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Nathan

Romu´go

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  • Nombre: Romu´go
  • Raza: Orco
  • Sexo: Hombre
  • Edad: 16
  • Altura: 2 m
  • Peso: 140
  • Lugar de Nacimiento: Azeroth, proximo al Portal Oscuro
  • Ocupación: aprendiz herrero del clan Filo Ardiente.
  • Historia completa

 

Descripción física:

Piel oscura y tiznada por su origen Diente Negro, misma razón por la que le falta el colmillo superior izquierdo.  Complexión atlética y débil por carencias tempranas. Rostro poco amable de mirada desafiante. Cabello entre marrón y negro que crece en una cresta poco arreglada acompañada de pequeñas trenzas.

 

 

Descripción psíquica:

Orgulloso y cabezón pero sin intención de ello. Fuerte sentido de la perfección con la disciplina consiguiente. De trato directo pero con respeto en especial  para quien considere digno y fuerte, además de risueño. Fácil de provocar.

 

 

 

Historia

 

Los primeros recuerdos de Romu´go desfilan desordenados en su conciencia. A la escasa luz que accede desde el patio superior a su prisión se unen las imágenes de los relámpagos, el trote salvaje y el metal al vuelo de un lado para otro, el olor rancio y joven de la sangre, unas tenazas candentes que se aproximan a su boca en manos de quien debió de ser su propio padre y después un zumbido de dolor. El joven cierra la mandibula pero por el hueco de su colmillo escapa aire y turbación. Vuelve su mirada al exterior anhelando la paz aunque cada día para él fuera un ejercicio de rebeldía contra sus captores y la sorna de muchos de los orcos que tanto le irritaba. Pero había visto movimiento, tanto en sus captores como en algo más que no sabía definir, y por lo tanto sabía que se aproximaba un cambio. Al día siguiente llegó un nuevo grupo de orcos presos para unirse a la colección.

 

 

*******

 

 

- ¡Escuchad! ¡oid! ¡el aire ríe ahí afuera y pronto gozaremos con él!

Los gritos ancianos retumbaban cada vez con más esfuerzo entre la piedra de los patios y celdas  de aquellas jaulas. Jaulas para animales en letargo, sedientos de la sangre y la batalla, sin horizonte ni estela tras ellos, que miraban con recelo al viejo. Solo unos pocos se acercaban cada noche al precario fuego con él mientras los demás lo condenaban al ostracismo quizás por miedo, quizás por vergüenza, falta y posesión de memoria a la vez. En estos años, una pequeña bestia, creció sin el temor de sus congéneres en una rebelión contra su tiempo, odiando sus cadenas pero sin concebir hasta donde alcazaba su influencia.

 

 

- Dices cosas muy raras, viejo. – le espetaba Romu´go cada vez que el viejo proclamaba.

-  Si no existieran los orcos comunes tampoco existirían los extraordinarios.

El viejo orco sonrío con seguridad. No era esa sonrisa dentellada de fanfarronería que mostraban algunos orcos cuando en aquella jaula se disputaban la comida rancia o luchaban por una ofensa, ni tampoco una sonrisa falsa o una de gratitud tan ausente dentro de aquellos muros. Esa sonrisa sabía algo de lo que no era consciente, y después esa sonrisa echaba a reir entre lastimeros tosidos.

- Ríes como un loco. Estás loco. – volvió a responder el joven a la defensiva, sin saber muy bien como sentirse o responder.

- El tiempo que uno ríe es el tiempo que pasa con sus ancestros. –y volvía a reir más pletórico si cabía, desconcertando a Romu´go y después enfadándolo.

 

 

Romu´go se giró aquella vez, quitando su vista del viejo y el lado del muro en el que se apoyaba cada día. Al girar vio a sus hermanos prisioneros por un momento como un todo, una visión real y completa que golpeó su pecho mientras que en su espalda expuesta la mirada del viejo se clavaba en él. Nadie reía.

