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Vencejo

Alan Woode

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Desconozco el /la autor/a

  • Nombre: Alan Woode
  • Raza: Humano
  • Sexo: Hombre
  • Edad: 17
  • Altura: 1'79 m
  • Peso: 63 kg
  • Lugar de Nacimiento: Ventormenta
  • Ocupación: Estudiante

Descripción física

Algo alto y delgado, con el físico justo para trastear por los campos pero no el suficiente como para poder ganarse la vida del mismo. Tiene el pelo castaño oscuro, largo y alborotado. Una sombra de pelusilla sobre el labio es todo el vello facial que posee, y eso y su mentón poco perfilado le da más aspecto de crío del que desearía. 
Ahora viste ropas algo andrajosas, llenas de remiendos y con olor a tierra húmeda. 

Sus ojos son claros, verdes y marrones, como leña y musgo. 

Mentalidad

Curioso, activo con lo que le interesa y fácil de aburrir con lo que no. Bastante dormilón y a veces despistado. Tiene buena cabeza, buena memoria y suele darle a la sinhueso con alegría (salvo si ha dormido poco o nada). Encajaría dentro del perfil neutral bueno. 

Historia

Alan apareció un día de ira y caos, de muerte y miedo. Los hermanos Woode lo habían encontrado berreando entre tablones en un cuartel a medio hacer en una Ventormenta que daba sus primeros pasos tras la Segunda Guerra. Baldwin y Martin Woode eran carpinteros de profesión, naturales de Lordaeron,  y supusieron que aquella criatura surgida del serrín debía ser un regalo de la providencia o la desafortunada víctima de un gobierno de nobles que se negaba a pagar por el trabajo ya hecho.  Había habido un caos terrible desde la muerte de la reina Tiffin y el número de huérfanos y familias rotas no hacía sino crecer. Así que Alan perdió un padre y una madre pero encontró dos nuevos.

 

Tras sopesarlo con tranquilidad y algo de tabaco, los hermanos decidieron que no podían enviarlo con sus familias a Lordaeron y no vieron con buenos ojos echarlo a un orfanato que estaba hasta los topes. Decidieron adoptarlo, ponerle de nombre un sencillo “Alan” y criarlo como si fuera suyo.

 

Después del tumulto con el origen de los Defias, y dado el trasfondo de relación de los hermanos Woode con los Stonemasons, decidieron pasar desapercibidos trasladándose al aserradero de la Vega del Este. Y allí creció Alan, entre el campo y el lago, entre el esfuerzo diario por intentar encontrar el interés en ser leñador y su verdadera pasión: la naturaleza. Llegó a ser un adolescente guapete, afable, muy tranquilo pero sobre todo curioso.

 

Pero lo bueno siempre llega a su fin, y el pasado de los hermanos Woode volvió en forma de viejo conocido de decisiones pasadas cuestionables. Un conocido del oficio que había decidido unirse a los Defias llegó a su cabaña en el aserradero y cuando quisieron darse cuenta, estaban metidos hasta las cejas en la Hermandad. Temiendo por sus vidas y descartando por completo la posibilidad de unirse a la guerrilla, huyeron a donde aún les quedaba algo de familia: Costasur.
Alan nunca estuvo de acuerdo con la decisión, pero el destino es así de curioso. Al tomar el último barco a Trabalomas, Martin le compró un viejo a modo de disculpa: “Cien hazañas del Mago Vortein”, un libro de historias tergiversadas sobre un mago ficticio y su papel en el reino de Lordaeron.  Ese libro sentaría las bases de lo que Alan quería llegar a ser: bondadoso y sabio, poderoso y justo. Y con la cabeza llena de pájaros, llegó a Costasur.  

 

Los años en Costasur no fueron los mejores: la familia de los hermanos Woode no hablaban sino mal del muchacho,  Martin cogió una enfermedad del pecho y en un par de años estaba criando malvas y Baldwin nunca levantó cabeza. Alan se dedicó a escaquearse, perderse en los campos de Trabalomas y pasar las horas con su gran afición:  trepaba por los álamos del río, levantaba en busca de almejas las arenas negras de la rivera, pasaba las horas haciendo un pequeño herbario con cada flor que encontraba y aprendía sus propiedades de maneras poco ortodoxas. Y cuando la familia de los Woode se hubo cansado de mantener a la sanguijuela que habían traído los hermanos desde el sur y trataron de meterlo en vereda, fue la gota que colmó el vaso. Quemaron las “Cien hazañas del Mago Vortein” y con él cualquier respeto de Alan por la familia de sus padres adoptivos.

