado desaire, O'Connor se tomó un momento para reflexionar. El viaje a penas acababa de empezar, y continuamente se sembraba la discordia por su frío tacto y secas palabras. Muros, defensas, armaduras y ballesteros. Porque no quería que nadie entrase, que perpetrara en su alma, pues consciente de la mancha, de lo insidioso, se avergonzaba en discreto encerramiento de las dudas sembradas, del odio, del resentimiento. La Tenacidad permutada en inquina, la hija bastarda de la impotencia.

Y una vez más, recordó la fábula que le contó a Lynch, permitiéndose el capricho de envidiar su condición, libre de culpa, de pesar por el pasado. Uno que él tenía la suerte o la desdicha de no poder recordar. Y así, se tumbó, y pensó sobre el cisne y el ganso.

 

En una plácida laguna, habitaba un digno cisne, cuyo impoluto plumaje y lagrimales delicadamente delineados eran envidia de toda criatura, volase, caminase o nadase. Era tan magestuoso ese ser, que mientras se mecía en las cristalinas aguas, parecía ni rozarlas, inmerecedoras hasta de su mínimo contacto. Cerca de esta laguna, había una granja donde vivían una familia de granjeros, y estos, un ganso tenían, cebado y hermoso era. Nunca pasaba hambre, siempre cubierto de las atenciones de la familia, quienes parecían tenerle un sincero aprecio.

Un día, el cisne reparó en el ganso mientras picoteaba su grano en el corral, y con un lento avance sobre las aguas, le fue a decir:

- Disculpad mi atrevimiento, pues no he podido si no fijarme en vuestra dicha, estimado amigo, que desde mi solitario lago alcancé a mirar.

Tras las amables palabras del cisne, irradiaba la envidia, pues a pesar de su belleza, pasaba hambre, y aun consciente de su magnífico aspecto, habitaba solo en el lago, pudiendo tan solo disfrutar de la admiración de aquellos esporádicos transeúntes que se detenían a contemplarle con devoción.

El ganso se viró, y con una sonrisa floja, respondió al visitante.

- Placer mio el poderos conocer, pues desde mi humilde corral, os vi pasar. Maravillado me hallo de vuestra belleza, ¡pues quien pudiera ser cisne y tener semejante plumaje y elegancia! Y no un cuerpo fofo como el mio.

Al ver que ambos querían ocupar el lugar del otro, llegaron a un acuerdo. El cisne cedería su corona del lago y enseñaría al ganso a verse y a actuar como él haría. A cambio, el ganso escondería los oscuros lagrimales del cisne y podría vivir en su lugar en la granja.

Y ambos, se despidieron, dispuestos a disfrutar de su nueva vida. Pronto el ganso entendió que a pesar de sus intentos, no podría llegar a ser verdaderamente un cisne, y que pasaría hambre y frío solo en el lago, sin el afecto de nadie más. Fue entonces cuando una mañana se aproximó a su corral para pedirle al cisne que le devolviera su lugar, mas él no se encontraba allí.

De la chimenea de la casa, al aproximarse, contempló el humo de la chimenea, y captó un copioso olor a asado.

 

La moraleja de aquello, se la repitió nuevamente, al darse cuenta de la envidia que sentía ante la condición del joven novicio. Envidiamos con tanta facilidad la dicha ajena, cuando en realidad, solo vemos lo que nos quieren dejar ver. Hay mucho más detrás de lo que nos despierta envidia, pues no todo es dicha, y todo tiene sus taras.

Y con aquella fábula de su tierra, se dejó llevar por los recuerdos de antaño, cuando la tierra era próspera y la gente vivía felizmente. Antes de que todo ocurriera. Recordó todo aquello que le había contado sobre el lugar donde vivía antes de unirse a la Cruzada Escarlata, una década atrás. Eran unos dulces recuerdos que no querría olvidar jamás, y le hizo compadecerse de él al no tenerlos.

Era el primer día de embarque, y llegarían a Costasur en cosa de una semana.

Sonrió, armando una extraña mueca dolorosa. La conciliación empieza con una sincera disculpa, al menos, hasta que la paciencia se le acabase.

 


 

 

Rol de embarque, de camino a Costasur.

Armand interpretado por @Thala. Habilidades: Tradición/Historia, Religión.

Gabrielle interpretada por @Psique. Habilidades: Tradición/Historia, Religión.

