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Murdoch

Varno de Mardole

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BANDA SONORA

• Nombre: Varno de Mardole.
• Estatura: Un metro y ochenta centímetros.
• Peso: Setenta y pocos quilos.
• Edad: Veinticinco inviernos.
• Raza: Humano del Norte.
• Origen: República de Kul Tiras.
• Ocupación: Cazatesoros.

• APARIENCIA:

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Alto y delgado. Con la musculatura una pizca esculpida. Tez pálida; rostro alargado. Sus ojos están teñidos de un azul suave y mortecino, casi grisáceo. Y de ellos nace una mirada calmada y profunda, tal vez algo inexpresiva, o quizá un poquito triste. Bendecido con el don de la juventud, su porte es agraciado, y sus facciones agradables y suaves. En la larga cabellera lleva pegado el brillo del trigo, a menudo recogida bajo coleta, apartando los incómodos mechones del rostro. No es, en todo caso, un rubio áureo o dorado, colmado de viveza, sino de un tono discreto, apagado y pajizo. La acompaña en armonía una barba densa y algo descolorida; más larga, salvaje y descuidada que antaño.

Voz sosegada y suave, melódica. El acento tirasiano se adivina en cada una de sus palabras, señalándolo como un forastero.

Cuando no calza su añeja coraza de cuero, acostumbra a vestir ropajes humildes y cómodos; algo descoloridos por el tiempo, y maltratados por la humedad y el polvo del camino. Camisola holgada, gambesón raído, la inseparable y macilenta pañoleta anudada en la testa, y una pareja de botas que ya han andado más de la cuenta. De su talabarte pende Hiedra, su espada corta, y un puñal de hoja ancha. En ocasiones un arnés le cruza el pecho, y allí enfundadas cuelgan un par de pistolas de llave de chispa; dos antiguallas de la Segunda que aún disparan.

• CARÁCTER:

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Nuestro Varno es un joven avispado, sobrado en mañas para el palabrerío. Buen embaucador, capaz de dar palique a sabios y a idiotas. No está privado de ingenio ni de lucidez, tampoco de erudición en letras, fruto de su cuna. Tiene el seso bien ordenado y presto, y una mentalidad analítica; la curiosidad de la que ha hecho gala desde que era un rapaz le ha labrado no pocos enredos por causa de esa manía de entrometerse más de la cuenta en asuntos ajenos.

Quizá un poquito frío, pero siempre cortés. Se adivina cierta melancolía en sus habituales sonrisas. Aunque a primera vista pueda parecer poco más que un truhán despreocupado y leve, la intimidad revela un cariz bien distinto. Los últimos años han ensombrecido su pensamiento, tornándolo más taciturno. Más allá de las primeras impresiones se esconde un joven algo roto, acostumbrado a pasar por la vida de las personas de manera efímera, para después desaparecer, y proseguir el camino. Tal vez por eso se niega a atarse a nada, o a nadie. Se sabe viajero; errabundo, y rara vez logra encajar en algún sitio. 

Tiene arrestos, aunque no aguanta bien el dolor, y se desmoronará fácil ante tortura. Se ha acostumbrado a frecuentar compañías sórdidas y a merodear por mentideros y arrabales, donde casi se antoja un corderillo viviendo entre leones. Desde luego no es ninguna hermanita de la caridad; en más de una ocasión ha tenido que dar muerte al adversario, estafar, mentir o engañar para seguir adelante con la cabeza sobre los hombros. Sin embargo y a pesar de todo, Varno no tiene mal fondo: prefiere siempre la palabra a la espada, conoce bien el altruismo, evita los juicios apresurados, es leal con aquellos que se han ganado su confianza, no traiciona fácilmente ni rompe sus promesas a la ligera, y trata de apartar su hoja de la carne de los inocentes.

Es un hombre más espiritual de lo que cabría pensar. Fue educado en el Culto a la Luz Sagrada, como ya era tradición en su estirpe, y ha tratado de acogerse a las Tres Virtudes con mayor o menor fortuna (pese a que quizá las contempla desde una perspectiva algo heterodoxa). Aún así, las antiquísimas creencias sobre la Madre de las Mareas tan difundidas entre el populacho en las costas más agrestes de su patria han logrado cautivar su interés; quizá porque su propio padre acabó fascinado por ellas en sus últimos días, o tal vez porque Varno siempre ha querido tener presente el peso de la divinidad sobre los hombros, concediendo un privilegiado lugar en sus pensamientos a toda clase de divagaciones trascendentales y metafísicas.