 

Solo hizo falta un saco de pertenencias y recuerdos, un puñado de monedas y un capitán de navío despistado para que Alan se volviera el polizón perfecto y pusiera rumbo a Ventormenta, siguiendo la senda del Mago Vortein.

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Eventos

Experiencias

  • Nociones básicas del arte de lo arcano, con Percival Morton @Barbas
    • Aprendió su primer hechizo: abjuración básica
    • Está leyendo "Escuelas de la Magia para tontos", proporcionado por Percival. 
    • Superó su primera prueba y lanzó su primer hechizo de evocación: evocación básica.
    • Lleva días practicando magia en presencia de Percival o con sus consejos y las directrices del libro.
  • Lecciones básicas de ballesta con Nicholas Stevenson @C0rt3x y Margot Tanner @Nuvalia
    • Sus primeros pasos con la ballesta, con consejos para apuntar y recargar con soltura.
  • Aprendiz de Carpintero, con Nicholas Stevenson @C0rt3x 
    • Entró a trabajar con Nicholas en su taller.
    • Salida en busca de materiales. Aprendió sobre árboles y sus maderas. 
  • Experiencia de combate  
    • Tuvo sus primeros pasos contra bandidos y un orco, al lado de Ivar @xecnotron

Pertenencias
Una lista de los enseres de Alan

  • Zurrón viejo
  • Tomo "Escuelas de la Magia para tontos"
  • Ropas con remiendos, cinturón simple con hebilla suelta y botas desgastadas. Brazales de tela simple. 
  • Togas viejas de aprendiz para las clases de magia, cortesía de Percival.
  • 5 hojas de papel y carboncillo
  • Dos velas, una de ellas bastante gastada
  • Una pastilla de jabón de Flor de Paz
  • 75 cobres en una bolsita de cuero. 
  • Un viejo paquete de contenido desconocido.
  • Una daga y equipo de tela acolchado con partes rotas, comprado por Ivar
  • Medicinas dadas por Margot
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Grimorio de Hechizos
Listado de hechizos conocidos por Alan

Abjuración Básica: Reclama la presencia del viento permitiendo usar sus propiedades básicas y moldearlo de manera defensiva creando una pequeña pantalla protectora. Se sumará a la defensa mágica (intelecto + Abjurar energía + 1d10).
Evocación Básica: Reclama la presencia del viento, permitiéndole usar sus propiedades elementales básicas  y arrojarla contra un objetivo para infligir 1d6 puntos de daño mágico.
Transmutación Básica: Permite al mago usar las energías arcanas para manipular la forma de un objeto de tamaño reducido de manera temporal y convertirlo en otra cosa sin variar su composición, por tantas horas como nivel tenga esta habilidad.
Conjuración Básica: El mago usa las energías arcanas para convocar un objeto con el que previamente haya establecido el contacto oportuno de un máximo de 2 KG o de medio metro de tamaño y no a más de un continente de distancia.

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Sarondrias de Lordaeron

 

Nota: aunque está en tercera persona, el narrador es Alan. Esta sería la recreación de cómo quedaría un libro en su imaginación que tratara sus aventuras (influenciado por su libro favorito "Cien hazañas del mago Voltein"). Por eso los diálogos pueden no ser muy fieles a la realidad, faltan personas en ciertos momentos o hechos y todo está "retocado". 

 

 

Cuando Nicholas cerró la puerta se quedó mirando el techo, en la oscuridad. No había nadie todavía en la habitación y el bullicio de la taberna le llegaba amortiguado. No tardaría en sumirse en un placentero sueño, pero un torrente de adrenalina le mantenía los ojos como platos: después de una semana de viaje, la suerte le sonreía.

Estaba abrazado al libro que Percival le había dado para comenzar su instrucción: “Las Escuelas de la Magia para tontos”. En la portada había un aprendiz chamuscado y un maestro de mirada comprensiva. Percival había sido el primer escalón en la senda de la hechicería, aunque hay que remontarse a la misma mañana en el que lo conoció para dar con un motivo.

Después de su paseo matutino alrededor de la biblioteca de Villadorada, escrutando desde la distancia a los estudiantes de la Academia por los que suspiraba, fue a parar al Orgullo de León. Aunque sabía que no era su lugar, y solo sus ropajes delataban que no podía permitirse ni una cerveza, escuchó una conversación en la barra. Fue así como se enteró de un posible torneo de magia que no se celebrara desde la Guerra Gnoll. El premio: una beca vitalicia en la Academia. Casi le da un patatús cuando se enteró pero, ¿cómo iba a ganar un concurso de magia si ni siquiera sabía lo más básico? ¿Qué haría el mago Voltein?

—Capítulo XII “El Aprendiz” —se dijo.

