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Theradriel Ban’Onthar

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Theradriel Ban’Onthar

 

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  • Nombre: Theradriel Ban’Onthar
  • Raza: Quel'dorei
  • Sexo: Hombre
  • Edad: 293
  • Altura: 1,73m
  • Peso: 64
  • Lugar de Nacimiento: Aldea Bruma Dorada, Quel'thalas.
  • Ocupación: Sanador ambulante/Mercader/Bardo
  • Historia completa

 

Descripción física:

Theradriel es un elfo que no destaca especialmente por su aspecto, es normal, ni hermoso ni feo, un rostro más de los que podría verse en cualquier avenida de Lunargenta en sus días de gloria. Su estatura, cuando se halla bien erguido es de metro setenta y tres, relativamente bajo entre su gente. Su cuerpo es delgado y terso, aunque no llega a exhibir una notoria musculatura. La única gran huella que marca los escasos y delicados relieves de su anatomía son grandes cicatrices que lo cubren desde el cuello hasta los talones, cortes de garras surcan y se alzan sobre su abdomen y la espalda, se envuelven con filigranas de incisiones en sus brazos y las piernas, y esconden algunas pecas. Tiene, en el omóplato derecho, una marca de nacimiento, de un tono levemente más oscuro que el resto de su piel y que recuerda vagamente a la forma de un pájaro hornero.
 Sus manos son grandes y delicadas, con dedos largos, aunque ni estos se libran de las cicatrices, y poseen cual anillos marcas de cortes. Algunos de los nudillos salidos señal de que antaño se rompió los huesos rompen la perfecta silueta de las mismas. Las palmas de sus manos tienen viejas marcas de cortes, más finas y limpias que el resto de su cuerpo, mientras que las yemas de los dedos tienen, a excepción del pulgar derecho, unos callos pequeños y redondos en la cúspide de estas.

Sus rasgos son tan hermosos como los de cualquiera de sus congéneres, ni más, ni menos. Angulosos y armoniosos al mismo tiempo, sus pómulos son altos, y su mandíbula prominente. Sus cejas copiosas y expresivas enmarcan unos ojos almendrados de un intenso celeste, de pobladas pestañas y audacia incipiente. Posee una nariz larga y recta, casi perfecta, solo manchada por una peca oscura entre el puente de esta y el lagrimal izquierdo. 
Sus labios son carnosos, pero no demasiado gruesos, casi siempre curvados en una sonrisa discreta.

El cabello de un café claro se presenta lacio en su cabeza y su rostro, cuidado en ambos. En el primero casi siempre trenzado o en una coleta, lo recoge sin demasiado empeño, pero lo atiende con esmero. La perilla sin embargo siempre esta ordenada y recortada pulcramente.

Aunque es un viajero, mira mucho su higiene, y más allá del polvo de los caminos no  suele hallarse sucio, es habitual que huela a perfumes, inciensos o a los vapores de lo que le eche en su pipa.

 

 

Descripción psíquica:
La personalidad jovial y extrovertida de Theradriel suele dar una imagen engañosa de sus adentros. Es un hombre sociable y de buen carácter, que varía de una conducta apacible a histriónica acorde al momento, con un humor que pasa de ser acido a horrendamente negro. Es fácil que esté dispuesto a echar una mano, compartir y aprender con otros, a ser un hombro, sin embargo, tienda a buscar para sí mismo el provecho. Posee una gran sed de conocimiento, siempre abierto a ver la utilidad y la valía en cualquier disciplina. No solo es curioso para aquello que tiene una utilidad concreta, disfruta del saber no solo como una herramienta, también como un fin.
Todo eso hace que sea difícil de entrever que, al mismo tiempo, es un hombre cuya moral ha ido ganando laxitud hasta casi desaparecer, y que se mueve a conveniencia, que no posee para sí mismo ni para los demás, decencia en la mayoría de los aspectos. Un sujeto de alma egoísta, que ha encontrado refugio en los placeres para paliar las miserias con las que la vida lo ha azotado, y de todas las cuales ha aprendido. Theradriel compartimenta muy bien cada aspecto de su vida, le da a todo y todos un lugar concreto, ha encontrado en la conformidad de la realidad una manera de no sufrir las penurias como tales, sino como un aspecto más de la intensidad de la vida. El busca, quiere, ansia y está decidido a vivir, y disfrutar de ello.
La paciencia es una de sus virtudes, aunque pueda parecer, en el conjunto, un rasgo particular, no deja de ser muy marcado. Sus arranques libertinos no quitan que sea un hombre sereno, y meticuloso, incluso maniático, algo que se refleja bastante en la higiene, pese a su conformismo y su habito en los caminos.

 

 

 

Historia

 

La casa de la familia Ban’Onthar se alzaba a las afueras de la aldea Bruma Dorada. Desde el patio se podía ver como la gran arboleda se erguía sobre la otra orilla del rio, y, cuando el viento soplaba del este, el aire traía un leve aroma a salitre si uno cerraba los ojos y respiraba profundamente.

En una de esas noches, donde la brisa nocturna portaba un deje a mar, la morada familiar permanecía en vela. Aunque hacía largo rato que el astro rey se había ocultado en el horizonte, la luz salía de entre casi todas las cortinas.
Las dos lunas se veían desde la ventana del dormitorio de la joven Serailäe, en su lenta ascensión para dominar el cielo. La música de una lira se escuchaba con claridad, y una suavidad apacible, aunque aquel que hacía sonar el instrumento se hallaba en otra habitación.

Faltaban unas pocas horas para que Alodien celebrara su mayoría de edad, y como era costumbre en su familia, practicaba para mostrar a cercanos y familiares que había madurado, no solo en cuerpo y mente, también como artista. Cuando el sol se hundiera en el horizonte al día siguiente, expondría ante todos una pieza de su propia creación.
Mientras sus dedos se habituaban al nuevo instrumento, otorgado con motivo de esa fecha especial, sus padres se encargaban de preparar el jardín y el hogar para los invitados.

Sus hermanos menores, quienes deberían haber estado durmiendo, se encontraban sentados en el suelo, de piernas cruzadas. Sus allegados, fingían ignorar que conocían sobre los desvelos de los jóvenes.

 

Serailäe jugaba con el borde de su camisón, retorciéndolo entre sus dedos y estirando la tela, manteniendo la espalda bien recta, y la mirada centrada en las lunas. A su espalda, Theradriel se hallaba casi en la misma postura, peinando los cabellos castaños de la chiquilla entre sus dedos, húmedos con una crema de textura oleosa, que cubría con una fina película todo lo que tocaba, y no terminaba de desprenderse de sus manos aun cuando escurría las mismas en la sedosa melena de la elfa repetidas veces. Olía a miel, aloe y almendras, llenando el pequeño dormitorio con esa mezcla.
- ¿Crees que madre se enfade? -Susurro con voz dudosa, aguda y dulce como el canto de un mirlo, antes de fruncir los labios en una mueca insegura, y desplazar la mirada hacia la puerta. 
- ¿Por qué? ¿Por qué seas la muchacha más hermosa de la fiesta? - Le respondió con cierto retintín el improvisado peluquero, hundiendo los dedos en el tarro de cerámica para recoger más mezcla, sin abandonar ese tono bajo, cómplice.
Aunque no había nadie cerca que pudiera oírles, el cosquilleo nervioso de lo prohibido anidaba en sus entrañas, esa sensación excitante que solo los jóvenes albergan por las cosas más sencillas, que creen que les son vetadas.
Serailäe hincho el pecho, ufana. Una sonrisa involuntaria y sincera se dibujó en su faz. Theradriel no necesitaba mirar a su hermana para verla. Se sonrió y siguió aplicando la pomada cosmética de forma dedicada.
- ¡Te lo preguntaba en serio! -Le recriminó tras regodearse unos instantes, sin poder ocultar la alegría del cumplido por completo.
-Mañana es un día especial, madre no se enfadará porque quieras agasajar a Alodien ofreciéndole una buena imagen. - Respondió con seriedad, porque sabía que ella lo necesitaba.
Ese entendimiento tan simple les era natural, y había procurado entre ambos una estrecha amistad. Aunque la edad que los separaba era visible y ostentosa por su juventud.
 Ella apenas exhibía la sombra de los encantos que florecerían en su primavera, aún lejana. Él se hallaría practicando en la soledad de su dormitorio como lo hacía su hermano mayor en menos de dos décadas. 

- ¿Crees que me queden unos bucles como los suyos? -Una nota discordante ahogó la última silaba de la pequeña. El silencio reino en la habitación durante varios segundos. Aunque todos los habitantes de la casa se percataron de ello, fingieron no hacerlo.
-Haré lo que pueda. -Eludió con poca gracia el joven, dejando el cabello completamente húmedo y rezumando pringue perfumado en paz. 
El arpa volvió a sonar, como si nunca se hubiera detenido.

Él se puso en pie y salvo la distancia que lo separaba de la artesa llena de agua fría, donde sumergió las manos, intentando deshacerse de los restos de potingue con un éxito moderado.
- ¿Y si quedo como un espantajo? -Se giró la elfa, oteando la figura de su hermano dando vueltas por la habitación. Él tomo la pequeña clepsidra que había sobre el guardarropa, y la llenó. Al instante el ligero rumor del agua se sumó a la música.
-Entonces me haré un peinado ridículo, y haremos un número cómico. -Aseveró, con toda la seriedad del mundo que permitió a aquella broma cumplir su cometido, y llenar la alcoba con la risa entrecortada de su hermana.
-Si haces eso se van a enfadar. - Le reprochó, siguiendo la ideación imaginaria, la pantomima de que pudiera acontecer.
Otro día él habría ido a por su flauta, y ella habría cantado con su hermosa voz hasta que el agua hubiera llegado a la última línea dorada del recipiente inferior del reloj. Sin embargo, aquella era la noche de Alodien, el silencio le pertenecía.

-O quizás hagamos tanto el ridículo, que cualquier cosa que haga Alodien parecerá una genialidad. -Se irguió y alzó el mentón, fingiendo un destello de brillantez en su ridícula idea.
-O termine estampándote la lira en esa cara tan dura que tienes por estropearle el día.
- ¡Al revés! Su nombre será leyenda en comparación con nuestro espectáculo, y en agradecimiento, bautizará su lira con el nuestro.
-Por eso te queda bien la flauta, porque no hay quien crea tus historias, y con ella no hablas. -
 Le sacó la lengua con una mueca infantil y juguetona, antes de volver a reír.
- ¿Qué dices? ¡Pero si soy un encanto! -Apoyó la palma en su pecho, y se inclinó hacia atrás, en un gesto ofendido sobreactuado hasta para el teatro.
Ella rió más fuerte, y se tapó la boca con ambas manos.
- ¡Para para! -Suplicó entre risas, procurando ahogar estas en sus palmas o la garganta. - ¡Nos van a oír por tu culpa!
-Eres tú la que se está riendo como un murloc. - Le hizo un gesto con la mano, conminándola a tomar asiento a los pies de la artesa.
- ¡Yo no me rio como un murloc!
-Jagvjhahahagbrlgblargh jajaj gblrg. - La imitó pobre y exageradamente.
Serailäe soltó su camisón mientras caminaba, dejando que la tela se meciera, holgada sobre su cuerpo ante su grácil andar, y le dio un golpe en el brazo al cretino de su hermano para que dejara de hacer esos ridículos sonidos.
- ¡Para ya! Yo no me rio así. - Hizo un mohín, y se dejó caer al suelo, apoyando la espalda contra la pared pulida la artesa. -Haz algo útil, y enjuágame esto, me siento pegajosa.

Esta vez fue el quien se rió, solo dejando escuchar su voz, aun aguda, entre los dientes, apretados con firmeza para evitar alzar el tono.
Theradriel guio la cabeza de su hermana hasta que el agua hizo una corona sobre su sien, y sacudió el cabello que flotaba dentro del líquido elemento.
-Se me mete en las orejas. - Se quejó solo por el placer de hacerlo.
El chasqueó la lengua y respondió rodando los ojos.

Cuando las briznas castañas ya no tenían una pizca de potingue, y solo habían quedado oleosas, se frotó uno de los jabones que había sacado del dormitorio de su madre cuando habían incursionado para hacerse con los cosméticos, y enjabonó generosamente la larguísima melena que tenía a su cuidado. Cuando volvió a aclararla, el bálago no permitía ver el agua.

Intercalaron los chascarrillos con el silencio, porque lo primero calmaba sus nervios, y lo segundo les permitía apreciar la dedicación y empeño que Alodien ponía en su música, y hacia que lo admiraran un poco más.

En ese vaivén, de palabras y contemplación, Theradriel la peino y separó el cabello en finos mechones. Con paciencia fue enrollando cada uno de ellos en unas piezas de madera hueca en donde se fijaba con cintas gastadas, hasta que no quedó un solo cabello suelto, y la maraña de rulos mantenía el pelo tan alzado y firme que, la delgada y blanquecina nuca de Serailäe era bañada por la pálida luz lunar.
Él joven habría jurado que no había forma alguna de dormir con semejante parafernalia en la cabeza, pero, fueran los nervios, que por fin habían aflojado, la apacible nana con el arpa, o la intempestiva hora, un sopor se había adueñado de la muchacha, que ya, mientras le colocaba los últimos cilindros en el cabello, se balanceaba suavemente al ritmo de los tirones, y bostezaba tratando de mantener los ojos abiertos.
Theradriel la acompañó hasta el cabezal de la cama, donde ella se dejó caer, quedando dormida en el mismo instante en el que tocó el colchón, estiró de cualquier modo la sabana sobre la elfa que ya roncaba bajo, y devolvió el jabón, el tarro de crema y los ruleros sobrantes al tocador de su madre. Como la idea había sido de Serailäe, le dejó la artesa como estaba para que se hiciera cargo ella del desastre, y trató de conquistar el sueño en su propia cama.
Aun y el cansancio del día de preparativos, solo cuando ambas lunas ya habían pasado su zenit logró dormirse.


*****


El jardín y los aledaños de la casa estaban adornados con guirnaldas, en su mayoría cordeles de colores de los que pendían pequeños farolillos de papel, aun apagados, ramilletes y lazos. Las macetas flotantes, que normalmente se encontraban bordeando la pequeña rampa del umbral del hogar, se habían dispuesto entorno al linde de árboles que delimitaba el espacio libre alrededor de la casa, y acompañaban mesas bajas y banquetas exteriores, algunas cedidas por los vecinos para tal ocasión.
Aunque no tenían el portento como para montar una tarima, no lo necesitaban. Una glorieta vieja, que había visto aquella celebración más veces de las que se podían contar, y albergado a generaciones enteras de esa sangre, incluso antes de que se conociera con el nombre de Ban’Onthar, servía como espacio para los músicos. 
Las enredaderas, que florecían todo el año, se enroscaban en las columnas, y eran podadas con moderación para que no perdieran parte de su aspecto salvaje.

Durante todo el día, fueron llegando familiares, algunos incluso venían desde la capital para esa fecha. Los más cercanos y compañeros de profesión se turnaban en la glorieta para acompañar la reunión con música de fondo, que solo fue interrumpida cuando hubo que subir el arpa de Eretrhia al mediodía, y cerca del atardecer cuando la retiraron de la misma.
Las mesas exponían platillos fríos para picotear, casi todo de pie, así como bebidas espiritosas, algunas infusiones y jugos variados.
La jornada fue ajetreada para todo el mundo, muchos no se veían en años, los menos emparentados se juntaban solo en esas raras ocasiones, por eso, la actuación principal se reservaba para el final, cuando la gente se había saciado de comida, bebida y rumores, y había tenido tiempo de dormitar en los bancos por la tarde, o de solicitar discretamente tumbarse en alguna alcoba si su viaje había sido especialmente largo.

La fiesta de verdad empezaba a la noche, cuando se encendían los faroles, y el patio quedaba iluminado por la titilante y colorida luz de los mismos. La glorieta quedo deserta por primera vez en horas, con una solitaria silla, esperando al homenajeado.

Alodien era un elfo de estatura mediana, pero su porte lo hacía parecer más alto, y lo dotaba de una presencia llamativa, aunque nada severa. Andaba con soltura, sonreía de forma arrebatadora, y, aunque no era más bello que un elfo promedio, tenía una actitud y personalidad, una gracia al moverse, que lo hacía destacar entre la mayoría de elfos. Un don que no era desconocido ni escaso entre los participantes del festejo.
Subió con su andar felino, sosteniendo una lira entre las manos. Se inclinó y saludó, ocultando con el movimiento de su gesto, un temblor breve y nervioso que controló con presteza, y tomó asiento con una soltura indolente y ensayada. No tardaron sus dedos en hacer vibrar las cuerdas, y llenar el silencio con el claro sonido de su instrumento.

Con anhelo palpitaba el corazón a la luna, hasta que en el amanecer respiraba. / Era la ambrosía la mañana, y en ella codiciaba su rostro, su piel y su canto. / Con celo furibundo su interior se agitaba, condenado a observar de otro aquello que amaba. / Era agua y la envidia le quemaba. Embravecido y aflicto se sacudía en vano. / Por aquel que odiaba poseía sus ruegos, acariciaba de espuma sus pies, y de amor proclamas guardaba.

Era un soprano magnifico, su voz era conmovedora, sus manos se movían diestramente entre las cuerdas. Aunque no podría haber tocado en la corte todos le observaban embelesados. No porque su letra fuera magnifica, o por la libre poesía de la historia que narraba, era la emoción que hacia vibrar su canto lo que hechizaba.
 Cuando llego la parte en la que había fallado la noche anterior, sus padres y sus hermanos contuvieron el aliento, sin embargo, la voz y el instrumento siguieron avanzando con una coordinada simbiosis.

Pero esas palabras no le pertenecían, la piel se le escapaba, y el corazón le dolía. / Por sufrimiento y ansia retuvo entre sus aguas, el pequeño navío con el corazón de su amada. / Y ella permaneció aguardando en la orilla, llovían sus lágrimas, el dolor la retenía. / La luna pasó, también el día, y sobre la orilla del mar languidecía.

Oteaba el horizonte su mirada hundida, y por el pescador perdido sin cesar rezaba. / No reflejo la resaca más sonrisas, solo un sufrimiento amargo. / Pero al fin ella se acercaba, se adentraba en el mar a paso lento y desesperaba. / La abrazaba el piélago con sus olas, se enredaba tierno en su cabello largo.

La mano pequeña de Serailäe se agarró a la manga de la camisa de su hermano de forma disimulada, y trago saliva con fuerza, su mirada muy abierta, totalmente fascinada, observaba al trovador. Theradriel no se dio cuenta, estaba deslumbrado, presa de una envidia muy distinta a la que describía la canción, un sentimiento blanco y puro de arrobo.

Pero ella no respondía, fría, inerte, se ahogaba, moría. / Entre peces y corales, entre sal agonía, silenciosa, caía en el olvido. / Su melena flotaba, su piel se desvanecía. / Solo el mar en su recuerdo se agitaba, tormentoso y vesano. / Añoro su luna carcelera, deseo los celos, las sonrisas de alegría que no le pertenecían. / Anhelo todo aquello que había perdido.

La música del laúd siguió sonando un poco más después de que la última silaba hubiera abandonado los labios del cantor, y se perdió en la melodía hasta el silencio, solo entonces se extendió la última nota de la lira.
Los más sensibles de  entre los oyentes precisaron de unos instantes para reponerse, el resto se los concedieron. Cuando la cortesía hubo terminado, aplaudieron y empezaron a desfilar hacia la glorieta, felicitando al trovador por su “primera” pieza.

-Algún día tendré a alguien que me escriba canciones tan hermosas como esta. - Murmuró Serailäe, parpadeando varias veces para dejar de tener los ojos vidriosos.
-Me parece que vas a tener que ser tu quien componga. -La pinchó su camarada, mientras se reunían con sus padres, aguardando para agasajar a Alodien cuando hubieran terminado el resto de invitados.
 - ¿Y eso por qué? Encontraré alguien que cante y que me quiera. -Alzó el mentón, haciendo que los perfectos bucles castaños se sacudieran graciosamente entorno a su rostro y sobre sus hombros desnudos.
-Eso va a ser aún más difícil. -Sonrió burlonamente el adolescente, con una malicia que no era realmente malintencionada. Ella le pellizcó el brazo por encima de la camisa, aunque la fina tela apenas amortiguó nada.
-Entonces me la escribirás tú, y yo a cambio le pondré tu nombre al arpa que me haga papa cuando sea mi fiesta. – Aprovechando la espera, se decidió a atacar lo que había quedado en una fuente cercana de las tostadas de pan especiado con confitura de manzana.
- Sabes que toco la flauta, si te canto algo, ¿Con que quieres que toque? ¿Con los pies? -Le robó de la mano el tentempié y lo engullo de un bocado ante la mirada estupefacta y de reproche de su víctima, la cual se vengó con premura dándole un puntapié en la espinilla de forma disimulada, haciendo que casi se atragante con el canapé.
-Me compones algo con la flauta ¡Mira tú que listo! Como si no pudieras componer algo para mí. - Tomó otra tostada, pero esta vez la hizo desaparecer entre sus labios rápidamente, ni bien terminada la última palabra, para evitar que se la arrebataran.
- ¿Y cómo sabrás si es algo para ti? -Se sonrió el joven.
-Lo sabré. - Aseveró con tanta convicción, que él llego a creerla.


Cuando el ultimo invitado hubo felicitado a Alodien, este ya no estaba en la glorieta, en su lugar, dos de sus tíos y un primo que vivían a un par de aldeas de distancia habían sacado brillo a sus instrumentos, y tocaban para que el resto de invitados pudieran bailar.

-Los enanos no van a dejarte ni comer ni dormir con tal de que cantes sobre sus leyendas. - Theradriel fue el último en acercarse. Primero dejo que su hermana menor se cansara de abrazar a Alodien y de balancearse desde el talón a las puntas de los pies con entusiasmo, luego a que sus padres le hubieran obsequiado con medidas muestras de aprobación y afecto. No por educación, o cortesía. Theradriel admiraba a su hermano, un sentimiento que en aquel momento rozaba la reverencia, y le costó su orgullo, nervios y unos instantes reponerse antes de sentirse capaz de felicitarlo sin temor a quedar como un mocoso embobado.
-Esa es la idea. -Contesto con una sonrisa placida, apoyando la mano sobre el hombro del muchacho. - Una ciudad tan nueva necesita sus propias canciones.
- ¿No estás cansado? - Nada más pronunciar aquello, se sintió completamente estúpido. Quería alabar y decirle que tanto le había entusiasmado su pieza, o lo contento que estaba de que fuera a llevárselo en su viaje por recolectar cuentos y vivencias de otros pueblos, pero siempre le costaba ser honesto con su hermano.
-Dormí bien anoche. - Mentía, porque Alodien pecaba de lo mismo, no queriendo romper la imagen que tenían de él los menores, aun y que aquello que sabían de la verdad solo lograba que lo admirasen más. – Cuando te toque a ti lo entenderás. - Sonrió nuevamente, con una calma que no sentía. Eran los nervios, la adrenalina que aun cosquilleaba en sus manos lo que lo hacía permanecer despierto, la emoción de que ahora era uno más.

La noche fue larga, y paso rápidamente para casi todos los asistentes. Los chiquillos se fueron durmiendo a lo largo de la noche, y al amanecer, los invitados, casi todos insomnes, emprendieron la marcha hacia sus respectivas casas.


*****


Theradriel había revisado su equipaje por lo menos cuatro veces en lo que iba de día, y más de una decena la última semana.  Sabía que no se olvidaba nada, pero no podía sacarse de encima esa sensación de que, una vez atravesaran la frontera, seria cuando se acordara de qué había descuidado en sus preparativos. 
A medida que el momento de partir se acercaba, esa incertidumbre azuzaba la inquietud que le hacía una bola en la garganta, y le dificultaba tragar.
-Pensaba que ya tenías el equipaje hecho. - La voz de Alodien reveló la presencia de este en el cuarto, que llevaba ya unos instantes sin resultar advertido, observando en silencio el prolijo orden de la ropa doblada, y los diversos enseres dispuestos sobre la almozalla.
-Está hecho. -Se enderezó el dueño, como si acabaran de tensar la cuerda de una marioneta para hacer que se irguiera por completo. -Solo. -Frunció los labios un instante. - Reviso que no me esté olvidando nada. - Prosiguió, recorriendo la exhibición de pertenencias que aguardaban sobre la cama a ser acomodadas nuevamente en el morral de viaje. Su homologo imitó su gesto, mientras un silencio contemplativo se adueñaba de la alcoba.
-Creo que tienes todo lo que necesitas. -Sentenció con tranquilidad el mayor de los elfos, dándole una palmadita en el hombro, con la que buscaba disipar los nervios de este. No había nada más que pudiera hacer para proporcionarle calma, sabía que no se arrepentía de haberle pedido que lo llevase con él, también era consciente de que, si trataba de aligerar su corazón recordándole que todavía podía decidir quedarse, permanecería en la villa. No porque ese fuera su deseo, sino porque, a pesar de lo que pudieran decir ambos, se creería una molestia, y tomaría cualquier excusa por la cortesía y los piadosos engaños de alguien que no le buscaba ningún mal y quería limpiar su conciencia.

A medida que iban creciendo, su relación se había vuelto así, más distante. Había un profundo aprecio entre ellos, pero eso no había sido suficiente para salvar la grieta que, el orgullo, y la ambición de satisfacer las expectativas del otro, habían creado. Alodien extrañaba tiempos más sencillos, donde eran más pequeños, y eso les permitía ser más honestos, y confiar en sus palabras. Theradriel esperaba expectante por un provenir en donde se sintieran iguales, en que el futuro le permitiría que se miraran con honestidad y que la verdad fuera tan evidente, que no albergaran miedos al hablarse de las cosas más importantes.

Serailäe entro en la habitación como un relámpago, apartó parte de los enseres de su hermano de la colcha, y se sentó en la cama con las piernas cruzadas, y los pies descalzos, con la planta ensombrecida por la tierra del jardín. Tomó aire, alzó el mentón, y con el porte y el tono de un bederre que hubiera decidido perdonar la vida a los condenados, habló.
- ¿Qué me vais a traer de bonito? -Les exigió a ambos.
El último mes había estado de un humor de perros porque no le habían permitido a ella acompañarlos en el viaje. Sobre todo, cuando vio que sus hermanos mayores no abogaban por ella ante sus padres, porque también la consideraban demasiado joven para tal travesía sin mayor supervisión.
Finalmente les había perdonado. No quería que partieran con el enojo de por medio, pero tampoco estaba dispuesta a bajar la cabeza completamente. No se había retractado, simplemente los quería más de lo que estaba dispuesta a defender el tener razón, y una cosa, no significaba renunciar a la otra.
- ¿Qué vas a querer? – Preguntó con una docilidad servil Alodien, acercándose a la cama.
-Hm…- Se dejó caer hacia atrás la pequeña, acomodando ambas manos tras la nuca mientras miraba el techo. – Quiero…quiero… quiero algo que no se compre con dinero, y que no se deteriore con el tiempo. - Empezó, esbozando una sonrisa socarrona y desafiante hacia sus hermanos. - Algo que haya nacido en esa tierra. -Prosiguió, haciendo pequeñas pausas para rumiar. – y que mute con el tiempo. -Finalizó, tanto su petición como esa pantomima de que la estaba improvisando.
-Haré lo que pueda. -Respondió servicial el mayor de los elfos, con una reverencia corta, siguiéndole el juego.
- ¿Y tú? ¿No piensas traerme nada? -Giró de costado hasta quedar tumbada sobre su abdomen, para ver al joven de pelo castaño mal atado que intentaba meter todo su equipaje en el morral y apartarlo de la muchacha que ya había aplastado parte de la ropa.
-Que codiciosa. ¿También yo tengo que traerte algo?
- ¡Por supuesto! Ya que no quieres llevarme, vas a traerme algo. -
Lo acusó. Y aunque era mentira, logro hacerle sentir los suficientemente culpable como para que no volviera a replicar. – Quiero…quiero…-Empezó una vez más. - Algo que pueda llevar siempre conmigo…- Giró por la cama, ya libre de útiles, y empujó con el pie el morral, haciéndolo caer a un costado del lecho. - Algo que tenga el corazón de esa tierra, y que tenga el sudor del esfuerzo.
-Lo suyo es mucho más fácil. -
 Resopló por la nariz Theradriel. - ¿No prefieres que también te escriba yo algún cuento?
-No.- Negó varias veces con la cabeza, con gesto caprichoso. - ¡Y no se vale que os ayudéis entre los dos he!
-Él va a buscar leyendas para sus canciones, no es justo, no le has dado trabajo extra.
-Y tú vas a hacer el vago, así que no te quejes, vas a tener algo en lo que trabajar. -
 Le sacó la lengua.
-Ahí tiene razón. - Rio gustosamente Alodien por primera vez. 
Incapaz de replicar, el acusado chasqueó la lengua y cerró su morral a la vez que lo levantaba del suelo. Ella se sonrió.
-Bueno, os iré a despedir mañana. - Dictaminó, saltando de la cama al suelo con esa agilidad de cervatillo que le era tan propia, y se acomodó la falda con las manos con aire solemne, antes de retirarse del dormitorio.