 

• HISTORIA:

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Por más que en alguna ocasión se afanara en maldecir su estirpe, nuestro hombre, nuestro Varno, tuvo la fortuna de venir al mundo en el seno de una vetusta familia tirasiana. Aferrados a una plétora de gestas tan marchitas como añejas, los Mardole habían sido, tal vez, una Casa notable cuatro o cinco generaciones atrás, pero por aquellos tiempos se habían convertido ya en una auténtica mofa de su pasada gloria. Un puñado de catastróficas aventuras comerciales terminaron por vaciar sus arcas. Caídos en franca desgracia y hostigados por rivales y acreedores, no pudieron hacer más que contemplar con impotencia como otros se alzaban para ocupar su lugar.

Varno nació tercer hijo. Con sangre patricia en las venas, y en tal condición fue criado. En su tierna bisoñez, y gracias a su cuna, las severas hambrunas y penurias que golpearon a los humildes tras la Segunda le fueron ajenas. Desde los altos ventanales del caserón familiar podía vislumbrarse en la distancia toda la inmundicia del arrabal, repleto de criminales, putas, huérfanos y mendigos.

Él creía tener un futuro más halagüeño por delante.  Sin embargo, nunca mostró interés por los voluminosos libros de cuentas del negocio, ni por los densos tratados de heráldica tirasiana, con su compendio de escudos y linajes; al igual que aborrecía todas aquellas lecciones de protocolo y etiqueta destinadas a hacer de él un manso segundón, solícito y resignado a vivir una vida tranquila e insulsa a la sombra de su padre, de sus tíos y o de sus hermanos; pero en cualquier caso de espaldas a la realidad, y agarrado, como lo estaban ellos, a vana esperanza de que algún día no tan lejano los suyos dejarían de ser vistos como auténticos apestados para volver a ser tenidos en estima y consideración por las grandes familias de la nación.

No. Sus ambiciones eran de otra pasta. Soñaba con vivir esas aventuras que había mamado hasta el tuétano desde que era rapaz. Esas que contaban los libros, que allí en la alcoba habían sido, en fin, sus amigos más íntimos durante las largas tardes de su niñez. Lo hubiera dado todo por dejar atrás la ciudad de Kul Tiras, su frío y su bruma, cabalgando sobre las olas hacia las colonias de los Mares del Sur, que tenían playas infinitas de arena blanca, aves de mil colores y criaturas de ensueño que guardaban tesoros y riquezas. O tal vez por ver las tierras de los elfos; con la maravillosa Lunargenta y sus cien torres de nácar, la perla más bella (decía uno de sus tomos) de todos los Reinos del Este.

Aunque seguramente no sobreviviría mucho ahí fuera, se decía. Al fin y al cabo el mundo está lleno de cosas que te vapulean, destripan y aplastan en menos que canta un gallo. Y él no era bueno con la espada. No como su hermano Alver del que su padre siempre se jactaba, afirmando que llegaría a ser capitán en la Armada del Gran Almirante y traería glorias a su patria y a su estirpe. Tampoco era buen estudiante, como Raetho, el primogénito, orgullo de lord Ferrego, que algún día tomaría los mandos de la Compañía Mardole para rescatarla de deudas y préstamos, y retornar el dinero a las arcas y el prestigio a la Casa. Varno pensaba que la única manera de que su hermano lograra tal cosa sería empezando a cagar oro, pero ¿qué iba a saber él?, que como cacareaba el señor, era un inútil, un blando y un holgazán.

Cuando contaba las dieciséis primaveras, durante la epidemia de las fiebres del heno, su madre sucumbió a la enfermedad. Su cuerpo fue devuelto a las entrañas de la tierra una helada mañana de aquel invierno. Poco tiempo después, y por razones que aquí no merecen mentarse, Varno tuvo una acalorada pelea con el lord. Esa misma noche, quizá en un arrebato de pueril insensatez, con el ojo morado, el labio partido y poco más que nada en el petate, huyó del caserón descolgándose por la ventana de su alcoba. Algunas leguas al norte se unió a una caravana de artistas errabundos, en cuya compañía viajó por los meses siguientes, llevando cantigas y teatrillos al populacho de las callejuelas, villorrios y aldeas de toda Kul Tiras. Entre ellos aprendió a entonar la voz y fue capaz de sacar algunas notas dulces del laúd, pero nuestro hombrecillo acabó tomándose demasiadas confianzas con la esposa del flautista. Y revelado tal affaire se vio correteando calle abajo delante de un marido furioso y cornudo. 