En el capítulo XII de las “Cien hazañas del Mago Voltein”, aparece en escena el aprendiz Sarondrias de Lordaeron que le pide al mago beber de sus enseñanzas y este accede, otorgándole grandes conocimientos de magia y jugosas experiencias sobre la vida. Pero él no era Sarondrias, ¡Sarondrias al menos sabía multitud de Artes y Ciencias antes de ser mago! Y él era sólo el hijastro de un par de carpinteros. Pero el destino así lo quiso, y esa misma tarde se cruzó en su vida el mago Percival.

Sabio, de largas barbas cenizas, alto y orgulloso, a ojos de Alan no había duda posible. Cuando transformó una simple cuchara de hojalata en todo un estilete, casi le da un patatús, y en cuanto tuvo oportunidad le asaltó:

—¡Por favor, instruidme en la hechicería! ¡Dejad que sea vuestro aprendiz!

Y ya fuera por pena, curiosidad o una extraña mezcla de ambas, Percival accedió. Su primera enseñanza ya dejaría ver que Alan no tenía ni idea de lo que entrañaba realmente ser mago, que tenía la cabeza llena de pájaros. Un sencillo pero efectivo ejercicio le daría una buena lección al respecto.

—Tienes diez segundos para decirme las escuelas de la magia. Un error y tendrás que ir y venir al buen trote a la granja Pedregosa.

Alan sonrió seguro de sí y recitó con gusto las 8 escuelas de la magia. Pero se le descompuso el rostro cuando aún así tuvo que correr. Hasta tres veces.

—¡No es justo! —jadeó Alan—No me he equivocado y aún así me haces correr.

El mago asintió.

—Bien, segunda lección.

Alan tardaría aún un par de días en procesar la enseñanza, y a estas alturas, cuando sueña despierto en el camastro aún se pregunta que tendrían que ver churras con merinas.

La segunda lección fue la que fascinó absolutamente al aprendiz. Con una praxis que algunos catalogarían de poco ortodoxa, Percival consiguió despertar en él dos instintos claves: la escuela que más marcaría su aprendizaje, la abjuración, y su elemento predilecto, el aire. Aunque bien le costaría un moratón en la tripa con forma de jarra.

—¡Concéntrate! Sin miedos. Eres de Costasur, ¿no? Bien, piensa en el agua.

Un golpetazo seco de la jarra cuando intentaba componer un escudo para frenarla, dejó claro que Costasur no iba a ser de mucha ayuda. Después de todo, esa era la tierra de sus padres y de la que había huído. Se concentró entonces en su hogar natal: Ventormenta, el aire. Y cuando lo pidió, una firme ventolera apartó el improvisado proyectil, y el estudiante se volvió euforia hecha carne.

—¡Cuídalo! Y toma estas togas: para la próxima lección te las pones. No quiero ir viéndote por ahí con esos harapos —Percival le dio un viejo tomo y unas togas de un arcón.

Si un pesado y viejo libro de hechicería y unas “misteriosas” togas no te hacen ya el hechicero que deseas, nada lo hará. Y como si esto fuera signo inequívoco de un futuro brillante en el arte de lo arcano, Alan se despidió del anciano con un fuerte abrazo y una sonrisa.

Pero su día no acabaría ahí. Esa mañana había oído hablar de Joshep. Buscando trabajo todo el mundo le dirigía a él, como si el hombre cagara empleos. Buscándolo conoció a Aurora, una chica peculiar.

—¿Pero era Aurora? A mi me suena Andrea… —se dijo, acomodándose en la litera.

No sabía cómo sentirse a su alrededor. Era indudablemente hermosa, pero arisca. ¿Simpática a veces? No, le dejaba un regusto raro.Y la cerveza a la que la invitó aún le pesa en el bolsillo. Suspiró frustrado y se acordó de Margot: ella sí que era otra cosa. Le transmitía paz, cariño. Se sentía en familia cerca de ella. Y la historia del día no puede cerrarse sin Joshep ni Nicholas. El primero le daba mensajes contradictorios: le había dado una oportunidad, o al menos no le había echado a patadas del local, pero su forma de hablar o puede que su aspecto le rompían su imagen. Y el segundo, Nicholas, a él sí que le debía los tres almuerzos al día, el techo, la cama y el oficio. Le había aceptado como aprendiz de carpintero empujándole un paso más cerca a ser hechicero. Se acordaría de todos en su discurso de graduación.

Se quedó dormido sin darse cuenta y soñó con Percival lanzando jarras, con beber té de flor de paz de Margot y un ficticio olor a serrín en el taller de un Nicholas cuya imagen cambiaba entre la del empleado de Joshep y sus padres.

