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Nathan

Vanlithas Guardiafugaz

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Un jardín embotellado e iluminado por volutas arcanas se  extendía bajo las cavernarias entrañas de Eldre´Thalas, enraizando gracias a las energías y altos secretos arcanos que los Altonato habían preservado en su exilio. Sin embargo los colores eran de imperecederos opacos, caducos brillos y  con respiración otoñal, todo desde que la familia Alalta se instaló en aquellos aposentos lejanos a los hijos de las estrellas que no toleraban más lo arcano. Nuevos retoños de aquellos altos elfos escondidos bajo la noche que extendían las cúpulas de la vieja ciudad elfica se regocijaban en aquel vergel, disfrutando los primeros años de sus largas vidas,  ajenos al destino y a las lecciones que estarían por aprender sobre su posición en Eldre´Thalas. Cuatro pequeños elfos corriendo e intercambiando historias mientras rodeaban las pieles rugosas de los arboles del jardín de la familia Alalta. Pero uno de ellos no era de esta noble familia, si no que pertenecia a una estirpe menor que por una larga y sólida historia historia de disputas y traiciones acabó heredando el deber de defender a los Alalta , sin más sino que el de la espada y la servidumbre. Privados de las más altas esferas de nobleza y aspiraciones de grandes dotes arcanas, esta familia convivió próxima a los Alalta, pero no todas las estancias le eran permitidas más allá de su labor protectora y táctica.

 

************************************

 

Vanlithas ocupaba su puesto en la entrada sur de los jardines arcanos de los Alalta. Había perdido la cuenta de los años que había estado dispuesto bajo aquel pequeño pero elegante arco de mármol decorado con volutas flotantes y enredaderas afiladas cada vez más mustias. Había olvidado el número de adoquines que alcanzaba a observar y contaba hasta la lejanía del pasillo. Había visto pasar a todos y cada uno de los miembros de los Alalta venir por aquel túnel de piedra gris para meditar, discutir, conspirar con otras familias, practicar magia, todo ello alegres, decaídos, joviales o decrépitos. Todos y cada uno a excepción de los tres hijos del patriarca de la familia, para quienes el jardín era la última frontera entre la seguridad de su hogar bajo la piedra y la fatalidad que se respiraba en Eldre´Thalas durante las últimas décadas. Así era que   Vanlithas reconocía la voz de los tres, pero sus rostros no habían cambiado desde que gozaban sus primeros años en aquel mismo jardín, casi una centena atrás.

 

Tardó varias décadas en comprender su lugar y renegar de sus ambiciones pues luchaba contra el peso de la servidumbre como la roca que se niega a que el agua avance por sus poros. No podía evitar mirar atrás en busca de sus compañeros de infancia y tras ello sentir remordimientos por faltar a su deber para ellos. Desearlos, desear otra vida, era renunciar a su juramento y con ello desistir en su protección. Abandonar sería abandonarlos a ellos y poner en peligro el reducto de paz que eran aquellos muros, y no acabó habiendo otra forma de protegerlos que la de servir y jurar lealtad. Pese a que el agua tardó en perforar la piedra, pronto el amor puro e incondicional que le mantenía impertérrito guardando aquel jardín día tras día tomó la forma de un bastión de acatamiento, conformidad y paciencia. Fiel y radical de los altos elfos, guardian de los muros, los que dentro moraban y en especial de los Alalta.