Tras semejante periplo y más pobre que una rata se afincó en Salina, una fría y gris aldeucha de pescadores donde se ganó los cuartos escanciando cerveza y barriendo vómito y serrín en el mesón del pueblo. Algunas noches tocaba el laúd o recitaba algunos versos para la tropa de parroquianos beodos, que eran recibidos sin gran júbilo. En cuanto hubo ahorrado lo suficiente para pagar un pasaje regresó a la capital, confiando en que el corazón del patriarca se ablandaría con la mera visión de su retorno, y sin mucho esfuerzo consentiría en volver a acogerlo bajo su techo. A pesar de que se había molestado en enviar varias misivas a casa para advertir de que seguía vivo, entero, y por supuesto, de que su larga ausencia nada tenía que ver con un rapto, lord Ferrego le dio un portazo en los morros tras una letanía de improperios. Aunque al menos tuvo el detalle de arrojar antes algunas monedas en la vana esperanza de que su retoño las recogiera y supiera servirse de ellas para encontrar algún oficio medio digno con el que sobrevivir.

Con un padre demasiado ultrajado para permitir su retorno al hogar tocaba ganarse las castañas. Callejeó de mesón en mesón; derrochando los cuartos. Y cuando se hubieron agotado malvivió recitando y cantando en fondas y lupanares. Pero la suerte no le sonrió. Más fortuna le trajo el juego: dados, naipes y apuestas de toda ralea se convirtieron en una buena manera de llegar a la semana siguiente. Cual auténtico tahúr de medio pelo logró medrar un tiempo gracias a la trama y el amaño, hasta que un buen día se topó con la horma de su zapato al tratar de engañar con tan pobres mañas a un curtido timador. Por allí lo llamaban Plenno, aunque resultaba complicado aseverar sí ese era, o no, su verdadero nombre. Se decía que había estudiado con los ilustres arcanistas de la Academia pero que su aficiones libertinas y su dedicación al timo y la trampa le habían valido la expulsión. Quizá en muestra de admiración por las mañas de nuestro mequetrefe, el hombre decidió tomarlo bajo su cuidado. Con él Varno presenció ciertas cosas que lo hicieron estremecerse. En su compañía se hizo a la mar hasta recalar en la villa de Costasur, donde seguirían el camino a pie. Durante las siguientes semanas, cual humildes peregrinos, recorrerían los senderos de una tierra aún asolada por las cicatrices que la Tercera había dejado. Varno no alcanzaba a comprender del todo la naturaleza de aquel viaje (la sola idea de poner los pies en los reinos del Norte lo había seducido tanto que apenas reparó en peligros o infortunios). Sabía que iban en busca de alguna reliquia arcana de las tantas que habían quedado abandonadas a merced de saqueadores y bandidos en las ruinas de Dalaran; más tarde supo que su maestro tenía tratos con los señores rebeldes de Alterac, pues en un villorrio destartalado de las montañas, uno de sus capitanes y su séquito de harapientos hombres de armas los aguardaban para unirse a la empresa. Entre todos no hacían más de una docena; cinco días más tarde partirían (esta vez a caballo) serpenteando entre la nieve, hacia las ruinas de la ciudad muerta, donde tras lidiar con las trampas que aún abundaban en el lugar, Plenno y su socio hallaron lo que buscaban. Al menos en parte. Algo se escapaba, y Varno tampoco llegó nunca a comprender por qué al día siguiente pusieron rumbo a las tierras altas del Reino de Arathor.

Plenno y su socio alteraquí tuvieron alguna clase de desencuentro, o eso supuso Varno. Pues una noche como cualquier otra, cuando se hospedaban en una fonda del camino y tras semanas de hambre, frío y entuertos, el anciano arcanista le comunicó que era hora de continuar en solitario; sin dar mayor réplica a las preguntas. Antes de que amaneciera partieron (de nuevo a pie y tan solos como habían comenzado el viaje medio año antes) a la ciudad de Stromgarde, donde Plenno pensaba contactar con algunos amigos, y resolver ciertos asuntos que siempre evadía explicar en demasía. A los pocos días de llegar a la ciudad Varno se encontró a su acompañante muerto en su habitación de la posada. Tenía los ojos inyectados en sangre y la expresión más horrible que había visto nunca. Más pálido que la leche nuestro hombrecillo salió corriendo de allí, y en cuanto tuvo ocasión se coló como polizón en el primer navío que con rumbo a las islas. 