 

 

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Un perro llamado Joe

La mañana era apacible, a pesar de las densas nubes que baticinaban una tormenta de verano que insistía en no despegarse de la localidad de Costasur desde hacía ya dos días, con lluvias breves pero intensas, que comenzaban tan rápido como se desvanecían. Transitaban el pinar que cobijaba el camino desdibujado rumbo a uno de los pueblos cercanos, protegidos por una carabana que vendía su resguardo a los peregrinos que comenzaban su andanza desde Costasur hacia la aún lejana Tumba de Uther. El verdor del bosque era tan intenso e imperturbable como los ojos de una víbora. Quedaba descubrir dónde escondía los colmillos.

 

- "Tenía un perro llamado Joe, jou jou."-Cantaba Jack Willem, el dueño que aquel humilde negocio, con voz rasposa y pobremente entonada, aburrida como la vida que llevaba.-"Que cuando ladraba decía jou, jou, jou."-Gabrielle se había desinteresado totalmente tanto de la canción como de la conversación que libraba con sus dos amigos mercenarios, pero necesitaba preguntarlo.

-"¿El camino es seguro?"

-"Tan seguro como ese chochito en un arrabal, encanto. Estamos lejos de la zona de guerra, pero siempre hay sorpresas."-Gabrielle optó por no responder, ni tampoco se molestó en intentar restarle a esa indebida respuesta cuando Armand pareció dejárselo claro con una indirecta. Estaba tan acostumbrada a las respuestas soeces de los de baja casta que no sabía si sentirse apenada o reir por no llorar. Decidió dejarlo estar, atenta al camino.

 

Armand continuó una superficial conversación con su guía durante unos minutos, hasta que la tranquilidad se vio perturbada por un silbido al viento. Una saeta. Un caballo derribado, un mercenario muerto y el segundo de los caballos de tiro hincando la rodilla en el suelo cuando una tercera se le hincó en el muslo. Luego, silencio. La víbora volvía a cerrar la boca y a esconder los colmillos antes de retroceder y dar otra dentellada, asomando la cabeza entre los arbustos. Cinco figuras vestidas en cuero negro y encapuchadas se revelaron instantes después. Pero ese brillo sepulcral, desalmado, solo podía ser de

 

-"¡Renegados! ¡Armand, cubrid el flanco!"- ¿Qué acabo de hacer...? El arrojo de intentar organizar la defensa salió de ella con una exalación, un impulso inconsciente. No era premeditado, y no pudo sino castigarse por ello. ¿No habías dejado la costumbre? Tus palabras son tan firmes como la arena entre los dedos. Acalló sus pensamientos tan pronto como el enemigo comenzaró el ataque. Pronto se vieron rodeados. Jack bajó de un salto del carromato y se enzarzó con uno de ellos, así lo hizo también su compañero y Armand al otro lado del carro. Gabrielle cubrió la parte trasera del carromato, protegiendo a los peregrinos que no paraban de chillar presas del terror.Vio tanto en aquellos ojos incandescentes... Tantos recuerdos malogrados.

 

El aire se cargó con los sonidos del metal entrechocando. Todos parecían poder mantener a ralla a su enemigo, mientras el quinto se mantenía al margen, contemplando la escena con indiferencia. Todos salvo uno.

 

Armand tuvo el día. Ese que nadie querría tener, cuanto hiciera lo que hiciera, salía mal. Su maza no lograba alcanzar a su enemigo, que constantemente desviaba sus ataques, para devolvérselos con una fuerza atroz. Tres golpes bastaron para someter al joven paladín, momentos antes de que Gabrielle consiguiera acabar con el suyo. Jack había recibido un mal golpe en la rodilla, pero mala hierba nunca muere, y ahí seguía, peleando, así como hacía su compañero en mejores circunstancias. Cuando dejó que la punta de su espadón besase el suelo, manchada de carne correosa y sangre seca, oscura como la medianoche, Gabrielle contempló como Armand caía al suelo presa de las heridas. No tardó en acudir en su ayuda, evitando que este diera muerte al novicio. Jack cayó después, llevándose al Vacío a aquel malogrado ser consigo, y el mercenario, consiguió hacer que su enemigo retrocediera y se batiera en retirada junto a aquel que se limitó a ser espectador. Mortacechadores silenciosos que ni si quiera les brindaron palabra alguna, como si no fueran más que presas en el bosque. Conejos para un lobo.

 

Gabrielle se arrodilló junto a Armand, y pegó su oreja a su pecho comprobando sus constantes. El mercenario no encontró rastro de vida en el cuerpo de su amigo, que maldijo a viva voz, como si su muerte hubiera sido culpa del pobre Jack que nunca volvería a incordiarle con sus cansinas canciones del folclore.

 

Sin caballos, sin guía, se tomaron un momento de reflexión.