 

*****


La partida había sido amena, aunque ambo elfos apenas habían podido dormir la noche anterior. La familia los acompaño hasta las afueras del pueblo, e hicieron la primera parte del trayecto en zancudo.  Cuando el camino era amable, se daban el lujo de cantar por voces fragmentos de canciones populares, y de azuzar a sus monturas para que pudieran correr y estirar bien las patas. 
La frontera del reino de Quel’thalas con el resto del mundo era clara hasta para los bosques, el follaje y la tierra cambiaban, el aire era diferente una vez abandonado el reino. Aun y si no hubiera habido el portón del reino, o señal alguna, cualquiera habría podido distinguirlo.
El aire estival y cálido barrio el frescor de la brisa primaveral de los bosques dorados. Arboles de follaje verde y denso, de hojas de aguja y formas nuevas bordeaban los caminos de tierra y piedra, apenas transitados, que conectaban las tierras de los sureños con el mágico reino de los elfos.

En la primera posada del camino, refrescaron las monturas por los peores caballos. Tenían poca prisa y menos dinero, pues su idea era conseguirse el sustento mayormente tocando en las tabernas, y lo poco que llevaban era por si no los acompañaba la suerte.
 Alodien quería hacer de ese viaje una especie de peregrinaje personal, del que volver con historias, ideas que no poseían aquellos que jamás habían abandonado sus fronteras, y con algo más de experiencia. 
Theradriel veía en aquello una oportunidad para expandir su mente y sus ideas, para que muchas cosas dejaran de ser ideaciones y cuentos.


-Son…. Feos. - El joven de la dupla había decidido fingir no hablar el común tan pronto como había visto al posadero, y los parroquianos del lugar. –Mira, tienen el pelo grasiento y su piel parece la de un escuerzo.
El posadero, un hombre que aún tenía un par de décadas por delante, y la curva de la felicidad se pronunciaba poderosamente ante sí, miraba a los dos elfos desde detrás de la barra, con las manos apoyadas sobre su oronda barriga.
- ¿Qué dice el mozuelo?
-Que nos gustaría algo de heno para los caballos de refresco antes de partir.
-Mis caballos están bien comidos. -
Se dio un par de golpes sobre la panza el posadero.
-Mejor comido está el, va a reventar Alodien, dile que pare de golpearse o nos va a bañar con sus tripas. - Bromeó con insolencia el adolescente, sin abandonar su lengua madre. Tenía la viveza de hacer esas maliciosas bromas, pero el cuidado de no pronunciarlas en un idioma en el que pudieran entenderlas.

El posadero paso la mirada de uno a otro, interrogante. Imperturbable, y con su amabilidad característica, el mayor no tardó en responder, para no dar pista al humano de lo que realmente estaba ocurriendo.
-Dice que le parecieron recias bestias, que seguro que nos llevan varias millas sin cansarse. – sacó de entre su camisa un saquito que tintineaba con la canción inconfundible de las monedas al repiquetear entre sí. -  No está acostumbrado a ver caballos.

 

-Mi caballo es una mierda. - Thanováth se peleaba con las riendas. En las ultimas millas el corcel había intentado girarse cuatro veces, se había negado a trotar otras dos, y casi había arrollado a un grupo de comerciantes que iban a pie cuando se le habían descontrolado las riendas, pese a que el camino estaba en buen estado.
-Seria aun peor si el posadero hubiera entendido que es lo que estabas diciendo.
-Oh vamos, no puedes decirme que no tenía razón.
-La tienes, pero eso no significa que debas decirlo.
-Soy un hombre sincero. -
Imprudentemente soltó las riendas con una mano, para llevársela al pecho con teatralidad. A causa de tamaña estupidez, el equino se le encabrito y casi termina volando de la silla, por puro equilibrio y suerte logró mantenerse asido al lugar, y que la bestia volviera a caminar sin hacer numeritos de mal genio.
-Serás un hombre sin crisma si sigues haciendo el tonto. 


Aunque esquivaron las ciudades, tuvieron que cruzar algunas aldeas. La dupla de hermanos evito pasar más de lo necesario en ellos, y solo hacían noche en las posadas que se encontraban en los cruces, en los cuales tocaban en conjunto durante varias horas a cambio de una cena humilde, y poder dormir en el salón cerca de las brasas del hogar.  
Cuando se sentían con ánimo de seguir viajando, y el día era especialmente caluroso, dormían al raso cerca del camino, observando el despejado cielo estrellado, y escuchando la orquesta de animales nocturnos regionales.

Aunque las bromas pesadas y los comentarios audaces, e irrespetuosos de Theradriel fueron abundantes las primeras jornadas, después de una semana en los caminos ya se había empezado a habituar al aspecto de los campesinos y aldeanos. 
Cuando llevaban la mitad del viaje, y las grandes montañas que delimitaban las tierras del interior ya se podían ver en el horizonte en los tramos donde el camino era elevado, o los arboles no tapaban el paisaje, empezó a animarse a hablar el común, aunque su marcado acento lo hacía difícil de entender para los nativos. 
Alodien evitaba parar demasiado, no porque tuviera algún tipo de rechazo hacia la buena gente de Lordaeron, sino porque sabía que, si se detenía en cada aldea, empezaría a ralentizar aún más su marcha con tal de averiguar de estas, y quería estar de vuelta a su tierra antes de que llegase el invierno. 


Intentaron virar al sur en Villa Darrow, pero no había caminos, y el terreno era muy escarpado, así que se vieron obligados a rodear el Darrowmere hasta Andhoral y así cruzar el rio que alimentaba el lago para dirigirse a su destino. 

Cuando se hallaron en la intersección pasado el primer rio, encontraron tres caminos, el más cuidado era el empedrado que ascendía hacia Alterac, donde las inmensas montañas, cuya cúspide exhibía motas blancas aún bajo el sol veraniego, no necesitaba cartel ninguno para presentarse. Los otros senderos, de tierra, eran dos, el que seguía el segundo riachuelo hasta el mar, o el que lo cruzaba y ascendía por los montes al este. Tomaron el último tras hacer el último cambio de monturas en el hostal del cruce.
 Estuvieron a punto de llevarse un par de bayos de buen aspecto, cuando mencionaron su destino, entonces el encargado se negó a hacerles el intercambio si no era por dos carneros.

- ¿Qué es esta suerte de bestia? ¿De verdad espera que nos montemos en esto? - Theradriel miró con suma curiosidad al extraño animal, y acercó con lentitud la mano, mientras su hermano discutía en un rincón de la cuadra, intentando conseguir los caballos.
El bichejo con la mirada extraviada le olfateo la mano, y no tardo en enganchar con los dientes la manga del elfo para empezar a rumiar.
- ¿Cierto o no que eres un ser muy simpático? -Acarició el áspero pelaje que salía, desmechado, desde la base de los rugosos cuernos del carnero. - No quisiera que me dieras una cornada amigo. - El bestia balo y perdió el pedazo de manga, aunque lo sustituyó rápidamente por un borde de la capa de viaje del elfo.
- ¡Alodien!¡Alodien! -Llamó a su hermano haciendo aspavientos. - ¡Mira que gracioso el bicho!  ¿No podemos llevárnoslo? Si el buen hombre dice que el camino es para un…
-Carnero. -
Se apuró a contestar el palafrenero, queriendo aprovechar el entusiasmo del joven para terminar de convencer al que poseía el dinero. -Son animales nervudos estos, te suben la montaña y ni siquiera resuellan. –Se acercó a otro de ellos y le dio un par de palmadas en el lomo, la bestia ni se inmutó, y él abrió los brazos exponiendo al animal, como si aquello hubiera sido una gran prueba. -Se los puedo tener ensillados y listos para el camino en el momento, incluso os pondré las sillas buenas, porque no conocéis mucho a las bestias. - Ofreció servicial y con amabilidad, aunque él llamaba sillas buenas a todas sus sillas, y aquel discurso no era parte de otra cosa que su acto de comerciante para poder sellar el arreglo.

- ¿Ya vas a saber cómo montar esa bestia? - El mayor empezaba a ceder, pero tenía la duda en el rostro reflejada con tanta claridad para el dueño del establo como la luz del día.
-Son buenas monturas estas, no se encabritan, a lo sumo se ponen tercos, pero los dejas pastar un rato, o les das en la cola con el vergajo y listo, no tienen mucha vuelta.
-Me gustan más los caballos, tienen mejor aspecto.
-Es de locos subir esos montes con los caballos, muy pedregosos, escarpados, y no hay paradas porque el terreno no permite construir nada a medio camino. No voy a cambiaros los caballos buenos por esos dos cansados para que me los matéis, no señor. -
Colocó los brazos en jarra, empezando a perder la paciencia. Llevaban por lo menos una hora y media de discusión, el buen hombre hacía ya un rato largo que había empezando a hartarse.

- ¿Qué más te da si son carneros o caballos? Acéptale al jayán las bestias, el animalejo este es más simpático que el otro rucio que me ha intentado matar una vez por milla. - Voceó en Thalassiano el joven, sin dejar de jugar con el morueco. Sabía que, si el vendedor conocía del mal carácter del caballo, les cobraría unos cuantos cobres extras.
Alodien suspiró y cerró el trato. 

Al cabo de una hora ya no se veía el establo, y seguían el rio en busca del puente para cruzar hacia las montañas. Theradriel atusaba a su montura allá donde la gualdrapa no le cubría el costado, animado por lo extraña que le resultaba la criatura, y porque esta no parecía quererlo hacer volar de la silla. Su hermano tenía problemas para hacer avanzar la cabra cuando se acercaba demasiado a los matojos de tomillo que crecían a los lados del camino, pero pronto aprendió a evitarlos.

Al final, el palafrenero tenía razón, y los carneros fueron una excelente elección para el largo y escarpado camino que tenían por delante.

*****

Por encima de las copas de la foresta emergía una gigantesca águila de piedra, erguida, imponente, sobresalía más allá de los picos más altos de la cordillera, y su piedra pulida reflejaba la luz del sol estival. 
Al principio, había hecho creer a los elfos que se hallaban cerca de su destino, pues su tamaño era tal, que no cabía en su imaginario que pudiera encontrarse lejos de donde estaban. Aunque azuzaron sus carneros, y lograron mantenerlos a buen ritmo, habiendo aprendido a mantener el paso en el largo camino por la sierra, el aguilucho de roca no parecía más cerca que cuando habían atrapado por primera vez su silueta sobre el cielo.

Las asentaderas les dolían del traqueteo, fruto del ritmo presto, y el sol ya había llegado a su zenit cuando se encontraron a un buhonero que tomaba el camino en dirección contraria.
Tenía una barba blonda y de elaborado recogido, que aun así le cubría la hebilla del cinturón. Varios anillos de madera tallada sujetaban las guedejas al final de las trenzas. Al contrario que su cara, la cabeza la tenía completamente calva, y la luz destellaba sobre la curtida tez morena. En la figura redondeada y perfecta de su cráneo, se dibujaban cenefas de piel teñida con un azul desvaído. 
Aunque aquel ser era, por lo menos, un palmo y medio más menudo que el menor de los elfos, al que aún le quedaba crecer, su figura era recia, y los músculos de sus brazos se marcaban prominentes, expuestos, mientras sostenía las riendas de su carnero.
La bestia cargaba con estoicidad un serrón de esparto, lleno hasta los topes y cubierto por una lona vieja de arpillera, atada con sencillez. El comerciante aminoró el paso a medida que llegaba a la altura de los viajeros.
 
-Eeeaaa eeaaa Wilburga ¡Eeeeaa! - Se escuchó aun a lo lejos como el sujeto voceaba al tironear de la cabra para medir su paso.
El enano no esperó a estar más cerca de los elfos para hablarles, en vez de eso, subió el tono, denotando una proyección de voz admirable. - ¡Os han embarullado los carteles veo! - Los dos elfos se miraron entre sí, buscando confirmar que habían entendido bien al paisano. - ¿No se me escucha? - Volvió a gritar el enano, esta vez más fuerte. En vez de empezar a dar voces, ambos hermanos asintieron ostentosamente.
-Bien, bien, pues tendríais que dar media vuelta, y tomar el camino al este. Al pie del lago están los vuestros, con sus arcos, y sus flechas, y sus casas de madera. - Con sorpresa vieron los habitantes del norte, como el enano soltaba ambas riendas y gesticulaba con soltura al hablar, haciéndoles gestos completamente innecesarios gracias a la claridad con la que les llegaba su poderosa y estridente voz. En ningún momento pareció que fuera a caerse.
Los elfos sintieron despejarse la duda que había sembrado el pelón montado. Viendo innecesario imitarlo siendo que cada vez se hallaban más cerca, optaron por guardar silencio.
- ¿Se me escucha? -Volvió a gritar el enano. - Que los elfos están hacia allá, allá. -Empezó a señalar hacia su espalda. - Bueno, ¡La mía no! ¡La vuestra! - Señaló hacia el frente, con gesto tosco, y sin perder un ápice de la buena voluntad que lo movía a ser tan insistente.

-Vamos a Pico Nidal señor. – Reveló finalmente Alodien, una vez se hallaron ya a poco más de un par de metros.
-Oh, ya veo. – Los miró con una curiosidad que no se mantuvo lejos de su boca más de un suspiro. – Pues aún hay medio día de camino de dónde vengo, menos si apuráis los carneros. - Palmoteó a su buena dama de tiro en el cuello. La cabra baló. - ¿Para qué van dos elfos sin nada a Pico Nidal? ¡Sin ánimo de ofender! - Reveló la duda que le rondaba por la mente, mientras se inclinaba en su silla, corroborando que no portaban alforja alguna que no hubiera visto antes en un descuido, o por el tamaño.
-Historia señor, venimos a escuchar historia, y a ver la ciudad. La fama la precede, aunque es más nueva que la mitad de los reinos que la rodean. -Alabó Alodien con un gesto amable, y la sinceridad en la voz.
- ¡Ja! ¡Quizás es más nueva, pero seguirá aquí cuando el resto caiga! - Se hinchó jactancioso, ya llegando a la altura de los elfos. - Entonces estáis en la dirección correcta. Buen camino, buen viaje y que no os falte la cerveza.
-Buen camino, buen viaje y que no te falte la cerveza. - Repitieron al unísono los dos elfos, arrancando una risotada al enano, que ya empezaba a dejarlos atrás, la cual no comprendieron.
-Eeea eeeeea Wilburga ¡Eeeeeaaa! - Fue lo último que escucharon del Martillosalvaje, mientras cada cual se dirigía a su destino.


Aquel breve encuentro causo en el joven Theradriel una honda impresión. Aunque al principio lo que había llamado más la atención al joven elfo había sido la apariencia estrafalaria del enano, fue su carácter lo que perduró en la mente, con una mezcla de simpatía y extrañeza. El griterío que normalmalmente le hubiera resultado molesto le había caído en gracia porque había algo genuino en el modo en el que el buhonero había hablado, en esa buena intención de ayudarles, que hacía que su elección de palabras, aunque discutible, no pudiera pasar bajo ningún caso por algo malintencionado.
“Si todos los enanos son tan pintorescos, la estadía en sus tierras va a ser agradable.” Pensó, y no se equivocaba.


Anochecía cuando llegaron a la ciudad. En las afueras, que no eran otra cosa que la ladera de la sierra, casas de techos curvos, sumamente bajas, emergían de la tierra casi por completo, muchos de sus techos se fundían con el terreno, cubiertos por gruesas capas de césped y verdor, dando la apariencia de una ondulante masa de pequeñas colinas con puertas, ventanales y pendientes de piedra. 
Muros bajos que les llegaban poco más arriba de las rodillas a los elfos bordeaban los caminos, cuya superficie se interrumpía y alzaba en pilares que sobresalían con faroles, también pétreos.
Desde el pie de la capital podía verse como está se alzaba y sobresalía de la montaña.  Unos torreones cilíndricos, con ventanas estrechas cual aspilleras, eran engullidas por las escarpadas pendientes de la sierra, a lado y lado del águila que presidía la urbe.
Mientras que muchas casas eran chatas y anchas, otros edificios poseían una envergadura imponente que rivalizaba con las villas de los bosques de los elfos. Ninguno de los dos hermanos era capaz de adivinar la función de todos ellos, aunque advirtieron un mercado cubierto. 

Las calles empedradas estaban aún llenas de enanos que discurrían en todas direcciones. Diligentes los faroleros se encargaban que la luz no abandonara las mismas por mucho que se ocultase el sol, y gracias a ello no tuvieron el menor problema para localizar un mesón con un buen establo.

 

*****


Karnad dio otro trago a su cerveza negra. La mayor parte del líquido empapó sus bigotes, y goteó por la comisura de sus labios, mojandole la barba, de un bermejo apagado que llevaba casi suelta.
-Enanos contra enanos, eso sí que fue una pelea fiera, el problema vino cuando fueron algo más que enanos. - Su rostro estaba tan sombrío como su voz. El alcohol le había empezado a pasar factura y arrastraba las letras, su común resultaba difícil de entender a pedazos, porque se marcaba en demasía su acento. 
Un silencio lóbrego se extendió por todo el salón de la taberna, nadie se atrevió a romperlo ni siquiera con el murmullo de la cerveza rellenando una jarra, o humedeciendo un gaznate seco. Cada uno de los allí presentes esbozaba una expresión severa, un rictus necrológico, una contemplación respetuosa a los terrores que se narraban, y a los muertos.
Los elfos aguardaron con paciencia a que su narrador terminara de respetar a sus conmilitones caídos.
- ¡Un rayo os lleve! ¿Por qué queréis hablar de esto? -Rezongó el enano, bebiendo largamente. No esperaba una respuesta, porque ya se la habían dado muchas veces aquella noche.

Habían tardado un mes entero en conseguir que no los mandaran al cuerno tras pronunciar el nombre de Grim Batol, y se habían ganado ser expulsados a patadas de una de las posadas de la ciudad. Otro mes más transcurrió hasta que lograron escuchar de las primeras batallas, anécdotas vagas por parte de algún que otro veterano de la Guerra de los Tres Martillos. Ya se terminaba el verano, cuando por fin habían conseguido un mejor relato de esa batalla negra, o por lo menos, estaban en ello.
-Las sombras nos atacaron, ¡Nuestras propias sombras! Y no había casi luces ¿sabéis? Dentro de la montaña, en los pasillos, casi en completa oscuridad, y ganábamos. Oh si, estábamos destrozando a esos malnacidos, hijos de ogra, excrementos de wendigo putrefactos, …-  Karnad siguió durante tres minutos más enumerando una ristra larguísima de todas las palabras malsonantes que conocía, aunque, como lo hizo en enánico, aquellos con quienes compartía mesa nunca supieron que estaba diciendo exactamente.
-Y entonces Falrdrin desapareció, de la nada, escuchamos sus gritos. Y te juro que era un hueso duro de roer, perdió una pierna al principio de las disputas en Forjaz, pero incluso cuando se la cortaron, no llamo por su madre, palabra de enano. –Juró. El puño cerrado de Karnad impactó sobre la mesa de madera, haciendo saltar el contenido de la jarra, que lo salpicó todo, y rodar un par de picheles ya vacíos, que se estrellaron contra el suelo con metálico estruendo.
-Las sombras te atrapaban, no sé cuándo empezó, dicen que fue esa hechicera, esa furcia hierro negro. - Otra ristra de insultos en su lengua madre hizo de interludio, aliviando un poco la tensión de la estancia. Incluso cuando Karnad narraba, el resto de enanos permanecían en silencio, sumidos en sus pensamientos, aunque poco a poco se levantaban y abandonaban el lugar, idos, como si les hubieran absorbido toda la alegría del cuerpo. Aun no se cumplían los 50 años de la de la guerra.
-Mogud.- Pronuncio con sumo desprecio y en un susurro. La mayoría de los presentes hicieron un rictus con las manos, y dieron un par de golpes con el talón en la tierra, para alejar el mal agüero. Theradriel les imitó, porque jamás había desdeñado el poder que entrañaban las palabras.
-Peleabas y de golpe algo te envolvía, era tu propia sombra que te agarraba, te atraía a las tinieblas. -Se estremeció el enano. - Y a medida que te sumergía te abrasaba por dentro. Y no muchacho, no el cuerpo como cuando te salpicas con aceite. ¡El alma! - Levantó la jarra y engullo de un solo trago todo su contenido, como si creyera que así su espíritu sería más pesado y no podría abandonarlo.
Alodien asentía en silencio, atento, hechizado. Theradriel había aprendido rápido a traer más cerveza cuando esta se acababa, porque si cuando el enano volviera a tener sed no tenía nada a mano, usaría esa excusa para no seguir hablando. Aquello lo habían aprendido por las malas.

-Los hicimos recular, más por el miedo de permanecer dentro que otra cosa. - Murmuró con honestidad, pasándose la mano por la cara, secándose la barba con la palma en el proceso. - Nos abríamos paso, pero no solo eran nuestras sombras. Eran las nuestras, las de ellos, las que generaban los faroles cada vez que se tumbaba uno en la refriega. Demonios, diablos, no me preguntes que era aquello, no quiero saberlo, ni siquiera pensar en ello. ¿Por qué diantres de estoy contando esto muchacho? -Preguntó por enésima vez. – Nunca me había sentido tan dichoso de tener el cielo sobre la cabeza como cuando salí de allí, nunca. 

La mano del enano tanteo la mesa, y encontró con otra jarra de cerveza, con la espuma aún caliente, de la que dio buena cuenta. - Los perseguimos hacia sus tierras, hasta que reventó todo, se vio el humo a lo lejos por días. – Durante una buena hora se entretuvo contando como cazaron e hicieron recular al ejercito Hierronegro junto con los Barbabronce. Nadie le interrumpió, porque parecía necesitar el poder recrearse en ello. -No quiero saber que paso, pero no nos metimos allí. Ganamos la guerra y volvimos a casa. Aunque ya no teníamos una. Algunos intentaron entrar, la hermana de mi mujer, por ejemplo, no la vimos más, a seis niños dejo huérfanos. El mediano, Garim, es el que tengo en la barra, es un buen muchacho, tiene brazos fuertes. -Se acomodó en el asiento y se pasó ambas manos por el rostro, tratando de barrer los desagradables recuerdos que había despertado aquella charla. - Yo no volví a entrar. Ni aunque hubiera tenido a mis muchachos a dentro me habría metido en ese lugar maldito, la luz sabe que puedo engendrar más, pero que de esa montaña no se sale vivo.

La conversación se alejó rápidamente de la Guerra de los Tres Martillos, o por lo menos, de Grim Batól, y tomó un aire más ameno. Los enanos que quedaban en el salón, casi todos emparentados con el dueño del lugar, que había ejercido de narrador aquella noche, se sumaron a la mesa, y bebieron, rieron y cantaron canciones obscenas hasta que ahogaron todos los recuerdos.

Si aquello había sido la verdad, o solo las memorias distorsionados por los estragos de la guerra, era algo que ninguno de los dos hermanos se atrevía a aventurar, lo único que podían asegurar era que lo relatos de Grim Batol, eran, sin excepción alguna, espeluznantes, y ninguno de los dos puso un pie en esa montaña jamás.


*****


El otoño ya había teñido todo Lordaeron cuando Alodien y Theradriel emprendieron la vuelta. De los enanos habían aprendido muchas cosas, canciones, cuentos e historia, no solo de las fantásticas, también de las reales y tremendas que creaban mitos y leyendas. 

Aprendieron qué cosas no había que hacer nunca con un enano, entre ellas intentar gritar más fuerte, lo que le había ocasionado al menor una ronquera que lo tuvo callado una semana. Beber lo mismo o más que ellos, e incluso la mitad era una imprudencia para Alodien, y una temeridad para un novato como Theradriel.  Se habían encontrado anonadados tras comprobar, al borde de reventar sus chalecos, que comer la misma cantidad que ellos, por menudos que fueran, era una autentica salvajada.
Aprendieron de lo que tenían que cuidarse, pero, sobre todo, aprendieron a disfrutar y descubrir un mundo completamente diferente. Los enanos eran, para el joven, intensos, los reyes de la jarana. Siempre tenían un juego nuevo, aunque muchos de ellos implicaran beber, apostar, competir en alguna proeza de fuerza o realizar algún reto ridículo, peligroso o ambas cosas. Observaron cómo los peores, y más originales insultos, podían escupirse con el mayor de los afectos, y de paso, memorizaron unos cuantos.
Mientras que Alodien quedo completamente encandilado con sus juegos de palabras, y la seriedad que podían adoptar sus sabios, el menor admiró con asombro como algo, que le había resultado, en apariencia, caótico, tenía un orden claro, como los enanos eran un pueblo libre en donde cada cual sabía cuál era su sitio, y cada clan era un mundo nuevo. Pero, mientras el mayor sació la semilla de curiosidad y ansia de saber que lo había llevado fuera de las fronteras de su reino, en Theradriel había echado raíz una necesidad incipiente por conocer otras tierras, y gentes.

La dupla de elfos decidió quedarse con los carneros durante casi todo el viaje de vuelta, y, aunque fueron más lentos, también resulto menos accidentado su trayecto. El frio, al que no estaban nada habituados, les impidió acampar a la intemperie, y empezaron a parar para tocar en las plazas de los pueblos para conseguir más solvencia. 
Cuando llegaron a la encrucijada de Corin, se encontraron con una caravana de mercaderes en la que había un par de elfos, y se sumaron a esta.  Hicieron Quel’thalas a pie, y tomaron caminos separados una vez había quedado atrás la frontera, y los peligros de esta. Se despidieron del grupo de arropieros que se dirigía a la aldea Brisa veloz y siguieron por su cuenta.

Durante todo el camino, Alodien se dedicó a componer una canción sobre un enano y su grifo, su vínculo con el aire y la tierra, una melodía sencilla y tranquila, pero pegadiza.  Theradriel había comprado un par de anillas de piedra y madera como las que usaban los enanos para atar su pelo, y con unos cordeles de colores, una cadena sencilla, y algunas plumas que había recogido de los grifos, y limpiado concienzudamente, fabrico un abalorio para el cabello. Había quedado exótico. 

Serailäe atesoro ambas cosas.


*****


La factoría de su padre era casi un santuario, un lugar sagrado en la casa. Nunca habían jugado en él, jamás entraban sin permiso, y les imponía un respeto visceral. Ninguno de los tres hijos había sido lutier, como lo era su padre o la ascendencia de este. Todos habían demostrado un don innato para la música, y la prominencia de su madre, por encima de la de su progenitor, había impedido que la familia los empujara a tomar otra vía. Por eso, tanto Theradriel, como sus hermanos, se sentían invasores en el taller de su padre.