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Sopló con cuidado sobre el papel para secar la tinta y se apartó para ver su obra con cierta perspectiva. Asintió satisfecho: 35 años en el negocio, cierta artritis en la mano diestra, pero no había perdido su toque. Ben, de “Ben: Tintas y Plumas”, estaba a punto de retocar la "P" mayúscula del primer capítulo de su biografía, cuando sonó la campanilla de su tienda. Levantó la mirada y forzó la vista, buscando que se reajustara a no ver de cerca, para encontrar un muchacho andrajoso, de pelo revuelto y algo grasiento, que le miraba con una sonrisa de oreja a oreja adornada con un desafortunado “bigote”.

 

—¿Puedo ayudarte en algo? —No pudo evitar mirarle de arriba a abajo. ¿Qué hacía ese mozo de cuadras en su local?

 

***

 

Alan se frotó la cabeza con fuerza y la metió en el agua helada del río. Siguió frotándose el resto del cuerpo como una ardilla con urticaria mientras le castañeteaban los dientes y sobre la rivera se dibujaba una mancha oleosa multicolor, producto de su jabón de flor de paz.

Secándose como un animal, a base de movimientos bruscos y por el sol, se sentó entre las piedras del río. Miró con ansias su zurrón.

La bandolera estaba tirada entre sus ropas y para cualquier otro mortal, bien valía más como yesca que como accesorio. Pero Alan sabía lo que tenía en su interior, y su nueva adquisición bien valía sus últimas monedas.

Aún desnudo, encendió un fuego y dejó un par de tronquitos cuidadosamente seleccionados antes del baño, en un punto estratégico de la hoguera. Y ya cuando estuvo seco, vestido y cómodamente apoyado contra el tronco de un roble, sacó con suma delicadeza las 5 hojas de papel que había comprado en Ben: Tintas y Plumas. Las olió y se le dibujó una sonrisa.

Las apoyó con cuidado sobre el envés de “Escuelas de la Magia para tontos” y, con el carboncillo que se acababa de hacer, hizo un garabatillo.

Lo hizo por calentar la mano: quería escribir pero aún no sabía el qué, así que dibujó el rostro de Percival con el ceño fruncido, la sonrisa de Nicholas y a toda Margot. No es que dibujara bien, de hecho se podría decir que acababa de desperdiciar una hoja, pero hubo algo que conectó con él, su dibujo y esas tres personas.

 

Diario de Alan Woode de Costasur de Ventormenta

 

 

Qué días, ¡los mejores en años! Ayer estuve rondando el taller de Nicholas y es parecido al de mis padres, pero sin Baldwin quejándose de cómo dejaba las herramientas Martin y sin Martin llenándolo todo de ceniza. Los echo de menos… Lo siento, Martin, sé que hubieras querido que cuidara de él pero me estaban asfixiando. Se que lo entiendes y algún día volveré, lo sacaré de la granja de tu hermana y vivirá a cuerpo de rey conmigo, ¡palabra!

Pasé la mañana sacándole brillo a las herramientas, limpiando, ordenando los materiales… Y fue extraño, pero lo hice con ganas, ¡de verdad! Sentía que lo hacía con un propósito y no como en Costasur, como si fuera un castigo. Tal vez tendría que haber cambiado mi perspectiva entonces, y a lo mejor hubiera aprendido un poco más de ellos.

Ayer pasé la tarde con Nicholas y Margot. Son…¡Mejor los dibujo!

Un dibujo que no hace gloria a nadie representa a un hombre con coleta, de cabellos claros y con una cicatriz en el ojo izquierdo. Está sacando músculo. La mujer es más bajita, también de cabellos claros y sueltos. Lleva una cesta con ¿setelos? Parece que el autor ha puesto más esmero en sus facciones. A sus pies están sus nombres.

Más o menos…

Son geniales. Ayer me enseñaron a usar la ballesta. Margot creyó que sería buena idea saber defenderme, por si pasara algo. Me contó una historia alucinante de necrófagos y un tal Odriel. Creo que no le pregunté pero, ¿y si es un maestro de la Academia? Me muero de ganas por entrar, seguro que tiene mil historias que contar. El caso es que gracias a la ballesta, Margot salió airosa de su encuentro, y, aunque de entrada les dije que no me hacía falta (¿y si disparaba por accidente y hería a alguien?) lo cierto era que me moría de ganas.

“El gran mago ballestero Alan Woode” suena bien, ¿eh? Con la ballesta de Margot y los consejos de Nicholas, practicamos.

Puedo decir orgulloso, que los ogros tienen suerte de no vivir en Elwynn porque dejé su estafermo hecho un coladero… A la tercera, claro, que es la de la suerte.