 

-Y ahora... ¿Qué?-Le preguntó Gabrielle desalentada a Joe. Irónico el nombre cuanto menos, o tal vez aquella canción no era más que una broma conjunta. El mercenario desenfundó su puñal y dio muerte al animal malherido, que no paraba de bramar de agonía. Con aquel silencio, se miraron, miraron a los pasajeros, al novicio y con voz pesada y apática, optó por decidir.

-Estamos cerca de Villa del Castor. Nos desviaremos del camino, pero dudo que en estas condiciones consigamos llegar a Lobrega antes del anochecer. Y no tengo ganas de tentar al lobo una segunda vez hoy. Joder.-Lanzó una patada furibunda a la rueda del carro y escondió sus manos tras la nuca, mirando al cielo, conteniendo la impotencia. Esa maldita impotencia.

 


Llegaron a Villa del Castor en a penas media hora, intentando no detenerse en exceso. Allí, pidieron atención médica para Armand, que sin medios ni manos no pudieron hacer más que malvendarle las heridas para que no se desangrase. La fiebre no tardó en llegarle por una infección, los delirios y la consciencia intermitente. Gabrielle se pasó la mano pesadamente por el rostro, sin saber qué hacer. Qué hacer.

 

-No puedes irte sola.-Le espetó Joe, que de la noche a la mañana se había quedado sin jefe, sin amigo y sin trabajo.-El camino es peligroso. Os mataréis los dos.

-¿Qué insinuáis pues que me proponga hacer? No pienso dejarle morir.

-Haz lo que te de la gana, solo era un aviso.

-¿Sabéis de alguien que esté dispuesto a alquilar una montura hasta Lobrega?

-Depende de lo que te urja. Se inteligente y que no se te note si no quieres que te desplumen como a una maldita gallina.-Gabrielle le miró sintiendo el temperamento que yacía bajo la piel. Pero prefirió tomarse unos momentos... Y no poner en medio su orgullo para que saliera herido. Suspiró pacientemente, cerrando los ojos y cerrando con más firmeza las manos entorno a la taza de té.

-No sabéis cuanto siento lo de Jack.

-No lo sientes.-Le cortó, no estaba arreglando nada. Pero tampoco era justo sentirse responsable por su muerte.-No le conocías.-Gabrielle volvió a alargar un tenso silencio, antes de mirar su reflejo sobre la infusión.

-Gratitud por la ayuda y los servicios prestados. Si pudiera hacer algo por vos, hacédmelo saber.-Se levantó de la mesa dispuesta a marcharse a visitar a Armand, cuando en última instancia, Joe volvió a hablar.

-...Si vais hacia Cártega... ¿Podrías darle esto a alguien?

 

Gabrielle miró lo que le tendía.

 


 

Armand se removía entre sueños, infectos de pesadillas. La fiebre no le dejaba dormir, pero tampoco mantenerse en vigilia. Lo observó en silencio unos instantes, reticente a despertarle, o a alarmarle, lo que fuera que pudiera provocarle. Le había visto llorar en los pocos momentos en los que estuvo despierto, apenado por la muerte de Jack y de Oel. Era tan familiar aquel sentimiento... La Compasión es la virtud más difícil de equilibrar, el gran martirio de los misericordes. Pero de eso consistía este viaje, ¿no? De superar el duelo al que todo paladín se somete, cuando deja de repetir lo aprendido y reflexiona. La naturaleza humana no nace afín a la Luz, esta, debe amoldarse, cambiarse, forjarse como el buen acero. Y esto muchas veces, conllevaba a los feligreses a librar una batalla en su mente, cuanto la imperfección humana se debate por seguir latente frente a los ideales que intentamos inculcarle. El misericorde debe aprender que no puede ayudar a todo el mundo, que incluso a veces, es mejor no intervenir. El tenaz debe impedir que su perseverancia se enferme y deforme ante la adversidad o las acciones truncadas, para tornarse impotencia, y que de ella, nazca la inquina y el resentimiento. Y el respetuoso debe aprender que no toda conducta es disculpable, o que no todo aquel que comete un error debe juzgarse sin tener en cuenta las circunstancias, conoce, y te hará fuerte.

 

Es difícil. Todo lo es.