- ¿Padre? - Atravesó el umbral de la puerta con medio cuerpo y actitud reverente, tras anunciar su presencia. Aguardó una respuesta que le indicase que podía penetrar en la estancia, sin moverse. 
La habitación olía a resina, madera y aceite, con una fuerza que hacía difícil respirar. El mismo aroma que, de una forma más sutil, siempre impregnaba las ropas y el cabello del dueño artesano a cargo del lugar.

Meranth Ban’Onthar era un hombre parco y de pocas palabras, distante, que demostraba su afecto de formas poco convencionales. No era la clase de padre que abrazaba mucho a sus hijos, o que les hacía saber con halagos que los aprobaba. En vez de eso, se expresaba con los actos.
Para su primogénito, y ahora también el segundo portador de su sangre, se había decidido en dedicarse en cuerpo y alma a elaborar un instrumento para cada uno una vez llegaba su setenta y cinco cumpleaños. Cuando llegara el momento, también Serailäe gozaría de esa atención.

-Al fondo. - Para cualquier persona con oído musical era evidente que el artesano no había nacido para cantar, pero toda la delicadeza y armonía de la que carecía su voz, la pagaban con senda destreza sus manos.

Sentado en un taburete alto, e inclinado sobre una mesa, el lutier sostenía una larga caña hueca con una de sus manos, la otra tomaba una herramienta extraña, una pieza cilíndrica de metal con un mango fino retorcido y largo. El extremo con el peso reposaba sobre una llama, sobre la cual era girado para tomar calor.
-En el estante a mi derecha tienes tres tamaños más pequeños, pruébalos. - Aunque nunca alzaba la voz, ni había hosquedad en su tono, la fría autoridad que esta poseía siempre había ayudado a alimentar la distancia entre Meranth y sus hijos.

Mientras Theradriel obedecía, y llenaba el lugar con fragmentos cortados de multitud de canciones sencillas con las flautas, el artesano proseguía su labor. Selló la caña por dentro, para que cualquier resto de fibra no alterase el sonido, sello del mismo modo, con una varilla de hierro más fina, los agujeros tras lijarlos. Aunque no era preciso para algo que solo serviría para escoger el tamaño y escala del instrumento final, barnizó el dizi con una fina película de aceite de almendra.
La flauta que había escogido su hijo era de las más sencillas de fabricar, pero no por ello iba a dedicarle menos esfuerzo. Una vez terminada, le tapó un agujero con una lámina fina de piel de ajo, se aseguró de que quedara bien pegado, y lo depositó en el estante donde reposaban el resto. 

Theradriel probó a conciencia todas las flautas, aunque una parte de él tenía muy claro cuál iba a llevarse incluso antes de haber escuchado su sonido. Finalmente, escogió aquella que había visto fabricar a su padre, pese a que no sería la misma que terminaría regalándole.
-Es la que tiene una escala más grave. 
-Me gusta su sonido. - 
Respondió el muchacho, atajándose a cualquier tipo de reproche, sin percatarse, como ocurría a menudo, de que solo era un mal intento de comenzar una charla.

Últimamente el joven estaba más a la defensiva, pues se creía juzgado por su elección de instrumento. Pensaba que al pedir una variedad de flauta que casi no poseía reto alguno en su fabricación, su padre lo tendría en menos. Meranth, por supuesto, no tenía ni la más remota idea de aquello.
El silencio se adueñó del taller, volviéndose paulatinamente más incómodo.
- ¿Necesitas algo más, padre? - Ofreció el muchacho, paseando la vista por la ingente cantidad de herramientas, de uso desconocido, que poblaban la pequeña y abarrotada estancia.
-No.-Tardo unos instantes en responder, considerando aquello, y otras cosas.
-Me retiro a estudiar entonces. - Inclino con ligereza y educación la cabeza antes de abandonar el taller, procurando no apurar el paso.

El hombre tomó asiento y suspiró en la soledad de su hacinada fabrica. Se sonrió a si mismo con nostalgia, y observo las flautas de caña. Evocó en su memoria recuerdos muy lejanos, de cuando sus hijos eran aún muy pequeños y no existía entre ellos la distancia. Rememoró las excursiones al rio, y como les mostraba, como un juego para infantes, como hacer con los restos de caña de la ribera, silbatos y flautas.

*****

Aunque el lutier terminó el instrumento un par de ciclos antes de la fecha festiva, no entregó el dizi a su hijo hasta una noche antes. No porque fuera mezquino, o porque quisiera probarlo. Era esa su particular forma de decirle que confiaba en él, que incluso con una sola noche de práctica, fuera capaz de tocar de forma admirable. De que creía firmemente en las elecciones tomadas, y el trabajo que había realizado.

Theradriel sentía los nervios en la nuez, y le faltaba el aire, ansioso, se preguntaba cómo iba a ser capaz de tocar la flauta si no era capaz de contener su propio aliento. Comió poco, desganado, y se retiró temprano con la excusa de que estaba cansado, aunque todos sabían que no dormiría aquella noche.
Cuando llego a su alcoba encontró el dizi encima de la cama. El cilindro perfecto y brillante, de un café claro, media por lo menos dos palmos y medio de largo.  Cada diez centímetros había una anilla de cobre partiendo el cuerpo de nogal con filigranas. También poseía topes del mismo metal. No era un instrumento complejo, tampoco especialmente caro, pero el muchacho no lo habría vendido por todo el oro del mundo.
 Se dejó caer en la cama, lento, como si el tiempo hubiera empezado a fluir más despacio, y alzó la ligera flauta. La sostuvo en alto y la examinó por todos lados. Aun olía a aceite de almendra, pero había sido aplicado con tanta moderación y cuidado que no le engrasaba las manos.
Al lado del instrumento habían colocado atentamente lo poco que precisaba para conservarlo en buen estado.

El flautista tomó una de las finas láminas de piel de ajo, y tapó el segundo agujero, fijándolo en el lugar con uno de los oleos que le había preparado su padre. Respiró hondo. Se lo quedó mirando. Y tocó, tocó hasta el amanecer.

 


El jardín de la pequeña casa familiar había sido engalanado, como en todas las celebraciones importantes dignas de albergar a familiares de toda la región. Theradriel se llevaba bien con todos, porque era alguien sociable, pero no tenía con ninguno una especial amistad, por ello no se sintió culpable al escabullirse para echar una cabezada hasta el crepúsculo.
Fue Alodien quien tuvo la previsión de irle a buscar con tiempo suficiente como para que se despejara antes de subir a la glorieta.
-Despierta, no deberías dormirte en tu propia fiesta. - Le zarandeo en la cama, sobre la que se había dejado caer vestido sin descalzarse o taparse. Theradriel, demasiado adormilado como para ser consciente tan rápido del acontecimiento que se avecinaba, decidió hacer ver que no lo había escuchado.
-No querrás que llame a padre. - Ofreció con calma y seriedad. El durmiente se alzó de un salto, y se quitó las legañas con las manos.
-Ya estás grande para hacer esas amenazas. -Gruño el cumpleañero mientras bostezaba, distorsionando sus palabras.
-Funciona.
-Funciona. -
Concedió, y se acercó al metal pulido que tenía como espejo en el tocador, para arreglarse el cabello.
- ¿Cómo has estado? - Hacia unos cuantos años que Alodien vivía en la capital, había conseguido el mecenazgo de un potentado hechicero amante de las artes, y a su cuidado buscaba formas de entrelazar la música y la magia.
-Bien, como siempre. ¿Y tú?
-Bien. -
se sonrió de lado. Antes de poder añadir nada más, el ruido exterior indicó que debían ir saliendo. - Te esperan.
Theradriel paso por al lado de su hermano dispuesto a salir, pero una mano en su hombro lo retuvo y apretó con afecto.
-Lo harás bien.
El más joven de los elfos frunció los labios, dudando antes de hablar. - Me alegro que estés aquí. -Se sinceró.
-No me lo perdería por nada.


Theradriel subió a la glorieta con la mente en blanco, su cuerpo se movió por inercia, saludo con soltura, sonrió arrebatadoramente a sus familiares, se inclinó con una gracia teatral y tomó asiento, cuando lo hizo, no recordaba cómo había llegado allí. Sentía la flauta en sus manos, y el corazón latir tan fuerte que parecía querer salírsele del pecho.
No era la primera vez que tocaba en público, pero aquella sensación nueva le hacía tener ganas de vomitar.
¿Cuánto tiempo llevaba allí? No lo sabía. Miró al público, buscando una respuesta, los halló expectantes. No estaban nerviosos, no había desconcierto, así que, mientras se acercaba la flauta a los labios, asumió que aún no los había hecho esperar demasiado tiempo.

La música empezó a salir con naturalidad, las manos se movieron por el instrumento como si lo conocieran de siempre, y sus dedos fueron tapando con precisión cada agujero para conformar aquella melodía de su propia creación que le había costado componer largos meses.
Los parpados entornados velaron con las pestañas su mirada. Tras esa cortina que difuminaba la multitud, recorrió la primera fila hasta encontrar lo que buscaba.

La tela verde bosque descubría los hombros y la clavícula, se ceñía en su cintura estrecha gracias a un cinturón dorado, y caía con gracia hasta sus pies. Dos cortes laterales rompían con elegancia la falda, desde la rodilla hasta la cadera, de modo que asomaban pálidas las curvaturas de sus piernas. Los dedos de sus pies asomaban bajo la seda, que ocultaba casi por completo las sandalias abiertas, y se curvaron cuando se inclinó hacia adelante, poniéndose de puntillas para verlo.
Los bucles castaños se dejaron ver por un costado cuando ladeo la cabeza, y se zarandearon al viento.
Theradriel se sorprendió al darse cuenta de cuanto había crecido realmente.

La música de la flauta sonaba a sueño y primavera, era alegre y saltarina en algunos pedazos, en otros se tranquilizaba, ofreciendo una belleza placida y blanca. El sonido del Dizi, vibraba y envolvía a los presentes con serenidad, su sonido claro era lo único que se escuchaba en la noche. El flautista, presa de una especie de trance, donde no hablaba con palabras, y las notas llevaban su sentir, toco como jamás lo había hecho.

Mientras los familiares se acercaban a saludar, y le dedicaban palabras de aprobación, que le entraban por un oído, y le salían por el otro, la mirada del nuevo músico buscaba a su familia con discreción.
Sabía que, a no ser que hubiera hecho algo realmente pésimo, los invitados harían comentarios corteses, y solo al cabo de unas semanas era posible que recibiese verdaderas ofertas para tocar en algún lado, para amenizar algún negocio antes o después de algún artista de mayor portento.

Madre le sonreía de lejos, tan deslumbrante como siempre. Padre se hallaba a su lado, muy quieto, procurando no caminar para disimular su cojera. Alodien, que hablaba con ellos, le hizo una seña de “bien hecho”. 
Serailäe fue más difícil de encontrar, se hallaba paseándose entre las mesas, tomando cuando nadie miraba, algunas copas de néctar a las que cambiaba el contenido por algo más fuerte, seguramente solo porque no le habían dado permiso de beberlo. Le dedicó una sonrisa radiante, con los pómulos rojos y la mirada contenta, alzó la copa como si brindara en su nombre, y tomó de ella. La atrapó haciendo esa treta unas cuantas veces, siempre en mesas diferentes, aunque cuando terminó de recibir a los invitados, e incluso a sus padres, no encontró ni rastro de ella.

Dejo la flauta en su dormitorio, y volvió a la fiesta.


Un pañuelo paso por delante de su rostro, el borrón cetrino apenas duró un instante antes de que la tela se le ciñera en la cintura, y sentir como se le apoyaba en la espalda la suave curvatura de un menudo cuerpo. 
-Vamos a bailar. - La voz le cosquilleo al ras de la oreja, y le invadió el olor a rosa mosqueta y mieles, mientras le tironeaba con el paño que lo envolvía. Aquella prisión solo duro un par de segundos.

-Llegas tarde, apuesto a que ni siquiera me escuchaste tocar. - La acusó el bardo falsamente.
-Mentiroso. –Le replicó risueña. - Vamos, toma el pañuelo. - Le azotó con la vaporosa tela.
- ¿Ni siquiera me felicitas, y ahora encima me exiges? –Encaró una ceja, mientras tomaba uno de los bordes del pañuelo, y caminaba con ella hasta el lugar del jardín donde varias duplas danzaban entorno con un trozo de tela, daban giros y se envolvían en ella.
-Le voy a poner tu nombre a mi instrumento y encima quieres que te elogie. – Chasqueó la lengua y negó con la cabeza, haciendo volar graciosamente su ondulada melena. – No tienes humildad.
-Ni tu decencia. -
 Le replicó el elfo, empezando a moverse al son de la música. De los tres hermanos, ella era la que mejor bailaba, y él a quien peor se le daba, pero, aun así, lo hacia lo suficientemente bien como para evitar tropezarse con sus propios pies, ella daba giros y vueltas por ambos, otorgando a su danza un encantador aspecto.
Por primera vez, el elfo se sentía incómodo en su presencia. Intentó centrarse en el baile, pero aquello no le proporcionó ninguna paz. Decidió que era una buena idea dejar de mirarle las piernas, pero su mirada entornada, y su expresión alegre no resultaron mejor idea, así que se centró en la gente que también hacia peripecias entorno a ellos.

-Deberías de estar contento, si no fueras mi hermano estarías solo y nadie querría bailar contigo. – Bromeó, algo molesta al advertir su mirada ausente, mientras daba dos pasos a la derecha, y giraba sobre las puntas de sus sandalias, haciendo que la tela se le enrollara en el tallo hasta chocar con los dedos de su compañero. – El primo Dananthil ya me lo ha pedido tres veces, y me he quedado sin sitios donde esconderme.
-He escuchado que tiene una gran afición por los insectos. - Sonrió maliciosamente Theradriel, tirando de la seda, haciéndola girar y dar varios pasos alejándose de él hasta que el chal quedó tirante entre ambos. Ella giró en torno al mezquino bailarín, envolviéndole, y aprovechó para pisarle discretamente.
-¡Auch!  ¿Has probado en hacerle eso a él? Seguro que así dejaría de pedirte bailar. -Rio entre dientes.
A ella no le hizo la más mínima gracia la broma, y guardó silencio, cuando terminó la pieza soltó el paño, y lo dejó plantado en la fiesta, esquivando a los invitados en dirección a las afueras.


Theradriel se quedó clavado en el lugar con el trapo verde, y suspiró profundamente, finalmente emprendió el camino tras ella. Se colocó en el margen de las mesas, y se escabullo cuando nadie parecía verlo.


-Serailäe, sabes que no iba en serio. -Solo alzó la voz cuando la música de la fiesta se había convertido en un rumor tenue, y hasta el crujir de sus botas andar prestas era más fuerte que eso.
No le respondió, aunque escucho como apuraba el paso, y se chocaba contra la foresta.
-¡Serialaë! No corras. -Le pidió, acelerando hasta emprender la carrera. Pero ella hizo todo lo contrario.

Cuando alcanzó a verla habían dejado los arboles atrás, bajos sus pies la playa, ante sí, la figura de su hermana recortada contra el paisaje nocturno del delta. Theradriel respiraba agitado, no solo no había podido alcanzarla, sino que además le había pasado más factura el correteo.
Él se encorvó y apoyó las manos en las rodillas mientras intentaba recuperar el aliento. Ella se agachó, pero solo para dejar los zapatos sobre la arena.
- ¿No me harás seguir corriendo? -Se enderezó alarmado al ver ese gesto. 
-No me sigas si no quieres. -Respondió con altivez la elfa, caminando saltarina hasta la orilla, subiéndose los faldones con las manos en un ademán juguetón y mojándose los pies.
El elfo se sacó las botas, y las dejó al lado de los zapatos de ella, se arremangó los pantalones hasta las rodillas y se dispuso a acercarse al agua, pero cada paso que daba en dirección a la orilla, era un salto más que ella daba hacia el agua.
- ¿En serio vas a hacer esto? -Encaro ambas cejas el joven, incrédulo.
- ¿Hacer el que? -Puso una perfecta faz de inocencia, mientras se ponía de espaldas al cielo y observaba a su congénere, dando otro salto hacia atrás, cuidando de alzar la seda para que no se mojara el vestido.
Theradriel puso los ojos en blanco, y siguió avanzando hasta que la fría agua del rio le empezó a humedecer el pantalón arremangado, y el borde del vestido creaba un peligroso ecuador cerca de donde se juntaban sus piernas.
-Vamos ven, se te va a mojar el vestido.

Serailäe dudo un instante, y soltó la seda, dejando que esta se mojara por completo, y, no queriendo ser la única que terminara empapada, lo salpicó sin miramientos.
-Parece que llueve un poco. - Comentó con aire distraído y sorprendido al mismo tiempo, antes de volver a salpicar a su hermano, sin poder contener una sonrisa.
-La madre que te pario. –Rio él, tratando de correr con torpeza en el agua, hasta que le llego a la cintura. - Vas a parecer un lince sacado del rio, vas a ver. - La amenazó sin una sola pizca de enfado.
Durante un rato se persiguieron, al final, frustrado, el quel’dorei se abalanzó sobre la pequeña y esquiva muchacha haciéndolos caer a ambos hasta sumergirse por completo. Con ambas lunas llenas, parecía que se bañaran en un lago de zafiro y plata.
-Belore ¡Menudo salmón he pescado! -Exclamó riendo al emerger, alzándola de la cintura por encima del agua.
-Mira por donde, porque yo tengo un merluzo aquí mismo. - Replicó con retintín, agarrándose para no caerse hasta que afianzo los pies en el suelo. Una vez por su cuenta, le apartó el pelo húmedo que se le pegaba en el rostro. 
-No quería ofenderte. -Suspiró el muchacho, dejando que trasteara con su pelo. Cerró los ojos, le costaba tenerlos abiertos.
-A ninguna chica le gusta que la traten de esperpento. – Aclaró de puntillas, dejando los mechones más largos por detrás de sus orejas.
-Sabes que no es cierto.
-Claaaro claaaro, porque ahora leo la mente. -
 Respondió con ironía. – Pues cualquiera que te viera diría que te repelo. -Le dio un par de palmadas en la cara. - Vamos, abre los ojos, que no soy un basilisco, no voy a convertirte en piedra ¿sabes? – Aunque le puso humor, era evidente que la situación no la complacía.
Theradriel refunfuño por lo bajo y la miro a los ojos. - Estas preciosa, y eres preciosa. - Dijo alto, claro y serio.  Cayo sobre ellos el silencio.


-Vamos a buscar ropa seca. - Habló él finalmente, ignorando el intenso corinto, fruto del rubor y la penumbra, que había conquistado la complacida expresión de sorpresa que exhibía la elfa.
- ¿Ya? ¿ahora? No quiero. - Negó caprichosa, y se apartó dos pasos, antes de correr aún más delta adentro.
Todo eran risas, y juegos, atraparse entre las olas argénteas, hasta que la distancia empezó a separarles demasiado. Se truncó la sonrisa de ella para dar paso a un aterrado desconcierto. Un alfaque la arrastraba cada vez más lejos. Serailäe empezó a correr con todas sus fuerzas, a tratar de empujar el agua para salirse de la corriente, pero la ropa le pesaba y no lograba escapar de ella.
-No puedo volver. - Chillo asustada. - ¡Thera, no puedo volver!
- ¡Nada con todo lo que tengas ¡- Le grito el, contagiado del pánico con presteza, mientras se apuraba entre las aguas para atraparla. Sin embargo, fue en vano.  El pie de ella dio con un surco en el lecho, y perdió sustento, el agua la empujó hacia una corriente que la arrastró con violencia llevándosela hacia el mar. 

Theradriel se lanzó tras ella, tarde. El rio le empujó con fuerza, se golpeó contra las rocas del lecho del delta con brutalidad, giró en los torbellinos de agua cuando no lograba hacer fondo, y luchaba por tomar aire a cada momento, con los pulmones ardiendo.
A tientas buscaba desesperado a su hermana en el líquido elemento.  Pero solo cuando la sal ya le escocía en los ojos, y se calmó la corriente, fue capaz de vislumbrar flotando la figura de ella. Nado con desespero, medio ahogado, escupiendo agua y tierra, mientras la arrastraba a la orilla, llamaba su nombre cual rezo.
Serailäe no respondía, apenas respiraba, un hilo de sangre manaba de su sien y le decoraba la mitad de la cara, tenía toda la piel magullada allí donde el vestido roto permitía ver su carne. Escupió agua, sin retomar la consciencia, y empezó a emitir quejidos angustiados cada vez que inhalaba.
Exhausto y desesperado, la cargó como pudo y la llevó a casa. Cuando llegaron ya amanecía, y sus padres habían comenzado a buscarlos.

 

*****


La casa había tenido un ambiente sombrío las últimas semanas, mientras Theradriel ultimaba los preparativos para partir. Así como lo había hecho Alodien antaño, él también había decidido viajar para inspirar su música, y aprender cosas de otros reinos. Aunque Pico nidal ya no era una novedad, y, había pasado su medio siglo, la había escogido como destino inicial. Pero ahora, dudaba en partir.
- ¿Seguro que no quieres que espere a que te recuperes? - La culpa teñía cada letra que pronunciaba tan clara como el agua pura de un manantial.
Serailäe se encontraba tumbada en el lecho, la sabana le cubría hasta el pecho, y las vendas emergían de los bordes para atraparle los hombros, y uno de los brazos, así como el cuello y la sien. Se había esquinzado la muñeca, abierto la cabeza, rasguñado todo el cuerpo, dislocado un hombro, roto varias costillas y una pierna, pero aun así no se había quejado una sola vez.  Al contrario que su hermana, el solo había quedado muy magullado, y con algunos cortes menores que habían sanado rápido, toda una suerte dadas las circunstancias.

-Voy a estar bien, y aun pasara un buen tiempo hasta que pueda seguirte el ritmo. -Negó con suma lentitud, y con tanta sutileza que apenas se movió. Originalmente ella debía acompañarlo, pero dadas las circunstancias, aunque sanara estupendamente, sus padres difícilmente le permitirían abandonar la región. No durante los próximos años por lo menos.
Theradriel la semi incorporó con una delicadeza excesiva, le acomodó las almohadas y le acercó un cuenco con uno de los medicamentos, sosteniéndolo mientras bebía hasta que lo hubo vaciado por completo. 
-Además, tengo una mejor idea. - Sonrió débilmente. - Tienes que conocer muchos lugares, de esa forma, cuando yo cumpla, vas a hacerme de guía. Aunque estés trabajando en el palacio real. Les vas a decir que tienes algo más importante, y vas a mostrarme todas las maravillas que hay más allá del bosque.
-Está bien. -
 Accedió dócilmente. Ella, nada satisfecha con esa actitud, alzo el brazo sano y tomó a su hermano de la nariz hasta que hizo que la mirara a los ojos. – Prométemelo.
-Te lo prometo.
-No, prométemelo bien. - 
Le dio otro tirón en la napia.
-Yo, Theradriel Ban’Onthar, prometo que tras tu setenta y cinco cumpleaños voy a llevarte a viajar para ver las maravillas de los reinos vecinos, aunque el mismísimo Anasterian Caminante del Sol me haya llamado a palacio. - Dijo solemne y sincero, con voz nasal.
-Bien. -Se sonrió satisfecha, soltándole. - Entonces ve a hacer bien tu equipaje, no sea que tengas que volver antes de tiempo y no tengas nada que enseñarme. - Le echó.

 

*****


Su segundo viaje al sur fue muy distinto al primero desde el comienzo. Mientras que cuando había viajado por Alodien había tenido varias fronteras que habían velado su percepción del entorno, incluido en su vuelta, en esa ocasión sus descubrimientos fueron diversos. Entendía el acento en el común, por lo menos el lordeño. Como viajaba solo, era él quien hablaba en las posadas y comercios. Menos abstraído en su imaginario, le prestaba atención al abanico de sujetos que se personaban en su camino, y lo que había creído mercaderes ambulantes que intentaban venderle algo a un extranjero, cuando viajando, había visto de soslayo a algún hombre o mujer de mal aspecto aferrarse a la manga de su hermano, resultaron ser mendigos.
-Una moneda para comer. -Se le enganchó con las manos huesudas al antebrazo una muchacha joven y consumida por la miseria, cuyo rostro poseía unas manchas rojizas en la piel que el trovador no había visto nunca.
-Yo también tengo que comer, lo siento. -Respondió con educación intentando soltarse sin herirla.
-Me muero de hambre.
-Pide las sobras en alguna posada. -
Le aconsejó, sin dejar de avanzar lento, teniendo con una mano las riendas de su bestia, que alejaba a pie del lugar en el que había hecho noche, y luchando con la otra por abrir la prisión de los escuálidos dedos que le impedía treparse al bayo.
- ¿Cómo? ¿Sin dinero? Deme un cobre y quizás me tiren lo que les arrojan a los perros. - Suplicó ante el quel’dorei, quien estaba firmemente convencido de que hacía teatro para sacarle el dinero, y que nadie sería tan cruel como para tratar así a un congénere. 
– Pida asilo a alguien en su casa, trabaje para ellos. -Se encogió de hombros, y prosiguió hacia la salida del pueblo. Por algún motivo había creído que si llegaba allí la mujer volvería a la plaza y lo dejaría tranquilo.
- ¿Y por qué? ¿Por la luz? Dicen que estoy enferma, no puedo ni hacer la calle ¡Mucho menos me querrán en sus casas! Por favor señor, un cobre y no le molesto más, un cobre para no morir de hambre en alguna callejuela. - Se le agarro con más firmeza, frenándolo casi del todo. Theradriel no sabía de donde sacaba la fuerza aquella menuda mujer, aunque tenía que reconocerle que, para ser una aldea perdida al lado de una ruta, el empedrado de la zona central del pueblo le había quedado muy bien hecho.
-Pues váyase a otro pueblo, si ha hecho un buen trabajo aquí, seguro que la querrán en otros lados.
- Que crueles que son los elfos. -
Lloriqueó la mujer con desespero. - ¡Piedad! -Sollozó. Alguna gente murmuro y los miró, solo entonces se percató el elfo de los paisanos se apartaba de ellos, o mejor dicho, de ella, como si portara algo que los espantara.
-Partiré mi pan contigo, y me dejarás tranquilo. - Le ofreció mosqueado el trovador, que no nadaba en abundancia precisamente, pero que sentía un mal presentimiento tras ver la reacción de la gente del pueblo. Sacó de su morral lo que le quedaba de un pan duro, y lo partió en pedazos con sendo esfuerzo, luego le tendió un mendrugo a la señora, y se trepo a su montura antes de que lo agarrase de nuevo.
-La luz lo acompañe señor. -Envolvió la mujer enferma aquellas migajas de comida entre sus dos manos, y las apretó contra su pecho, como si fueran un tesoro.

Aquella escena se repitió en un par de pueblos a lo largo de su camino, también le robaron a punta de cuchillo algunas veces. Aprendió rápido a evitar los unos y los otros, pero no a comprenderlos. 

Solo tras dos ciclos, cuando compartió viaje con un sacerdote de expresión severa y voz amable, dilucido la verdad tras esas escenas.
 Iba montado en una burra, con una toga sobria y gastada por el tiempo que se ceñía con un cinto en el que portaba un libro viejo, una bota, y poco más. Su montura no iba más cargada que el capellán.
- ¿Y dice usted que no los acogen en sus casas y los dejan pasar frio en las calles en serio? - Theradriel se había percatado rápido que los hombres de fe eran respetados en todas las aldeas, los campesinos les pedían información y consejos, y estos, tenían una clara vocación de servicio. También había visto que los mendigos solían juntarse cerca de las iglesias, por eso, había decidido tratar de aclarar su mente.  El clérigo, con una paciencia infinita, había ido explicándole algunas cosas al muchacho, y respondiendo a otras.
-Exactamente. ¿Si lo hacen en tu tierra? -Retrucó el sacerdote tranquilamente, dando cariñosas caricias en el lomo de su diligente burra, la cual respondía al peculiar nombre de Margarita.
- ¿Por qué no lo haríamos? – Para el quel’dorei aún era una idea extraña la de los mendigos. 
-Es un buen hogar el tuyo entonces. - Sonrió el hombre, arrugando aún más su rostro, y haciendo bailar una graciosa verruga velluda por su mejilla al estirar la piel. – Los mendigos a veces son personas enfermas, y nadie quiere agarrarse alguna fiebre. Otras simplemente no pueden mantenerlos, o tienen otras preocupaciones cuotidianas, miedo de que les roben. La gente no es perfecta. – Explicaba con parsimonia el sujeto. – Algunos desesperados atracan y desvalijan a la gente, o se venden.
-Bueno, si hacen cosas y las venden pueden conseguir dinero y hospedarse en la posada del pueblo.
-No muchacho, no, se venden a ellos, tú ya me entiendes.