Fue un viaje horrible. Lo pasó oculto durante días en una lóbrega bodega, entre cajones y toneles, y sin más compañía que las ratas. Por suerte cuando lo encontraron ya habían tocado tierra, de tal suerte que en lugar de arrojarlo por la borda al gélido abrazo de las olas, se limitaron a echarlo a patadas hacia el pantalán. Pero todas aquellas penurias no eran sino el principio (pues ya se sabe que cuando las desgracias llegan lo hacen en oleadas), y a su llegada al hogar fue sorprendido con las más nefastas noticias. 

Fue recibido con desprecio por su hermano Raetho, que le relató cómo durante su larga ausencia el patriarca de los Mardole había sido acusado de una pléyade de crímenes, reales e inventados, ante la Justicia del Almirantazgo: contrabando, evasión de diezmos y tributos, congraciarse con salteadores y piratas... pero sobre todo (y aquello era lo más grave) formar parte de una red de conjuradores en un complot contra el gobierno de la nación, su ley, y su orden; una vil hermandad de traidores que pretendían desconocer la legitimidad de la Emperatriz y arrastrar a la República fuera del Imperio para devolverla, según decían los jurados, a una nueva década de miseria, guerra y aislamiento. Kul Tiras no sería otra Gilneas, y así debía quedar demostrado a ojos de todos, tal vez para que esas ideas no volvieran a contagiarse. Así, en un proceso sumarísimo Ferrego había sido declarado culpable de todos los crímenes; por lo que se le despojó de todo título y heredad, y se le sentenció a morir en la horca junto al resto de sus compinches. La Compañía Mardole fue desmantelada, La Sonrisa (una balandro desvencijado que tenía el dudoso honor de ser el último y único navío de la flotilla comercial de los Mardole) confiscada, y el caserón en el Canal Largo debía ser vendido pronto para saldar el pago de las cuantiosas multas y deudas que la familia mantenía.

Al parecer el último triunfo del señor antes de tamaña debacle había sido nada menos que desposar a su hermana Meela con un joven presuntuoso, el más pequeño de los retoños de lord Salvio Viserinne, un acaudalado prestamista advenedizo al que la fortuna sonreía sin rubor. Esta vez ni siquiera ella podía ayudarlo, como en los viejos tiempos. Ahora pertenecía a su marido. Y el resto de sus parientes se disponían a huir de la nación de los verdes pendones. 

Raetho había decidido que una vez que el caserón fuera vendido la familia abandonaría Kul Tiras, quizá buscando una clemencia que en su tierra les sería negada, para establecerse en alguna de las colonias más recónditas de la república mercante. La Casa Mardole, casta de traidores, y despojada ya siquiera de tal consideración, no era digno rival para nadie. Débiles e inermes debían hacerse a un lado y salir del juego, o uno a uno terminarían por unirse al patriarca en la otra vida a manos de añejos adversarios siempre dispuestos a continuar saboreando las mieles del triunfo. Si no eran capaces de sentarlos ante un tribunal se ocuparían de rematar la cuestión con plomo y acero. 

Varno no los siguió. Y nadie esperó ni deseó que lo hiciera.

El resto de la historia es nebulosa. En algunos tugurios del barrio bajo se dice que la ilustre familia de su cuñado se la tiene jurada, y que pagarán bien por cualquier información que ayude a encontrarlo. Lo cierto es que poco se sabe de la afrenta que tuvo que enemistar a Varno con los Viserinne; por tan deshonrosos agujeros los rumores vuelan prestos, y la mentira siempre apodera a lo que en ellos hay de verdad: algunos apuntan a que el desgraciado muchacho los había estafado antes de huir como un cobarde, y otros menos gentiles han llegado a envolverlo en la muerte de uno de los sirvientes de la familia, hombre de confianza del joven Nicomo. 

Sea como fuera Varno se desvaneció de esas callejuelas un buen día. Y desde hace un par de años nadie a vuelto a verlo por allí.

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PRÓLOGO. De las deudas, lo mejor no tenerlas.

