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Khovarr Bloodeye

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  • Nombre: Khovarr Bloodeye
  • Raza: Orco
  • Sexo: Hombre
  • Edad: 38
  • Lugar de Nacimiento: Draenor
  • Ocupación: Guerrero
  • Historia completa

 

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Descripción física:

Su piel verde clara cubre un cuerpo formado por un fisico sin duda entrenado durante toda su vida, marcado por las numerosas cicatrices que mantiene como un recuerdo de cada experiencia. Tiene un tamaño importante, hasta para ser un orco, destacando imponente, aunque no tan intimidante como otros. Al igual que en su rostro, cicatrices tanto en los labios, mandibula y mejillas como en las cejas y la frente. Sus expresiones denotan un claro rencor casi permanente, con los colmillos formando una expresión casi de odio en su boca. Por otra parte, un pelo negro largo, desaliñado se encuentra atraves de las patillas con una barba medianamente frondosa y poco cuidada. Porta un collar de dientes antiguos y casi reliquias la mayor parte del tiempo. Sus ropajes no suelen variar demasiado, tratandose de un orco al que no le agrada soltar su armadura ni para dormir, por lo que se mantiene armado en todo momento, con una gran hacha decorando su espalda. Lo mas destacable de su apariencia son sus ojos, de un rojo apagado, no tan común entre los orcos.

 

 

Descripción psíquica:

Es casi imposible adivinar en lo que piensa hacer. Impredecible, ambicioso, su mente es una compleja red de deseos, ideales y ambiciones, la mayor parte del tiempo enredandose entre si y contradiciendose. Si bien intenta mantener cierta importancia en el honor, sus pensamientos y visiones son simplemente contrarias a lo que el honor debería ser. No le importa demasiado, el simplemente busca cumplir sus objetivos al coste que sea necesario. Despiadado en ese sentido, pues no tiene miedo a las consecuencias cuando se trata de su propia persona, o de cualquier otro que deba caer para conseguir lo que quiere. Egocentrico, considerandose superior a los demas en varias ocasiones, buscando la gloria y renombre que para el se merece. Sin embargo, no es ningun villano, pues mantiene una lealtad casi inquebrantable a la horda, y una tendencia a hacer respetar su palabra, por lo que tiende a mantenerla y cumplir sus promesas.

 

 

 

Historia

 

Tambores de guerra... ¿Los escuchas? Resuenan en los corazones infectos de cada uno de esos guerreros... Que esperan por la gloria, unidos por una sed de sangre impuesta y manejados por las invisibles cuerdas de sus nuevos señores demoniacos. Antes, un planeta de gran diversidad, lleno de vida y culturas, ahora... Una gran base, donde construir su inmenso portal, aquel que usarán para tomar lo que siempre desearon. Fuimos herramientas, solo eso. ¿Pero que puedo recordar yo de eso? Yo solo era un niño. Aquel que debía darle gloria a nuestro clan, según mis padres. No había mas grande orgulloso, habíamos sido uno de los tantos clanes elegidos para pasar y sembrar el caos en alguna tierra de la que nunca escuchamos hablar. No eramos muchos, conformado por varias familias, apenas una decena de de ellas. Eramos pocos, si, pero cada uno era un guerrero mas brutal que el otro. Acostumbrados a pelear contra todos los que se opusieran, a demostrar nuestra supremacia contra los debiles, una serie de derrotas nos había dejado siendo apenas varias docenas de orcos, pero estabamos decididos a recuperar nuestra gloria de la unica forma que conociamos, la guerra.

 

Mis vagos recuerdos de esa infancia putrefacta y corrupta son aquellos que me han marcado, para bien o para mal. Mi primer humano asesinado, fue uno de esos momentos.

 