 

Gabrielle le acarició la mano, y con la poca lucidez que pudo brindarle, le ayudó a vestirse, preparó el caballo y se encaminaron hacia Lobrega, con un corcel sin dientes y mucha distancia que salvar. Armand era un peso muerto recostado contra ella, obligada a alcanzar a ver algo sobre el hombro de este. Era agotador, le cargaba la lumbar, le ardían sus propias heridas... Pero él no se merecía acabar así, de esta manera. Estaba convencida de que estaba destinado a un fin mayor, rezaba porque así fuera, y poder llegar a tiempo junto a alguien que pudiera devolverle la salud. Durante el camino, le asaltaron las dudas, la pena... Y mantener el silencio era incluso más doloroso que cualquier herida física. Al final, de entre sus labios temblorosos y sus ojos empañados salieron palabras cojas, magulladas y enturbiadas, que él no oiría.

 

Armand se removió, farfulló algo, e intentó mantenerlo consciente como fuera. Le preguntó si le gustaban los caballos, qué opinaba de ellos. Cualquier cosa que sirviera para mantenerlo consciente. Le pidió siete u ocho veces que no muriera de camino, que fuera fuerte.

 

-Háblame, inténtalo. No te duermas.-Le insistió.

-Me gusta... Caminar. Los caballos... Son útiles.-Hizo una pausa, le costaba hablar, interrumpido constantemente por una pesada tos.-¿Tú... Cómo estás?

-Bien.-Dijo, la respuesta automática, la que siempre ha de ser dicha cuando a uno le preguntan eso. Le mintió, pero era mejor así.

-¿A ti te gustan?

-Sí, pero yo a ellos no demasiado.-Armand rió quedo.

-¿Por qué...?

-Los animales son muy empáticos, sobre todo los mansos. Captan el aura de las personas... Esa misma presencia que suelo inspirar en quienes me rodean, la perciben ellos también. No es que se pongan violentos conmigo, se vuelven reservados y tienden a evitarme. Conocí una vez a un maestro de canes. Seguro que habrás oido sobre ellos, de la Cruzada. Tenía una buena jauría con él. Pero a pesar de lo terribles que eran, con él se comportaban como cachorros. Admito que sentí cierta envidia.

- A mi..los caballos..suelen lamerme la cara.. -Un bache le hizo perder la escasa estabilidad que tenía, casi cayéndose al suelo. Gabrielle lo mantuvo en vilo como pudo, obligándose a mantener tu peso contra ella como fuera, sentado al frente en la silla.

- No estamos lejos... -Dijo, en un intento por autoconvencerse. Le facilitó algo de agua cuando la amargura de la garganta le impedía hasta hablar.

- Gracias por cuidar de mi... -Le dijo en un tenue hilo de voz.

-No te me mueras aquí -le pidió por duodécima vez- con eso me contento... Tienes que morir... En una gran batalla, tras purgar el mal de este mundo. Tiene que ser así.... -Creía en él. De corazón. Se le hacía inconcedible que muriera siendo tan joven.-Me recuerdas tanto a alguien...

- ¿Eso es bueno...?

-A mi hermano Jian. Es... Da igual lo que preguntes, un norteño embadurna sus recuerdos con el dulzor de la miel y el ácido de la sangre.

-¿Mur...ió?

-Sí. -Dijo en un breve desaliento, mirando al frente.-Mi consuelo fue... Que murió mucho antes del desastre. Mi fe está en que su cuerpo hoy no vague entre docenas de ellos. Era... Dulce, afectuoso, y puro de corazón. Rubio, claro... -Le apartó el pelo de la cara, compacto por la fiebre.- A pesar de que tú eres todo un hombre... Tienes esa pizca de inocencia que solo tienen los niños, mucho antes de madurar y perderla. Hay un brillo especial en tus ojos. Desearía que jamás lo perdieras.

-¿Inocente...? ¿Qué quieres decir?

- Me refiero a... ...-Gabrielle acalló repentinamente cuando sus sospechas se despejaron. No estaban solos, y sin más opciones, la huida era la única viable.- ... Maldita sea... Agárrate.

 

Gabrielle espoleó al caballo y este apretó el paso con un bufido sentido.

Armand alcanzó a ver un túnel, la hierba desdibujándose a su alrededor, perdiendo sus pinceladas por la velocidad. El horizonte poco a poco aplanó el relieve de las colinas, volviéndose uniforme... De nuevo las sombras y las luces, los mareos por el trote, y la fiebre hizo el resto, sumiéndole en un profundo estado de inconsciencia mientras a su alrededor todo se detuvo. El frenetismo, las pezuñas del caballo sobre la tierra batida, los alaridos de Gabrielle alentándole a apretar más el paso...

 

Y lo que fuera que les perseguía.

 

 


Rol de Costasur->Villa del Castor->Lobrega(en curso).

Armand interpretado por @Thala. Habilidades: Maza pesada, reflejos, defensa, imbuir arma, advertir, tradición/historia.