CAPÍTULO I. Cieno, lodo y sangre.

CAPÍTULO II. Amistades peligrosas.

[...]

I. Problemas en el Paraíso.

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-República de Kul Tiras-

No ha olvidado las mañanas en el Mercado del Pescado de Boralus, con su aroma intenso a sudor y salitre; ni las canciones de los bardos en los mentideros del Callejón del Tordo o los lances de los jaques al anochecer a los pies de la Fuente Púrpura. Aún parece sentir la áspera caricia del viento gélido del Norte en el rostro, y escuchar rumor el de las olas embravecidas al estrellarse contra los fríos roquedales.

Los verdes prados de su patria, y sus también verdes pendones, habitan en los recuerdos del joven. Y aunque en su tierra hay algunos que no lo quieren bien, Varno jamás ha renunciado a sus orígenes. Es hijo de Kul Tiras, y por supuesto tiene a gala el enorgullecerse de tal condición. 

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-Noble (repudiado y despojado)-

Al contemplar sus vestiduras humildes, maltratadas por la humedad, el polvo y el barro, nadie diría que Varno fue a nacer en noble cuna. Los Mardole son hoy una casta de traidores, despojados de título y heredad por virtud de la Justicia del Almirantazgo; que incluso han abandonado la comodidad del vetusto caserón en el Canal Largo de Boralus para huir a alguna adusta colonia en los confines de los Mares del Norte. Sin embargo Varno ya había dejado atrás la placidez de la vida como segundón algunos años antes, cuando con dieciséis primaveras y sin nada en el petate escapó del hogar para embarcarse en su primera aventura.

Algo ha quedado de su añeja condición. Se nota que Varno es un joven culto, que ha leído a los clásicos y ha sido bien educado en su bisoñez. Y a pesar de que aborrece los modales distinguidos y las ornamentadas formas de cortesía de la aristocracia, quizá sería capaz de intentar ponerlas un poquito en práctica cuando la ocasión realmente lo amerite. 

Aunque la Casa Mardole es una completa desconocida en el resto de reinos y territorios del Impero, Varno acostumbra a evitar dar su apellido para ahorrar enredos, a sabiendas de que entre los hijos de Kul Tiras alguno podría conocer, de pura casualidad, la infausta mácula de sus parientes.

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-Cazatesoros-

Varno podría considerarse un cazatesoros. Es un aventurero intrépido, capaz de empuñar la espada y la pistola con cierta habilidad. Aunque su curiosidad, y las muchas deudas que lo atenazan lo han llevado antes a embarcarse en correrías de toda ralea, su auténtica pasión es la búsqueda de antiguallas y reliquias perdidas, a menudo con mañas poco honestas.

Posee sólidas nociones de Historia Antigua y arqueología. Particularmente ha leído mucho acerca de las tribus trol que moran en la espesura de Tuercespina. También sabe algo de arte, pues ha tenido a bien instruirse para participar en los turbios mercadeos de su mecenas (demasiado a menudo con piezas robadas, o burdamente falsificadas). Así pues, podría ser capaz de diferenciar la paja del grano en estas lides.

Con Plenno Varno descubrió en sus entrañas una afinidad arcana que hasta entonces desconocía. Una aptitud primigenia, tosca y sin pulir para la manipulación de la energía de las Líneas Ley. Con él también tuvo ocasión de aprender a moldear la realidad para proyectar falsas ilusiones; pero sus progresos se vieron truncados por la muerte de su maestro. Desde entonces ha evitado conjurar, salvo en muy honrosas excepciones. Cualquier canalización lo agota con facilidad, y tampoco ansía acabar linchado por alguna turba campesina bajo la falsa acusación de brujería.

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Don Zavros, 'la Víbora'.

Solo la Luz sabe en qué turbios tejemanejes anda metido este anciano contrabandista. Zavros es uno de tantos señorzuelos del crimen que han medrado en las costas de los Mares del Sur, donde ha tenido ocasión de labrarse una indigna reputación a lo largo de los años.

Varno entró a su servicio tras los sucesos del Chichi de la Puerca, y fue el vejestorio quien le concedió el propósito que lo ha mantenido ocupado durante los últimos meses. Sus hilos se extienden por aquí y por allá, y podría decirse que aún sigue bien conectado con ciertas personas influyentes en su añeja patria. 

 
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Garret, a secas.