Con apenas nueve años, me encontraba en un mundo hostil, rodeado de enemigos pero impulsado por una horda de guerreros orcos que estaban decididos a destrozar todo a su paso sin mirar atras. Debía adaptarme, mi cuerpo me gritaba que arrancara la vida de una de esas criaturas a las que nos enfrentabamos, y mi sangre hervía con la necesidad de derramar la de mis enemigos. Mi cuerpo se ocultaba con facilidad detras de uno de los tantos arboles en aquellos bosques de esas tierras. Un soldado enemigo caminaba con cautela y pasos cortos, escudo levantado y su espada preparada. Se había perdido, o había perdido a todos sus compañeros, daba igual. Con una velocidad aumentada, me apresuraba a esconderme en cada arból mientras me movía, buscando que me de la espalda para poder reclamar su vida. Finalmente... Cometió el error de hacerlo, darme aquella oportunidad para matarlo. Algo llamó la atención del otro lado del bosque, algun animal, me atrevería a decir, o alguno de los orcos que intentaba cazar como yo. No pensaba dejar que me saquen mi premio, no. Ya tenía diez, u once años, y mi primer asesinato se esperaba con ansias.
Apenas se atrevió a darme la espalda y dar un par de pasos hacía donde pensaba haber escuchado algo, mis ligeros pies corrieron a toda su velocidad contra el soldado, saltando con una fuerza increible y colgandome de la espalda del humano. Mi pequeña hacha abrió de lado a lado su garganta, haciendolo caer muerto en el instante. Siguió moviendose por unos minutos, hasta finalmente darme mi premio, su vida. Tuve que tomar sus colmillos y la insignia de un anmal dorado que llevaba, para demostrar que había cumplido con mi cometido.

 

Mi padre me recibió como un heroe. Estaba orgulloso de su hijo, quien le traía la buena noticia de haber reclamado su primera victima. Le entregue los colmillos, los cuales no tardó en convertilos en un collar digno de un guerrero. La insignia solo tuvo que entregarsela al jefe del clan, como simbolo de que había tomado mi primera vida y ya podía ser considerado un guerrero adulto. Si... Estaba tan feliz. Solo deseaba tomar mas, arrebatar todas las vidas que pudiese y derramar tanta sangre como el suelo pudiera sostener.

 

Así, pasarón los años en un mundo desconocido, del que poco a poco nos ibamos adueñando. Aunque mis recuerdos de las dos guerras en si son borrosos, hubo momentos que quedarán para otra historia, dignos de ser recordados.
Ahora, uno de los momentos que mas me ha marcado, sino el que mas. La segunda guerra, y el letargo había golpeado en varios de nuestros guerreros. Nuestro clan había perdido a muchos, quedando solo un puñado. De suerte que aún nos reconocian, pero nuestro jefe estaba mas preocupado en continuar masacrando a todos los que pudiera, sin importar si todos debiamos morir en ese proceso. La mayoría había sucumbido, la falta de sangre de demonio los enfermaba, su adicción terminaba por dejarlos muertos de espiritú. Yo aún sentía la sangre hirviendome, las ansias de matar como nunca antes, pero mi padre... El poco hacía. Pronto golpeó a nuestro jefe, y a nuestros mejores guerreros. Y entonces... Fue cuando lo quemaron todo. Soldados humanos, aprovechando la noche para cubrirse y entrar a nuestro campamento, incendiando nuestras tiendas y asesinando hasta los bebés. Yo, sin embargo, no había dormido en ningún momento. Sabía que aprovecharían nuestra debilidad. Mi padre no quiso escucharme, pero pude despedirme de él antes de escapar de aquella masacre. No me encontraron, y buena fortuna que no lo hicieron, pues no dejaron vivo a ninguno de los nuestros. El clan había sido extinguido. Sin identidad, sin nadie que guiarme, terminé por ser capturado cuando aquel letargo me golpeó, aunque dejando a muchos muertos en el camino a ello. No pude decir que había vengado a mis caídos, pero por lo menos parecía saciar mi sed. El resto de mis días lo pasaría en un sucio e infernal campo, encerrado. Podía adivinar que habíamos perdido, poco importaba, ninguno estaba con fuerzas siquiera para hablarse entre nosotros. Algunos se sentaban en su propia suciedad, otros simplemente estaban tumbados toda su existencia.

 

Derrotados, sin esperanza... Solo aguardabamos nuestra inevitable muerte. Hasta jovenes como yo parecían igual de decrepitos que los mas viejos y veteranos del campo. ¿Qué esperanza podría caber, en quienes habían perdido todo? No tenían por qué luchar, su sangre se apagaba en sus venas que antes ardían con furía, sus ojos pasaron de un rojo llameante a su natural color, apagado y carente de toda vida. Analizaba a todos los que se encontraban allí, sus miradas siempre se dirigían al suelo, fango la mayor parte del tiempo, mezlclado con pequeñas piedras y alguna que otra hierba intentando crecer, aunque tal esperanza de que crezca vida en la tierra que ahora nos manchaba era destruida cuando los guardias humanos pisaban el naciente pasto, dado por finalizado el espectaculo de la vida. Habíamos entrado allí como gloriosos invasores, carniceros dedicados que arrasaban todo a su paso, y terminamos nuestro camino como esclavos, simples cautivos faltos de todo animo. La mayoría sentía haber perdido su espiritú. Los ancestros nos habían dado la espalda con recelo y nuestras creencias nos habían abandonado, pues abusamos y consumimos poderes malignos que solo nos llevaron a nuestra propia destrucción.

