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Elireth

[Historia] Rudra Drakkigson

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  • Nombre: Rudra Drakkigson
  • Raza: Enano
  • Sexo: Mujer
  • Edad: 90
  • Altura: 1.25
  • Peso: 75
  • Lugar de Nacimiento: Forjas
  • Ocupación: Guerrera - Peletera
  • Historia completa

 

Descripción física:

Se le puede describir como una bestia compacta, la mayoría de humanos y enanos que han tenido contacto con ella suelen describirla de distintas formas. Para los primeros, una bestia compacta particularmente fea, para los enanos suele ser una bestia que quizá con una buena barba seria digna de matrimonio. Lo cierto es que Rudra roza el umbral de altura para una mujer de su raza, sus brazos son fuertes y anchos como troncos y su espalda podría partir en dos a un oso. Como buena Drakkigson tiene un físico entrenado desde muy joven. El lado izquierdo de su cuerpo está cubierto por una serie de tatuajes tribales de color azul que van desde el hombro hasta la pierna y su rostro en el lado derecho tiene las mismas marcas. Parece que estas cubren una gran multitud de cicatrices y marcas de peleas antiguas, pero no parece preocuparse en absoluto por ocultarlas si no al contrario, las lleva con orgullo.

Su cabello es de un pelirrojo zanahoria  que lleva corto y con varias trenzas o bien algunas veces suelto del todo y sus ojos de un color azul intenso, su piel por otro lado es blancuzca, algo tostada. Suele mantener una mirada que asustaría a cualquiera, aunque no así con sus conocidos y familiares.

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Historia

 

En un pozo oscuro, sin ayuda ni soporte, Rudra se aferraba a las pobres salientes de piedra y tierra con las uñas, empujando con sus jóvenes brazos y tirando con sus piernas. A los lados otros jóvenes como ella lo intentaban, empujaban con fuerza, se golpeaban entre si compitiendo por llegar arriba, incluso pasando sobre otros. Rudra no se inmutaba al respecto, estaba demasiado concentrada en llegar arriba, uno de sus primos le empujó para usarla de impulso y con la furia de tal atrevimiento la enana le tomo de la pierna y lo tiró abajo, impulsándose a si misma hasta que finalmente puso la mano en la saliente. Empujó con fuerza, gruñó, su cuerpo estaba golpeado y sucio, lleno de moretones. Sus uñas estaban rotas, sus manos sangraban. Jadeante en el suelo, observó hacia el vacio de donde había venido y sintió una gran satisfacción, observó hacia el frente y su padre le aferro para ponerla en pie.

Había pasado su primera prueba, y había demostrado tener madera para ser una guerrera del clan.

La joven enana era la hija de Torick Drakkigson y Elsa de los Barbabronce, el primero un guerrero destacado del clan y la segunda una hábil peletera. Tras la tragedia que puso al clan en una situación de cuasi extinción ambos padres decidieron trabajar por mantener los valores y costumbres del clan. Rudra fue tratada con todas las ceremonias de su edad, la prueba del foso, la unión con los guerreros de clan y las pruebas respectivas. Fue una vida dura, llena de violencia, combates y amor. Sí, amor, porque sus padres la amaban y su clan la apreciaba como todos los de la camada. Ya desde joven se destacaba en el combate, peleaba como cualquier otro pero curiosamente aprendía como pocos, y es que su padre se había empeñado en enseñarle sobre la guerra, sobre el combate y sobre la diplomacia. Por aquel entonces le decía que muchas veces se gana más por la pluma que por la espada, por supuesto que para ella por aquel  entonces eso no tenía sentido, la habían entrenado para luchar y matar, para traerle glorias al clan, pasarían muchos años, y muchas cicatrices para que comprendiera el verdadero alcance de esas palabras.

Su madre por otro lado le daba el  amor tierno que solo una madre podía dar y le enseñaba un oficio para su futuro, y para gloria del clan. La peletería se volvió una artesanía en lo que poco a poco se iba haciendo mejor, su madre sabia como enseñarle y le mostraba las bondades de aprender tales cosas.

Durante muchos años vivió como una guerrera del clan, entrenando, vigilando y luchando, pero a medida que pasaba el tiempo veía como el clan parecía estancarse. Se preguntaba si quizá algo estaba yendo mal, quizá… las historias sobre aquella montaña que se había perdido fuera la razón de todo ello. Pasó tiempo meditándolo, pero no tenía la respuesta y no la conseguiría viviendo como los demás, debía hacer algo respecto, ganar experiencia y conocimientos tal como su padre le había enseñado. Un día tomo sus bártulos y se preparó para partir, se despidió de su madre y de su padre, luego de los guerreros del clan, algunos algo molestos pero todos dándole las buenas, obsequios y demás cosas que la ayudaran en su viaje, y partió en la búsqueda de ese algo que faltaba. Quizá… algún día podría regresar con la respuesta o quizá moriría por el camino. El futuro era ciertamente incierto.

Los años pasaban, y las experiencias de Rudra se hacían mayores. Durante algún tiempo luchó para el ejercito de algunos thanes contra los trols de hielo, otros años más los paso  ayudando a una compañía de mercenarios “blancos” humanos, y otros tantos fue por libre. Al final de estas experiencia habia aprendido sobre ciertas cosas, pero no las cosas que necesitaba.

Una noche se encontraba sentada sobre una roca en alas frias montañas de Arathi, casualmente tenia una visiónm espectacular de la ciudad de Stromgarde a la distancia. Veia las luces de las gentes que alli se movian, y la nostalgia la atrapaba. Cubierta por una frondosa capa de piel de lobo, fumaba su pipa ornamentada, regalada por su padre mientras dejaba que la belleza del cielo estrellado hiciera de fondo perfecto con la blancura nevada del sitio y las luces titilantes de la ciudad. Pensó que quiza esa era la cuestión, su hogar, su verdadero hogar. Las raices de su clan llamaban con desespero, necesitaban uno verdadero al que acudir. Pero necesitaban conocimiento, más sofisticacion. Los meros guerreros eran buenos, pero no era suficiente para que el clan tuviera futuro. Obsevro hacia las cientos de carpas de aquella compañia mercenaria, y se dió cuenta del orden que tenia, de la disciplina y el honor que destilaban en su intento por hacerse una fuerza de orden entre tantas compañias de mercenarios sin honor.  Una empresa bastante dificil para aquellos humanos. Los humanos nunca lograrian impresionarla con su arquitectura o sus artes marciales, pero sin duda se parecian a los enanos en lo cabezotas. Rudra sonrió.

Al siguiente día se despidio de sus compañeros de armas y partió hacia el corazon del imperio. Las cartas que habia enviado le remitieron hacia un primo que se encontraba por esas tierras buscando a otros familiares distantes, quiza él habia dado con lo necesario para recuperar aquella vieja fortaleza o quiza habia muerto. Sea como fuere, era el unico que parecia dispuesto a intentar algo, Bodvar se llamaba. Un nombre curioso teniendo en cuenta de quien era hijo. Pero eso no importaba, si habia ganado renombre o no para ser digno hijo de su padre eso ya se veria. Pronto Rudra le haria una visita.

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