 

Hay un dibujo de un muchacho de pelos revueltos apuntando con una ballesta y matando a un ogro de madera. Al fondo está la figura de un hombre alto con coleta, fuerte, le observa con aprobación.

 

Ojo cerrado, lengua fuera, postura de Nicholas y… Y bueno, ehm, *Hay bastantes tachones en esta parte* los buenos consejos de Margot, y soy LETAL *LETAL está escrito como si fuera fuego*

 

Parece que hay la sombra de un dibujo en esta parte, pero el autor decidió borrarlo. Se entrevé dos figuras: una apuntando con un arma, la otra está cerca como abrazándolo desde atrás. Han escrito encima.

 

El resto del entrenamiento se torció. A Nicholas se le ocurrió un ejercicio a la altura de las ideas de Percival: colocarse él con un escudo y Margot detrás (porque se acercó a intentar detenerlo) y hacer como que estaban secuestrados por el ogro. Yo tenía que disparar y… Bueno, no sacarle un ojo a nadie. ¡Su intención era buena! Estoy seguro… Pero Margot tenía razón, se estaban poniendo en riesgo por nada. El entrenamiento acabó después de un guantazo y un cabreo. Pero las cosas se solucionaron después, se quieren mucho.

 

Practiqué también en mis ratos muertos el hechizo que me enseñó Percival, y leí el tomo que me dejó. A Nicholas le encantó como domino ya la magia (es natural), pero Joshep casi me echa a patadas del local cuando me vio hacerlo.

 

¡No hay mucho más que contar! Y no quiero que se me acabe el papel. Hoy iremos a talar, puede que al Sur de Elwynn. Me muero de ganas, ¡y Margot viene también! DÍA REDONDO.

 

Hay un dibujo de una muchacha bajita, dándole un coscorrón a un hombretón con coleta que grita “AUCH”. La mujer está representada con llamas y entre sombras siniestras. El autor lo tituló: la ira de pecas.

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Alan pegó las narices al ventanal del local de Margot. Hizo pantalla con las manos para poder ver dentro, mientras su respiración dejaba una marca de vapor sobre el cristal. Vio a los cachorros dormir plácidamente entre gasas, pero ni rastro de Margot. Así que con un suspiro, se retiró a estudiar. 

"El arte de la transmutación es un proceso que requiere paciencia, concentración y dedicación. Hasta la más simple de las conversiones requiere de una mente limpia y tranquila, sin molestas ni ..."

—¡Y se dio de bruces con la puerta! —La habitación se llenó de carcajadas.

Alan cerró el libro, molesto, y miró al frente. 

—"...ni distracciones" —dijo, citando el final de la frase. 

Se asomó desde su litera y lanzó una mirada de pura inquina al grupo de jornaleros que compartían anécdotas alegremente. No eran horas de descanso, así que bien estaban en su derecho de charlar, reír y gritar a placer. Así que en vez de rogar silencio, hizo el zurrón y dejó la sala. 

"El taumaturgo debe tener siempre una regla clara y sencilla: alterar el tejido de la realidad es una seria cuestión ¿Necesita una cuchara? Llame al servicio de cocinas y no transmute su tenedor por tan nimios asuntos. La responsabilidad es la facultad clave del buen..."

—¡Mamarracho! ¡Mira las pintas que me llevas, desastre! ¿Así vas a ir a la iglesia? —gritó alguien cerca de Alan y casi se le cayó el libro al fuego. 

La taberna tenía justamente una buena mañana de clientela. Se limitó a atravesar con la mirada el alma del bobalicón de buenos pulmones y salió de La Capital rumbo al taller. 

Probó a estudiar en la mesa de sierras y acabó con el tomo lleno de serrín, leer de pie le cansaba la espalda, el suelo estaba lleno de astillas y clavos así que nada de sentarse o tumbarse. Bufó cansado por la mañana perdida, cerró de un portazo el taller y dejó que sus piernas le llevaran a cualquier parte. 

Acabó en la orilla del Lago Espejo, lanzando piedras por su superficie. Cuando tuvo el brazo cansado, se sentó al pie de un árbol y sacó el tomo de Percival, dispuesto a continuar sus estudios. Pero un puñado de papeles asomó entre las páginas, y sus ganas de estudiar se transmutaron en ganas de escribir, así que sacó un carboncillo y le dio rienda suelta.

 

¿Qué tiene que hacer un buen estudiante para poder conseguir un sitio tranquilo donde dedicarse al estudio? Además de pagar una cuota irrisoria para hacer uso de los silenciosos salones de la Academia... 