Gabrielle interpretada por @Psique. Habilidades: Espadón pesado, reflejos, defensa, advertir, cabalgar.

 

Consecuencias: Armand cayó inconsciente (-4 de vida), y arrastra heridas serias que le pudieron atender malamente. Necesita atención médica, y tras recibirla, -1 a todas las acciones de atributo físico/destreza durante 2 sesiones. Tiene fiebre y debilidad por las heridas infectadas. Pedazo de penco a ver si aprender a tirar dados.

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Tu camino y el mio

 

Las llamas crepitaban en la hoguera mientras disfrutaban de una fuente de calor en la fría noche. Gabrielle cortó un pedazo de la hogaza de pan de horno y una cuña del queso de cabra que le habían procurado los habitantes del modesto poblado donde llegaron buscando desesperadamente asistencia médica. Y aún con la ayuda de los miembros de la modesta abadía Armand había tardado mucho en recuperarse hasta bien entrado el invierno. Gabrielle se implicó mucho por compensar las molestias causadas, ayudando a las monjas con sus quehaceres, a cortar y recoger leña y a otras tantas labores que la mantenían alejada del recinto prácticamente todo el día. Habían pasado el tiempo suficiente allí como para generar una cierta tristeza al partir, y los feligreses les ofrecieron una pequeña ayuda en comida y remedios para por lo menos su siguiente parada, dentro de lo que modestamente podían ofrecerles.

 

- Me gustaría hacerles una visita cuando regresemos de nuestro viaje.

- Sería lo apropiado. Come.- Le dijo al muchacho que, tenso como un gato frente a un barreño de agua, no paraba de vigilar el terreno aunque la noche ya volvía ciega su vigilancia.

- Tengo el estomago cerrado Gabrielle.. no tengo hambre.

- Puedo entender tu preocupación. Pero procura que no ocurra mañana en el desayuno. Son muchas millas que recorrer.

- Mañana desayunaré de manera generosa.-Agachó la cabeza.-Gratitud por entenderlo. Sin embargo.. una simple hogaza de pan y un poco de queso no es que sea demasiado diferente a no cenar nada.. ¿No crees?

- Es más que suficiente para el hombre modesto. Dormir con el estómago vacío es tormento del pobre, y sufrir de indigestión es la vanidad del rico. Cumplir con las comidas es otra manera de agradecer a quienes nos la procuran, pues nos evade del hambre. Supone un esfuerzo por su parte, y ha de corresponderse.

- Pero dejar que el pan se ponga duro y el queso mohoso tampoco es necesario...

 

La culpabilidad consiguió que Armand alargase la mano hacia su bolsa y buscase la comida. Gabrielle asintió satisfecha.

- Este pan es diferente al que se cuece en las ciudades y aldeas más cercanas a la ciudad. El grano no se separa de la espiga, y se cuece hasta que la corteza es tan recia que la molla no podría endurecerse. Si se corta en vertical de un extremo a otro, se recrudecerá la parte expuesta y protegerá el tramo posterior. El pan de leña no es pan de diario, es para uso prolongado pues se tiene en cuenta la necesidad de que dure. En cuanto al queso, siendo de cabra, dura más que el de la oveja al tener menos grasa. No es que vaya a sucedernos cuando veamos nuestro fin, pero es comida de gente aislada.

- No puedo contigo O'Connor... -Le respondió Armand con una suave sonrisa resignada mientras cortaba una parte del pan.- Ya ni saltarme una comida puedo sin que me hagas sentir como un niño irresponsable...-A pesar del reproche, se lo tomó desenfadamente.

- No es mi intención, espero que puedas disculparme.-Rara vez dejaba que las bromas le calasen, y tendía casi de forma esmerada a ceñirse a la forma literal de las palabras.-Me pasé toda mi juventud en un convento y posteriormente, en la guerra. Pero te aseguro que ningún general por amargo que sea es más punzante que el saber de una monja. Temo que tal vez algo de lo que predico sea un arrebato ingenioso de alguna de ellas para conseguir que los niños actúen adecuadamente.

-Es posible... Si tuvieramos más monjas, todos los niños serían letrados, y si consiguieran enganchar de la oreja a los malechores y nuestros enemigos, no habría más guerras. -La señala con el pan en la mano.-Nada es más peligroso en el mundo que una monja que tiene algo que reprocharte y ya te ha cogido la oreja.

- He de añadir que las hermanas del norte siempre han tenido fama de ser mucho más recias que las del sur. Mas... Tengo sentimientos encontrados al respecto. Sea como sea, sus saberes funcionan. Me llena de gozo ver que has recuperado el apetito fortuitamente.