 

Inmediatamente antes de los jardines, cruce de caminos al resto de estancias de la familia Alalta, se encontraban los humildes barracones y el patio donde se formaban los hijos de los Guardiafugaz y cumplían para los Alalta y el resto de Eldre´Thalas. Allí Vanlithas siguío un estricto código y preparación que era llevado con orgullo por los Guarciafugaz como el emblema de su nobleza e identidad pese a su rendición a los Alalta. La moderada y limitada forma que tenían para acceder a la magia pasaba por sus momentos más austeros a medida que la situación era más inestable en Eldre´Thalas dado el mantenimiento del demonio Immol'thar. Pese a los años que los Guardiafugaz habían desarrollado la abjuración y adivinación a los que los Alalta les habían permitido practicar,  Vanlithas estudió aquello que solo se le permitía con resignación pues las exigencias de los Alalta hacían resquebrajarse la escasa lealtad que comenzaba a guardar la familia Guardiafugaz. Su servicio y acatamiento se mantenía intacto, pero no así el de todos.

 

Ocurría que mientras Vanlithas estaba en su vigilia, guardando el jardín mientras a sus espaldas aquel vergel era lugar de clases de mágia, reuniones con otras familias o momentos de regocijo privados, este era perturbado de su guardia y tentado con los frutos dorados que le habían sido negados. Era observado o referido con petulancia, a veces con vanidad, y se daba cuenta de ello pese a que los emisores así no lo creyeran, pues era parte de su deber estar atento a todo. Alguna de esas veces era perturbada por los mismos hijos del patriarca, y aunque a veces la  amenidad de estos era para él un recuerdo lacerante de su posición, otras suscitaban añoranza por otro destino.

 

 Lathaél, el mayor de los hermanos Alalta, fue el primero en salir al haber alcanzado su madurez y por deseos de su padre, para tener un agente fiel en las otras instancia de Eldre´Thalas. A su vuelta y paso por la entrada del jardín Vanlathiel observo un rostro frio e impasible que ni si quiera se conmovió por su presencia al pasar, del que no se podría decir si había reconocido o no a su viejo amigo o si eso le importaba. Casi tras cien años de guardia su voz era la que menos habóa oído, y por sus mensajes cortos y serenos podía imaginar en que clase de persona se había convertido, pero Vanlithas pocas veces  permitía imaginar con el pasado. De parte de Ilnie, la pequeña de los Alalta, recibía altanería y desidia al igual que el resto de sirvientes e instructores de la joven, por lo que prefería el silencio indiferente de Lathaél que los dardos de vergüenza de Ilnie. Y pese a ello sentía devoción y respeto por ellos como moradores de aquellos muros que había protegido durante casi una centena. Sentía sus logros como victorias y  sus contratiempos como una piedra atada al cuello que arrastraba.

 

La segunda hija, Teraltha, fue la única que siempre supo que el elfo que  guardaba aquella puerta era Vanlithas. Podrían pasar años, pero en algún momento Teraltha se aproximaba a Vanlithas. Pronto las charlas abiertas e inocentes fueron corregidas con severidad militar en Vanlithas, y aquellos acercamientos ,que suponían un agravio, tomaron formas discretas y bienintencionadas.  Cuando estudiaba en el jardín  sentaba en un banco de piedra cercano a la entrada , a la luz de una voluta arcana, para leer los tomos de la familia Alalta y estar cerca de él, sin decir nada o si quiera mirarlo por las circunstancias de las que eran cómplices. Hablaba y discutía con sus hermanos o sirvientes cerca de él, para que formara parte desde lo recóndito y supiera lo que ocurría en Eldre´Thalas, compartir saber, o simplemente tener compañía.

 

A medida que la belleza de Eldre´Thalas y su magnificiencia se apagaba así también la familia Alalta como la lealtad de los Guardiafugaz. La desapariciones de muchos de ellos habían puesto al patrianca en alerta y empleó cualquier herramienta a su alcance por su hegemonía, incluido sus hijos. Vanlithas fue destinado a escoltarlos dentro y fuera de las instalaciones de la familia para protegerlos de las sospechas sospechas reinante en el hogar de los Altonatos. Los Alalta se aferraron a la lealtad de los Guardiafugaz cuando los Shen´Dralar y el príncipe Tortheldrin  perdieron el rumbo, y ese fue su mayor error.

 

 

Editado por Nathan

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