Ayer salimos a primer ahora a talar. Me encantaba salir por los bosques del este, buscando buena madera con Baldwin y Martin cuando era un crío. Ahora creo que está todo arrasado por los gnolls, pero me gustaría volver algún día y pasear cerca del Lago Hito. 
Nicholas tiene "madera" de profesor, ayer aprendí por qué no es buena idea coger los árboles sobrehidratados y cómo identificarlos. No llegaré a ser un gran carpintero, ese no es mi camino, pero aprender (lo que sea) me sacia y siento que nada es en vano. 

Hay un dibujo de un árbol lleno de nudos y varias flechas que dicen "Río cerca" "Sobrehidratación" "Madera costosa"

Pero lo más interesante de ese día no fueron los árboles, sino los lobos. Nos salió uno al camino y ya pensaba que la salida iba a acabar mal, cuando resultó ser una hembra preñada buscando un sitio tranquilo donde dar a luz. Por el susto, Margot le había acertado con la ballesta, y esta entre el esfuerzo y el estrés, se había desplomado. Corriendo, Margot se dio cuenta de todo y le hizo una cesárea al instante, ¡menos mal que vino con nosotros!

Un dibujo representa a una mujer enfrascada en abrir las tripas de un lobo. Un mozo con pelo revuelto sostiene con una sonrisa dos cachorros. 

Salvamos dos cachorrillos de los cuatro que tuvo, y no pudimos hacer nada más por ella. ¡Pero los cachorros están bien! Ahora descansan en la botica de Margot. Me muero por jugar con ellos, ¿qué nombres les va bien a un lobo?

Hay varios nombres escritos y mal borrados: "Nieve" "Carbón" "Nudos" "¿Runo?"

Oh, y ayer también aprobé mi primer examen. Percival me puso a prueba y descubrió mis legendarios conocimientos de lo arcano. No me dio nota, pero imagino que sería un requetesobresalientemáximo con honores. ¡Y hasta hice mi primer conjuro de evocación! ¡Zas! ¿Quién necesita una ballesta?

Hay dibujado un mozo lanzando rayos por las manos, elevándose en el aire. A sus pies, Dos lobos enormes lanzan bocanadas de fuego. Un anciano levanta un cartel con un diez escrito.

Alan dejó de escribir cuando recordó algo. Guardó con cuidado las hojas en el tomo y este en el zurrón, y sacó una nota que rezaba "El Vial Dorado". Asintió despacio, sonriente, mientras la leía. 

 

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Cerró la puerta en el silencio de la madrugada. Miró con recelo las calles desiertas por las que ya sólo se movían las ratas y los maleantes, y cogió con cuidado la caja de madera que acababa de sacar de la trampilla de Percival. Llovía a cántaros, así que supuso que habría menos patrullas de lo habitual pero por si acaso había rellenado la caja por capas: al abrirla se veía una toga, el tomo de magia y un puñado de velas nuevas; pero debajo de todo, entre paja y paños, estaban los viales que Percival ocultaba en su trampilla. 

Consiguió escaquearse sin llamar mucho la atención hasta acabar en el Lago Espejo, cerca de la cascada. Miró la cantidad de viales de todos los colores posibles, algunos apestando a azufre aún cerrados y otros que dejaban las manos pegajosas tras tocarlos. Debía tirarlos al lago, con la caja y todo, por si la Iglesia investigaba algo más a raíz del incidente. Pero no lo hizo. 

Hace un par de días cuando llegó a estudiar, descubrió una pequeña cueva cerca del lago. Era estrecha, húmeda y mal iluminada así que no la exploró en su momento, pero ahora le venía de fábula para esconder el material. Dejó la caja en el límite de la luz. Estaba amaneciendo y apenas se veía nada, si se internaba más podría tropezar y echarlo todo a perder. Así que prefirió no meterse mucho y simplemente ocultarlo con algunos matorrales. 

Cuando terminó, el día ya estaba dando comienzo y el bosque estaba teñido de un azul pálido. Se sentó en la orilla del lago y lloró. 

 

Volvió dos días después, bien entra la mañana. Las cajas seguían ahí, entre matorrales resecos. Ahora se dejaba entrever el fondo de la cueva y un pálpito fruto de la curiosidad le empujó a entrar. Abrió la caja, cogió una de las velas y se internó. 

La cueva se hacía más y más estrecha, el techo más bajo y lleno de resquicios afilados y las paredes se iban cubriendo poco a poco de verdina. Se escuchaba el sonido amortiguado de la cascada, el goteo de las estalactitas y el aire estaba tan húmedo que le costaba respirar. Llegó hasta el final: una sala oval sin salida. El suelo estaba cubierto de guano y entre este crecían setas grises de aspecto gelatinoso. Paseó la vela frente a él y se percató que una corriente de aire proveniente de la pared la agitaba. Se acercó para ver una grieta amplia donde, como mucho, cabía un brazo.