- Fortuitamente... Yo solo recuerdo las monjas de la Abadia.. y bueno, las que acabamos de dejar atrás.

- La más temible que jamás haya conocido fue sor Serena. Gustaba de ejercer castigos que propasaban lo adecuado a los niños. Ejercía en la abadía donde viví antes de alistarme. Siempre hay niños desamparados, las guerras dejan atrás viudas y huerfanos. Nadie defiende la justicia del desamparado cuando el sacerdote no mira, o simplemente, consiente. Una vez, pensé que sería divertido acortar la vela de los candiles del pórtico, y como debió ser, me pillaron. Sor Serena me puso de rodillas en las losas de la capilla y me puso sobre las manos juntas, un rosario. Bien sabéis que cada una de las cuentas continuas es un Luz Nuestra, y las aisladas, un Mi corazón yo te doy. Pues bien... Me recitó un salmo una sóla vez, en común antiguo, y me dijo que por cada cuenta, debía repetirlo una vez. Si fallaba, debía empezar de nuevo. Me pasé séis horas de rodillas sobre la losa recitando una lírica antigua que ni comprendía. Me pasé tres días con las rodillas amoratadas y los brazos dormidos. Pero lo que más pudo dolerme fue cada tirón bursco que me daba cuando mis brazos cedían, se me caía el rosario o sentaba sobre mis piernas. Era una mujer fría, espero que la luz en toda su gracia la tenga en su seno. Pereció la primera.

- Una educación dura, dió lugar a una mujer dura...

- Siempre fui tierna y gentil, pero ningún hombre o mujer queda indemne tras la guerra. Tú tienes ese brillo que todos tenemos cuando nuestros ojos son tiernos y nuestras sonrisas despreocupadas. Si algo ha de atormentarme es la posibilidad de que lo dejes atrás. Lamentablemente... Es inevitable. Allá a donde fueras, encontrarás muerte y miseria. Mi tranquilidad nace de, por lo menos, habertelo podido trasmitir. Ninguno nos damos cuenta de la maravilla de la juventud hasta que pasa y se marchita.

 -Será como tenga que ser... Mi unico deseo es cumplir con mi deber y no desviarme nunca del camino de la Luz, mientras eso se cumpla.. aceptaré lo que esté por venir... Muerte y misería.. ya la vi.. en un viaje hacia Crestagrana... -Era un relato conocido, pero le dejó fluir. Había tantas inseguridades, temores y reproches hacia sí mismo que hasta la expresión le había cambiado. Todos sentimos el peso de nuestras expectativas injustas, las que siempre nos buscan como culpable.-Muchos murieron aquel dia, bajo las hojas de los orcos.. bajo la magia de aquel brujo.. yo, por poco no me uní a ellos. A veces.. antes de dormir, aun escucho la risa histerica de esos pequeños demonios que les acompañaban. Tal vez, si hubieras estado en mi lugar, muchas vidas se habrían salvado.

 

No, lo contrario. Yo jamás podría, ya lo intenté. No estoy hecha para liderar a nadie, la Luz salve al mundo de mi liderazgo. Yo...

 

- Nunca lo sabremos.-Le dijo tras largos segundos sepulcrales. Gabrielle alzó la vista para mirarle.-Armand... He de advertirte de algo. Si bien la estela de los orcos es atemorizante, es a penas un latido desacompasado y moribundo en tierras del Imperio. Su mal no verá tarde su fin mas... Si bien este es un peregrinaje santo, donde admiraremos la belleza de mezquitas y lugares de retiro ancestrales, nuestro camino nos llevará a través de una tierra que no solo aún tiembla bajo la estela del peor enemigo conocido. La tierra está muerta. Su mera visión ha perturbado a hombres valientes, arrebatado el sueño a sabios y a ancianos cuyos ojos han visto mucho y perder toda esperanza a concienciados hermanos. Verás algo que te perseguirá. Temo que, este viaje te cambie antes de su destino. Temo muchas cosas respecto a ti con todo esto. Los renegados a penas son un puñado de ratas que lanzan mordidas al aire en comparación. Te contaré la historia de mi tierra... Conforme nuestro camino así lo exija. No te hablaré de reinos, de reyes o reinas. Te hablaré de lo que aprendí de día, y lloré de noche mientras hacía campaña por mi amada Lordaeron.

- Si ese es el caso... Te confesaré también algo, Gabrielle. ¿Recuerdas a Sor Eugenia de la Abadia?