Pero el muchacho solo pudo responder con una expresión de desconcierto tal que el sacerdote descartó el pensamiento fugaz de que le estuviera tomando el pelo.
-Se permiten hacer de todo por unos cobres. A veces de ahí salen algunos niños que nacen ya mendigos y terminan en los hospicios.
- ¿Qué es un hospicio? -
Respondió automáticamente. Julius se pasó su callosa diestra por lo poco que quedaba de su cabello un par de veces antes de contestar.
-Un hospicio es donde van todos los niños huérfanos cuando sus familias no se hacen cargo, o no las tienen. Allí les dan de comer y un techo hasta que crecen y pueden valerse solos.
-Suena horrible. -
Frunció los labios el elfo, y volvió la mirada al frente.
-Tu hogar debe de ser un lugar de en sueño.
-Lo es. -
Respondió con una convicción reforzada el muchacho.

 

*****


El trayecto por Lordaeron tuvo un sabor agridulce.
Pico nidal, sin embargo, se mostró más amable, pese a que distaba de ser perfecto. 
Paro en la posada de Karnad cuando estaba en la capital, y se dejó aconsejar sobre donde hacer noche si salía de esta. Su búsqueda fue menos sombría que la de la última vez, aunque más errática. Quería cuentos y leyendas, quería aprender cosas nuevas, pero el mundo era tan vasto que no sabía por dónde empezar. 
Cuando por fin se había decidido en ir a ver la gran presa de Loch modan, el destino le puso otra cosa en frente.

El escándalo de la habitación adyacente hizo levantarse al elfo de su escritorio, y dejar la carta para su hermana a medias. 
Cuando se asomó al descansillo, una mujer con la faz tan roja como su cabello golpeaba la puerta de al lado, y soltaba una ristra de blasfemias en enánico, que, si bien el joven no comprendía de forma literal, podía reconocer como tales. La enana se giró y lo vio con una mirada tan intensa que amedrentó al muchacho.
- ¿Puedo ayudarla en algo? -Ofreció este por inercia.
- ¡Ja! ¡Ya quisiera! ¿Puedes levantar a los muertos?¡Porque alzar a este patán será más difícil que eso! Reunión con su primo ¡Un cuerno! -Espetó con un marcado acento que Theradriel no había escuchado nunca. Luego volvió a vociferar en enánico mientras aporreaba la puerta. Esta temblaba, pero, robusta como era, no parecía que fuera a salirse de sus bisagras.
-Irgud, déjalo en paz, sabes que no va a despertarse, ven, lo haremos sin música. - Una niña humana se asomó por el hueco de las escaleras, con unos ropajes estrafalarios que no había visto el elfo en ninguna especie.
-No puede dejarlo solo, se pone nervioso y se le empiezan a caer las marionetas. - Respondió la enana sin abandonar el mal humor, pero con un claro esfuerzo para no pagar su mal genio con la recién llegada.
El elfo carraspeo varias veces hasta que finalmente ambas le miraron.
-Habla muchacho habla, ¿O te has tragado una mosca? -Le azuzó la enana, que aún no había recobrado la paciencia.
-Si necesitáis música… yo tengo una flauta. No sé qué queréis exactamente pero quizás puedo intentarlo. - Se ofreció, más por la curiosidad que le habían suscitado ambas mujeres, que porque pensara cobrarles.

A los pocos minutos se hallaba en el salón de la posada, al lado de un teatrillo improvisado tras el cual estaba un humano cuya barba clareaba, y que tenía las manos embutidas en unas marionetas de tela y paja. 
Al sujeto le ponía incomodo el silencio, así que le habían encomendado tocar algo sencillo de fondo y cambiar el ambiente acorde a lo que fuera narrando.  Había intentado que le dijeran el cuento que se representaba, por si llegaba a conocerlo, pero aparentemente el titiritero era un tanto excéntrico y no gustaba de revelar a nadie sus representaciones, que decía originales, aunque no eran más que cuentos clásicos con alguna variación singular y pintoresca.

Theradriel partió el día previsto, pero no se dirigió a la presa.

*****

La troupe viajaba en dos carruajes de buen tamaño, de esos que tienen una gran lona y su interior es como una tienda, que les permitía guarecerse, acampar dentro y protegerse de las inclemencias del tiempo, ya que vivían tanto en los caminos como en los pueblos.
El líder del grupo, aunque aquello no constaba en ningún lado, era un humano llamado Felton. Había pasado sus treinta y hacia teatro con marionetas, demasiado melodramático para el gusto del elfo. Era enorme pero esbelto, tenía la tez tersa y oscura de la gente de Stromgarde, y una larga melena ondulada que se recogía en una coleta floja a la altura de la nuca. Él era quien hablaba con los posaderos e intentaba conseguir comida a cambio de actuar en las tabernas, acordaba con otras caravanas pagar a medias espadas a sueldo, y se encargaba de lidiar con los problemas.
Los enanos manejaban los carneros que tiraban de los carros, y que les pertenecían. 
El que más las cuidaba era Dunmir, un Martillosalvaje especialmente bajo y con la piel llena de tatuajes por doquier. Su cabello era rubio y áspero como el de las bestias que tanto quería, y su barba siempre estaba mordisqueada. Tocaba la pandereta, y había adiestrado a una cabrita que nunca lo dejaba solo, para que al son de su instrumento hiciera cabriolas, y trucos con un taburete.
Irgud, una Barbabronce de sangre caliente y un corazón tan grande que no le cabía en el pecho, era la madre de otros siete enanos que viajaban con ellos, todos actores. Casi había adoptado como a una hija más a Geraldine, una gilneana muy joven de ojos verdes que leía la mano por unas pocas monedas cuando paraban en los pueblos, y que se inventaba la mitad de lo que decía.
Willard tenía aspecto de ser muy viejo, aunque estaba a punto de cumplir cincuenta. Tenía el pelo largo, pero en forma de C, dejando brillante y pulida la cúspide de su cabeza. Se había dejado crecer una barba larga que le llegaba hasta el ombligo, y al igual que su melena, era blanca como la lana de oveja. Venía de Dalaran, aunque no tenía la más remota idea de magia. Se dedicaba a asistir al grupo con sus mezcolanzas, y a preparar sustancias como luces o nieblas para las representaciones del resto.  Era un alquimista lo suficientemente bueno como para montar puestos en los pueblos. Cuidaba de la salud de la gente y de las cabras, la mitad de las cuales había ayudado nacer, y por eso, aunque era un poco especial, todos le querían.
La persona con la que peor se llevó Theradriel era un semielfo llamado Melvyn, oriundo de Alterac, un huérfano que se había criado en una inclusa, y que tenía un gran desagrado por los quel’dorei, culpando esa parte de su sangre de nunca haber sido aceptado del todo entre los humanos, a quienes consideraba su verdadera gente. Pese a sus mañas, era un diestro volatinero.

*****


Stratholme era una ciudad bulliciosa. El barullo de la gente resonaba en los edificios que ascendían y se entre lazaban gracias a sus tendederos. La ropa mojada hacia caer una fina llovizna de agua jabonosa a los transeúntes de primera hora de la mañana.
La compañía no había logrado llegar a ningún acuerdo con las dos primeras posadas a las que se había detenido. La primera de ellas porque ya tenían un pequeño grupo de músicos que comían poco y ocupaban menos espacio, en el segundo lugar, Dunmir había armado un gran escándalo cuando se habían negado a dejarle entrar a su pequeña cabra blanca.

-Menuda mierda. - Se quejó Melvyn, mientras se dirigía hacia la parte delantera del carro. Miró hacia los dos ocupantes del ajado banquillo, y tomó el asiento más alejado del quel’dorei, quedando en un extremo, separado de este solo por el esbelto stromgardiano quien ejercía de cochero.
-El tiempo dirá. -Respondió con aire místico el titiritero, y ese tonó especial que la gente usa cuando cita algo célebre.
-Al menos no están acaparando el asiento, ya no podía respirar más allí dentro. 
-El tiempo dirá. -
Repitió del mismo modo el sujeto, con notable buen humor.
- ¿De dónde es esa cantinela? -Intervino el elfo, intrigado y sin nada mejor que hacer mientras traqueteaban en dirección a la siguiente posada que hallaran. Como la ciudad estaba hecha con una especie de sistema de esclusas, tardaban bastante en cambiar de distrito, y no tenía esperanzas de llegar pronto a puerto. 
El semielfo lo ignoró, como venía haciendo desde que habían comenzado a viajar juntos.  Felton en cambio respondió con claro buen humor.
-Había una vez un hombre que vivía con su familia en una pequeña granja. Gracias a su trabajo y esfuerzo ahorraron y compraron un caballo. Pero una noche, al poco de que este llegara, cerraron mal la cerca y se escapó. – Comenzó a narrar animadamente. - “¡Que mala suerte!”. - Cambio la voz hacia una estridente y que podría haber pasado por la de una mujer perfectamente. - Se apiadaron las vecinas al enterarse. –Prosiguio. - “El tiempo dirá”. -Cambio el tono al de un hombre mayor, solemne, sin que le temblara una sola palabra ante la abrupta diferencia de sonido. - Dijo el anciano.
Theradriel empezó a ver por dónde iban los tiros, aun así, no interrumpió al humano. Se reclinó sobre la estructura del carruaje hasta acomodarse, y escuchó atento.
-Poco después el caballo volvió, llevando consigo un grupo de corceles salvajes. “Que buena fortuna” Exclamaron las vecinas. “El tiempo dirá” Respondió el viejo. - Una vez más, Felton dio voces a sus personajes con destreza. –El único hijo del granjero, embelesado por los caballos salvajes, intentó domar a uno de ellos, pero cayó y se rompió las piernas en el intento…
La narración fue acompañada por una vecina, bajo cuyo balcón pasaban. Sin mirar hacia la calle, la buena mujer tiró el contenido de la bacinilla hacia esta, bañando por completo al semi elfo y salpicando de soslayo al titiritero.
- “¡Que mala suerte!”. - Exclamaron Felton, con voz de anciana, y tres de los enanos que se hallaban dentro de la carreta, quienes debían de conocerse la historia tan bien que se coordinaron a la perfección con las dramáticas pausas de quien la contaba.
Melvyn blasfemo y los insultó a todos, sin embargo, solo consiguió que algunos se asomaran a fuera de las lonas e hicieran burla con su estado, además de unirse al cuentacuentos para exclamar.
- “El tiempo dirá”
El pequeño convoy estallo en risas durante un buen rato, con tanta fuerza que los improperios del empapado muchacho no llegaron a escucharse. Cuando el stromgardiano considero que era suficiente hizo un par de florituras con la mano pidiendo silencio. Todos callaron, aunque siguieron mirando burlones al equilibrista lleno de orines y excrementos.
-Poco después estalló la guerra, y se hizo una gran leva, pero no se llevaron al hijo del granjero, porque seguía en cama. Entonces las vecinas, a cuyos hijos les aguardaba un destino incierto se lamentaron. “Que suerte tienes, aun conservas a tu hijo” Y el anciano respondió;
- “El tiempo dirá”. - 
Todos los ocupantes de la caravana pusieron sus voces más dignas, todos menos Melvyn.

Antes del cenit consiguieron hospedaje en una posada grande, que tenía hasta sus propios establos. Acordaron dormir en el salón de la posada a cambio de que el flautista tocara todas las noches durante la cena, y que el resto hicieran algún espectáculo breve terminada la misma. No podían pasar la gorra, porque el posadero planeaba ser quien cobrara a su clientela, pero en pago les habilitaba un baño a compartir un par de veces por semana y les daba dos veces por día un plato de comida caliente a cada uno y una pinta para bajarlo.
 Mientras se estaban organizando, la nuera del dueño, una rubia de vertiginosa silueta, se les acercó con apuro al ver al semielfo empapado de pies a cabezas, y lo entró casi a rastras para procurarle un baño, ropa seca y un lugar donde cambiarse.

Theradriel y Felton se miraron y sonrieron, a veces el tiempo hablaba presto.

*****

A principios de otoño, la compañía dejo la animada urbe humana y tomó camino hacia la ciudad estado de Dalaran atravesando Alterac. Paraban en todas las aldeas, aunque fuera por unas horas y así hacer algo de dinero. Pese a ello viajaban rápidos, queriendo llegar a su destino final antes del invierno.
Theradriel ascendió hacia esa cordillera de picos blancos con una mirada soñadora, y los recuerdos del pasado frescos en su memoria como si acabara de vivirlos. Pudo ver los ecos en los mismos establos donde se detuvo antaño con su hermano mientras alimentaban los carneros y les daban un poco de descanso.

El elfo se separó de sus acompañantes y deambuló por la cuadra como un espectro.
- ¿Qué necesita señor? – Tardaron en reconocerse, porque para ambos había pasado el tiempo. El quel’dorei lo miró en silencio unos pocos segundos antes de darse cuenta de que era el mismo palafrenero de la última vez, solo que su cabello clareaba y escaseaba, las manos callosas se habían arrugado como una fruta vieja al sol, y tenía los ojos lechosos. El mozo de la cuadra solo entrecerró la mirada, aunque le sonaba, no lo reconoció por completo. Theradriel estaba más alto, aunque su estatura dejaba mucho que desear para un elfo. Sus rasgos se habían endurecido dejando atrás las redondeces de la infancia, y había crecido una pequeña perilla que recortaba con minuciosidad.
-Me recuerdas a alguien. -Se rasco la nuca el humano. - ¿Tu no viajabas con tu hermano? ¿Un mozo más joven y animado? Ah, no puede ser, de eso hace muchos años.  -Dudó el sujeto. - Que me aspen, no puede ser, hace demasiado, que importa, todos los elfos os veis casi iguales. - Negó para si el hombre. - Si tu grupo necesita nada más, que me llamen, si no, no deambuléis por los establos, casi me agarra algo en la patata al verte aparecer de entre las sombras. - Le recriminó el anciano, llevándose una mano a la altura del pecho para ilustrar sus palabras.


Los caminos al montañoso reino eran estrechos y asfixiantes, pues los muros de roca ascendían a lado y lado del camino como si fueran las paredes de un laberinto.  Las montañas les devolvían su jarana con eco cuando cantaban y tocaban. Theradriel había aprendido por el sendero varias canciones enanas bien obscenas, las cuales repetía, pero no entendía para nada, aunque se hacía una idea de la temática. El y la prole de Irgud mataban las horas y animaban al resto con aquello. La mujer hacia ver que se hartaba de vez en cuando y los azotaba a todos con un manojo de esparto, entonces sus hijos cantaban más fuerte y animaban al resto para que se les sumaran.


La primera aldea se personó horas después de haber abandonado las caballerizas al pie de las montañas. 
Las casas de piedra tenían muros gruesos. Celosías de madera cubrían las estrechas ventanas y las protegían del frio. Los techos eran empinados, altos, de tejas lisas y negras. Aunque era con claridad una villa humana, no se parecía en nada a los reinos vecinos.
Lo que más llamó la atención al trovador fueron las manchas blancas que salpicaban porciones de los techos y caminos.

Algo húmedo le cayó en la frente. Miró hacia arriba, pero solo encontró una capota de nubes gris perla.  Otra gota helada se depositó en su mejilla, pero al contrario de la violencia de la lluvia, tomo lugar con delicadeza. 
Theradriel sacó las manos de su capa, donde las guarecía del fresco, y se quitó los guantes, luego mostró las palmas al cielo.
Nieve.
La menuda muchacha de ojos verdes lo agarro de la manga y le hizo un gesto para que saltara de la carreta con ella, antes de escuchar confirmación alguna, dio una cabriola y aterrizó en el suelo.
-Vamos a buscar plantas Má. - Le advirtió a Irgud, quien asintió sin moverse del sitio.
-Pregunta por nosotros en la taberna, si no conseguimos quedarnos allí armaremos las tiendas en las afueras, o en el patio de algún granjero si nos dejan.

 

-Solo es nieve. - Comentó la muchachita mientras lo guiaba entre la maleza, en dirección contraria al pueblo. Portaba una canasta de mimbre, que zarandeaba en su brazo, y estaba ataviada con ropas de pieles y encapuchada con un abrigo escarlata que le había terminado de tejer Irgud unos pocos días atrás.
-No hay nieve de donde yo vengo. - El trovador caminaba a escasa distancia de la niña, contemplando el entorno sin apenas controlarla. Sus llamativos ropajes, como siempre, la hacían fácil de vigilar por el rabillo del ojo.
- ¿Nunca has jugado con la nieve? -La jovencita siguió pasando entre los arbustos hasta parar delante de una planta de hojas oscuras y pequeños frutos rojos que recordaban a ella. El negó con la cabeza y salvó la distancia que los separaba.
-No te distraigas con tonterías o te pasará como a caperucita y se te llevará el lobo por irte por las ramas. - La amenazó bromista el elfo.
-Eso no ocurrirá, porque para eso venimos a buscar muérdago. -Contesto desenfadada y risueña. - Willard hace con ella un aceite para espantar a los lobos. - Empezó a treparse al árbol sobre el que se enredaba la planta para cosechar de ella las ramas más tiernas. - Sujétame el canasto y guarda lo que te vaya tirando ¿sí? - Pidió la pequeña estirándole sus cosas.
- ¿Para qué más quiere mase Willard esto? -Comentó intrigado el quel’dorei observando la foresta.
-Hace algo para las fiebres también, y una cosa para los bebes que se vende mucho. –Empezó a enumerar la muchacha. Como era joven y despierta todos la usaban como aprendiz.
Tomó de aquella planta ramas jóvenes, hojas tiernas y algunas raíces. Mientras lo hacía, charlaban animadamente, e incluso practicaron algunas líneas de un par de obras que Geraldine quería hacer con la familia de intérpretes que la había acogido.

-Ven, mira esto, ¿Lo ves? - La gilneana se había inclinado sobre un arbusto de frutos esponjosos, que variaban en una gama amarilla y bermeja.
- Lo veo. -La miró interrogante el elfo.
-Más de cerca. -Insistió en ella, tomando un par con las manos.
Él se agachó y cuando estaba por abrir la boca para preguntar que esperara que viera de nuevo, le embutió un madroño en el gaznate. - Esto es un agradecimiento. -Sonrió la pequeña. -Por ayudarme con las plantas.
-No es nada. - Le revolvió el cabello con la mano enguantada tras engullid la fruta. - Lo has hecho casi todo sola. -Concedió certero.
-Sí, pero Irgud ya no quiere que vaya sola, porque dice que como no soy de ningún lado pueden intentar tomar ventaja de mi si voy sola, y me van a dejar un regalo nada agradable. -Resopló por la nariz la humana, que estaba en los albores de su pubertad todavía.
-En ese caso, avísame cuando vayas a buscar hierbas, me enseñaras sobre ellas así te podré ayudar a encontrarlas también. - Se encogió de hombros.
- ¿Sabes que también se hacer cosas con ellas? -Animada ante tal propuesta, lo agarró del brazo y lo siguió conduciendo por el bosque.
- ¿A sí? Pensé que era Willard quien las trabajaba.
-Sí, le doy casi todas a Willard, pero yo sé hacer pinturas para el teatro también, y eso no lo hace Willard porque dice que es perder el tiempo.
-También tendrás que enseñarme sobre eso. De algún modo vas a tener que pagar por mi escolta. ¿No te parece?
-Hm…. Bueno ¡Está hecho! -
Se detuvo la joven, y dio la vuelta sobre sus talones quedando ante el elfo, luego alzo el brazo con todos los dedos doblados menos el meñique. - ¿Trato?
-Trato. -
Contesto el elfo, viendo confuso el gesto de la mocosa. 
-Así no se hacen los tratos, tienes que levantar el brazo como yo. -Empezó a explicar, ya bien concienciada de su papel docente. El obedeció y ella enganchó su meñique con el del atento alumno. - Así se sella una promesa. - Sonrió tras estrujarle el dedo con el propio. -Ahora sí, trato hecho. - Repitió contenta.

 

*****

 

No pasaron más de un par de días en cada pueblo, y cruzaban el reino a buen ritmo. Por desgracia el invierno fue temprano aquel año, las nevadas vinieron antes de tiempo e hicieron los caminos peligrosos y casi intransitables. La compañía quedó atrapada hasta la primavera.

Como ninguna posada podía albergarlos tanto tiempo, y la mayoría de mercaderes evitaban Alterac en invierno, tuvieron que montar su propio campamento en la foresta entre varias aldeas para poder conseguir dinero sin desplazarse demasiado, y no gastar en lo que no fuera preciso. Gracias al dalarino nadie enfermó de gravedad los primeros meses, y los remedios del anciano, que no era tan viejo, sirvieron como buena fuente de sustento cuando la gorra no les daba suficiente.
Fue Willard quien cayó enfermo finalmente cuando se derretían las primeras nieves, al inicio de primavera. Quizás por su edad, por el frio o por haber estado tratando a muchos enfermos, no solo en su campamento, también por las aldeas.

-Ahora infusiona las plantas, pero espera a que el agua este bien caliente, a que hierva. - Tumbado en un camastro de pieles y lana reposaba el viejo. Su tienda cerrada la mantenían caliente colocando piedras que sacaban del fuego cada poco tiempo. Geraldine no tenía permitido entrar, todos temían que cayera enferma y se la llevara la muerte. Theradriel era un adulto, y les importaba un poco menos, como había estado ayudando al alquimista los últimos meses era quien había quedado a cargo de cuidarlo.
El quel’dorei colocó en una bolsa de arpillera de pequeño tamaño un poco de tomillo, un par de rodajas de la raíz desecada de muérdago y unas flores secas de cártamo. Lo ató bien y lo dejó en el fondo del cuenco, luego, solo cuando el agua bullía claramente, vertió el líquido sobre el recipiente. El olor del remedio inundó la pequeña tienda en cuestión de segundos. 
El anciano inspiró profundamente, y se aguantó la tos.
-Ya casi me siento mejor. Mientras se hace, rállame un poco de corteza de sauce, estaba en… mi bolsa verde, sino mira en el arcón de la entrada… oh… ¿Tampoco está allí? Déjame que piense. - El elfo seguía las indicaciones al pie de la letra, acostumbrado al carácter olvidadizo de su maestro. - Le di un poco a Felton la semana pasada, y lo que me quedó lo dejé en… ¡Al lado de los libros para no olvidarme cuando anotara las existencias! -Exclamó finalmente.
Tampoco estaba allí, pero como para escribir hacía falta la caja de enseres para ello, el quel’dorei asumió con certeza de que lo habría guardado allí al tenerla ya abierta para sacar el plumín cuando la había encontrado. Aunque se había manchado un poco de tinta, seguía siendo útil.


Para cuando la nieve ya se había fundido del todo Willard estaba en pie y caminaba perfectamente. Había repuesto sus existencias y vuelto a azuzar con sus jugarretas al resto cada vez que atrapaba a alguien tratándolo de viejo excéntrico. Melvyn se pasó dos días rascándose gracias a un polvo irritante en los calzones, y el menor de los hijos de Irgud tuvo una diarrea de caballo por llamar a sus ideas chifladuras, aun así, todos recibieron su castigo con buen humor, celebrando que su amigo se había repuesto.

Agradecido, Willard pago de su bolsillo para los hombres una noche de fiesta antes de abandonar la cuna de la nieve.
Bebieron la cerveza más barata que consiguieron, porque así podían comprar más, y comieron poco porque querían ponerse alegres. Theradriel nunca había bebido tanto, pero entendió que celebraban como el alquimista se había librado de la muerte, y, como decía un dicho que había resultado ser muy útil al viajar; “allá donde vas, haz lo que vieres”.
Cuando terminaron en la taberna emprendieron camino hacia el fondo del pueblo.
- ¿A dónde vamos? -Preguntó el quel’dorei, quien se sostenía del dalarino mientras ambos caminaban haciendo eses.
-Vamos a descubrir los encantos ocultos de Alterac. - Dijo con teatralidad, y su dicción comprometida por el licor, un embriagado Felton.
- ¿Y por qué no viene Melvyn? -Preguntó el mismo de nuevo.
-Porque tiene miedo de encontrarse con su madre. - Respondieron los enanos a coro antes de destornillarse de la risa, por lo cual un par terminaron en el suelo.

Theradriel nunca había entrado en un burdel hasta aquel momento, y pasaría una larga temporada hasta que entrara en uno de nuevo, pero con el tiempo, se volvería costumbre. Amaneció entumecido de la mejor de las maneras, con el alivio en el cuerpo y viendo a las mujeres con una mirada nueva. También se llevó otro recuerdo. Al mes, a medio camino por el monte hacia Dalaran, cambio la huella de las meretrices por unos chancros indoloros, pero de mal aspecto, que ya habían desaparecido cuando penetraron en la gran ciudad de los magos.

*****


- ¿Qué me recomiendas esta vez? - Irgud y Felton tenían esa conversación cada vez que se acercaban a alguna ciudad importante. Los enanos tenían un larguísimo repertorio de obras que representar, y el humano un gran ojo para escoger cual dedicarle a que publico.
-La de los cien magui, cuando vinimos hace unos años tuvo mucho éxito, y seguro que a los nuevos aprendices que haya ahora les gustará. -Aconsejó el stromgardiano con convicción.
- ¿Por qué esa? -Aquella pregunta rondaba la mente del quel’dorei desde que habían empezado a viajar juntos hacía ya más de un año, finalmente se había decidido en pronunciarla en voz alta.
-A la gente le gusta que hablen de ella si es para decir cosas buenas. -Explicó Felton con sencillez. - A los magos les gusta que les recuerden que salvaron al mundo, a los de mi tierra que fueron el corazón de toda mi gente, a los enanos les gusta que les recuerden que ganaron la guerra. -Trazó círculos con la mano en el aire exageradamente. - Todos se quieren sentir únicos y especiales, si vas a Gilneas y no mencionas sus rosas, eres un zopenco, es lo mismo que pasar por Kul’tiras y no contar algo sobre marineros.
- ¿No les es más interesante escuchar cosas sobre otros lugares, historias nuevas? -  
La mirada del elfo paso hacia la enana buscando una confirmación sobre lo que contaba el titiritero.
-Les gustan las nuevas, siempre que tengan una buena dosis de terreno conocido sobre el que regodearse. 


Tal y como se había pronosticado, la obra fue un éxito. No por nada era ese humano quien ejercía como líder del convoy.  
Los siete enanos, ataviados con camisones largos a los que habían pegado estrellas y sombreros de cucurucho, sacudiendo ramas y bastones decorados que habían conseguido en el camino. Interpretaban a los primeros magos humanos. 
Se subieron a una mesa que usaban como fuerte, mientras que, tras un banco cubierto con un mantel verde, el titiritero manejaba marionetas emulando al trol perecer bajo los conjuros de los hechiceros.
Willard prestó ayuda haciendo efectos de humo y luces con un par de mezclas de las suyas y, para el final apoteósico, una lluvia de fuego falso. La gente exclamó con sorpresa y vitoreo a los magos. Aquella noche la gorra quedó tan llena que tuvieron que pasarla dos veces, e incluso alguno de los enanos, cuando su madre no miraba, acercó a la multitud el cucurucho de su disfraz.