El viento soplaba con fuerza y si ignorabas el sonido de la cascada se le escuchaba silbar entre las rocas. Se agachó para ver mejor hasta dónde llegaba el agujero y escuchó como algo crujía a sus pies: de entre el guano sacó madera, cuerda, restos de tela roja y un cuchillo oxidado. 

—Alguien estuvo aquí hace ya mucho...

Algo brilló por el rabillo del ojo desde el interior del agujero. Metió la mano con ansias hasta hacerse daño pero consiguió sacarlo. Era algo grueso, envuelto en tela ennegrecida por la humedad y el tiempo y bien cerrado con cuerdas de cáñamo. Se lo guardó en el zurrón y volvió con los viales a la Ninfa Bailarina. 

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Alan se sentó entre los barriles de la bodega de la Ninfa Bailarina. Le había devuelto sus pócimas a Percival, pero había decido olvidar una de las velas para poder leer aquí, en un ambiente mucho más tranquilo que la bulliciosa sala común y los ruidosos dormitorios.

Abrió el libro por el capítulo de conjuración. Llevaba un par de días atascado con esta escuela y cuando le pidió consejo a Percival este le advirtió que no era moco de pavo. Pero le dio un buen par de consejos y si ya había conseguido transmutar un tenedor, ¿cómo de difícil sería invocar uno? Carraspeó y leyó en voz alta:

"El arte de conjurar es una técnica que requiere no solo de un gran poder de concentración sino de considerables dosis de creatividad. Comencemos pues, por el más básico de los hechizos de esta escuela: convocar un objeto no mayor de medio metro y menor de 2 Kg de peso. Bien, a estas alturas el alumno debería haber pasado el tiempo suficiente con este tomo como para recordar su aspecto, su peso, su forma, su tacto y puede que hasta su olor. Debería ser el objeto perfecto para un principiante".

Cerró el libro y lo miró. La ilustración del alumno chamuscado de la portada le devolvió una mirada incómoda y recordó la última vez en la que se fijó en este. Fue en su primera noche en La Capital, hacía casi una semana.

—Todo había empezado tan bien...—Suspiró con melancolía.

Durante un puñado de días tuvo un mentor arcano, un techo, comida y bebida, compañeros que se preocupaban por él y un trabajo. Su jefe era excepcionalmente paciente y agradable con él y, por vez primera, había trabajado con ilusión la madera. Pero todo aquello había quedado atrás la noche que encerraron a Percival y él y Alondra le contaron la verdad de Margot y Joshep. Después de haber arruinado a la primera persona que dio un cobre por él no podía volver a pisar esa taberna, ni mirar a los ojos a la pareja y parecía, de su conversación con Pecas, que el sentimiento era mutuo. ¿Y Nicholas? ¿No se merecía Nicholas una explicación de por qué no aparecía ya por el taller, ni por la taberna? Si podía aún recordar a alguien sin remordimientos de sentirse traicionando al anciano, era a Nich. 
Negó con la cabeza para despejarse. No: La Capital debía quedar atrás; Joshep y Margot debían quedar atrás; Y, por supuesto, Nich.

Metió el tomo dentro del barril donde se había sentado y se alejó de este una decena de pasos. Dándole la espalda, dejó la vela frente a él y se sentó con cuidado en el frío suelo de la bodega. 

—Concéntrate... —Respiró hondo. 

Se imaginó en una situación de concentración parecida: disparando la ballesta de Margot. Para poder acertar al estafermo del ogro, debía estar sereno y mantener una respiración estable. Recordó a Nich y a Margot discutiendo mientras elevaba las manos como parte del ritual. Recordó a Nich palmeándole el hombro cuando acertó al ogro mientras sus labios se movían solos al conectar con las Líneas Ley. Recordó a Margot, ayudándole a apuntar mientras los ojos se le ponían en blanco. Recordó el tacto de la madera enana al apretar el gatillo, el sonido vibrante de las cuerdas de cáñamo encerado cuando disparó y el tambaleo del arma por el leve retroceso del disparo. 

«¡ZzzzzZAP!»

El aire de la habitación hizo chupón frente a él dibujando un vórtice como si alguien hubiera arrancado ese espacio. Y un golpe de aire respondió al remolino de succión, dejándole un agudo pitido en los oídos. Cuando abrió los ojos, durante tres maravillosos segundos, la ballesta enana de Margot estaba ante él y a la vez no, parpadeando. Con un estallido de aire que apagó la vela, desapareció para volver con su legítima dueña y dejar al aprendiz a oscuras en la bodega. 