- La memoro, sí.-Gabrielle se relajó pensando en un posible relato amoroso y desenfadado que mitigase algo de hierro al asunto. No fue así.

- Una vez, al principio de mi adiestramiento en el camino de la Luz, el padre Jeremias me mandó a hacer unos recados a Villadorada.. me perdí, me equivoque de camino... Y al parecer entré en una zona donde no debía.. un hombre, borracho, y mayor que yo, empezó a seguirme, y finalmente me asaltó, y me golpeó hasta que se cansó... Cuando volví a la Abadia, Sor Eugenia fue la primera que me vió y me curó las heridas, y tras contarle lo que había ocurrido y descubrir que no había respondido de ningún modo al ataque, se molestó conmigo. Estubo todo el dia siguiendome, dandome collejas hasta que tratase de detenerla.. Terminé con un dolor de cabeza que me duró casi dos dias.. y solo la detuve cuando ni dormir me permitió con sus collejas. Lo que quiero decir con todo esto es que..es... Que prefiero... Arriesgarme, a enfrentarme a aberraciones.. ya sean Gnols, Murlocs, orcos o.. -tragó saliva y miró hacia los arboles en memoria a un hostigador conocido- Renegados... Antes que tener que enfrentarme a humanos.. creo.. de todo corazón, que la bondad vive en todos nosotros, y que la redención puede ser encontrada por todo el mundo... La sola idea de usar mi maza para matar a otro humano me..me repugna.. me revuelve las tripas.

 

Matarás herejes, entenderás que nadie está libre de culpa, que todo castigo sobre este mundo empezó siendo obra de la humanidad. Quemé herejes, los hay. Los vi arder, tú también los verás. Verás que habrá mezquinos que sólo dejarán de empozoñar la tierra y el oído del honrado cuando les separen cinco metros de tierra.

Lo ver-... No. Miró los ojos azules del novicio, tiernos y desamparados como los de un niño perdido.

Y no tuvo estómago como para enturbiarle la noche. ¿Por qué hacerlo? Sería como si no hubiera aprendido nada. Sería como volver a equivocarse, como hizo en su mejor momento la peor versión de sí misma.

 

- Es tarde.-Le respondió con la mirada caida sobre las brasas.- Duerme, yo vigilaré. Estarás agotado después de la primera marcha.

- No creo que el sueño acuda a mi tan pronto, pero si así lo prefieres...

 

Obediente, se incorporó y comenzó a preparar su saco de dormir con un silencio frío. Gabrielle, se mordía la lengua mientras le miraba con una tremenda culpabilidad. Hasta que al final, tuvo que hablar.

 

- Contigo aprendí una lección muy valiosa.

- Me sorprende que hayas sido capaz de aprender nada de mi...

- Creeme... Yo también lo dudaba. Eres un alma nueva, que carece de la sabiduría de la vida, incluso de lecciones que uno aprende cuando es niño. Me decía que nada de lo que dijeras sería diferente a leerlo en un libro de la Mano de plata. Repetías cada párrafo más que hablabas... -En su rostro se dibujó una sonrisa agridulce.-Todos lo hacemos cuando nos encontramos ante una fuente de conocimiento que promete ser la respuesta a todas nuestras dudas existenciales. Pero con el tiempo, todas esas respuestas, generan más preguntas. O respuestas precipitadas. Es menester del cruzado escarlata entender que hay verdades que no han de ser cuestionadas. Se ejecutan, uno no duda pues un momento de duda puede suponer la perdición de uno mismo y de su gente. Pero esa doctrina tan ferrea e incuestionable, nos hace pensar que lo que predicamos son verdades tangibles e indiscutibles. Nos hace menospreciar otras variantes, verlas inferiores o endulzadas para otros públicos menos afamados. Y el cruzado, tiende al adoctrinamiento. A influir. Como se nos influyó a nosotros. Sin duda, sin miedo. Contigo aprendí que no soy quien para predicar el saber de mi... Antigua orden. Aprendí a ver ese impulso, y después, a mesarlo y aplacarlo, pues no es mi deseo que te influya. La Luz sabe que nací para ser cruzada, y moriré siendo cruzada, aunque sea inmerecedora de portar su emblema. Pero yo en mi modesta persona, no soy sacerdote, ni lo seré. No soy quien para enseñarte, o rectificarte. Pensé que no tenía orgullo, pero este era tan alto que no veía su fin al mirar hacia abajo. Así que, debí bajarme primero. Uno tiende a creer que lo que dice es indiscutible cuando no conoce otra verdad.