*****


Casi todas las representaciones eran por las tardes o las noches. En los caminos estudiaban, practicaban, dormían, comían o preparaban lo que pensaran mercar en los pueblos. El traqueteó de la carreta permitía hacer muchas cosas, pero cuando se trataba de escribir, el elfo prefería aguardar a tener armada su tienda en suelo firme.

- ¿A quién le escribes? - Geraldine se asomó por encima de su hombro. Los pendientes de metal y piedras chocaron contra los pómulos del trovador que seguía rasgando el papel con la pluma de ganso.
-A la mujer del encargado de la zahúrda, para decirle que sus pendientes no los perdió, que fue su marido que se lo regaló a una adivina de tres al cuarto porque se pensó que así conseguiría algo más que una lectura de mano. - Contestó socarrón el flautista, sin moverse.
- ¿Cómo es ella? - Consultó la chiquilla, que ya no era tan pequeña, y apoyaba sus encantos en la espalda del elfo mientras este escribía, imperturbable. El olor a lirios le llegaba con fuerza, también percibía de soslayo el brillo de sus labios y el rubor artificial que se aplicaba todas las mañanas, coqueta. 
- ¿Cómo sabes que es un “ella”? - Retrucó el elfo, con la vista en el papel. La Gilneana era llamativa, y lo sería más si los años seguían siendo generosos con ella, aun así, no podía rivalizar con la imagen de los suyos, por eso el elfo estaba tranquilo a su alrededor, y por eso la pequeña había encontrado en el trovador un reto para probar sus dotes.
-Los hombres solo os ponéis esquivos cuando hay una mujer de por medio. - Respondió segura, rodeando el cuello del elfo con los brazos. – Y, porque siempre le envías cosas. ¿Es tu mujer?
-No.
- ¿Tu hija?
-No
- ¡Ya se! La mujer de un amigo, un amor imposible, por eso nunca la mencionas.

Theradriel se rio a carcajada batiente, y se vio obligado a dejar la pluma en el tintero para no estropear el documento.
-Es mi hermana. No hablo de ella porque de todo lo que compartimos, mi hermana no es una de esas cosas.
-Mi idea era más interesante.
-Quien sabe, quizás no es la mujer de mi amigo, si no la de mi hermano, y esto son cartas secretas, pero te digo otra cosa por si llegara a venir a buscarme para reclamarme algo, que saltaras a mi defensa. –
Bromeó el trovador.

Theradriel recibía a menudo cartas de Serailäe, a las que siempre respondía con presteza. Le había enviado perfumes cuando había aprendido a hacerlos, flores secas cuyos colores se mantenían tras prensarlas, y le escribía poesías en todas las cartas sobre los lugares que iba visitando. También la invitaba a menudo a partir con ellos, se ofrecía a ir a buscarla a casa y traerla de regreso cuando se cansara. Serailäe siempre se negaba cortésmente, le daba las gracias por los presentes, eludía las invitaciones y le instaba a seguir viajando y conociendo lugares. Le decía cuáles de ellos querría visitar en el futuro, cuando el camino les perteneciera solo a ellos dos.
Theradriel sospechaba que ella seguía enferma, aunque ella le aseguraba que no. Como el resto de la familia la ratificaba, no le quedaba más remedio que creerles.

-No hablas mucho de ti.
-Porque soy más interesante desde que empecé a viajar con vosotros. - 
Contestó audazmente. 
-Entonces tendré que leerte la mano para que me cuente. - Le advirtió, separando una mano del abrazo para hacer ademan de tomarle la diestra. El elfo se la concedió.
-A ver qué te inventas. - La desafío.
-Yo no me invento cosas, es una ciencia. Mira y aprende. -Le dio la vuelta hasta que la palma quedó hacia arriba. - Tus callos están solo en las yemas, y tienes la forma de los agujeros de la flauta, así que tu mano me dice que eres músico. - Empezó la joven.
-Eso ya lo sabias.
-Tienes que hacer ver que no, como los aldeanos, a ellos no los conozco, pero sus manos hablan. - 
Paso el índice por la línea que enmarcaba con una C la base del pulgar y que se metía hacia su muñeca. - Tendrás una vida muy larga.
-Soy un elfo. -
Replicó alzando una ceja.
-Mira la mía entonces. - Ella le mostró su mano, donde esa misma línea era sumamente corta, no llegaba ni a la mitad de la base del pulgar. – No viviré mucho, por eso Má siempre tiene miedo que me enferme, o me preñen. – Si aquello era una ciencia o una superstición, ambas mujeres lo creían en serio, y aunque Geraldine intentaba ocultar su tristeza, Theradriel pudo oír el miedo escondido en su voz.
-Esta línea es el amor. -Siguió la chiquilla. - Como no se une con tu vida, significa que nunca te vas a casar, pero ves estas líneas finas… vas a tener muchos amoríos. No me pongas esa cara, se dónde van todos con el maese Willard a gastarse las monedas, bribones. - Rio risueña.
- ¿Qué más te dice mi mano?
-No pasas mucho tiempo bajo el sol, casi no tiene pecas, no está curtida, y tu tez es clara. Tampoco tiene mugre, ni hueles a rayos, aunque eres viajero, así que me dice que eres un hombre vanidoso.
-Magia de los elfos. -
 Mintió descaradamente.
-Y el jabón que guardas en tu bolsa, así como los aceites y las cremas para el pelo.
-Es de mala educación revisar las pertenencias ajenas.
-Tssh, tu mano me está hablando. - 
Bromeó. - También dice que estas comiendo menos. Tienes los anillos sueltos.
-No está mal. -
Sentenció el elfo.
-Si eres un aprendiz diligente quizás podría dejarte ayudarme en algún pueblo. Siempre llamas la atención de las mozas, y si ven que tienen excusa para acercarse por unos pocos cobres podemos ganar un buen dinero. -Ofreció medio en broma medio en serio mientras le daba vuelta la mano y le obligaba a cerrar el puño. - Y mira por donde, hasta podría cumplirse tu destino.
- ¿Qué destino?
-El ejército de las líneas de descendencia que tienes en la mano. -
 Le acusó divertida.
-La mitad por lo menos son cicatrices de tallar las raíces con el maese Willard.
-La mitad siguen siendo muchas.

Y lo eran.

*****

En el camino lo compartían todo, en las posadas y los campamentos no era muy diferente. Se ayudaban entre sí, armaban solos, o con otras carretas, pequeños mercados y ferias. No pasaron muchos años hasta que Theradriel los considero como una segunda familia. Para ellos ocurrió mucho antes.
Aunque el elfo era músico, y no tenía una clara intención de ser nada más que eso, siempre ayudaba al resto con sus cosas, y nunca rechazaba aprender de ellos. Por eso terminó siendo el aprendiz del maese Willard cuando se trataba de alquimia, medicinas e incluso algún brebaje extraño de esos que gustan comprar en las aldeas.
Cuando se aburría mucho, o Geraldine lograba convencerlo para dejarse engalanar con collares, brazaletes, pendientes y pañuelos de colores, hacía de místico y adivino con ella. La intimidad de la tienda para leer la fortuna había sonreído a su suerte, y librado a sus bolsillos de ser vaciados en algún local de alterne gracias a las mozas menos recatadas, tal y como había predicho su mentora.
A Felton le musicalizaba los espectáculos de marionetas, se habían conocido así, y seguirían con esa dinámica hasta que se dijeran adiós.
Incluso Melvyn se había congraciado con él en contadas ocasiones, y había intentado enseñarle a caminar por la cuerda, aunque en parte fuera solo por el placer de verle caerse.


Viajaron por los reinos humanos, y los dejaron atrás, viajaron por las tierras de los enanos que dominaban los cielos, y también se despidieron de ellos. Las carreteras terminaron llevándolos al lugar que había visto nacer a Irgud y sus siete bastardos, tan crecidos que ya tenían hasta los suyos propios.
En Kharanos armaron un teatrillo entre las dos carretas, e incluso colocaron un telón que iba de un tejado cercano a otro. Los actores se esmeraban más entre los suyos, según ellos, porque decían que los enanos eran el mejor público, además de los mejores actores.

La princesa rapónchigo era la obra prefería de la matriarca, y, aunque sus hijos ya estaban un poco mayores, y demasiado barbudos para criterio del elfo, para representar a una doncella, había sido la obra escogida de forma unánime.
Se habían repartido a suertes el papel de princesa, narrador, de príncipe, los dos hijos, el frente del caballo y el culo del mismo, aunque parecía más un pony que otra cosa. La bruja era un papel que se le endilgó a Irgud por elección popular. 
Sin embargo, hubo un pequeño contratiempo, y es que los dos que les había tocado el papel de equino, tuvieron la magnífica idea de pedirle a Willard un brebaje que los convirtiera realmente en un animal mientras estaban algo ebrios, cuando este se había negado, le habían compuesto una cancioncilla de dos versos nada educada sobre su alopecia.

Theradriel se encontró a los dos gemelos escupiendo las entrañas por todos sus agujeros detrás de una casucha cuando lo mandaron a buscarlos porque ya había empezado la obra.
Cuando volvió, con casi todos los actores en escena, no les quedó más remedio que embutir al quel’dorei en aquel disfraz y hacerlo debutar.

- ¡Y apareció atraído por su bello canto el heredero montado en su fiel bayo! - Narro uno, mientras el ponny de tela intentaba no doblarse bajo el peso de su jinete. El más robusto de los actores embutido en una armadura de chapa que no habría parado ni una espada de madera.
- ¿De dónde viene esa bella voz que me llama? - Exclamó al aire el falso caballero, al tiempo que su hermano, un pelirrojo con una gran mata de pelo en las orejas, se acomodaba sobre el vestido el relleno falso de sus senos y empezaba a berrear poniendo la voz tan fina como era capaz.

Theradriel nunca supo definir que había sido más complicado, si contener la risa, o cargar a los dos enanos en el final apoteósico en el que partían hacia la puesta de sol montados en su lomo.

Desde aquel momento, cada vez que necesitaban un extra, el quel’dorei era su hombre de confianza. O, dependiendo del caso, su mujer, hermanastra, bruja mala, leñador, o hechicero, pero nunca más el caballo.


*****

Vieron varias fiestas de la cerveza antes de partir más al sur, atravesando la hostil tierra de los más peligrosos de los tres clanes. Fue un viaje horroroso, que hicieron con presteza. De los peligros y las cenizas murieron un par de las espadas a sueldo. Mese Willard pereció pocos meses después de una infección pulmonar, reminiscente de ese trayecto, gracias, en parte, a su edad ya avanzada.
Le dieron sepultura como la luz mandaba y pagaron por un oficio sencillo en su nombre en la abadía de Villanorte, después siguieron, un poco menos alegres, su gira por el reino de Ventormenta.


Theradriel decidió que llegaría al confín que aparecía en los mapas antes de volver a su tierra. Todos decidieron darle parte de las ganancias comunes para que se pagara una buena escolta para atravesar la selva.

La última noche juntos no se derramó una sola lagrima. Acamparon juntos, con sus tiendas, su música y sus espectáculos. Esta vez actuaban para la familia, para ellos mismos. Felton representó un cuento de quel’thalas que Theradriel le había compartido hacia años, durante sus primeros días juntos.  Los enanos cantaron, bebieron y cocinaron, armaron un festejo que no tenía nada que envidiarles a las tabernas cercanas. Irgud no paraba de repetirle que se trenzara bien el pelo, que no fuera hecho un vago, y que se cuidara bien del dinero cuando llegara a su destino. Dunmir no soltó su pandereta hasta que le dieron calambres.  Melvyn se sentó a su lado, y no hizo ningún mal comentario, lo cual, para él, era un equivalente a admitir que iba a extrañarlo.
Geraldine los sacó a bailar a todos, pero sobre todo al bardo. Él decidió que aquel era un buen día para dejarla ganar.


*****

 

Bahia del Botín era un lugar caótico y extraño. Olía tan mal como cualquier urbe humana, pero la sal lo hacía un poco más tolerable. Había gentes de todas las clases, sobre todo, de las peores, pero Theradriel no era la misma persona que había partido de Quel’thalas tantos años antes.

[….Querida Selariäe, me hallo en la otra punta del continente, en un mar completamente nuevo, sus aguas tienen un deje turquesa, la arena de la playa parece bronce en vez de plata. He llegado al confín del mundo y es hermoso. Ojalá estuvieras aquí. …]

Había conseguido hospedaje en una habitación por la que apenas habría pagado nada, debido a su lamentable estado, ofreciéndose a tocar todas las noches, y a traer a la gente al lugar desde la entrada, también hacía de camarero o lavaba platos si no había buena caja. No era un gran trato, pero le permitía tener su propio espacio, comer todos los días por lo menos una vez, bañarse, visitar la ciudad y sus mercados.
Aunque su idea inicial había sido partir rápido, había quedado encerrado pronto gracias a los incidentes que precedieron la primera guerra y al transcurso de esta.

[… La guerra en los reinos humanos hace difícil viajar, espero acabe pronto y poder volver a casa. Los rumores hablan de unos seres verdes y monstruosos, dicen que han intentado entrar en la selva, pero que los han repelido …]

Las respuestas de ella tardaban en llegar por el mismo motivo por el cual no se atrevía a tomar los caminos hacia Quel’thalas.

[Háblame más de ese mar. ¿Cómo es el fin del mundo? ¿se pone el sol por el mismo lado? ¿sabe el aire a algo distinto? Si pudiera ir a algún lugar de todos, sería allí contigo…]

Cuando Ventormenta cayó, Theradriel temió no ser capaz de volver nunca a su hogar. Su hermana ignoraba las noticias de la guerra, en vez de eso le hacía hablarle del extraño puerto goblin, parecía obsesionada con la idea del fin del mundo, de aquel lugar tan lejano. Hacía que le prometiera mostrárselo en todas sus cartas, y lo lograba.

Como estaba atrapado, y no podía ni acercarse el, ni traer consigo a Serailäe, empezó a dibujar. Mal, pero empezó. Todos los días practicaba un poco, dibujaba algo desde su ventana, una parte del muelle, alguna isla que se recortaba lejana sobre el océano, alguno de los barcos pirata que atracaban. Los que más o menos se entendían se los enviaba con sus cartas. Aprendió rápido que si ponía regalos en ellos que pudieran tener algún valor nunca llegaban a su destino, pero los dibujos llegaban siempre.

Pasó mucho más tiempo del que él hubiera deseado, pero finalmente hubo noticias de que la presencia de esos seres… “orcos” como algunos habían empezado a llamarlos, había aflojado en las costas de Ventormenta. Vendió todo lo que portaba encima, todo menos su flauta, y consiguió que alguien accediese a llevarlo hasta costasur. Pero no hicieron puerto allí, sino directamente en Lordaeron cuando vieron desde la lejanía los restos de la cruenta batalla que había acontecido en las costas de Trabalomas.

El camino por tierra le tocó hacerlo a pie, porque no tenía ninguna forma de pagarse nada más. Por otro lado, el ejército había reclutado casi todos los hombres, y se había llevado gran parte de los caballos. Escaseaban tanto esas dos cosas como los alimentos, y el comercio estaba parado. La gente temía por la guerra, y llegaban rumores atroces de diversos lados.

Cuando Theradriel llego a su reino, casi se desmaya. Vomitó lo poco que había comido hasta que las piernas le temblaron, y, aun así, sentía que no había terminado. Los ejércitos se habían ido, pero Quel’thalas seguía quemado. Por desgracia, aquella no fue la peor noticia.
Serailäe había muerto a manos de los trols, que habían incursionado en el bosque antes de que se diera la alarma, y pudieran evacuar a todos los civiles.

 

*****


La última vez Theradriel contemplo a su hermana, envidió la serena y placida paz de la imagen que ofrecía, y la envidió, porque la angustia lo rompía por dentro y le dolía más que cualquier enfermedad o penuria que hubiese padecido jamás.
Cansado y destrozado por el viaje, no se movió del lugar en donde le permitieron velarla, dormitaba allí, sin levantarse, y solo comía pobremente si le acercaban algo.  El dolor y la culpa lo encadenaban en aquel lugar. “Si hubiera vuelto…”” Si me la hubiese llevado…”” Si nunca me hubiera ido…”” Si no la hubiera perseguido hasta el agua…” En su mente aparecían miles de escenarios en los que la podría haber cambiado su destino, veía en cada día vivido la oportunidad desechada de salvarla que no había tomado. 

Habían intentado hablarle para que descansara un poco, se aseara y se permitiera un poco de reposo, pero, aunque se había comprometido a hacerlo, no cumplía su palabra, tampoco les permitía disponer del cuerpo.

Meranth se acercó cojeando una tarde, no en mucho mejor estado que los hijos que le quedaban. Se detuvo ante la mortaja de lino y flores de entre las que emergía lo mejor que había creado en su vida, cuyo tiempo había terminado. Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente, le trenzó uno de sus bucles con cuidado, y lo ató con una cinta de raso. Le susurró algo en thalassiano, y le cortó la trenza.
Theradriel lo miró compungido, con el rostro seco de sal. Quería hablar, sabía que compartía su pena, pero por primera vez en su vida no encontraba las palabras, porque no había ninguna que pudiera expresar fielmente aquello que le consumía y que no se atreviera a pronunciar.

Su padre se sentó a su lado y lloraron en silencio. Meranth le colocó el mechón de cabello en la palma y le hizo cerrar la mano. Cuando ambos se quedaron sin lágrimas, se fue. 
Poco después le dieron la sepultura apropiada.

 


Con los años, la pena fue más leve, sobre todo para su hermano y sus padres. El primogénito de Alodien volvió a traer algo de alegría a la casa, lo llamaron Serileth en honor a la arpista. A su modo, nadie la olvidaba, pero todos seguían adelante. O casi. 

 El crujir del papel sonó al lado de Theradriel, pero este no se giró. Su mirada celestina se hallaba fija en la sencilla estatuilla de piedra que cuidaba con devoción a diario.
Alodien apiló con delicadeza todos los fajos de cartas sobre el banco, y contempló a su hermano con una honda preocupación. Aquella había sido su respuesta a la angustia que lo dominaba, a su ansia de romper la catalepsia que parecía querer hacerle perder a su segundo hermano tan poco tiempo después de haber perdido la primera.
-No es tu culpa. -Se sentó en el extremo libre, dejando los torreones de años de correspondencia entre ambos. - Ella atesoraba tus cartas, viajaba a través de lo que le enviabas. -  Alzó la mano, y salvo el espacio que los separaba, colocándola sobre el hombro de su hermano.


Como los primeros brotes cuando se fundía la nevada, el flautista empezó a desprenderse de la esteticidad en la que llevaba sumido todo aquel tiempo, y finalmente, se dedicó en cuerpo y alma releer los años y años de correspondencia que le habían entregado. Comía con todos, no vagabundeaba, y aunque seguía pasando mucho tiempo entre los muertos, también se dedicaba a los vivos.  Jugaba con su sobrino, y a veces, tocaba para quienes aún podían oírle.
Su familia tomó en un primer momento esa vuelta a la actividad, a interactuar con el resto, como una buena noticia. Pronto descubrieron que solo era una nueva forma de perderlo. Theradriel vio en las últimas cartas de su hermana una última voluntad incumplida, una promesa pendiente con la que redimirse.
 
Poco antes de la caída de Quel’thalas abandonó su casa por última vez, sin saber que nunca volvería a poner un pie en ella.

 

*****

 

La travesía fue humilde, las comidas exiguas y su hospedaje monacal cuando llegaba a ser más que compartir un montón de paja en el establo de alguna granja. Portaba su flauta consigo, pero tocaba poco, lo justo para poder seguir su viaje. Iba rápido para hacerlo a pie.
Cuando abandonó los reinos humanos, llegaban los primeros rumores de aldeas alejadas con las que se había perdido todo contacto.

Theradriel no intentó preguntar por la troupe, aunque se detuvo a prestar sus respetos al Maese Willard cuando empezó a cruzar el reino de Ventormenta. El anciano, salvo su vida como había hecho hacia años con la de otros tantos, pues si hubiera seguido su viaje, le habría pillado su convalecencia en medio de la selva, y jamás lo habría contado.


La ciudad había cambiado mucho desde la última vez que la había visto, aunque la reconstrucción no tenía nada que envidiarle a la original. Los canales que se podían ver desde la venta de la buhardilla que albergaba al quel’dorei no eran de los más olorosos que poseía la urbe humana.
El elfo había conseguido hospicio en la casucha de un médico cuando, en los albores de su afección, este lo había reconocido como el aprendiz del alquimista anciano. Había accedido, por el pasado que le conocía, a tomarlo de ayudante a cambio de alojarlo y tratarlo una temporada. No solo de buena voluntad vivía el matasano, el elfo le había pagado lo que había conseguido tocando antes de que empezaran a vérsele las pústulas y chancros y le prohibieran entrar en la taberna en aquel estado, también se encargaba de la casa.

Aunque era un precio excesivo para el trabajo que desempeñaba, pues limpiaba, auxiliaba al médico con los enfermos, cocinaba, limpiaba y se encargaba de preparar algunos remedios, no estaba en posición de quejarse, y soportaba, estoico, el precio que la vida le cobraba por las consecuencias de sus vicios.
Portaba pegados al cuerpo paños y cataplasmas que absorbían el pus de las pústulas, y aliviaban el dolor de las llagas. Para no esparcir sus humores malos, iba siempre bien tapado, e incluso le hacía llevar atado un paño en la cara. Los vahídos eran habituales, ya fuera por la fiebre, o porque se hallaba exhausto.

La mirada se le nublaba a menudo, por el encierro, el vapor de los remedios, y su propia condición, aun así, Theradriel había memorizado la disposición de los muebles, por ello, podía llegar a las camas de los enfermos casi sin problemas.
El elfo se había acostumbrado a los quejidos de dolor, los murmullos angustiados en sueños y los desvaríos de los enfermos al punto que ya no las escuchaba. Sin embargo, aquel enfermo tenía algo en la voz que hacía que al quel’dorei le resultara difícil ignorarlo.
-Siempre la miraba. -Murmuraba el anciano. Las pústulas, de un negro brillante, que poblaban casi toda su cara, le habían desfigurado el rostro. Vomitaba casi todo lo que comía, y apenas podía respirar. –Ya desde pequeña me había robado el corazón. 
 Incluso para Thanováth era evidente que aquel hombre no viviría mucho, aun así, gracias al dinero, le aplicaban todos los remedios que podían aliviar su dolor, y alargar su estadía entre los vivos, por truculenta que fuera.
-Era tan risueña, cierro los ojos y escucho que me llama desde la luz. Me está esperando. - Con esa cantinela se agarraba al elfo cuando tenía fuerzas, para pedirle que no le tratara. Pero alguien pagaba, alguien se aferraba a ese pobre viejo, posiblemente, porque fuera el único allegado que le quedara.
Theradriel le envidaba por el modo en el que llevaba su perdida. Ese hombre no lloraba por no tener consigo su ser amado, ese hombre aceptaba la vida como un viaje, sentía a su amada como una guardiana que lo custodiaba, y que ahora que había llegado su hora, le reclamaba.

El día en el que el elfo fue capaz de preparar a la perfección el compuesto a base de azarnefe que necesitaba para curarse, fue también el que se marchó de allí.  Su último acto como el aprendiz de aquel medico fue acompañar en su lecho de muerte al enfermo de carbunco al que siempre escuchaba. Mientras atravesaba el umbral de la puerta, ataviado con sus ropas de viaje, y aun cubriendo su rostro mientras los restos de las postillas sanaban, se encontró con el benefactor del fallecido.  Theradriel paso por su lado sin saludar a Melvyn.

 

*****

 

Bahia del botín era el único lugar que no había cambiado, aunque sus casas pudieran no estar en el mismo lado, seguía siendo el mismo caos que era cuando el elfo lo había abandonado al final de la guerra. Parecía que el mundo se olvidaba de aquel estercolero donde se juntaban calaña y maravillas de todos los lugares del mundo. Theradriel se sintió a gusto en esa amalgama de gentes.

La pequeña cala que había escogido se hallaba en una islita más allá de la estatua de piedra que daba la bienvenida a los barcos al mar. Había ido a remo, solo, sin estar seguro de si pensaba volver.
Sentado sobre la arena, aun cálida del sol, dejaba que las olas lamieran sus piernas, y observaba entre sus manos la trenza castaña que había portado con su corazón hacia aquel confín olvidado.
 Saco el Dizi, que ahora portaba colgando de su final un dije pequeño, hecho con madera y plumas, el resto de aquello reposaba con su dueña. Colocó una lámina fina para tapar su segundo agujero, con tranquilidad y paciencia, con rito. 
Tocó por placer, por gusto y voluntad propia aquella canción que había cambiado su vida, y que también era de ella. Mientras las notas se embarcaban en el océano, él lo hacía más grande regándolo con sus lágrimas.

Theradriel tocó una sola vez para los dos, y se cortó un mechón de cabello, los enterró ambos en el lugar más bello de la playa, luego se dirigió al mar. 
Un pulso en sus entrañas lo dobló en el suelo y le quitó el aliento antes de que pudiera adentrarse en las aguas. Se le cayó la flauta y clavó sus dedos en la tierra. 
Lo que quitó la vida a miles de sus congéneres, salvó la suya. Él apartó de si toda ambición del reposo eterno, tomó ese dolor, en ese momento, aquella puntualidad del destino en la ignorancia del momento sagrado que vivía como una orden de ultratumba que rezaba “vive”. Mientras tanto, la fuente del sol caía.

 

*****

 

 

La sed le azotó de forma tenue, no solo fue una tenue preparación que rápidamente se desvaneció para dar lugar a algo catastrófico;. La noticia de la suerte de su gente fue devastadora para los primeros intentos del trovador de volver a vivir plenamente.

 

Decidió permanecer en aquel puerto por un tiempo. Cuando la voluntad le fallaba, iba a ver el lugar en donde se había despedido finalmente de su hermana, el recuerdo le daba fuerzas, asi como los recuerdos.

Geraldine le había enseñado a leer a la gente, Felton había sido un gran mentor para aprender cómo funcionaban sus mentes, el maese Willard le había permitido aprender a producir una suerte de productos que le podían reportar algo con sus ventas, con los actores había aprendido a actuar y mentir con la naturalidad con la que respiraba, de Dunmir se había llevado el humor, y de Melvyn el valor de tentar a la suerte. De Alodien tenía la paciencia para no rendirse cuando las cosas iban peor, de su madre la manía de consentirse con su aspecto para sentirse un poco mejor, y de su padre la tolerancia a la sobriedad del vivir, de la que hacía gala solo cuando era estrictamente necesario.

 

Lento, como la calígine que ascendía lentamente de las aguas semi estancadas y sucias del puerto, su culpa se fue desvaneciendo, y eso le permitió sanar.

 

*****


La restauración de la fuente del sol fue otra especie de señal de la providencia, y le despejó la mente permitiéndole poner en orden sus pensamientos.
Theradriel quería vivir, y quería vivir bien. Añoraba los años dorados de su vida, antes de que cayera en la vorágine de penurias que casi lo había destruido por completo.

  Durante unos días se planteó la posibilidad de volver con su gente. Pronto la descartó. Quel’thalas era un sueño, un sueño imposible que había durado mucho, pero que estaba destinado a caer. Había sido cuestión de tiempo. No quería volver a vivir de sueños, de algo irreal que podían arrebatarle en cualquier momento.  Tampoco quería volver a la casilla de salida de sus errores para que le pesaran cual espada pendiendo sobre su cabeza. Y finalmente, no quería enfrentar la realidad de su gente. Se negaba rotundamente de ver el estado en el que había quedado su tierra. Ni siquiera escribió para averiguar que había acontecido con su familia. Prefería que siguieran formando parte de su imaginario, quería creer que Alodien y su hijo vivían felices, que sus padres seguían en la aldea en la que había nacido, no estaba dispuesto a disipar esa posibilidad. Decidió que, si no estaban vivos, lo seguirían estando para el en el recuerdo.