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Llovía con fuerza. Goterones de agua gélida le empapaban el rostro y le pegaban las ropas a su cuerpecillo adolescente, pero un ardor entumecido radiaba de la nuca con tal intensidad que taponaba el resto de sus sentidos y apenas sentía el frío. Un hilo de babas, sangre y agua le resbalaba por los labios desde que había caído de espaldas y del golpe se mordió la lengua. 
La voz de Ivar sonaba lejana pero sus pisadas en el barro, el siseante frote de su ropa mojada, el sonido de sus hachas al hundirse en el pecho del bandido, el crujir de los huesos y el desgarrar de la carne, mezclado con el blando sonido de las tripas al salir a presión, le llenaban los oídos. 

Alan se acercó a su contrincante que yacía tumbado boca arriba frente a él, indefenso. El cuerpo no era muy distinto del suyo: delgado y fibroso, pálido, con algún lunar suelto y cierta desproporción de tamaños típico de los adolescentes a medio formar: las manos grandes pero los brazos finos, pectorales amplios y barriga ínfima. Llevaba el rostro tapado y un revoltijo de pelo marrón, apelmazado, le completaba el anonimato. Se inclinó sobre él, sin saber si aún vivía, y dos ojos de musgo y leña, como el reflejo en el lago, completaban su viva imagen. 
Cuando quiso darse cuenta, Percival le había asestado un amplio corte en el pecho. 

Y despertó. 

Llevaba un par de días descansando en su habitación de la Ninfa. Tenía la respiración agitada por la pesadilla, y cada bocanada de aire le daba una pequeña punzada de dolor. Se sorprendió de verse erguido en el camastro y volvió a tumbarse y clavar la vista en el techo. Hacía dos días casi moría; hacía dos días, falló al anciano. 
Había estado con Ivar en un sendero que llevaba a Crestagrana. Se había encontrado al enano aquella mañana, mientras repartía un par de mensajes por unas piezas de cobre, y le habló de un contrato sencillo: encontrar una caravana perdida y volver a Villadorada con ella. Pero resultó no ser tan sencillo cuando tuvo que asesinar o morir, ni cuando una bestia que le sacaba dos cabezas y un hacha gargantuesca casi le deja las tripas fuera. Y, a pesar del sueño, apenas recuerda nada: ¿eran 2 ó 3 los bandidos? ¿Todos hombres o había una mujer? ¿Eran jóvenes sin experiencia o veteranos ya curtidos? ¿Y el orco? ¿Tenía grandes colmillos o blancas y profundas cicatrices? ¿Dijo algo o se les acercó por sorpresa? 
Pasó un par de horas en silencio, entre el aire enrarecido de su cuarto y viendo como se deslizaban las líneas de luz filtradas por las contraventanas. Se recostó de lado con cuidado de no hacerse saltar un punto y se quedó mirando un tazón de madera, con los posos de la medicina que le había dejado Margot. 

¿A quién si no iba a recurrir? ¿Podía haberse permitido un médico o alguien mejor? ¿Iba a volverse a la Ninfa con medio pecho abierto y costras de sangre en la nuca? Pero había una vocecilla en su cabeza que no le dejaba descansar: "Fuiste porque así lo quisiste, ¿te habrían negado asilo en la Iglesia? ¿Acaso Percival, que tanto trataba con la alquimia, no tendría alguna medicina para su aprendiz?" 

"Fuiste porque así lo quisiste..."

"Fuiste porque querías verla..."

"Fuiste porque querías saber de él..." 

 

Llevaba un par de días descansando en su habitación de la Ninfa. Sin salir. Sin contacto. La mayoría del Vial estaba enfrascado en un contrato al que se había emperrado en ir, pero que sus heridas no dejaron terminar. Cuando Percival entraba en su habitación se hacía el dormido y cuando alguien de la Ninfa subía entre los quejidos de la escalera para traerle la medicina, le daba la espalda. Miró un saco de lino que tenía en su interior varios metros de suave tela roja y azul y que no le pertenecía. Cuando Ivar y él acabaron el contrato y trajeron de vuelta la caravana, obviaron mencionarle al mercader que habían recuperado algunas de sus mercancías y simplemente le dejaron con el carromato. En aquel momento, el saco estaba cargado de tomos en blanco, tinta y pluma, una camisa nueva o botas, un zurrón sin remiendos, cervezas para sus amigos o fondos para la Academia. Ahora parecía estar cargada de piedras.

Esperó a que cayera la noche para dejarlo frente a la puerta de su legítimo dueño. 

 

 

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