Suele describirse a si mismo como 'un hijo de mala madre, con peores pulgas'. Y puede que no se quede corto. Garret nació en algún lóbrego rincón de Drustvar y desde bien rapaz tuvo que cuidar de su propio pellejo. Ha vivido pegado a la espada desde mozo, alquilándola por aquí y por allá en toda clase de menesteres de baja estofa, hasta acabar convirtiéndose en matarife a sueldo de don Zavros.

Es hombre agrio y bravucón, que disfruta de una pelea de taberna tanto como una niña con zapatitos nuevos. Pero Varno agradece tenerlo cerca por si las cosas se salen de madre.

 
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  Horacio Aguas.

Tanto si necesitas una fina gargantilla para regalar a tu parienta, como si anhelas un ruiseñor cantor para llevar la alegría a tus salones, o buscas las santísimas bragas de alguna olvidada princesa de Arathor para dar rienda suelta a tus más profundas perversiones, Horacio es tu hombre. Doce años de mercadeo deshonesto con chismes de toda ralea lo avalan.

Este tipejo espigado y atezado por el Sol de los Mares del Sur es el mejor conseguidor con el que Varno se ha topado. Y estará encantado de poner un precio justo a cualquier objeto de interés sin dar demasiadas monsergas sobre su procedencia.

La desgracia lo sacó de la Bahía del Botín con una mano delante y otra detrás. Aunque ahora confía en que el destino le depare una fortuna mejor con su nuevo Anticuario en la ciudad de Ventormenta.

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Hechizo.

Descripción y aprendizaje.

Dominación.

[Ilusión básica]

Ability mage incantersabsorbtion

"Permite al taumaturgo usar la energía Arcana para crear una ilusión de sentido único que puede afectar a un individuo o a un grupo".

La piedra angular de las artes de cualquier ilusionista. Varno es capaz de crear una alteración ilusoria que afecte a un sentido (vista, oído, olfato, tacto y gusto). El único límite es la imaginación.

Rango. Dificultad 12. 

Baja

[Mimetizar imagen]

Ability stealth

"Altera la imagen que proyecta hacia los demás del propio taumaturgo o un aliado pudiendo copiar una apariencia previamente estudiada en vivo o dibujos altamente definidos. Dura 5 minutos por Nivel de Habilidad".

Varno puede ser capaz de adoptar rasgos de rostros ajenos (cicatrices, color y estilo de ojos o cabello, forma de la boca y nariz, etcétera) o incluso una apariencia completa.  Tan solo conseguirá mantenerla durante unos pocos minutos, siempre a costa de gran esfuerzo.

Solo funciona con varones humanos.

Personal. Dificultad 14.

Muy baja

 
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Objeto. Descripción.
[Hiedra]
 
Inv sword 94

Al estilo de los grandes señores de los Siete Reinos, Varno bautizó a su espada con un nombre. De hoja corta, recta y ligera. Los años la han maltratado, despojando a su empuñadura de todo brillo; aunque las filigranas gravadas en el guardamanos no han perdido un ápice de su belleza. Su acero ha tenido el dudoso honor de probar la sangre ajena en más de una ocasión, y de dos, y de tres...

Valor: alto.

Daño: /d6 +2 

Dual, +3 Iniciativa, Desenfundado rápido

[Daga con ornamentos]
   Trade archaeology silverdagger

De hoja ancha, y mango de bronce, con dos pequeñas gemas celestes engarzadas en la empuñadura. En su filo hay gravada una inscripción que en thalassiano reza "Diel thala lisse, zaram shala nah"; en lengua común, algo como "la muerte es dulce; su antesala, cruel". Ha sido forjada con esmero, lo que la convierte en bastante más que una baratija.

Varno la ganó a las cartas en algún mentidero de la Bahía del Botín.

Valor: alto.

Daño: /d6 +2 

Dual, Ocultable, Desenfundado rápido

[Pistolas de chispa]
Inv weapon rifle 03

Fionna y Perdiz. Dos antiguallas de la Segunda que todavía disparan. Hasta que cualquier día de estos revienten en sus propias manos al apretar el gatillo, las lleva siempre consigo en sus fundas; colgadas del arnés. Cerca de la faltriquera donde guarda un pellizco de pólvora y varios perdigones.

Valor: medio-bajo.