Decidió que había pasado suficiente tiempo en ese puerto, ese antro de condena había sido el retiro perfecto que le había ayudado a recomponerse, a pensar, ignorar el entorno cuando no podía hacerse cargo de sí mismo, también decidió que no quería vivir toda su vida en aquel estercolero de miseria, y languideciendo en cuchitril lleno de humedad.
Con dinero,y los talentos que había cultivado en sus viajes pagó todas sus deudas y se fue.

 

*****

 

Cruzar la selva era un horror, aunque bosque del ocaso no se quedó atrás. 

Era de noche, o parecía de noche, era difícil decirlo en aquel lugar maldito. Theradriel aun recordaba cuando los arboles eran verdes y el sol se colaba por las hojas como miles de escaleras al cielo.
Se habían juntado un numeroso grupo de gentes para cruzar la selva, desde comerciantes de pieles a mercenarios que iban a buscar suerte a tierras más benevolentes donde les fuera más simple ganarse el jornal y no se jugaran tanto el cuello. 

El primero en verlos no pudo dar la alarma. El borrón negro se lo llevó, desensillándolo del pony, y desapareció al otro lado del camino antes de emitir un grito. El huargen se zampó al gnomo prácticamente de un bocado. Le siguieron el resto.
Thaniovath intentó huir como pudo de ese caos, al igual que la mayoría de personas que no sabían defenderse. Entendió muy tarde que tendría que haberse escondido en una carreta.

Los inmensos seres lupinos los cazaron, a él y a otros mercaderes, los tiraron de las monturas, y se abalanzaron sobre ellos. El elfo tuvo suerte, hasta él sabía que no podía llamarse de otro modo. Quedó atrapado entre las monturas y los cuerpos, el olor a sangre, vísceras y carnaza lo ocultaba, aunque solo era cuestión de tiempo. Los lupinos se comían a sus antiguos compañeros de viaje casi encima mismo de su propio cuerpo.  Por un tiempo incierto, que se le hizo eterno, observo en silencio, aterrado, como esas bestias no dejaban ni los huesos, y cada vez estaban más cerca de encontrarle debajo de los restos de su cena. Cada vez que se peleaban entre ellos, por un pedazo de brazo, o de carne especialmente suculento, daba las gracias a la luz y los cielos, porque le hacían ganar algo de tiempo.

Los supervivientes del convoy, principalmente mercenarios, que habían logrado salir de aquello, se toparon con él al re emprender su camino hacia villa oscura, así como con las bestias que se daban un festín con los restos.  Lo último que vio fue un guantelete metálico alzándolo de debajo del padre de una familia a medio comer.

La parte buena es que sobrevivió, la mala es que apenas le quedó un hueso en el cuerpo que no se hubiera partido. Gasto todo lo que le quedaba para que le atendieran como pudieran, y se quedó en la miseria. Durante medio año no podía ni caminar, antes de que terminara este era capaz de ir solo hasta la bacinilla. Tardo aún más en ser capaz de andar con muletas, y estas le costaba sostenerlas, pues sus manos no habían quedado tampoco indemnes. Mover la cuchara fue una lucha personal, también el asumir que quizás jamás podría volver a tocar un instrumento. La luz quiso que aquello no fuera cierto, y cuando ya cojeaba levemente, y se podía ayudar solo con un bastón, había logrado volver a tocar sencillas melodías con su dizi.

Fueron meses duros, un gran tropiezo cuando por fin empezaba a correr de nuevo. Se convenció de dejar atrás el reino de Ventormenta.  Tres de sus amigos habían conocido allí la muerte, también un amante, había abandonado a otro, aunque no se arrepentía de ello. Aquel lugar tenía una mala estela, estaba maldito, desde sus bosques negros hacia su ciudad de canales pestilentes.

Theradriel lo dejó atrás cuando aún no se había curado por completo, convencido en jamás volver a poner un pie en sus tierras. El mundo era muy grande, y el, tenía muchas ganas de vivirlo.

Sabía tocar, aunque sus manos no le permitían hacer más que unas pocas canciones sencillas con la flauta, su voz no había mejorado lo suficiente como para poder valerse cantando, y su cuerpo estaba lejano a poder bailar con destreza. Pero podía hacer perfumes y fragancias, algunas pócimas menores, también era capaz de tratar afecciones leves, y hacer las curas que se les escapaban a los comunes, y por encima de todo, conocía los caminos, y había aprendido a mercar lo que tenía lo suficiente como para valerse por sí mismo. El sendero al norte era un viejo conocido, que lo acogía con la nostalgia de un viejo amigo, y con la dureza que lo curtía y entusiasmaba al mismo tiempo. Mientras siguiera caminando, mientras la muerte y el dolor siguieran cubriendo Quel’thalas, ese sería su hogar, y al fin y al cabo, si las décadas cambiaban el mundo, más lo hacían los siglos. Tenía el tiempo a su favor, y él era un hombre paciente.

 

***

Fin

***

 

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Un cuaderno de tapas simples sin titulo, y papel de baja calidad, sellado con un cordel burdo, tiene dos portadas, una por cada lado, y dependiendo de desde cual se inicie la lectura, una primera pagina le obsequia con uno una u otra  premisa. Una de ellas reza EXISTENCIAS su homologa CONTABILIDAD.
 

 

EXISTENCIAS

 

Jabón:

2 Jabones de lavanda

1 Jabón de azahar

1 jabón de tomillo y hojaplata. Vendido en Yunquemar 2 platas 7 bronces.

 

He gastado el pequeño leño que tenía, y comprado grasa y un barrilete de poca capacidad. También he pedido prestada una palangana a la mesera.  -1 plata y 9 bronces. He usado toda mi reserva de flores de heliotropos y casi todas las magnolias secas. En un par de semanas estará lista la próxima tanda, aunque blanda. Conviene dejarla reposar para que endurezca bien como mínimo otra semana más.

 8 Jabones de heliotropos y magnolias secas, Quedan 2. Vendidos los otros 6 en Dun Orgoth, 2 Odriel (5p total) y 4 Alyra (10p2b total)

Perfume:

Cerosos:

1 Azahar y almendra.

1 Mosqueta y rosa silvestre

2 Mosqueta y adelfas  Vendidos en Dun Orgoth a 4p7b/u

1 Grosellas y orquídea. (uso personal)

Líquidos:

Ninguno

 

Hierbas: (sacos pequeños “Sp” 7 onzas, medianos 15 “Sm”, grandes 30 “Sg”)

1Sp Heliotropo   Gastado al completo

Albaza: Recolectado en Crestanevada

                -1Sm hojas secas

                -1Sp raíces

                -2Sp semillas

                -1Sp tallos secos

Acónito: Recolectado en Crestanevada

                -1Sm de tubérculos (raíces)

                -1Sp de hojas.

Flor de paz: Recolectado en Loch modan

                -2Sp de flores

                -1Sp raíz

5 pedazos de corteza de Sauce medianos. Comprado en Costasur

2Sp corteza de Enebro Recolectado en Trabalomas

Acebo: Recolectado en Dun morogh

                -2Sp de corteza

                -1Sp hojas

Borraja: Recolectado en los Humedales

                -1Sp flores

                -1Sp semillas

                -1Sm hojas

1Sp de hojas de Muérdago Recolectado en Dun morogh

1Sm de Magnolias secas (Gastada la mitad, quda ½ Sm)

Arnica Recolectado en Loch modan

                -1Sp de flores secas

                -1Sp de hojas secas

Bardana Comprado en un mercader ambulante en Thelsamar

                -1Sp de raiz

                -1Sp de hojas

                -1Sp de semillas

1Sm de hojas de Hierbabuena  Recolectado en los Humedales

2Sp flores de Jazmín secas Comprado en en una tienda de Thelsamar

Lavanda: Comprado en una tienda de Thelsamar

                1Sp de flores

                1Sm de tallos y hojas secas

2Sp de Toronjil Recolectado en Trabalomas

1Sm hojas de Orégano secas Recolectado en Trabalomas

1Sp de hojas de Romero Comprado en Costasur

1Sg de hojas y flores secos de Tomillo. Comprado en Costasur

Hojaplata Recolectado en Dun morogh

-1Sp de hojas

-1Sp de raíces

 

~Actualizado hasta principios de Agosto

 

 

 

 

 

CONTABILIDAD

 2p 8b (Jabón de tomillo y hojaplata)

-1p 9b (Materiales para hacer otra tanda de jabón, grasa y usufructo de enseres)

                                                                                 Yunquemar, Mayo.

 

-2b y 8c Por poco más de 20 onzas de Bardana, repartidas equitativamente entre raíz, hojas y semillas. A un vendedor ambulante con algunos enseres para boticas.

-4b y 2c Por Lavanda (tallos y flores secas aromáticos) y Jazmín (flores secas), de la casa de un sastre que lo usaba para perfumar las telas. (Por eso el sobrecoste).

                                                                                Thelsamar, Junio

+3b en los tuneles de Algaz. Pago por cuidados médicos.

                                                                                Algaz, Junio.

-2b 5c  En 5 Pedazos de corteza de sauce de buen tamaño. (13c/u)

- 1b 1c En 7 Onzas de romero

-1b 4c En 30 Onzas de tomillo seco

                                                                                Costasur, Junio.

+5p Dos jabones de H. con Mg. A manos de Odriel, venta ambulante.

+10p2b 6 jabones de H. con Mg. A manos de Alyra, en un puesto centrico

+4p7b 2 Perfumes de adelfas, Venta ambulante.

-8p 3b 5c Una aguja de plata y peridoto para el cabello. 

-2b5c Raciones una semana.

-2p2b5c 20Lb Grasa y un leño de madera.

 

 

 

~Actualizado hasta principios de Agosto

 

Restante: 5c

Editado por Valandir
Actualizado en base al rol hasta el momento.
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Las cubiertas son de cuero desgastado, viejo, y de pobre calidad. El papel que contienen no es mucho mejor, aunque su fibra es de tela. Los trazos son meticulosos, la letra pequeña y delicada. Las palabras en Thalassiano muestran entradas sin una fecha exacta, y entre cada una de ellas, en letra mas grande y decorada, como si cada carácter fuera un dibujo, tres lineas cortas separan los pensamientos y memorias que contienen.

 

 

 

Aun y que no poseo un rumbo fijo, el destino no se me hace incierto. He llegado hace poco a la posada de Kharanos, y casi como una señal de la providencia, ha ido a parar a mis orejas un anuncio para seguir hacia el este. Un gnomo parece estar buscando socios para un negocio.

Aunque nunca he tratado demasiado con su especie, eso es más una ventaja que un inconveniente, suscita mi curiosidad y sacia la incertidumbre que se plantea ante mí con un proyecto.

Descansare de mi travesía y aguardaré alguna caravana de suministros para ir hacia Yunquemar.

Por ahora, el fuego arde en la chimenea y calienta mis huesos.

 

Asoma y cura
Irradia y salva
Destella y alivia

T.B'O ~ Mayo

 

El viaje ha sido agotador, la pierna aun me duele, y aunque puedo caminar sin bastón la mayor parte de tiempo, resulta una tarea imposible tomar el camino sin él.

Nada más entrar, con el frio en los huesos, y la mano tan entumecida a través del guante que apenas me sentía sostener mis pertenencias, he caído y esparcido casi todo mi equipaje a vista de los parroquianos. Esa clase de entradas siempre fueron lo mío.

No han tardado en venir a mi auxilio otros viajeros, la mayoría de ellos también atraídos por la estela de rumores que ese gnomo ha debido de pagar. He compartido mesa con ellos.

La muchacha más apurada en prestar auxilio se ha presentado como Agatha, tiene unos hermosos ojos verdes que hacen juego con su nombre, quizás por eso se lo pusieron. Es una muchacha gruesa y se presenta alegre, aunque disto de pensar que lo sea. Ha demostrado rápidamente ser amiga de las medias verdades, y de las no tan verdades en un tiempo tan corto que me hace pensar que no lleva mucho tiempo valiéndose por sus propios medios.  Ha confesado que no se establece mucho tiempo en ningún lado, no me sorprende porque en sus engaños descuidados se ha podido entrever claramente que nada más llegar a estas tierras ya ha estafado a uno de sus habitantes. Dice ser adivina de profesión, habrá que comprobarlo si da el tiempo.

 

Otro hombre ha sospechado de la muchacha, un fornido y enorme humano de tez oscura, con la mitad de la faz quemada, y sus sentidos embotados en esa misma fracción de su cuerpo. Responde al nombre de Niras, y se dedica a cualquier trabajo manual que le encarguen, aunque porta una enorme hacha de dos manos.

El ultimo ocupante de la mesa ha sido un enano llamado Bagnar, joven si mis ojos no me engañan. Poseedor de esa calidez que tanto caracteriza su gente, y lleno de entusiasmo. Se dedica a la cartografía y se encuentra completando un pedido sobre Crestanevada.

 

He pagado a la posadera y he encontrado un rincón en el salón donde dormir. Ni siquiera el inmenso brasero central del salón ha podido borrar la huella de la ventisca de mi cuerpo y mi mente.

 

No hay cielo ni tierra
Solo nieve
Cayendo incesantemente

 

T.B'O ~ Mayo

 

He llegado a un acuerdo con la posadera, toco por las noches, o entretengo a los parroquianos con poemas y leyendas, a cambio, tengo un plato caliente para cenar y un lugar para dormir cerca de los braseros. No es mucho, pero es más que suficiente. Mis manos aún se resienten cada vez que toco el dizi, incluso en algunas ocasiones, mis dedos se niegan a moverse, como si se convirtieran en piedra. En esos momentos la ansiedad y el pánico me invaden, aunque sea pasajero.

 

Dolor me llegó,
Tambien desamparo
Petrificado.

T.B'O ~ Mayo

 

He podido hacerme con una buena cantidad de Albaza, aquí es silvestre, y crece solo en este valle, cual mala hierba. Aunque su sabor es amargo, el té que produce podría devolverle el calor a un muerto.

Me he cruzado con Bagnar mientras volvía a la posada, y he compartido con él una taza de tan típica sustancia. A él le ha evocado su infancia, pues es de la región, a mí, viejos recuerdos de cuando era más jovato.

La familia Gerifalte, pues ese es el apellido que con orgullo porta Bagnar, son criadores de aves además de cartógrafos. Principalmente enfocados a la mensajería, pero en vez de usar palomas, crían halcones, o variedades de estos. He podido contemplar a su compañera, pues los une un vínculo mucho más profundo que el de un dueño con un perro. Es una criatura hermosa, blanca y orgullosa.

Quiere viajar y ver mundo, veo en sus ojos el brillo del entusiasmo y la sed por conocer que antaño me motivaron a mí a abandonar el hogar. Intenta encontrar al gnomo, no ha tenido más suerte que yo, pero, por el contrario, él se impacienta, y confesa una ansiedad que estoy lejos de compartir.

 

Sin encontrarte
La desesperación
Me sofoca.

T.B'O ~ Mayo

He tocado aquella canción de Fondadero vela del sol que siempre me transporta al puerto, y me he confiado, he forzado mis manos y se han paralizado en medio de la siguiente pieza. No debo ser tan ambicioso, pero los meses pasan, y poco a poco, se fuga mi paciencia.

Mas humanos han llegado siguiendo la estela del gnomo, a quien todavía no soy capaz de encontrar por ningún lado.

En un comienzo he creído que era Niras con una nueva conquista, otra pelirroja en su primavera. Como estaba de espaldas lo he saludado y me he sentado en su mesa, en la que ya se hallaba Bagnar. Para mi sorpresa era otro personaje. Fredric de Torre Vieja, un caballero acompañando a una dama que responde al nombre de Myrna.

Él es cordial y educado, algo de lo que no todos los suyos pueden hacer gala, ha sido una compañía agradable. Ella ha sido muy entretenida. Se muestra sumamente tímida, pero su rostro refleja su mente como si fuera un estanque de agua clara. Ha sido divertido.

 

La lluvia quiebra
En mil circulos
El espejo del lago
.

T.B'O ~ Mayo

Agatha ha accedido a leer mi mano. Aunque se sobradamente la nula veracidad de sus artes, me intrigaba saber que tanto puede vender sus mentiras, si es capaz de envolverlas en arte o espectáculo.

Quizás solo quiero ver a Geraldine en esas gemas verdes que me devuelven la mirada.

No ha sido el caso. Se ha concentrado mucho, no puedo asegurar que no crea en lo que dice, sin embargo, no había nada de artístico en ello. Ha hablado de mi pasado, pero no del que cuenta mi apariencia o mis manos, si no de uno ficticio que le cuentan unas líneas que no son ciertas. Mi devenir ha sido vago, podría haberle dicho lo mismo a alguien a quien jamás hubiese escuchado.

Había buscado el reto de leernos el uno al otro, porque le había confesado que leer la mano ha sido en algún momento, también una de mis aficiones, y me he encontrado contemplado otra cosa, aguardando en vano.

Myrna nos ha acompañado, no le entusiasma lo mistico, tampoco tiene un deseo claro, o algo que le apasione compartir de su pasado, pero le interesa la música. Me ha pedido que le enseñe a tocar el dizi. Nunca he tenido un aprendiz. Quizás, ahora que mis manos no pueden desenvolver todo lo que hay guardado en mi mente, pueda estimular esa parte transmitiendo mi saber a otra persona.

Me irá bien su ayuda con el mortero.

En silencio paladeo
Dulce amargura
De la soledad.

T.B'O ~ Mayo

Niras ha accedido a ayudarme a cambio de música. Aunque es un hombre enorme y de clara ocupación física, demuestra unas inquietudes intelectuales sumamente raras en un hombre de su aspecto y procedencia.

Me ha ayudado a preparar la sosa para el jabón, y he podido dejar listo una tanda entera de jabón de magnolias y heliotropos. Bagnar nos ha acompañado. Son personas muy animadas, aunque inquietas.

 

Me desespero
Pierdo la razón
Ya no hay mas.

T.B'O ~ Mayo

 

Disfrutar del silencio acompañado, era algo que hacía mucho tiempo que no podía compartir. Se llama Isabela, y su cabello argénteo denota que se acerca al invierno de su vida. Es una mujer serena, y elegante, me hace acordar a esos libros viejos de poesía, cuyo papel rico pero malmetido por el tiempo aun contiene una belleza que trasciende su apariencia, y que, de alguna forma, tiñe esta.

La vejez es un misterio, es como el vino y el vinagre, a alguna gente la destruye, y a otra la eleva.

Huye, no sé de qué, quizás de su pasado, de algún recuerdo que ahora que la vida se le acaba, la sofoca, quizás de algo que no hizo. Es un misterio de esos que no me molestan, que tienen su encanto.

También es adivina, aunque con honestidad, me ha dejado en claro que no hay magia ni ninguna fuerza sobrenatural en su arte, si no observación, conocimiento, y una técnica que alguien, mucho antes que ella, desarrollo por algún modo, quizás por los astros, o algún método. Lee la borra del té.

Hemos compartido una taza, hablando a ratos, y deleitándonos en no hacerlo en otros.  

Le he pedido que me lea la suerte, y ha accedido a hacerlo sin cobrar nada, porque quiere saber qué le dice de mí su técnica.

Agatha nos ha acompañado un rato.

 

Me he quedado con la curiosidad, me ha llamado la posadera, su hijo casi se ha rebanado un dedo en la cocina, lo tenía medio colgando. Lo he limpiado y cosido, envuelto en una gasa con pomada para que no se infecte, el resto queda a manos de la luz y la providencia.

 

He visto al gnomo. Gasta mal genio. Era interesante.

 

Cuando he vuelto ya no estaba la joven de ojos verdes. La anciana también ha advertido algo curioso en la muchacha.

La luna nos ha separado, pero nos veremos pronto, irremediablemente. Ella también busca al gnomo.

 

Plateada luz
Radiante hermosura
Esparces calma.

T.B'O ~ Mayo

Ahora que la música requiere de mi paciencia, y me reporta unos beneficios acotados, he de depender de mis otras habilidades para subsistir. Tardaré unas semanas en tener el jabón maduro para vender, mientras tanto, cuando mis cuentos y canciones no basten, o la situación lo requiera, me valdré y me valgo de la poca medicina que conozco.

Para evitar el olvido por desuso he empezado un herbolario, de esa forma caliento la mano, agilizo los dedos, y mato las horas en las que el clima es tan virulento que no puedo adentrarme en la parte más cercana de la foresta para recolectar plantas.

 

Finalmente he podido acercarme a hablar con el gnomo. Es gruñón y malhablado, pero tiene una carreta y algo con que tirarla. Por una porción pequeña de mis beneficios puedo usufructuar la misma, y él se encargará de las espadas a sueldo. Para mis cuentas, el sale perdiendo dinero, pero por ahora me conviene, habrá que verse si cuando llegue la hora de pagar tenemos que renegociar los términos.

Sir Fredrik de Torre Vieja va a proveer seguridad. Bagnar va a acompañarnos para mercar lo que encuentre, compra venta a dependencia de donde paremos y a donde nos dirijamos. Myrna también formará parte de ese convoy, a cargo de la comida, y la colada, quizás también la limpieza. Parece que no perderé mi aprendiz antes de haber empezado.

 

Me he asegurado, no iremos al sur, no volveré a esa ciudad de inmundicia. No pisaré más ese reino maldito.

Debo alistar los suministros que no pueda conseguir en otro lado. Saldré a por mas Albaza.

Partiremos en una semana.

Andando firme
No hay vuelta atrás
Tú, nunca más.

T.B'O ~ Mayo

 

 

Una noticia de un viejo conocido, una de esas personalidades del camino que para mí fortuna aún se acuerda de mi nombre. Le ha llegado a oídos que estoy en Yunquemar y se ha prestado a pagar una vieja promesa. Unas leyendas de su familia, grabadas con esmero. Estará unos pocos días en Kharanos. Debo partir presto, si no quiero perderlo.

Habré de avisar al Gnomo, no quisiera perder mi puesto en la carreta por algún infortunio en los caminos en la ida o la vuelta.

 

Mantiene en vilo

De antelación

Mi alma hechizada.

T.B'O ~ Mayo

 

Dwick tenía asuntos también en Kharanos, unos que no parecen precisar de la carreta ni del gran traslado de todas las mercancías. Algunos de aquellos con quienes compartiré el camino los próximos ciclos se han sumado, como escolta o por otros motivos que desconozco, o no me son relevantes.

El paso por la cordillera estaba cerrado, como mínimo hasta el amanecer no podremos proseguir. Unos trogs han abierto un túnel al paso, y tras cerrarlo, están limpiando lo que queda de esas criaturas antes de abrir el camino.

Aguardamos cerca de la puerta, a la vera de una hoguera que intenta calentarnos los huesos.

 

Isabela nos acompañará. Durante el camino habló con el gnomo, y no pude evitar parar la oreja. Hacia un hincapié especial y encarnizado con la protección que precisaba. Cuando la conocí creía que huía de algún mal recuerdo, pero las memorias no se combaten con una espada, ahora sospecho que pueda ser algo menos etéreo de lo que escapa la anciana.

 

He compartido algunas palabras e historias con mis nuevos compañeros.

 La joven Myrna tiene una mente vivaz curiosa y una lengua más suelta que muchas muchachas que he conocido de su edad, quizás por su procedencia. Nunca he estado en Theramore, tampoco puedo imaginarlo, porque habla poco de su tierra. Sus expresiones son como brillantes colores, claras, nítidas y llamativas, me entretienen.

Sir Fredrik es un alma romántica, pese a dedicar su vida al acero. Es humilde, callado y parece regirse por unos valores que muchos claman y pocos respetan. El tiempo dirá si es solo una fachada muy bien trabajada, o hondamente cree en todo eso. Ha tenido en bien compartir conmigo una historia de su tierra, aunque es predecible el papel que jugamos en ella los elfos, era trágicamente conmovedora.

La naturaleza de la relación de ambos se me hace clara ahora. Había creído al verlos que eran amantes fugados, o algo por el estilo, pero tras las últimas charlas me resulta más que evidente que ella sigue siendo doncella, y que esta parece encandilada con su guardián. Si este se percata de ello, no lo demuestra. Me intriga ver como seguirá su historia, si será dulce o acabará en tragedia.

 

Compartiendo aumentan

 Las posesiones

He aquí el milagro…

 

T.B'O ~ Mayo

He dormitado poco y mal, sentado cerca de la hoguera, y aunque esta ha permanecido encendida toda la noche, no ha logrado ahuyentar del todo el frio de mi cuerpo. He salido entonces a buscar plantas silvestres, esperando que el movimiento me ayudase a entibiecerme.

Los acónitos aún no florecen, sin embargo, sus tallos se alzan entre la nieve inconfundibles para mí. He encontrado varias con raíces maduras tras cavar un rato, y me he hecho con ellas. Serán muy útiles para preparar remedios.

También me he cruzado con algunas violetas, y ha venido a mi mente el regalo de Isabela. Hace unos días me ofreció un saquito de estas que había cosechado en un paseo. “Confianza” ¿Sera una petición? ¿Me otorga ese rasgo? Eso no sería equivoco. Aun así, me pregunto, ¿Conocerá esa dama de cabellos argénteos el lenguaje de las flores?

 

Secretos albergan

En su perfume

Todas las flores.

T.B'O ~ Mayo

 

Hemos podido cruzar el paso. Para nuestra desgracia, la limpieza de trogs no había sido tan exhaustiva como había esperado.  Sir Fredrik ha demostrado la voluntad de cumplir con su cometido de forma competente, la capacidad ha sido menos impresionante. Aunque ha recibido una herida de mal aspecto, se ha mostrado reticente a tratar.  Quizás con la anciana se muestre más dispuesto a recibir cuidados.

Bagnar ha hecho uso de su arma de mecha para mantener uno de los trogs a ralla cuando este ha escapado al control del humano. Me tranquiliza saber que no solo los mercenarios van a tener la capacidad y voluntad de defender al resto.

El gnomo ha mostrado una faceta inesperada. Es brutal y salvaje. No solo ha matado a un trog con sus propias manos, y la cabeza, lo ha dejado irreconocible, un amasijo de carne, dientes y sangre que me ha revuelto el estómago pesé a que apenas había comido un mendrugo de pan duro. Los gritos de Dwick llegaban con eco hasta donde aguardábamos a que liberasen el camino. Pedía por su gente, parece albergar un dolor profundo por el destino de su especie con el que soy capaz de simpatizar. También ha demostrado ser un combatiente fiero, capaz de gestas asombrosas para el tamaño que exhibe.

 

En otro orden de despropósitos, las estalactitas del techo me han hecho un estropicio, y ahora tengo otra cosa más de lo que cuidarme, gracias a la cojera que disminuye demasiado lenta para mi gusto.

 

En el último tramo del camino, nos hemos cruzado con una familia de cazadores que habían dado muerte a un wendigo. Estaban heridos y hemos podido prestarles auxilio. Resulta que Isabela tiene también algunos conocimientos médicos que le desconocía. En pago por nuestra ayuda he podido deleitarme con un cuenco de guiso de wendigo una vez he llegado a la posada.

 

 

Con la tierra
sus cuerpos celebran
nupcias sangrientas.

T.B'O ~ Abril

 

Hare una sola noche, dos como mucho antes de volver a Yunquemar para terminar de preparar la mercancía. Mi flauta me provee una vez más de una cama caliente, y un plato sobre la mesa, por unos cobres extras la disfruto en solitario.  Pese a que dista de ser suntuoso, el alojamiento en Kharanos es mucho más acomodado que en Yunquemar.

 

El agua caliente y el jabón son buenos compañeros. También la luz del hogar y de las velas. El sonido del salón llega lejano y amortiguado tras la piedra, como si estuviera del fondo de un gran lago, y los ecos de la superficie se distorsionarán. Antaño las habitaciones subterráneas me hacían sentir hacinado, ahora me transmiten cierta paz.