- Es un honor que hayas podido aprender algo, aunque no tenga merito alguno mi propia persona, me congratulan tus palabras, Gabrielle. Yo.. creo que he aprendido demasiadas cosas de ti.. no querria aburrirte con una lista. Pero si quería decir, otra vez, y todas las que sean necesarias, que tienes mi total y más sincera gratitud.. Y.. quiero que sepas, que no importa que camino tomes.. si decides volver a la Abadia y ser monja, retomar el camino de la batalla o cambiar de vida completamente.. hagas lo que seas.. seas quien decidas ser... Siempre hayarás en mi a un amigo, y ten por seguro, que si alguna vez hay algo que pueda hacer por ti.. no tienes más que pedirlo, y haré cuanto esté en mi mano por hacerlo.

- Concuerdo en ello. Me sentiría dichosa si este viaje te reportase algo más de lo propio. Tal vez en la Tumba encuentres a alguien que sí pueda enseñarte. Por mi parte... En este viaje, te hablaré de lo que sólo un cruzado escarlata sabe. Lo que humildemente aprendí, sin mediar sobre filosofía, valores y juicio.

- Gabrielle.. no quise que me acompañases en este viaje para que me instruyeras.. Este viaje también es para ti.. Qu..QUiero decir, con gusto te escucharé, y me bañaré de tu sabiduría, pero eso.. es secundario.

- Tienes fe, Armand. En que tal vez este peregrinaje me inspire. Noto cómo me miras cuando porto un arma y no un vestido. No queda fe en mi camino en mi corazón. Sólo el anhelo de encontrar la forma de ayudar a mi prógimo desde lo más humilde de mi ser.

- La espada realza el brillo de tus ojos. -Esbozó una sonrisa ironica antes de seguir preparando el lecho.- Tienes razón.. tengo fé, y algo en mi interior me dice, que encontrarás inspiración.

Gabrielle le miró cándida, cómo un chiquillo podía tener tan buena fe.

- Serás un gran paladín.

- ¿Paladín? Dudo que llegue a alcanzar semejante honor . Mi camino aun es muy largo, y no soy más que un bebé dando sus primeros pasos en la senda que San Uther, junto a sus hermanos, trazarón para todos nosotros. Aunque me sentiré muy dichoso si algún dia sirvo a la ordenes de uno.

 


 

Mastereo de 3h por @Psique dejando atrás Lobrega y retomando el camino a través del bosque.

@Psique como Gabrielle: Advertir/notar, Atletismo, Supervivencia, Religión.

@Thala como Armand: Advertir/notar, Atletismo, Supervivencia, Religión.

 

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Azul vida

 

Siento que cada decisión fue una villanía.

Que cada parte del camino nació de la necesidad más egoista o del temperamento más desolador.

No creo poder corresponderte con justicia, cuando siquiera pude cumplir el deseo de esos ojos celestes.

Un camino inacabado que concluyó en el instante en que no pudiste sostenerme una sóla mirada más.

Siento que todo cuanto quisiste, lo arrojaste a un lado cuando no obtuviste de mi lo que necesitabas.

No estabas preparado para nada. No te allané el camino, tan solo lo cubrí de sombras y miedos. Quise traerte Luz, y cubrí tu mente de oscuridad.

Porque dicen que la juventud es un tesoro, sólo aquellos que envidian o se avergüenzan de lo que son. Porque por juventud te impusiste, por juventud te viraste, y por juventud corriste hacia adelante.

 

A pesar de que no he hecho algo que no fueran decisiones egoístas, no solté aquella cuerda. Decidí ser la mejor versión de mi misma cuando más me necesitaste. Escuché tus gritos a mi espalda, y siquiera pude girarme para verte morir.

Ni siquiera pude detenerte.

Ni siquiera lo intenté.

 

Dejo sobre tu tumba la espada que me protegió en este viaje, mil promesas imcumplidas ahora reposan sobre tu tumba.

Deseo creer que no fue un arrebato suicida lo que te empujó hacia adelante y que de verdad, nos diste tiempo.

Deseo creerlo para consolarme, por mi misma. Por necesidad. Necesito perdonarme lo que tú me perdonarías sin comentarlo, aun cuando yo no puedo.

Azul vida en tus ojos, azul era tu inocencia y tu fuerza. Azul era el cielo que debió verte morir rodeado de gloria, azul tu estandarte y honra.

 

No olvidaré esos ojos, aunque deba hacer el esfuerzo de miles, por todo lo que fuiste y no tuviste tiempo de demostrar.

En mi memoria siempre estarás vestido de los mayores honores y la más clara de las luces.

Armand Lynch. Mi amigo, mi hijo, mi azul vida.

 

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