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Murdoch

Tarnn 'Ojovago'

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TARNN 'OJOVAGO'

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 Nombre: Tarnn 'Ojovago'.
 Estatura: Un metro y cuarenta centímetros.
 Peso: Noventa y pico quilos.
 Edad: Ciento veinte inviernos.
 Raza: Enano.
 Origen: Khaz Modan.
 Ocupación: Lobo de mar; contrabandista.

 DESCRIPCIÓN FÍSICA:

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De porte corpulento, silueta gruesa, brazo firme, y tez lechosa; atezada por el sol de alta mar. Su talla es algo superior a la de la mayoría de sus congéneres. Rostro maltratado por los rigores de la vida, que se presenta salpicado de arrugas e imperfecciones. La dentadura ha sido tocada por el escorbuto, de tal suerte que ahora gasta un par de fundas de oro en los dientes más negruzcos. Nariz gruesa, y tuerto del ojo derecho -cualidad que le ha valido su apodo-; el otro está teñido de un suave tono grisáceo, que le confiere una mirada cristalina y veterana.

Luce, como buen hijo de Khaz Modan, una barba enmarañada tan negra como la bala de un cañón, con grueso mostacho que tiene costumbre de peinar en punta. Antaño hacía gala de una exuberante melena azabache; pero en días como estos tan solo exhibe una pronunciada calva, rematada por corona de laurel y larga coleta trenzada, algo grasienta, que desciende hasta la mitad de su espalda.

Gusta de adornarse en cuerpo con diversos tatuajes gravados a hilo y aguja; nunca olvida colgarse al cuello algún medallón, y un diente de tiburón pende de su oreja a modo de pendiente.

Calza bota de caña alta, camisola holgada, y capa de piel de foca. A su espalda, en el arnés, carga un viejo trabuco de chispa, y su inseparable arpón.

 

• CARÁCTER

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Borracho y putañero, de moral laxa y relajada; la mar lo ha despojado de cualquier atisbo de refinamiento. Disfruta, quizá demasiado, de la chanza simplona y obscena. Es bravucón, de carcajada fácil, más tozudo que una mula, y algo rencoroso.

El brillo del oro hace que sus ojos se iluminen con codicioso deseo, lo mismo que una comida copiosa regada con unas jarras de cerveza cebatruenos. Las monedas no duran ni un día en sus manos, pues se encarga de derrocharlas con presteza; sin embargo, la riqueza efímera y los homenajes terrenales no lo son todo en la vida de este viejo lobo de mar: aprecia y valora la camaradería por encima de todas las cosas, y se enorgullece de nunca haber apuñalado por la espalda a un amigo -de los de verdad, al menos, se repite para si-.

Tiene cierto talento natural para los negocios, y a pesar de que más de uno lo habrá tachado de ser poco más que un patán beodo, cuando toca ganarse el pan sabe comportarse con lucidez y buen juicio.

• HISTORIA

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Tarnn nació en algún sucio sótano de Forjaz hace ya más de un siglo. Por algún agravio que el tiempo ha olvidado su padre fue castigado con la expulsión del clan y el destierro de sus tierras ancestrales. Al pobre desgraciado no le quedó otro remedio que acudir la Ciudad de Bajo la Montaña, donde, aún siendo un descastado, podría encontrar algún oficio medio digno con el que llenar el estómago.

Fue picapedrero por el rancho y una miseria hasta que un derrumbe en las galerías inferiores se lo llevó. Tuvo tiempo de engendrar y criar a cinco vástagos, de los que Tarnn fue primogénito. Así creció como un granujilla más en aquellas callejuelas, esculpidas en el corazón de la roca. En oficios de poco lustre desde que era un mancebo. Haciendo recados de aquí para allá, limpiando letrinas, o barriendo serrín en lóbregas fondas.

Antes de cumplir su vigésima primavera se largó de allí con la ambición de quien desea conquistar el mundo esculpida en el gesto; tras algunas peripecias acabó recalando en el puerto libre de Menethil, donde halló oficio como mozo de carga, llevando y trayendo mercancías por los pantalanes, deslomándose para ganar el pan.

Algún tiempo después se coló como polizón en un navío pesquero, y tuvo la buena fortuna de no ser arrojado por la borda cuando fue descubierto. Más aún, y no sin mediar ardua discusión, acabó siendo aceptado abordo como aprendiz en la tripulación.

Muchos lustros han pasado desde entonces; años que desfilaron por delante de nuestro enano con aspereza y parsimonia. De un navío a otro, de esta tripulación a aquella. Navegó bajo los pendones de compañías comerciales; de adinerados mercaderes, pero también en humildes botes de pesca, ganándose los cuartos con sudor y abnegación.