 

Hacía mucho que no dibujaba, o lo intentaba. Mis dedos se traban más que con la flauta, pero es un buen complemento para mis apuntes sobre plantas. Los acónitos han sido un modelo callado sobre mi mesa durante largo rato, y aunque dista mucho de ser arte, puedo reconocer en el boceto al tubérculo y el resto de la planta.

 

No habrá esta vez destinatario de mis dibujos que sueñe con una tierra lejana.

 

Busco tu calor
Y me quemo el alma
Con la piel fría.

 

T.B'O ~ Junio

 

Pese a llevar mucho tiempo sin descansar apropiadamente, me he levantado al alba. He desayunado antes de que el salón se llenara con los parroquianos en busca de su primera comida del día. He encomendado un mensaje para el conocido que me citó, y a la espera de su llegada o una respuesta, he tomado mi hoz y he salido al bosque.

Me he hecho con un poco de acebo, aunque sus frutos aún no están maduros, sigue siendo fácil de reconocer por sus peculiares hojas. También he encontrado otras plantas. Mis existencias están tan vacías que prácticamente cualquier planta que reconozco la preciso y carezco de ella, estas excursiones matutinas están siendo, por ello, muy útiles.

Empezaré un inventario con los materiales que consiga. Me será de utilidad ahora que planeo ejercer una actividad comercial con más seriedad.

 

Cuando he vuelto a la posada ya había vuelto el mensajero. Harig aún no ha partido lejos, mañana por la mañana nos reuniremos a compartir una comida, recuerdos y esas viejas leyendas de su familia que tanto ansío. Como favor, y a cambio, aunque no ha matizado, quiere un poco de ese aceite que ahuyenta a los lobos. Iré buscar muérdago más tarde.

 

Solo los amigos

De corazón

Vienen sin condiciones

 

T.B'O ~ Junio

 

Mi salida, aunque algo accidentada, me ha proporcionado una cantidad suficiente de muérdago. El viento que opacaba los ruidos de la aldea, y la blancura inmaculada del paisaje bajo la tenue luz lunar, es un espectáculo del que nunca voy a cansarme. Nieve. Aún está su existencia envuelta en ese misterio y encanto de lo que me es ajeno.

 

Me he cruzado con una persona imprevista en Kharanos. Más cerca del alba que del ocaso, la joven Agatha había armado un puesto de adivinación cerca de la calle, pero lejos de cualquier brasero, y parecía esperar clientela. Viéndola tan perdida, y sintiéndome de espíritu generoso he decidido acercarme a ver cómo le iba, y proporcionarle una mano amiga. Ha reaccionado a la educación y el cuidado con el que he procurado no exponerla en demasía, con faltas de respeto y engaños. Que necio hay que ser para intentar estafar con las palabras a quienes ya han demostrado conocer tus mentiras. En vez de disculparse, ha decidido cobrarse la historia que le debía, y una vez terminada, al ver que no me quedaba a pernoctar con ella, me ha dedicado un par de comentarios infantiles y maleducados con despecho. Me hastían esas actitudes más propias de los niños que juegan en las zahúrdas que de una muchacha mínimamente cortes. No soy adivino, pero le auguro un escarmiento en los caminos por ser altanera sin poseer dos dedos de frente.

 

El agua caliente ha calmado mi mal humor, el entumecimiento del cuerpo y el frio de mis huesos. El olor a hierbas impregna la habitación y he disfrutado de un plato de comida caliente. Con ánimos renovados he aguardado a que bajara la cena añadiendo las plantas recientes a mi herbolario. Las flores y frutos que no he podido ver, los recuerdo claramente.

 

Barre el alba

Con roció de primavera

Todos los desaires

T.B'O ~ Junio

 

Apenas he dormido. Tomé el lecho muy tarde, y los arreglos de hoy no me han permitido quedarme en ella hasta el mediodía. He preparado el aceite de muérdago con el tiempo justo, y aquel a quien puedo llamar amigo solo en la calidez del salón ha venido a pedir su pago, y prestarse a mi deseo.

Me ha permitido copiar las leyendas de su familia, aunque carezco del conocimiento suficiente como para leerlas. Por suerte, no preciso de entender un símbolo para copiarlo, y he logrado transcribir una porción interesante.

Mientras me hallaba en esa labor me ha acompañado Bagnar. Ha resultado ser un cliente interesante. Su lengua por mis productos, aunque haya escogido de los más caros, sigue siendo un precio nimio que estoy más que dispuesto a pagar. En un instante la ristra de misteriosas runas que aguardaban un futuro lejano se han convertido en un acertijo a desentrañar, aguardando en un horizonte que está ya al alcance de mi mirada.

Me acuesto hoy muy diferente a ayer. Con el cosquilleo del entusiasmo anidando en las entrañas, y paliando el dolor de mis manos doloridas por la incesante escritura, y el lacerante trabajo con el mortero.

 

Cálidas velan

Con alma adusta

Todas las runas

 

T.B'O ~ Junio

 

Editado por Valandir
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He sido presa de uno de esos espejismos que el sino gusta de ponernos delante para sorprendernos repentinamente, como las curvas argumentales de las historias que pretenden asombrar a los oyentes con desenlaces imprevistos.  O quizás solo estoy siendo condescendiente conmigo mismo, justificando aquello que no advertí por centrar mi atención en otras cosas.

El gnomo ha caído enfermo, la fiebre y la infección se ha adueñado de su pequeño cuerpo. No tiene dinero, y pocas posibilidades de salir de ese estado, si lo hace, será sin la carreta y la bestia que había unido nuestros destinos.

No velaré su lecho mientras se debate entre la vigilia y la muerte, no me concierne, ni mucho menos me interesa sin las suficientes monedas de por medio.

 

Cae febril

Un fino aguacero

Adiós primavera

T.B'O ~ Junio

 

He buscado sin éxito aquellos con quienes iba a compartir viaje. No seré alumno ni mentor. Parece que una vez más seremos yo y el sendero hacia el norte, desde Thelsamar por lo menos. Buscaré escolta o un convoy para cruzar la nieve, aunque la primavera este terminando, el manto blanco nunca abandona del todo Dun morogh, y me complica la travesía.

Aquello mío que había dejado en Crestanevada vuelve a formar parte de mi equipaje, madura bien, y pronto podré empezar a venderlo.

 

Se abrazan las lunas

Una vez mas

Vuelve la espera

T.B'O ~ Junio

 

El camino ha sido amable, o todo lo que puede serlo el agreste clima y terreno de Dun Morogh. He partido presto pues no había expectativa de otro próximo. Me han dejado a pocas millas de Thelsamar, ya que se dirigían a una excavación cercana.

La pensión la Cebada está tal y como la recordaba. Me he hecho con una buena habitación. Estaré un par de días mientras consigo algunos suministros y plantas locales. Por suerte me queda dinero encima, uno que procuraré gastar casi al completo antes de salir. Los bandidos son más amigos del metal que de mercancías de las que no conocen ni su valor ni como disponer de ellas, ya que voy a viajar solo, o poco acompañado, evitaré llevar monedas en pro de enseres útiles y/o valiosos.

 

El tiempo premia

A los grandes hombres

Con el olvido

T.B'O ~ Junio

 

He estado pensando a donde voy, por cuanto tiempo, que quiero hacer ahora que el clima se va a presentar amable, y el sol será menos esquivo. Quizás me dirija a Märg Modan primero. Tiene todo lo que pueda desear para un retiro, pese a la humedad del lugar que no ayuda a mis huesos. Mar, lagos, sus bellas cascadas, montañas, y los cultivos.  Es un retiro tan aislado que siempre agradecen el arte.

Los caminos por los túneles son, además, menos accidentados que las rutas terrestres, aunque tendré que viajar hacia la próxima entrada a las montañas.

 

Con gran tibieza

Crea el sol

Cascadas de plata

T.B'O ~ Junio

 

Dun Garok y Pico nidal siguen rondándome la mente, aunque están mucho más al norte. Tengo que admitir que las preparaciones de los dueños de La Cebada tienen algo que ver con aquello. La fiesta de la cerveza, es increíble la antelación con la que preparan una festividad en la que participan todos los años. Hace unos cuantos que no soy participe de esos festejos.

He encontrado con quien compartir parte del camino, aunque ellos van a quedarse en Algaz, voy a aprovechar la compañía y la escolta hasta los pasos en la cordillera.

Mientras viajamos he tocado casi la mitad del tiempo, se agradece ir encima de un carro y no tener que caminar. También he podido compartir con ellos sus canciones populares. Las risas y la música han sido un miembro más de nuestra travesía hasta que hemos llegado a su destino. Me han ofrecido hacer noche con ellos para entretener a sus compañeros.

 

Voluntades honestas

Rien y sueñan

Calientan mi alma

T.B'O ~ Junio

 

Escribo esto desde los túneles, un brasero ilumina el papel, y proyecta sus danzarinas luces sobre mi imprevista acompañante. Buscando el túnel correspondiente a Märg Modan me he cruzado con una viajera extraviada. Para mi sorpresa no ha sido otra que la embustera de Agatha. Por un instante casi la abandono en medio del camino, pero Belore sabe que habría sido condenarla.

He podido cargarla hacia las profundidades y atenderla. Ahora la velo y recupero fuerzas. Espero que despierte antes de verme en la coyuntura de tener que arrastrarla hacia mi destino. Cuando recupere la consciencia me cobraré lo que me corresponde, y si la luz le ha dado claridad suficiente a su mente, recibiré las merecidas disculpas que me debe.

 

Tejen los hilos

Desalmados entuertos

Cruel destino.

T.B'O ~ Junio

 

Quien me mandó auxiliar a semejante arpía. Si antaño me sorprendía lo mezquinos que pueden ser los humanos con sus semejantes, con los años me he encontrado simpatizando con esas actitudes siempre que vayan a individuos concretos, y esa niña sobrealimentada es uno de ellos. Ni una palabra de gratitud o disculpas, pero si todos los cuidados como si fuera a abalanzarme a tomarla como un lobo en celo. ¿A caso me toma por un granjero enajenado y borracho?

Se ha ofrecido a darme sus pertenencias, enteras, para que cumpla el dinero de los suministros que he gastado en ella, pero prefiero que sea ella quien se tenga que deshacer de sus útiles puerta por puerta. Si hubiera demostrado una naturaleza menos mezquina no habría cargado sus hombros con el peso de una deuda que difícilmente podrá pagar. No albergo verdaderas esperanzas de que pueda saldarla, solo busco desencadenar un cambio, o no ser otro que un actor del destino que le otorga los frutos de sus propias acciones.

Märg Modan me esperará otra estación más. Enfilaré hacia el norte para dejarla con los suyos, y seguiré en esa dirección hacia Dun Garok.

 

Riegan con esmero

Fantasías ciegas

La estupidez

 

T.B'O ~ Junio

 

El camino es silencioso. Por lo menos mantiene la boca cerrada y antes de seguir soltando barbaridades. Prudente como mínimo para que no la abandone a un costado del camino. Esperaba que el silencio la ayudara a reflexionar. Esperaba en vano.

 

No ha pedido comida ni bebida, aunque le he dado lo justo para que pueda seguir caminando sin desfallecer. Orgullo y necedad son una combinación horrible.

 

Me duele todo el cuerpo, y se me hace más difícil respirar. Los climas tan húmedos se llevan mi humor y la salud. La pierna es un suplicio, pero no puedo abusar de los calmantes si quiero seguir lucido y en el camino. Los senderos son peligrosos y me necesito despierto.

 

Por lo menos he logrado hacerme con algunas plantas autóctonas que no crecen en otro lado, y que proliferan en el suelo cenagoso y las charcas adyacentes a los caminos.

Los ajos de oso estaban en flor, desde debajo de la espesa bruma se veían grandes cúmulos de sus inmensas flores blancas.  No he tenido que alejarme del sendero para hacerme con una buena cantidad de bulbos, y hojas.

 

Verde calina

De los humedales

Dueña y señora

T.B'O ~ Junio

 

No nos hemos cruzado prácticamente nadie en los caminos. Quizás a causa de los conflictos que hay más al norte los mercaderes se hallan temerosos de enfilar hacia allí, o puede que solo sea mala suerte. Estamos muy al sur para que los desertores asalten los caminos, y los humedales nunca fueron un terreno salvaje amable ni siquiera para los bandidos.

He tenido un encuentro inesperado. Una planta de borago había florecido fuera de temporada y he tenido la suerte de verla.  He recordado inmediatamente los mercados del puerto donde vendían las flores secas a aquellos que estaban por embarcarse, y la protección que pregonaban portar según los lugareños.

No daña a nadie respetar las tradiciones, y uno nunca puede saber que tanto hay de cierto en ello. Además, es tan inusual haberla encontrado tras los últimos acontecimientos. Los pétalos son suaves, y, aunque no están secos, confió en que, si no me hace algún bien, al menos no me hará ningún mal.

 

Vivas borrajas

Danzan ante mis ojos

Llega el verano

T.B'O ~ Junio

 

Finalmente hemos dejado esa ciénaga atrás, y el dolor de mi cuerpo se barre con la fresca brisa de Arathi. Estamos próximos a una aldea, si mi memoria no me falla, o por lo menos, un pequeño cumulo de granjas, aunque no logro recordar que cultivaban.

 

Hemos llegado a las granjas. La chica ha empezado a ponerse impertinente. Me he increpado exigiéndome que aguardara el tiempo que se le antojara porque saldar su deuda conmigo no era una prioridad. Ha empezado a soltarme engaños y mentiras para intentar darme pena y no vender sus pertenencias. Cuando he expuesto sus embustes se ha enfadado y me ha recriminado haberla salvado y se ha lamentado de ello. La he dejado allí y he seguido mi camino.

 

Quería ofrecerle una pequeña lección de humildad acompañándola y haciéndole pagar con honradez el esfuerzo ajeno, pero no lo merece. Por las malas saldaré entonces los agravios reiterados que me ha dedicado.

 

Las vilezas miman

Con diligencia

Cosechas de inquina

 

T.B'O ~ Junio

 

No me apetece permanecer en la región, he viajado casi sin descanso entre las aldeas hacia cruzar la muralla. De forma sutil he dejado caer en los diferentes salones en los que he conseguido comida y cobijo, que en mis viajes había conocido a una muchacha joven de melena de fuego y ojos de esmeralda, de buen comer. He añadido al relato ciertas actitudes sospechosas con ingenuidad. Las consecuencias que habrán sacado mis contertulios solo las puedo adivinar por sus posados, pero me atrevo a aventurar que si la ven cerca de sus casas no le darán su confianza ciega. No tendrá la ayuda desinteresada y honesta de las buenas gentes, o no de todas, eso, por lo menos, si puedo intentar quitárselo. El resto depende de ella, y de qué futuro siga labrándose. Con eso, queda mi rencor saciado y se enfoca mi mente hacia otros asuntos.

 

Aún recuerdo la campiña cubierta de morado, balanceándose al son de la brisa de verano y llenando el aire con olor a salvia. Me he adentrado en esos campos silvestres y en mis recuerdos. También me he llenado las bolsas.  Mientras dejaba atrás las ondulantes laderas de Stromgarde, ha venido a mi mente una vieja cancioncilla de taberna, que cantaban los jóvenes de uno de los pueblitos.

 

Preparo mi caballo,
le pongo la gualdrapa,
llevo mis armas por si la muerte me atrapa.
Llegando a la taberna
¡Cantinero! me pido un aguardiente,

buscando un par de piernas que no me dejen caliente.
Es la taberna de Bo y allí se bebe muy bien.
Quizás tu tengas problemas cuando aparezca la ley.
Descarten todo los muchachos,
puede ser que te revisen las botas.
El alguacil llegó,
estamos hasta las pelotas.
Llego el alguacil.

Dice que fuera de la ley anda,
pero ojo quien le enoje,

porque el aun manda
Robaron mi caballo también gualdrapa,
llevo mis armas por si la muerte me atrapa.
Mejor no tener nada pues anda revisando.
Hay que tener cuidado por si esta con la parca.

 

La taberna de Bó ya no existe, y si alguna vez tuvo descendientes, quizás solo esos recuerden aquel pueblo que barrió la guerra, con sus gentes, sus costumbres, su afición por el juego y sus custodios poco honrados a los que aun así tenían cierto aprecio, porque en un pueblo pequeño, todos son casi como hermanos.

 

Aunque Dun Garok está cerca, los granjeros con los que viajo van hacia Costasur a vender sus cosechas. La carreta es cómoda, y mi pierna agradece en grado sumo el descanso.

 

El tiempo celoso

Borra implacable

Nuestras promesas

T.B'O ~ Junio

 

Costasur está tanto o más animado que siempre, las contiendas cercanas traen a menudo miseria y fortuna a partes iguales, dependiendo de si la guerra es temprana, tardía, o de si se han acabado los fondos del reino. Parece que aún están en una etapa más alegre, y que mi estadía será suave.

He conseguido un lugar en la posada y que me preparen un barreño de agua caliente, a cambio tocare un par de piezas cuando se sirva la cena a los primeros, y contaré una leyenda cada noche cuando estén todos bien comidos. Además, entretendré a los hijos de los que allí trabajan con cuentos infantiles mientras se hace la comida. Es bastante, pero no me quejo, y honestamente, preciso urgentemente del baño, me siento lleno de tierra.

 

La cena ha sido cuantiosa, aunque no especialmente sustanciosa. La gente se ha mostrado interesada, aunque por algún motivo las miradas curiosas no se me antojaban consecuencia de mi música. Han pedido que la leyenda sea de mi pueblo, así que he vuelto a contar la de Belidur y el lago , las señoras han quedado encantadas. La forma sincera en la que ves la empatía en sus rostros cuando sentencias un final, romántico y trágico al mismo tiempo, es envidiable, al menos en comparación con los hombres, que tenían la tristeza en la mirada, pero mantenían una expresión dura y desentendida, ocultando el interés que pudieran poseer en la narración. El terror a la sensibilidad sigue resultándome ridículo.

 

Tus claros ojos
No pueden iluminar
Un pozo ciego

T.B'O ~ Junio

 

He pasado la mañana en el mercado. Como los jabones aún no están maduros, he ofrecido remedios varios. Los remedios para los dolores femeninos suelen venderse bien entre aquellas señoras de vida medianamente acomodada. La esposa del posadero me ha sacado uno con la promesa de mejorar mis comidas a cambio, no le tengo especial fé, pero me conviene tenerla de buenas.

Con las monedas que he sacado he comprado algunas hierbas, y para el resto que preciso o ansio me he pegado un escolta para adentrarme en el bosque. Las bestias salvajes de esta zona son especialmente peligrosas, y no quiero terminar como todos esos incautos que terminan siendo almuerzo de los leones de montaña.

Finalmente, alguien se ha acercado esta noche y ha revelado el motivo de algunas miradas. No soy el primero de los míos que pasa por Costasur. Me han contado sobre un grupo de mis congéneres, inusualmente numeroso, viajando hacia tierras del interior. Imagino que se dirigirán a Quel’danil. Es, cuanto menos, curioso. Me pregunto si vendrán de Theramore o del sur.

Después de los recientes acontecimientos, y con ese rumor, las ganas de hallarme entre los míos se han acentuado, y ese pensamiento me llena de un calor extraño y relajante.

Soy consciente de mis propias dudas, y del temor a que estar entre mi gente avive el dolor del hogar perdido, pero al mismo tiempo, siento una melancolía inusitada y el pensamiento de encaminarme hacia donde se hallan se está volviendo recurrente, e imprevisto, apareciendo protagónico en mi mente en los momentos más inesperados.

 

Cuando me evado

Vuelve tu presencia

No hay olvido

T.B'O ~ Junio

 

Un grupo de comerciantes de sidra se dirigen hacia Pico Nidal. Creyéndome un rezagado del grupo de elfos me han venido a buscar y preguntado si quiero que me acerquen. Claro que esperan que les entretenga el camino, pero eso jamás me ha molestado.

Los hijos del posadero se han mostrado tristes de que me marche tan pronto, entendiendo que, con mi partida, y hasta que otro compañero de oficio pise el puerto, van a quedarse sin hora del cuento.

Haré un par de compras antes de partir y dejaré mis cosas listas. Parto al alba.

 

En lo sencillo

No ve el cicatero

Todo lo bello

T.B'O ~ Junio

 

El viaje ha sido tranquilo, sin inconvenientes, la mitad del mismo ha sido una perorata sobre la calidad de la sidra de esta remesa del orgulloso dueño del negocio. Sus dos hijos no parecían muy entusiasmados, pero le daban coba para hacer feliz al buen hombre. Uno de los escoltas parecía dispuesto a arrancarse las orejas con tal de dejar de escuchar sobre lo buena que era una sidra que no iba a ser capaz de probar. Cuando me he puesto a tocar, me ha insistido tras cada pieza para que tocara otra más. Presumo que más que fanático de la música, intentaba llenar el silencio antes de que el mercader iniciara un nuevo discurso.

 

Karnad me ha ofrecido una buena habitación, una comida sustanciosa y una jarra antes de hablar de negocios. Nos hemos puesto al día. Tiene un par de bisnietos y todos los hijos casados, su nieta mayor tiene ya su propio grifo y es la joya de sus ojos.  Ha intuido el motivo de mi viaje, y ha tenido la delicadeza de no ofrecerme ningún trato que me ligara a su negocio y retrasara mi viaje, pero me ha arrancado la promesa de que, mientras esté tan cerca, pasare a disfrutar de la comida y la cerveza que ofrece su local cada tanto, y que no me haré el extraño como “vengo haciendo”.

Su barba está cana, también el pelo que le sale de las orejas, y las arrugas dan mil vueltas entorno sus ojos, amables como el primer día.

 

Danza burlona

Sonrie la senectud

Inalcanzable

 

T.B'O ~ Junio

Con la bota llena, un buen pedazo de  pan, y una  morcilla especiada cortesía de la mujer de Karnad, parto hacia el que ansío sea, la primera parada larga en un tiempo, para mis viajes.

 

He llegado entrada la noche a Quel’danil, y a sus afueras donde residen los viajeros. Temía que con la hora intempestiva de mi visita no encontrara a nadie en vela. Temía en vano. Dos jóvenes me han dado una cálida bienvenida, me ofrecido cobijo y una bebida caliente, descanso tras mi camino y una cama donde pasar la noche.

El que estaba a cargo de todo, porque he tenido la suerte de que uno de ellos era el que ostentaba dicha autoridad. Es un joven de pelo argénteo, con una cicatriz que le cruza toda la faz y más allá. Responde al nombre de Odiel, posee cierta fuerza. Se ha mostrado humilde y cordial, hablando sobre sus creencias sin humillar los pensamientos que puedan diferir de estas, y valorando aquellas doctrinas que no maneja. Ha sido honesto con los problemas que enfrentan y con la situación en la que están, sin disminuirlos en ningún momento para alimentar una posición u ego. Ha demostrado la paciencia y la astucia de escuchar a todos con una atención que, de ser fingida, sería un gran actor, y no se ha apresurado a tomar decisiones con tal de afianzar algo o querer subsanarlo de forma presta sin tener en consideración todos sus aspectos.  

La joven que lo acompañaba era una muchacha de baja estatura, pequeña y delicada, con gran cuidado por su aspecto, tenía, en el cabello unos reflejos violetas etéreos que han captado mi atención más de una vez durante el tiempo que hemos compartido. Su nombre es Thamireen, y me resulta especialmente musical a la lengua.

Se muestra tímida y parece que el don de las palabras no la ha tenido en especial gracia, en cambio, su mente se me antoja despierta y es poseedora de una gran pasión hacia las artes mágicas que estudia y hasta cierto punto, domina. Es amable y servicial. La adivino especialmente joven. Tiene una gran compasión y empatía por aquello que está vivo, o lo asumo por su declaración. No come animales por pena, y le impresiona ver a otros comerlos. Aunque no comparto su peculiaridad, intentaré no incomodarla mientras me halle entre ellos.

 

El proyecto de Odryel consiste en ayudar a los nuestros a mejorar, a prosperar. Se declara agradecido con el imperio, pero cansado y consciente de que cualquier sacrificio de los nuestros en sus tierras no nos comportará ningún cambio. Busca recuperar un esplendor, sin recurrir a los errores del pasado, y al encierro que nos volvió vulnerables. Se notaba el dolor en su rostro, uno que comparto en la intimidad, y prefiero no mostrar para no alimentar las llamas de la desdicha ajena.

Me llama ese proyecto, pero no sellaré mi lealtad tan pronto. Permaneceré un tiempo con ellos, entre los míos, daré una oportunidad a las semillas de este nuevo hogar que aquí pregonan regar y mimar con esmero, y quizás, si Belore quiere, me levantaré un día llamándolos hermanos.

 

Con su aroma

Bañan mi piel

Rayos de sol

 

T.B'O ~ Junio

 
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La madera se curva con familiar nostalgia ante mis ojos cuando intento conciliar el sueño, y me confunde. Desorientado busco un atisbo de realidad que me diga que ya he caído presa de ese anhelo onírico, pero no es así.

No es mi humor el que se ve variado, ni me levanta el pulso poder mantener una larga charla en Thalassiano, tampoco me exalta ver tantos de los míos fuera de los suburbios de una pestilente población humana.

Sin embargo, me perturba a un nivel más profundo, que lacera mis adentros y me complace al mismo tiempo.

 Volveré a abandonarme a los murmullos de los durmientes, que respiran tranquilos por toda la estancia, a la brisa cada vez más cálida que anuncia la estación del sol. Quizás logre dormirme.

 

Todos mis deseos

Danzan vesanos

Vigila y ensueño

 

T.B'O ~ Junio

 

Me he despertado descansado, cuando el sol, ya en su zenit, había ayuntado al resto de sus camastros.  He dedicado algo de tiempo a hacerme al lugar, he paseado por Quel’danil y trazado sus formas en mi memoria.

Por la tarde me disponía a salir por las inmediaciones más cercanas cuando Odriel y un pequeño sequito me han dado la bienvenida en el salón general que ocupo con ellos.

Había un muchacho que aún no ha dejado la niñez atrás del todo. Se ha cubierto el rostro con presteza, no sé si por timidez, o en busca de ocultar las redondeces infantiles que aun poseen sus facciones. Si era esa su razón, el gesto fue vano, es aún muy bajo para que pueda pasar por un adulto, pesé a que la presencia de Thamireen lo disimule. Responde al nombre de Auric.

Una joven rubia y de carácter más extrovertido era la última integrante del grupo. Se llama Alyra, y a lo largo de nuestro encuentro le he podido observar un carácter risueño y considerado.

 

Tenían la intención de buscar pistas sobre la bestia que ronda el lugar. Como no planeaban enfrentarla, me he ofrecido a acompañarlos. Ha sido una necedad por mi parte. Demasiado agotados por la travesía en la foresta hemos sido asaltados por la inmensa bestia cuando tomábamos un descanso, imprudentes, al salir del abrigo de los arboles para refrescarnos en un lago.

El ave era inmensa, más que la mayoría de la vegetación circundante. Sus plumas brillaban bermejas, intercalándose con otras tan negras como el carbón, o sus afilados pico y garras. Emitía un graznido furibundo, y corría a una velocidad vertiginosa. Parecía sacado de una oda de cazadores de bestias magnas de esas que gustan tanto a los niños enanos.

 

La magia de Odriel nos ha salvado, en especial a mí y al más jovato, de nuestras torpezas y de la criatura. El muchacho no ha quedado impune, y he procedido a tratarlo al llegar a la avanzada.

 

También tuve anoche la ventura de compartir un rato con la joven hechicera. Me ayudó con unas pociones de sanación, útil que empezaré a fabricar con más asiduidad dadas las circunstancias. Tiene una gran pasión por la magia, y habla con un entusiasmo contagioso de aquellas vertientes que la encandilan, sin embargo, también posee una falta de confianza que corta sus discursos o la hace tenerse en menos con regularidad.

Pese a la torpeza que proclama con el cuerpo, y que poseer a ratos con las palabras, también brilla una inteligencia que no he visto mucho en aquellos que han vivido en el encierro.  Se ruboriza con suma facilidad. ¿No está hecha a tanta atención o he perdido mano con los míos? El tiempo me ayudará a dilucidarlo.