 

 

******

 

 

Todos vociferaban. Desde las almenas y los pasillos donde sus captores les vigilaban por su condición animal se extendían destellos de sombras y luces entre el estruendo del acero. Los soldados se movían de un lado a otro de la jaula de piedra, siempre sobre sus cabezas, otros bajaron hacia el patio principal armas en mano y con el odio en su rostro, pronto comenzó la lucha por la liberación. Romu´go, aún cachorro, se zafó con la ira que corría por sus venas de quien se interponía en su camino, siempre con el apoyo de sus  hermanos cautivos, pero su primer objetivo no eran sus captores. Se apresuró para llegar a las celdas donde estaba Jokgo, bajando por los tuneles de roca hasta las jaulas pequeñas, guiándose por el sonido del combate. Los ecos de la lucha cesarón y Romu´go se apresuró. Cuando llegó se encontró con un Jokgo decrépito pero en pie, con la muerte trepando por su constitución nervuda pero erguido sobre los cuerpos de sus dos enemigos, respirando el vaho de la sangre que ascendia e inundaba las fosas de ambos orcos. Sus ojos miraron llameantes a Romu´go, quien también estaba colérico y creciente, pero retrocedió helado por el espíritu demente de aquel maestro del Filo que había vuelto a despertar. Jokgo pretendió dar un paso hacia él pero se desvaneció, apoyándose sobre los barrotes. Su pierna sangraba y su corazón apenas latía por si mismo. Romu´go no vaciló y lo tomó quedando a la altura de su rostro, el rostro del orco que volvía a reir con los ancentros, y Romu´go con ellos. Las cadenas de sus captores habían sido rotas.

 

 

*****

 

 

Las siguientes semanas no fueron de una ventura abundante, pero fueron semanas en la que fueron libres tras mucho tiempo, algunos por primera vez. Libres para cazar, libres para explorar, libres para abrir un nuevo camino y libres para recordar. El viejo Jokgo reunía todas las cualidades y conocimientos para volver a enseñar a los orcos a ser libres, él quien más había sido prisionero del gusto por la sangre. Pese a que algunos seguían tildándole de loco y miraban con miedo sus decisiones se ganó el respeto de todos. Romu´go le seguía de cerca cada noche, cuando discutía hacia donde ir o que hacer, al hablar en la hoguera de historias y mitos, enseñando a los orcos a cantar a sus ancestros, celebrar y conmemorar.  Poco a poco emergía una identidad mientras se dirigían al oeste por trabalomas, luchando por avanzar contra sus captores.

 

 

Al llegar al otro lado del mar Romu´go perdió de vista al viejo. Apoyó las labores de asentamiento como orco sin clan, sin identidad. Cuando los orcos recordaron con tiempo y meditación mientras sus nuevos pueblos eran alzados  el joven supo la dura verdad de que al viajar al otro lado del mar había dejado atrás a los suyos, pero que su propia gente también se había dejado atrás así misma y seguía en una guerra sin fin contra sus propios fantasmas. Salir de los campo de internamiento solo significó hacer más grande su jaula, ahora más terrorífica pues no había barrotes ni muros perceptibles, solo un basto y recóndito abismo de supervivencia. ¿Dónde empieza el honor si no hay a quien debérselo?¿por quién y para qué luchar? Debía de buscar su propia senda, elegir a que era loable presentar tributo. Pronto recordó la risa del viejo Jokgo para encontrar la paz y los ancestros de los que se rodeaba. Sabía poco de ellos y solo estaba seguro de que tenían muchas facetas que debía de descubrir, aprender e incluso pelear, pero Romu´go era de su agrado y se sintió atraído durante aquella época estival por el goce y el ímpetu que emanaban durante el Agaka-Than.

 

El joven del colmillo fantasma camino tras su presencia, riendo, y fue recibido en El Cruce de buen agrado hasta el día de hoy.

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