 

Horas, días, semanas, meses, años. Todo pasaba como lo mismo, la monotonía era la regla principal en aquel encierro, los tambores se habían apagado, la guerra... La habíamos perdido. Pero finalmente, aquella costumbre y falta total de esperanza se quebrantó, cuando un nuevo prisionero fue puesto en nuestro sector. Parece ser que aquel orco no estaba muerto como nosotros, sino que se reveló como un nuevo comienzo para nuestra raza. Nos mostró que los elementos le respondían, y nuestros guerreros vitorearon, porque tenían una razón para pelear, porque sus creencias le habían vuelto a tender la mano y esperaban pacientes a que nos redimieramos. Teniamos un objetivo, y nadie nos pararía hasta cumplirlo. Los humanos no se lo esperaban, nos abalanzamos hacía la libertad y reclamamos la vida de nuestros captores a su paso. Por primera vez en mucho tiempo, volvía a sentir la adrenalina corriendo por mis venas, y la satisfacción de vencer a tu enemigo. Pero esta vez, no trabajabamos para señores demoniacos, la sangre corrupta no impulsaba nuestra acciones, sino la mas pura esencia de lo que fuimos, y de lo que debíamos volver a ser. Mi grito retumbó en los corazones de mi enemigo, el cual intentaba, en vano, volvernos a privar de nuestra libertad. Bastó con lanzar con fuerza mi brazo, dirigiendo mi hacha contra su cabeza, para que esta cayera con violencia a un lado, en un corte limpio pero a la vez teñido en sangre. La libertad... Se sentía magnifica.

 

Durante los siguientes años, seguimos a nuestro nuevo jefe con orgullo. Sin embargo, finalmente cuando pudimos descansar, cuando pudimos escapar de aquel lugar que alguna vez fue nuestra derrota, los recuerdos volvieron a mi. Recuerdo estar sentado frente a una fogata, cuando mis ojos se abrían completamente vislumbrando las llamas. Dentro de ellas, los gritos resonaban en un eco que martilleaba mi cabeza. En su fuego, podía ver todo mi clan ardiendo, todo lo que alguna vez fue para mi, reduciendose a cenizas por unos malditos sin honor. No podían enfrentarnos en igualdad de condiciones, no se atrevían. No tenían ningun tipo de honor y por lo tanto, no eran mas que ratas para mi. Tuvieron que tomarnos por la noche, e incendiar mientras dormían, sin preocuparse por los gritos de los niños y las suplicas de las madres. No... Todo volvió. Y con ello, el odio. Nunca había sentido la sangre hirviendome como esa vez desde que había sentido la sed de sangre. Pero esta vez ardía de una forma natural, con el odio mas primitivo y arraigado a mi naturaleza. Quería reducirlos a cenizas, como lo hicieron con mi clan... Pero luego, la consciencia volvió a mi. El fuego terminó por apagarse, las imagenes dejaron de repetirse. Y con frialdad... Sabía todo lo que iba a hacer. Nos encontrabamos en un nuevo comienzo, una nueva tierra concedida por quien nos había dado la libertad y la esperanza. Tenía mi lealtad eterna por ello. Pero mis deseos... Eran muy distintos. Mis ambiciones recorrían mis pensamientos y se cruzaban con mis ideales, combatiendo a cada segundo. Finalmente, nadie gana en una guerra, por lo que combatieron sin fin, creando una compleja red, como si de pescar tratase, de sangrientos deseos y nobles ideales. Ningun extremo pudo salir, pero si tenía un objetivo claro. No tenía clan, no tenía hogar, no tenía a nadie. Pero me tenía a mi, mis recuerdos, mis ambiciones y mi odio. Todo lo que necesitaba, era conectarlos con mi hacha, y ganar la gloria que alguna vez me reclamaron debía tomar. Aquel que había nacido con ojos rojos, dijo mi padre, aquel que nos dará la mas grande de las glorias y será el mas grande de nuestros guerreros. Aquel... Que nos guiará a la batalla. Si, padre... Honraré tus deseos, pero lo haré a mi manera. El clan volverá a alzarse, aunque tuviera que ser sobre mi cadaver.

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