 

Con tétricos graznidos

Cruje la foresta

El pánico se extiende

T.B'O ~ Julio

 

He pasado el día haciendo memoria, añadiendo a mi herbolario aquellas plantas regionales cuya existencia aún recuerdo. He aprovechado para consultar a los locales aquellos detalles que había olvidado de las mismas para no dejar huecos. Así ha pasado rápido el día hasta media tarde.

 

Antes de perder la compañía del sol he vuelto a pasear por el lugar. Me dijeron varias veces que planean hacer un huerto. Quizás pueda solicitar un pequeño espacio para plantar hierbas.  Las plantas son, probablemente, una de las pocas cosas en las que podré ayudar. Mis viajes son una fuente de conocimiento variado, de curiosidades para las tabernas que ahora se presentan con un brillo nuevo de utilidad. Las formas que formaban parte de mi sistema de retos y acertijos, son ahora respuestas.

 

El jabón madura en la amplia barandilla a la que da mi camastro, ya ha endurecido casi por completo, y le he dado las vueltas pertinentes. En un par de días estará listo para venderse, aunque no me siento con urgencia alguna de abandonar la avanzada, Pico Nidal esta lo suficiente cerca como para un trayecto corto, y hay varias villas por toda la región. Más allá de eso haré caso a mi anfitrión y descansare un tiempo. Mi cuerpo está cansado de los viajes, y aun resentido de las desventuras de la pasada tarde.

 

Recordé anoche, y casi por casualidad, sobre los astros que nos abrigan. Aunque no soy hechicero, y no puedo aprovecharme de la ventura y la magia que contienen esas formaciones únicas, recuerdo a los míos invocando el nombre de Belore entre canticos, celebrando la llegada de días más largos. ¿Cuántos años hace que no toco esas melodías? Más de los que me gustaría.

La pequeña hechicera me advirtió de no tocar el pasado delante del resto. Lo comprendo y lo entiendo, aunque mi cuerpo pena por el día en el que podamos volver a recordar nuestra cultura sin rompernos por dentro. Quizás recuperar pedazos de nuestros ritos nos ayude a sanar.

 

Faro del alma

Entre bruma y tormento

Belore guía

T.B'O ~ Julio

 

 

Los sueños inquietos se han hecho con mi descanso tras la primera noche, y no parecen dispuestos a abandonarme pronto. Pese a ello, no he perdido la energía que me embarga al despertarme entre el arrullo de mi propia lengua.

 

No soy un ser ocioso. La tranquilidad que me proporciona este lugar barre el apuro por conseguirme sustento, y deja un gran margen de horas libres de las que puedo disponer como me plazca, aunque, honestamente, no es que precisara de dedicar demasiado tiempo a mi supervivencia antes de llegar a la avanzada.

 

La mañana ha transcurrido mientras tocaba al abrigo del porche.  La presencia de los míos me ha acompañado hasta la media tarde.

 

He compartido con Odriel mis inquietudes sobre el festival solar, y se ha mostrado dispuesto y acorde a interceder con el resto de la avanzada para intentar celebrarlo, aunque sea con parquedad. Además de consentir en ese proyecto, me ha contado sobre sus propios recuerdos al respecto.  Buscando tomarle el pelo sin malicia le he llamado la atención sobre su aprendiza y hecho un par de insinuaciones para ver si, al igual que el resto de muchachos que he conocido en este lugar, era de rubor fácil. En vez de eso se ha confesado un pésimo bailarín, y ha accedido a mi oferta de remediarlo pidiendo mi secretismo. Tengo mis sospechas de los motivos.

 

El resto de la tarde ha sido apacible. Pese a la falta de intimidad del lugar, agradezco la oportunidad de asearme con regularidad y de vestir algo más que mis ropas de viaje.

 

Thamireen ha sido mi compañera esta noche. He buscado en ella la disposición de su ayuda para la cocina en el festival. Siendo el Alto reino un tema delicado, hemos salido a dar una vuelta mientras hablábamos de nuestros recuerdos. Ha mostrado una compasión que le imaginaba, y una delicadeza al no marcar con ostentación cuando se percató de mi melancolía que me resulta agradablemente extraña. Quizás porque llevo mucho tiempo entre otras gentes me he deshabituado a las sutilezas de los míos. La facilidad con la que se ruboriza me divierte, y me encuentro tentando su vergüenza con asiduidad. Aunque mis palabras son honestas, también me motiva ese pequeño juego de verla azorarse ante un cumplido que no se espera.

 

Se esconde el niño

De tímido azul

Tras la dama blanca

T.B'O ~ Julio

 

El tiempo me falta y me sobra a partes iguales.  Desde el encuentro con la bestia del bosque el sueño me rehúye, y cuando por fin lo alcanzo, solo logro un vaivén errático.  Mi memoria se desordena a medida que pasan los días y los sucesos cambian posiciones en mi cabeza. Me obligo a ordenarlos por la luz o por detalles.  Haber rehuido a escribir durante lo que juraría que han sido por lo menos dos jornadas no me ha ayudado.

 

He aquí lo que retengo. He visitado la huerta, más de una vez, en compañía de Alyra, quien no solo es artífice de esta, también una cuidadora dedicada. Hablar con ella es ameno, tiene una sonrisa fácil y el atrevimiento de aquella clase que no se entierra ineludiblemente la inocencia. Su juguetonería ha sido capaz de tocar a Odriel esta última mañana, y por un momento no he visto esa seriedad de su autoimpuesta carga, solo dos muchachos jugando.  Un sentimiento de hermandad que entibiece el alma.

¿Era la nostalgia que siento al mirarles lo me trajo? No lo descarto.  Asumo, sin embargo, que era por la carencia de esa felicidad tan sencilla y tan nuestra que jamás me sentí bien entre los campamentos de refugiados.

 

Loresh es un joven cuyo cabello hace de prologo sobre sus artes. Un piromántico que parece resonar con su propio elemento. ¿Hay seriedad en su cortejo? Lo observaré encantado en los días venideros. Alyra tiene un modo curioso de imponerle prendas. Cuando contemplo la forma en la que giran el uno alrededor del otro me pregunto hasta qué punto intentan, hasta donde se buscan o marean, aunque no se percaten de ello. 

 

A lo largo de las horas he tenido publico diverso, y no me he arrepentido de compartir una nota con ninguno de ellos. Aunque esperaba más reticencia, solo toco canciones del alto reino. Mis manos no se cansan de ello.  La práctica y compañía que les comparto me dan aliento.

Guardo en mi mente los recuerdos más bellos. Melodías que no se olvidarán mientras viva, y que anhelo ser capaz de compartir. Quizás cuando mis dedos alcancen sin lucha las notas, y la fluidez sea el tuétano de mis huesos, seré capaz de llenar el aire con las canciones llenas de color y sentimiento de las que una vez fui compañero en vez de admirador.

 

He logrado reunir fragmentos de recuerdos diversos que no me pertenecen. Y llevo, desde entonces, ideando como entretejerlos. Odriel ha conseguido el permiso, y solo faltará escoger la fecha, pues no disponemos de recursos para celebrar el festival entero. Nos podemos permitir un día, quizás dos, aunque no lo hemos hablado claramente, presiento que nos entendemos en ese aspecto.

Para el desfile de los carros, un paseo de flores que transplantare en las próximas jornadas.

Para los adornos, guirnaldas con la flora que nos rodea.

En vez de faroles, velas en las orillas.

Debo conseguir para los postres algo de canela, y si la suerte acompaña, el festín será la lechubestia.

Tengo las pinturas, y traigo conmigo la música, Loresh usará sus embrujos para liberarme de esa responsabilidad a ratos, y quizá logre otro trovador con el que pueda turnarme.

 

Los parpados me pesan. ¿Habrá piedad para mí?

 

Buscando lloro

Me ahogo en seco

Esquivo sueño

T.B'O ~ Julio

 

Cuando he abierto los ojos el sol aún no se había ocultado por completo.

Estas pocas horas de sueño me han dado una poca claridad que atesoro.  Mañana iré a Pico Nidal a buscar un remedio para mi problema, aunque tenga que relegar en las hierbas. También procuraré conseguir alguna receta con la que ayudar a los hechiceros, primera defensa entre la bestia del bosque y mi integridad. Aunque planeo prepararles pociones de salud sobradas para que puedan enfrentar a la criatura con menor problema, algo que fortalezca su magia, o restaure el maná que les cuesta sería una buena incorporación a mi exageradamente acotado recetario de alquimia.

 

Mientras espero con ansia que pasen mis desvelos, buscare donde tocar sin importunar a aquellos que se acuestan mientras yo abandono el lecho.

 

Con una fuerza que estremece

Te deseo

Y escapas entre mis dedos

 

T.B'O ~ Julio

 

El cuello me duele como si me hubieran atizado con una vara toda la noche, culpa mía por dejarme desfallecer en la glorieta que bordea el lago.  Los sueños se han mostrado misericordiosos, aunque breves, pues reinaban ya las lunas en el cielo en mi último recuerdo, y el brillo morado del amanecer más temprano ha sido lo primero que he captado cuando he escapado del letargo que me tenía preso.

 

He viajado con Odriel a Pico Nidal. El precisaba de unas tintas, yo de hierbas, remedios, y con suerte recetas. Solo él ha podido cumplir sus metas. No es sencillo encontrar quien merque enseres de botica, que no sean una estafa y que se hallen a un buen precio.

Quizás de no haber encontrado a su viejo amigo habría seguido mirando, pero el tiempo no me apremia, aunque sienta la punzada desesperante que ansía un descanso largo y fructífero, azuzarme avidez. Es un enano llamado Bodvar, rucio, cuya familia comparte sangre y juramentos con los lugareños aun y no ser uno de ellos. La pasión bulle en él, así como el ansia de un sueño profético que le guía a su destino. Odriel no se ha mostrado convencido, pero si acostumbrado al apasionado y peculiar trato con él, y como si fuera un niño lo ha guiado a nuestro beneficio para que ayude a acabar con la bestia que nos acecha.

 Mejor que cualquier hierba sería acabar pronto con el ave, para seguridad de todos y mis desvelos.

 

A la vuelta aun había sol, y por ello me he dedicado a los preparativos de la festividad. Recuperar canciones, y danzas. La pierna se queja si me fuerzo demasiado, pero me permite movimientos más libres que hace unos meses. Con una lentitud exasperante recupero los talentos que me han costado una vida ganar, y que se fueron en una sola noche, como cenizas en el aire. Intoxicantes con su recuerdo que impide ignorar que una vez fueron, pero sin poder reunirlas todas en algo compacto.

 

 

Brisa tibia y roja

Cigarras de verano

Cae el sol tardío

T.B'O ~ Julio

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Un graznido sordo que congela mi espina y el mundo ignora me despierta cada vez que logro conciliar el sueño.

Al alba visito el huerto, cuando la brisa aún tiene el frescor de la noche que se pega en mi piel, y el sol, calienta tímido y lento mi rostro cuando salgo del abrigo de los árboles. Aun no veo nada emerger desde la tierra, pero disfruto de este paso, de la nada, por el contraste del futuro que espero.

Veo sobre las inmediaciones del lago crecer estructuras en mi mente, veo las flores, las guirnaldas y el fuego. He pasado la mañana terminando de organizarlo todo en mi mente.

He ahondado la tierra, repartido tareas y perseguido la difusa silueta de la historia de mi gente.

Sin frio

Me tiemblan las manos

El miedo

T.B'O ~ Julio

 

He encontrado un prado lleno de flores que se amoldan perfectas a mi idea. Espero que evoquen el desfile de la capital con suficiente certeza y que llenen de encanto ese nuevo recuerdo que intentamos construir.

Las manos se quejan de tanto cavar pese a los guantes y herramientas, aliadas en mi empeño.

Loresh recolecta flores con una dedicación notable, aliviando la carga e otros en los preparativos del festival, aunque sus motivos sean más personales.

Las horas de sueño que me ha robado el lechucico, se las regalo gustoso a mi instrumento y la voz con la que me siento debutante tras tanto tiempo.

Belore teje

Caminos de oro

Hacia el futuro

T.B'O ~ Julio

 

El próximo festival ha ido convirtiéndose en un tópico entre la gente de la avanzada, no solo de Hath’Lorien. Gracias a eso hay más manos dispuestas a ayudar, y aún más importante, a tocar.

 

He pasado la mañana trasladando flores desde la foresta a la entrada de la zona que usaremos para el festival. Ha sido un trabajo pesado, pero me ha permitido practicar en la intimidad aquellas piezas que debo cantar durante el festejo.

 

Alyra ha aparecido a ayudarme a media tarde con las flores, y gracias a ella hemos terminado mucho más rápido. Disfruta trabajando con la tierra, y resulta una compañía muy amena. Al terminar nos hemos agenciado la glorieta, que parece abandonado por los habitantes más viejos, y con algo de vino hemos empezado a pasar el tiempo.

Se nos han unido Odriel y Thamireen, aunque ambos nos han abandonado poco después, no sin obsequiarme con una curiosa escena. Odriel, en algún momento en el que yo no estaba, ha otorgado a mi compañera florista la cinta con la que adorna su pelo. Thamireen, que ya se veía algo decaída al llegar, ha parecido sumamente afectada por ese hecho, ha pasado unos minutos cabizbaja y se ha retirado poco después. ¿Se habrá percatado Odriel de esa semilla de discordia que ha plantado en su propio jardín?

 

Resulta que Alyra ha desplumado ya a algunos de nuestros congéneres, curioso he querido tentar a mi suerte. Odriel ya había salido escarmentado y se ha retirado. Bebiendo y jugando a la suerte con una moneda hemos pasado el tiempo.

He ganado un pendiente, la deuda de un brazalete y una flor. También conocimientos que a otros les cuestan peripecias, a mí me han costado un par de comentarios desafortunados hacia mi persona.

No esperaba que alguien sobrio me tratara de putero con tanta premura, sin duda a causa de la coquetería bromista que compartimos y no de una noción certera de mis vivencias.

Lo único que he apostado y no he recuperado ha sido el usufructo de mis cosméticos para el festival del sol y mis servicios como masajista.

 

Mientras mis manos recorrían la aterciopelada tibieza de su espalda, uniendo los diminutos lunares que apenas manchaban la pálida tez, me costaba considerar aquello alguna clase de perdida.

Surcando el mar

Fiel marinero

De tu espalda

T.B'O ~ Julio

 

 

Mis dedos han tardado en encontrar el vestigio en el cartílago de los pendientes que lleve, no tantos meses atrás. El agujero arde y presiona la joya que ahora me pertenece. La oreja me palpita, pero no hay, por el momento, rastro de humores infecciosos ni sequedades malsanas. La hinchazón desaparecerá en unos días si resisto la tentación de tocarlo.

Me he pasado todo el día practicando con una arpista de la avanzada, conoce, aparentemente, a alguien que toca el laúd y nos acompañará mañana. Hemos empezado a hacer una selección de canciones, y a enseñarnos aquellos que el otro no conocía. Sin percatarme de ello, ha pasado mi día.

La música alimenta mi alma, la nutre del descanso que no recibe mi cuerpo y abstrae mi mente cundo la desesperación acecha. Duermo poco, cortado, como aquellos a quienes tortura permitiéndoles solo atisbar el descanso antes de arrebatárselo. Me declaro culpable de mi cobardía, de lo que necesite para acabar con este tormento que ni las infusiones palían del todo.

Ruego piedad

Sombra carcelera

Preso de mi

T.B'O ~ Julio

 

A medida que se acerca la fecha del festival los preparativos se tornan frenéticos. Hay muy pocos días por delante, mucho que aprender, otro tanto que practicar

A penas paso por el edificio de Hath’Lorien, pues procuro practicar donde no puedan escúchalo. Con ello pretendo conservar la magia de la fiesta.

 

Pronto es el festejo. Ya hemos acordado un orden de piezas, y una rotación para poder irnos intercalando y disfrutar de todo con nuestros seres queridos. He obviado oportunamente que yo no poseo ser querido alguno en la avanzada, por si mi condición resultaba argumento para limitar mi tiempo de ocio en pro de los de ellos.

Corre

Frena

Tiempo

T.B'O ~ Julio

 

He dormido de sol a sol, y me siento renacido. La energía y entusiasmo inundan mi cuerpo como el caudal de un rio durante el deshielo.

 

La lechubestia ha muerto

La lechubestia Ha Muerto

La lechubestia HA MUERTO

 

Belore, lo escribo y no me lo creo. Por fin descansa mi todo y para la fiesta un festín nos aguarda.

 

Los heridos se recuperan y no ha habido muertos de nuestro lado.

Fluyen los ríos

Con el coro del bosque

Respiro otra vez.

T.B'O ~ Julio

 

Añoro sin penar las doradas aguas de mi hogar.

Las velas flotan entre coronas de flores frescas, húmedas de rocío, sueños y recuerdos.

No es como en los espejismos de mi memoria, pero se halla teñido de ese sabor que me llena de nostalgia.

He tocado con corazón sincero y una destreza olvidable. Además de compartir la fiesta con el resto de juglares, he tenido con quien disfrutar de la ocasión.

 

Comer la bestia que ha acechado mi sueño durante tantos días me reconforta, aunque el sabor deje mucho que desear.

 

Mis homólogos, los de Hath’Lorien, los varones, no bailan. NO por motus propio, aun y ser invitados publica y formalmente. Aun y a manos de Alyra, quien despierta pasiones y se hallaba exultante, festiva y hermosa.

 

He extrañado la presencia de Thamireen, a quien no he podido hallar entre el gentío.

 

En la avanzada pocos conocen quienes somos, a que venimos, y como vivimos. La sospecha de la miseria brilla por la ausencia de formalidades diplomática que estimo, aún no están pensadas. Sería bueno que vean que cuando llegue el invierno no seremos una carga.

Aguas doradas

Se mecen

Sol de verano

T.B'O ~ Julio

 

Me duelen los huesos, pero mi alma flota con ligereza. Aunque mis medicinas alivian la pesadez de la testa, la resaca no se barre fácil del cuerpo.

 

Los vestigios del festejo han hecho de la glorieta un hermoso lugar de descanso, que ahora frecuento. Me otorga la intimidad y la calma para cantar y tocar, también oculta mis erráticos pasos cuando intento bailar. Previsor, cargo conmigo este tomo, y reviso o escribo según se alternen pereza e inspiración.

 

“Solo al rendirse se muere realmente, aun y que sigamos respirando”

 T.B'O ~ Julio

 

Tengo pocas existencias nuevas. No hay demasiado cerca plantas que conozca o precise. Deberé familiarizarme con los lugareños.

 

Tendremos pronto lechos de plumas. Un cambio que espero con ansias, por vanidad más que otra cosa.

 

Odriel no es un gran jefe, pero si n líder, aunque inexperto. La juventud es en el defecto y virtud. Esperaré con ansias ver cuál de ambas prevalece.

Alyra se ruboriza y azora de un modo curioso, pues se enfurruña al mismo tiempo. No son los coqueteos inocentes, ni los jugueteos lo que le sube los colores, sino las palabras sinceras, cuando le muestro que la veo. Me da la sensación de que es una faceta que pocos le han visto.

 

Las fantasías sobre mi posible vida amorosa, y/o dotes de galán, fueron, según me han dado a entender, motivo de debate y apuesta. No sé cómo tomarme que me consideren un mujeriego, más allá de su veracidad o no, por el hecho de que no he intentado seducir a nadie seriamente. ¿Será la soltura de mi profesión? Lo asumo de ese modo a falta de mejor respuesta. 

Sus mil rostros

Alterna caprichoso

El futuro

T.B'O ~ Julio

 

No encuentro las pócimas que deje hechas para casos de emergencia, así que presumo, las han usado todas.

Necesitare de ciertas hierbas  que crecen mas al este, pero la guerra que allí se desarrolla no me anima a tomar el camino.  Como me quedan unas pocas existencias, me bastaré con ellas de momento.

Mi cojera mejora día a día. En un par de meses creo que ya no usaré bastón. Tardaré aun más en bailar como antaño, pero si algo me sobra es paciencia.

 

He aprendido una pieza nueva con el Dizi. Es la melodía de una canción oriunda de los pueblos al este del Alto reino.

Son las chicharras

El canto

Del bochorno.

T.B'O ~ Julio

 

Los brotes del huerto cubren la tierra, humeda y fértil. Se nota que se le dedica trabajo, pues jamás prolifera llí la maleza salvaje. Mis borrajas también crecen.

He convertido la chimenea del salón en mi “estudio” personal. La luz es buena para escribir y la cercanía del fuego me permite trabajar pócimas y remedios. Falla el calor.

 

Alyra comparte conmigo algunas tardes, y me recuerda hacer pasas cuando me abstraigo demasiado en mis trabajos.

Odriel es una compañía igualmente agradable, aunque menos asidua. Con el comparto más silencios que palabras No siento la necesidad de romperlos, y me conforta pensar que es reciproco.

 

De forma esporádica canto, toco o intercambio vanalidades con el resto de ocupantes de Hath’Lorien.

Ni una brisa

Silencio de verano

Arboles quietos.

T.B'O ~ Julio

 

Tras unos cuantos intentos infructuosos he logrado destilar con certeza una tanda de cinco pócimas de salud, quedándome con ello, sin materiales.

 

La tibieza de los mulsos de una dama me ha conducido a un suelo placido de media tarde. Me relaja su presencia perfumada, y las caricias de sus manos.

 

Pronto visitare alguna aldea cercana y me desharé de los jabones. Ahora que tengo refugio estable tendré que pensar en que ocupar el dinero.

Cazan los versos

De todos los hombres

Amor de mujer

T.B'O ~ Julio

 

Hacer inventario es una tarea tediosa, pero me ha permitido ver que tengo, que necesito y estimar mis ganancias.

He dejado tres de las cinco pócimas al alcance de los ocupantes de Hath’Lorien, por si llegan a precisar atención y no me hallo presente. El resto me las llevare cuando viaje al oeste en las próximas semanas.

 

Calculo que tardare  un par de jornadas hasta Costasur y si allí no encuentro lo que busco, saltaré de granja en granja. Mi limite es piroleña si no la ha barrido la guerra.

Baño de sangre

Mezcla confusa

Rojo amanecer

T.B'O ~ Julio

 

He pasado fuera más de un día entero. Hath’lorien ha ganado quizás la explotación de una vieja mina abandonado, también ha perdido parte de mi respeto.

Los ancestros de nuestros aliados no son el circo e nadie, y su suelo sagrado, abandonado o no, no merece ser mancillado por curiosidad infantil.

Si atraparan mis ojos a un extraño paseándose por l tumba de mi querida hermana, le faltaría Azeroth para correr.

 

El orgullo desmedido nos condenó antaño. Espero honestamente que no volvamos a dejarnos cegar con dichas vanidades.

Truena el cielo

Y en sus ojos

Brilla el miedo

T.B'O ~ Julio

 

Marcharé a principios de agosto, y dejaré en la avanzada todo aquello que no precise, así viajaré ligero.

Llevare conmigo:

-Ropa de viaje (Puesta)

-Baston, capa y morral (encima)

-1 jabón, perfume

-Algunas herramientas para recolectar hierbas y sacos vacios.

-Odre de vino aguado

-Dizi

No olvidar el azernefe

 

Necesitaré comprar en el mercado raciones de viaje.

 

Antes de partir, debería hacer otra tanda de jabón, de esa forma madurará mientras viajo, y pedo usar el espacio de mi camastro que quedará libre mientras esté fuera.

Hoy el abrazo de las lunas hace que parezca que se acunan.

Mece fría

Negro vacío

Madre luna

 

T.B'O ~ Julio

 

Dun Orgoth tiene un mercado animado. Escribo desde su posada, después de una fructífera jornada.

Odriel y Alyra me han escoltado al pueblo, y han vendido gran parte de mis mercancías. Ninguna de ellas a un precio menor de 2p5b.

 

El hechicero ha tardado todo el día, y solo he podido cruzar en el camino de llegada, y  justo antes de dirigirme a i habitación. Como Hath’Lorien no tiene medos económicos propios, les enseñare y ayudare a hacer jabón a cambio de un porcentaje.

 

Con Alyra he paseado por el mercado. Habiendo satisfecho nuestro trato le he comprado una aguja de peridoto para el pelo. Se ha mostrado sorprendida de que recordara sus gustos.

Hemos hablado largo rato. Me siento lo suficientemente cómodo en su presencia como para no esquivar temas menos banales. Aprecia mi compañía más de lo que esperaba, y ha reaccionado con tristeza ante la perspectiva de que Hath’Lorien pudiera no llegar a volverse un hogar para mí.

Por ahora no me siento tan honesto como para revelarle la naturaleza del origen de mis dudas en el proyecto de los nuestros. Aun así, me hallo consintiéndole el llamarme “Thera”, aunque solo lo hace cuando no hay nadie más presente. Quizás es por eso que no bulle en mi la ira, cuando se curvan sus labios en esa deformación de mi nombre, que me resulta íntima y cercana. Mejor así, no quiero escuchar eso de otros con quienes comparto sonrisa, pero no confianza.

Mi ser se aturde

En el eco de tu voz

Canción de antaño

T.B'O ~ Julio

 

Antes de abandonar Dun Orgoth he comprado las raciones que preciso, y he invertido el resto en grasa y madera. Pediré el barril, piedras y paja a mis compañeros de la avanzada, y si no les bastan mis flores, saldré con algunos de ellos a por más.

 

Jamás me hubiera planteado fabricar tamaña cantidad de producto de no estar en un asentamiento como este.

 

Desde el festival ambiciono esa arpa de pie. No solo por la belleza estética del instrumento, o por el amorque profeso a su sonido claro. Tengo la estúpida urgencia de querer aprender a usarla.

Ni el instrumento me pertenece, ni sería sabio de mi parte dedicarme al arpa antes de recuperar la soltura con la flauta. No planeo ser mediocre para siempre.

Despuntan y cruzan

Acordes de sol

El cielo pristino

T.B'O ~ Julio

 

El viento fresco me arrulla, en la sombra bajo la que me cobijo del sol de verano. Los destellos sobre la ondulante superficie del lago traen a mi memoria cuentos y leyendas.

 

“Erase años A…, en un lago a la vera de una aldea, al sur de las montañas de Alterac, un grupo de hechiceras que pararon en su camino a Dalaran, pues en el pueblo, no habían querido cobijarlas.

Por la noche, una de ellas rompió aguas.

Con gran dificultad lograron convencer a una partera de auxiliarlas. Como pago, le dieron a la mujer dos generosos puñados de lentejas. La mujer se guardó las semillas, y ofendida, cuando se alejó de las magas, las arrojó al agua, dejando que el rio se las llevara.

A la mañana siguiente, la avara partera vio que una de las lentejas había quedado pegada a su mandil, y bajo los rayos del sol relucía trigueña. Se había convertido en oro.”

 

La historia se contaba antaño en Dalaran, y como de las lentejas, solo la memoria constata hoy que una vez fueron. 

Guarda el viento

En cada soplo

Cuentos sin fin.

T.B'O ~ Agosto

 

Me he pasado el día en los caminos, ida y vuelta de mi amada Pico Nidal. A medianos de mes parte una caravana a una granja de las afueras de Costasur. Retrasaré unos días mi partida y marcharé con ellos, de esa forma descansará mi pierna.

 

Los proyectos que hay para cuando sane, quizás sean fantasías de primavera de una joven, pero yo planeo realizarlas. No me niego, sin embargo, que la idea de caminar, entre los rotos y olvidados caminos de Alterac, en compañía, me complace.  Aunque me encanta la idea de viajar con ella, y mostrarle las sencillas maravillas que le son extrañas, tengo la sensación de que mi creciente cercanía con ella me conllevará enemistades con quienes confundan mi amistad con cortejo.

Belleza blanca

Efímera

Ese es su encanto

 

 

T.B'O ~ Agosto

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