Daño: 2d/6 +1 

Ruido, Recarga, Ocultable, Una mano, Desenfundado rápido

[Coraza de cuero de Kul Tiras]

Inv chest leather 20
 

De estilo isleño, confeccionada en cuero de vaca de primera calidad; sencilla y esbelta. Se ajusta al torso, dejando hombros y brazos libres. No resistirá una estocada profunda, ni frenará en seco ningún virote, pero su ligereza la hace cómoda de calzar. 

Valor: medio.

Absorción: +2 / Estorbo: +1

[Capa de piel de oso]

Inv misc cape 03
 

Los inviernos del Norte son duros y largos. Cuando Varno escapó de su hogar tan solo se llevó consigo la espada y esta gruesa capa hecha con la pelambrera de algún oso. Desde entonces lo ha acompañado en sus viajes, abrigándolo del viento, la lluvia y la nieve. Ha pasado muchas noches al raso envuelto en ella, a la vera de la hoguera, y lo ha salvado de morir helado a la intemperie en más de una ocasión.

Ya está algo vieja, y tiene cierto olorcillo a rancio impregnado, pero todavía abriga como el primer día.

Valor: medio.

[Colgante con el símbolo de la Iglesia]
Inv staff 24

 

Fue un regalo encargado por su madre para su Día del Nombre. El séptimo. O el octavo. Quizá el noveno. Tampoco importa. Hecho en oro (o al menos, eso aparenta), con una diminuta esmeralda incrustada en su centro.

En su cuello ha visto pasar más de media vida. Varno ha procurado conservarlo con celo, quizá como un recuerdo de su madre. O tal vez como una suerte de amuleto profano, cargado de buena suerte. Resulta increíble que a estas alturas no se haya perdido, ni nadie se lo haya arrebatado. Le tiene especial aprecio, y pese a que se lo jugó a los dados en un par de ocasiones cuando los días eran más ásperos, en ambas ganó la tirada.

Siempre lo lleva por dentro de la camisola, escondido. Lo contrario sería una invitación al robo.

Valor: alto.

[Laúd]

Inv drink waterskin 06

Un viejo compañero de fatigas, recuerdo de días más sencillos, cuando bajar las bragas de las mozas entre palabras melosas era la mayor preocupación que Varno debía atender. Los años han desafinado la melodía de su media docena de cuerdas, y maltratado el mástil y la caja, que ahora lucen varios rasguños, marcas y golpes. Sin embargo, manos habilidosas todavía podrán arrancar de él algunas notas dulces, con las que acompañar poemas y cantinelas.

Cuando debe viajar, lo lleva asido y amarrado a la espalda.

Valor: medio-bajo.

[Pipa de madera]
  Inv misc pipe 01

Tallada a mano. La navaja del artesano gravó en su relieve algunos detalles decorativos sin importancia. Es una baratija más, pero Varno le tiene cierto apego. Siempre la tiene cerca, junto a la faltriquera del tabaco.

Valor: despreciable.

[Naipes de adivinación]

Achievement guildperk ladyluck rank2

Esta baraja fue un obsequio de Plenno, y es lo único que Varno conserva de su periplo con tan extraño viajero. Un mazo de tarot corriente y moliente, que quizá sirva para encandilar a los inocentes con truquillos baratos y predicciones de buena fortuna. Al menos hasta ahora no le ha encontrado otra utilidad. 

Aunque esta clase de "artes" suelen estar más o menos aceptadas por el populacho, tocar la fibra sensible de algún desgraciado o practicarlas en el lugar y momento equivocados pueden hacer que las acusaciones de brujería salgan a relucir, y que la chusma se entregue al viejo placer del linchamiento. Varno ha tenido algún problemilla antes, de manera que ahora tiene bastante recelo a echar algún corte.

Valor: despreciable.

[Diario de viaje]

Inv misc book 09

Está viejo, sucio, y desprende cierto tufillo a lodo y humedad. En si mismo no vale más que un puñado de cobres, pero las anotaciones que a lo largo del tiempo Varno ha ido haciendo en sus hojas sí podrían tenerlo. No solo hay allí relatos, impresiones y divagaciones personales, sino también algunas notas sobre cartografía, botánica e historia antigua.

Valor: despreciable.

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 (en construcción)
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 (en construcción)

 

 

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On 1/4/2018 at 20:26, Murdoch dijo:

Actualizado a 01/04/2018.

¡De vuelta! Y actualizado de nuevo a 25/03/2019. 

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