Encontró su lugar entre los hombres del Trilladonte, un balandro ballenero en el que sirvió por muchos años, hasta llegar a convertirse en segundo de abordo. Surcaban los mares del Norte a la caza de tan preciadas bestias, con las que se batían en feroz liza. El indómito mar embravecido, la chusma desarrapada y el gélido viento norteño se convirtieron en inseparables compañeros para él. Largas fueron las jornadas bajo la lluvia y la nieve, surcando las olas como diablos furibundos.

Pero no tanto tiempo atrás la tripulación se topó de bruces con un aciago destino. Fueron abordados por bucaneros, hombres de fortuna y faltos de escrúpulos, que tras lograr que el capitán rindiera nave y carga, lo despacharon con una sonrisa en el gaznate. A los tripulantes se les ofrecieron dos opciones: unirse a la cuadrilla de salteadores del mar, o perecer en las heladas aguas. Tarnn escogió lo primero.

Navegó junto a aquellos caballeros de fortuna también por tiempo largo. La condición impuesta por el capitán era que ninguno de los prisioneros fuera libre de abandonar la tripulación hasta haber saldado, con el salario y el botín, una sustanciosa deuda, contraída merced de ser perdonados y aceptados como uno más entre sus filas.

En la tercera o la cuarta escaramuza, Tarnn recibió una herida nada lustrosa en su ojo derecho que lo dejó inservible, además de dotarlo de una mirada de lo más desagradable. Comenzó a ser apodado por aquellos bribones como Ojovago, y pesar de que acabó cubriendo el destrozo con un parche, se apropió de tal sobrenombre haciéndolo algo propio; por considerar, quizá, que había más honor en un nombre ganado por la fuerza de las armas, que en proclamarse hijo y heredero de un paria descastado.

Después de algún desencuentro, y tras haber saldado la referida deuda, Tarnn abandonó la tripulación cuando esta se encontraba pertrechándose en la Bahía del Botín; entre exuberantes junglas y cayos, a un mundo de distancia de las adustas costas que lo habían visto curtirse. Se afincó allí, y empezó a ganarse los cuartos manejando un esquife para introducir y sacar cajones de contrabando en colonias y villorrios. También fue allí donde oyó hablar de los inconmensurables tesoros y reliquias que se escondían entre la selva, en ruinas malditas y playas secretas.

Una noche, durante una partida de naipes en el Grumete Frito, conoció a un joven tirasiano, que entre risas y chanzas, vino a calentar la cabeza de nuestro enano, avivando el fuego de la codicia que ardía en su interior. Le habló de un gran tesoro que llevaba meses persiguiendo; lo colmó de relatos y evidencias, hasta acabar engatusándolo para unirse a tal búsqueda. Salieron tras él una semana más tarde, a bordo del esquife. Y lo buscaron sin tregua ni aliento durante casi dos años, sorteando enredos y desventuras; siguiendo las pistas, salvando el pellejo por la mínima en más de una ocasión. Pero todo fue en vano. Las dudas y el cansancio acabaron por minar el ánimo de los buscadores. Resolvieron claudicar del empeño antes que tal aventura tuviera una nueva ocasión de llevarse sus vidas.

Siendo así, cada uno giró para su lado de la cama.

Su joven socio se embarcó hacia Ventormenta, dejando atrás los Mares del Sur. Tarnn se aferró a su orgullo, y retomó sus poco menesterosas labores como contrabandista. Durante algún tiempo, al menos.

Los problemas terminarían alcanzándolo de nuevo. Una noche desgraciada fue descubierto tratando de introducir un cargamento de aguardiente, tabaco y pistolas en Salguero, un montón de casuchas y cabañas destartaladas a la vera de una cala, que habían llegado a medrar como colonia bajo el amparo de la lejana Kul Tiras. La milicia del poblado lo prendió; y de nuevo tuvo que elegir entre pagar una cuantiosa multa, o dar con sus viejos huesos en una prisión de Tuercespina. Para poder soltar tamaña cantidad de monedas hubo de endeudarse con un afamado prestamista goblin de la Bahía del Botín. Empeñó el esquife, que todo cuanto poseía, y aún así, no bastó. Presionado por su la impaciencia de su acreedor, Tarnn dejó atrás la Bahía con nocturnidad y alevosía. Y se embarcó en el primer navío para el que logró pasaje, con rumbo a las verdes campiñas del corazón del Imperio.

 

Editado por Murdoch
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